martes, 28 de marzo de 2023

Elogio a Fernando Serrano Mangas con motivo de la inauguración de un hito, erigido en su honor, entre los términos municipales de Salvaleón y de Barcarrota 

                                                                               

José Joaquín Rodríguez Lara

Buenos días.

           A título personal, como amigo y como condiscípulo de Fernando Serrano Mangas, os agradezco la asistencia a este sencillo acto.

     Al mismo tiempo, deseo poner énfasis en mi agradecimiento a las corporaciones municipales de Salvaleón y de Barcarrota. Y más concretamente a quienes las presiden, doña Sandra Narciso y don Alfonso Macías. Sin su impulso no hubiera sido posible hacer realidad esta iniciativa.

            Nos ha reunido aquí, sobre este balcón del paisaje extremeño, en este viejo camino de herradura que hilvana los campos y los pueblos, el ejemplo de un ser singular, el recuerdo de nuestro añorado Fernando. Una persona que aunó en sí misma virtudes que pocas veces caminan juntas.

            Fue Fernando muy de su pueblo, muy porrinero y, a la vez, muy del pueblo de al lado; y subrayo lo de al lado, muy de Barcarrota, donde se le quiere, se le respeta y se le admira como al barcarrotero insigne que fue y que es.

            Vivimos en un Estado de amores excluyentes, pero en el corazón de Fernando no cabía el tribalismo. Él, junto a Carmen, su compañera, novia y esposa, con José Manuel Silva, con Modesta Gago, con Santi García, con Isabel Torres y su hermano Leandro, con Aquilino Cuenda, con Emilia Gago, con los hermanos Sanjuán -Dolores, Emilio, Diejo y Juan- con María José Cuenda, con Juan Espinosa, con Eli Cuenda, con José Manuel Ferreira y con tantos y tantos y tantos estudiantes salvaleoneros -sé que me olvido de muchos- él, insisto, nuestro amigo Fernando Serrano Mangas hizo lo necesario para convertir la carretera que conecta a Salvaleón con Barcarrota y a Barcarrota con Salvaleón en una fraternal avenida para la cultura y para la convivencia. Nunca se lo agradeceremos bastante.

          Y se hizo en unos años muy difíciles. Cuando estudiar exigía un sacrificio, en tiempo y en dinero, que iba mucho más allá del esfuerzo inherente a cualquier proceso de aprendizaje.

        Deseo y espero que, más pronto que tarde, esa carretera se llame avenida de Fernando Serrano Mangas. Pero no para focalizar en él los méritos del estudiantado, de Salvaleon, de Barcarrota, de Almendral y de otras localidades, que se formaron con don Hilario, con don Antonio ‘Cuerda’, con don José Antonio Hernández, con don Modesto Píriz y demás profesores de un centro educativo que, para quienes estudiamos en él, será siempre el Instituto.

            Lo importante, en mi opinión, no es homenajear a Fernando, por mucho que se lo merezca, pues ya no lo necesita. Lo verdaderamente necesario es mantener palpitante su ejemplo. Que no se olvide lo que hizo, que fue mucho, aunque también dejó muchas cosas sin terminar debido a que la enfermedad nos lo arrebató en la parte más fecunda de su trayectoria intelectual, cuando tenía todos los conocimientos y la experiencia que exigen la docencia, la investigación y la escritura y, además, conservaba la fuerza, la ilusión, la imaginación y la constancia necesarias para realizar su tarea.

     Nació Fernando en una familia sin tradición universitaria ni humanística y aun así alcanzó la excelencia intelectual. Vino al mundo en un pueblo de tierra adentro y, a pesar de ello, cimentó su obra en el océano, investigando y divulgando todo lo referente a las naos, los galeones, los armadores, los astilleros, las singladuras, los pertrechos, los naufragios, la plata y el oro de la Carrