miércoles, 27 de enero de 2016

¡Virgencita, Virgencita, que me quede como estoy!


José Joaquín Rodríguez Lara



Pedro Sánchez ha liderado la peor expedición cinegética del PSOE en la historia de la democracia española: 89 diputados. Uno más en Canarias. Con mejores resultados en las urnas y menos imputados en los tribunales de Justicia, Joaquín Almunia dimitió. Almunia se fue a su casa con 35 escaños más de los que ha logrado Sánchez.


Pedro Sánchez no dimite y está en su derecho. No está claro que su carrera política tenga mucho futuro, pero es bien cierto que otros, por ejemplo Mariano Rajoy, con más diputados, están en la misma situación o incluso algo peor.


Claro que Rajoy tiene un currículum político, desde Galicia hasta La Moncloa, que a Pedro Sánchez le costará mucho igualar. Si es que lo iguala. Rajoy está de vuelta y Sánchez sólo ha dado los primeros pasos. Mariano gobierna; Pedro no sabe aún lo que es gobernar.


Si Mariano Rajoy no consigue formar gobierno habrá fracasado, pero ahí están sus mayorías absolutas. En el Congreso y en el Senado. Si Pedro Sánchez no llega a gobernar será un náufrago sin tabla de salvación ni currículum al que agarrarse y a merced de los tiburones y de las tiburonas que patrullan las aguas de su propio partido. Pasará a la historia como el mayor fracaso electoral del PSOE, como el líder que perdió frente a una derecha corroída por la corrupción y a una izquierda - Podemos e IU- que es un puzzle a medio montar en manos de Pablo Iglesias o se ha disuelto en la incompetencia del tito Cayo Lara.


Nunca antes un líder socialista había tenido condiciones tan favorables para triunfar y jamás nadie las había desaprovechado de forma tan lamentable.


En cambio, si preside el Gobierno, Pedro Sánchez pasará a la historia, al menos en los primeros compases, como el líder que supo salir a flote emergiendo desde la nada. El poder, con el consiguiente reparto de prebendas entre los allegados, tiene una extraordinaria capacidad de hacer olvidar las heridas en los partidos políticos. Incluidas las heridas causadas por las dentelladas de los escualos. Y de las escualas.


A Pedro Sánchez ni siquiera le cabe la posibilidad de retirarse con torería. Aunque diera un paso al lado o atrás, siempre se le recordaría que se retiró por su impotencia y no por el bien de sus conciudadanos.


Por todo ello, lo único que le pondría a salvo del fracaso, al menos inicialmente, sería gobernar. Y si Sánchez no puede gobernar que, al menos, Rajoy fracase primero. Ya se sabe, mal de muchos... Epidemia.


Y a todo esto, España sigue funcionando con un Gobierno en funciones, y el cacareado coco que viene el niño de la repetición de las elecciones sigue revoloteando en la boca de quienes, cuesta abajo y sin frenos, imploran, con el corazón en un puño, ¡Virgencita, Virgencita, que me quede como estoy!


martes, 26 de enero de 2016



Fernando Serrano nos espera en Salvaleón el 19 de febrero


José Joaquín Rodríguez Lara


El día 19 de febrero, viernes, a las 12:45 horas, se le pondrá el nombre de Fernando Serrano Mangas al colegio público de Salvaleón. (Unión Europea).


Fernando Serrano Mangas, a quien fotografié en el patio de la casa
 de su suegra, en Salvaleón,
 tras entrevistarle por la publicación de una de sus primeras obras
 sobre la carrera de Indias.

El colegio se llamaba hasta ahora 'Luis Chamizo', en honor al poeta de Guareña que, con sus versos, contribuyó a afianzar el poco sentimiento regionalista que caracteriza a los extremeños.


Ponerle el nombre de Fernando Serrano Mangas al colegio de Salvaleón no es un agravio ni para Chamizo ni para su obra literaria ni para Guareña ni, por supuesto, para el todavía muy escaso sentimiento extremeñista. 


Todo lo contrario. Es la confirmación de que lo que transmitió Chamizo con sus poemas, la necesidad de sentirse hijos de la tierra extremeña y la obligación de profundizar en las raíces propias, se está haciendo realidad, aunque sea muy lentamente.


Pocas personas se han sentido tan extremeñas, sin dejar por ello de ser españolas, europeas y ciudadanas del mundo, como el profesor Serrano Mangas. Nadie se ha declarado más porrinero y ha defendido más a Salvaleón, su pueblo, que don Fernando Serrano Mangas. Habrá quien le iguale, pero no quien le supere en este amor y en tantas cosas por las que Fernando fue una persona y un intelectual tan importante como singular.

Fernando Serrano Mangas ha sido un ser humano de muchísimo mérito. Una figura enorme. Como profesor, como historiador, como investigador, como amigo y como ciudadano.

Su obra tiene una notable importancia. Se convirtió en una autoridad mundial en la carrera de Indias, en la construcción y el trasiego de los barcos que traían el oro desde América. Gracias a sus años de investigación en el Archivo General de Indias (Sevilla) fue un experto en naufragios y en la localización, sobre las cartas de navegación, de los pecios con las bodegas atiborradas de oro y de plata.

Fue él, nuestro compañero y amigo Fernando Serrano, quien descubrió las andanzas de Francisco de Peñaranda, el médico judío que conservó 'El Lazarillo' y otros textos emparedándolos en la tapia de un doblao de Barcarrota. Sin la inteligencia y sin el tesón investigador del profesor Serrano, seguramente todavía estaríamos preguntándonos cómo llegaron los libros al doblao de esa casa en el Llano de la Virgen, de Barcarrota, localidad de la Unión Europea que dista unos ocho kilómetros de Salvaleón.

Y Fernando no sólo descubrió quien había recopilado y escondido los libros de la extraordinaria 'Biblioteca de Barcarrota', sino que hasta determinó el año y el mes aproximado en el que los escritos fueron ocultados. Un análisis del polen tapiado con los textos podría haberlo corroborado. En su maravillosa obra 'El secreto de los Peñaranda, el universo judeoconverso de la Biblioteca de Barcarrota', Serrano Mangas plasmó con precisión milimétrica el contexto social, cultural y político en el que se desarrolló la aventura de esa biblioteca, de su propietario y de sus allegados durante los siglos XVI y XVII.


Nadie le ha rebatido ni un dato a Fernando Serrano sobre este asunto, a pesar de que el misterio sigue envolviendo a 'El Lazarillo', la obra culmen de la picaresca española, y hay más de una y más de dos y más de tres figuras de la cultura hispana investigando sobre un texto del que, por ejemplo, todavía no se conoce su autor. 'El Lazarillo' no es una obra anónima, es un libro al que se le arrancaron las primeras hojas para ocultar la identidad de quién lo escribió. ¿Por qué? Porque escribir 'La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades' conllevaba un riesgo de vida en el siglo XVI y tenerlo en casa todavía lo seguía acarreando mucho tiempo después de que hubiese salido de imprenta la primera edición. Fue ese peligro el que llevó 
al médico Francisco de Peñaranda a esconder 'El Lazarillo' y las demás obras en la tapia de su casa. Lo hizo para proteger los libros, evitando que fuesen quemados por la Inquisición. Y los escondió con mimo, rodeándolos de paja, para preservarlos de la humedad. Pero fundamentalmente los escondió para protegerse a sí mismo y a su familia.


La enfermedad, con su golpe traidor y repentino, nos arrebató a Fernando Serrano hace poco más de un año. Nos queda su recuerdo, nos quedan sus libros, sus enseñanzas, su humor, su ejemplo. Pero es necesario que también tengamos su nombre ondeando en las instituciones. Fernando, que fue una persona muy generosa, se merece darle nombre a un colegio. Lo mismo que se mereció y continúa mereciéndose la Medalla de Extremadura, la máxima distinción regional.

Se la mereció en vida, pero Extremadura es demasiado madrastra con sus hijos, muy cicatera para reconocer el mérito de sus vástagos. Así que ahora que uno de los porrineros más ilustres, por no decir el que más, ya no está entre nosotros, Salvaleón le va a poner su nombre a un colegio. Podría decirse 'menos da una piedra', pero no sería verdad. Hay piedras, y esto lo sabía muy bien Fernando y lo sabe cualquier historiador, que dan mucho, muchísimo más.

Su pueblo le va a poner el nombre de Fernando Serrano Mangas al colegio público. Aplaudo el gesto, pero no me consuela. Yo cambiaría todos los homenajes, todos los reconocimientos y todas las palabras de elogio, incluidas las mías, en honor de Fernando Serrano por la dicha de leer al menos una página de cualquiera de los libros que Fernando no escribió, aunque los estaba preparando, y que ya no podrá escribir. Pero tenemos que conformarnos con cambiarle el nombre a un colegio del que esperamos, yo lo anhelo, que salga alguna chica o algún chico que al menos iguale en méritos y gloria a Fernando Serrano Mangas.

Espero y deseo que la ceremonia de renombrar al colegio público lleve hasta Salvaleón, el día 19 de febrero, a muchas personas que conocimos y apreciamos a Fernando. Confío, también, en que algunas de ellas procedan de Barcarrota, de mi pueblo, del pueblo en el que estudió Fernando y que tanto le debe al profesor Serrano. 


A mí me gustaría poder ir, más pronto que tarde, desde Barcarrota hasta Salvaleón no por una carretera, la EX-320 que atraviesa encinares maravillosos, sino por una calle. Por una bonita calle de 8 kilómetros de longitud, con aceras flanqueadas por encinas, que uniese el corazón de Barcarrota con el corazón de Salvaleón y que se llamase 'calle del profesor Fernando Serrano Mangas, porrinero y barcarroteño'. Sería muy hermoso que una de esas placas estuviese a la salida de Salvaleón y la otra en la entrada de Barcarrota.



jueves, 21 de enero de 2016

- Tan abominable es el machismo que trata a las mujeres como objetos prescindibles,
 como el feminismo que las considera piezas
 imprescindibles
 de su puzzle ideológico.



- Admiro a quien pone todo su afán en conseguir lo imposible
 y respeto a quien se escuda en las dificultades
 para disimular su falta de pasión.


- Leer es desnudar la piel ajena.


sábado, 16 de enero de 2016

- Muchas batallas se han ganado sin la dirección de un general
 y más de una se ganó a pesar de las órdenes del propio generalato,
pero no me consta que ni siquiera una vez
se lograse la victoria sin el sudor de la tropa.


sábado, 2 de enero de 2016

El horóscopo tiene más credibilidad que la crítica televisiva


José Joaquín Rodríguez Lara


A los críticos de arte les gusta el arte; los de música disfrutan con la música; a los gastronómicos les gusta le comida; los críticos taurinos son amantes de los toros... A quienes ejercen la crítica, en general, les gusta la parcela de la realidad en la que basan su trabajo.

A los críticos de televisión, no. A los críticos de televisión no les gusta la televisión. Ser crítico de televisión es una ocupación muy difícil y sufrida, porque para ser crítico de televisión hay que ser, en primer lugar, masoquista. El crítico de televisión disfruta con su propio sufrimiento. No es que no sufra, no, es que le gusta sufrir.

Pero no basta con ser masoquista para dedicarse a la crítica de televisión. Además hay que ser soberbio y un poco ególatra. La humildad no cabe en quien se dedica a la crítica del producto televisivo. La modestia es kryptonita para el crítico de televisión. No importa que a la audiencia le guste un programa. ¡Qué sabe la audiencia sobre lo que le gusta o no le gusta! ¡Quién es la audiencia para que le guste o no le guste algo! Quien decide lo que debe gustarle o no debe gustarle a la audiencia es el crítico de televisión, que para eso es crítico.

No importa que quienes critican la programación televisiva no hayan hecho jamás un programa de televisión. Saben mejor que nadie no sólo como se hacen, sino, y esto es lo más importante, saben como hay que hacerlos. Por eso mismo se dedican a criticar la televisión y no a hacer televisión. En buena lógica, la televisión debería hacerse para quienes la critican y no para quienes la ven casi sin levantarse del sofá.

Criticar a la televisión ofrece muchas satisfacciones porque televisión hay todos los días. Al contrario que la gente de los periódicos, quienes hacen televisión no cierran en Nochebuena ni en Nochevieja ni tampoco el Jueves Santo para comer con su familia. La televisión atiende al público, a su clientela, aunque sea fiesta con polvorones o torrijas.

Así que al crítico de televisión nunca le falta tarea. Pero su gran momento, el culmen de toda su temporada, cuando el gozo crítico alcanza el paroxismo, es el periodo navideño. Durante esos días, los críticos escriben su obra magna, su demoledora crítica sobre el menú que ofrecieron las televisiones en las noches claves de las fiestas navideñas.

Cristina Pedroche en su jugo. 

Y nada les gusta. Ni los langostinos -'Llevaanme a caasaa'- de Bertín Osborne, ni las carnes vuelta y vuelta, trasparentes, sin capa ni cáscara, de Cristina Pedroche, ni la gamba con gabardina de Ramontxu envuelto en su capa, ni tampoco el humor reciamente macerado en españolidad de José Mota, ni la música de hoy con marchamo de ayer de cualquier especial de toda la vida. Nada les agrada. Todo les parece previsible, viejo, rancio, obsoleto, insufrible. Como si la programación navideña de las televisiones, en vez de un entretenimiento, fuese una crítica navideña de televisión.

Si acaso, en un alarde de generosidad, la gente de la crítica televisiva salva a 'Cachitos', ese programa antropológico elaborado con las cuendas de un rosario musical que, a pesar de las malas críticas que, presumiblemente, recibirían cuando Televisión Española las emitió por primera vez, durante décadas se han conservado en los archivos de la casa como mantecados sobrantes de antiguas, muy antiguas, prácticamente olvidadas, fiestas navideñas.

Para la crítica televisiva, 'Cachitos' no es previsible ni viejo ni rancio, es improvisación, frescura, modernidad... Como una crítica navideña de televisión. Pura vanguardia. Lo que viene a confirmar que cualquier Navidad pasada fue mejor y que la crítica de televisión tiene bastante menos credibilidad, pero muchísima menos, que el horóscopo.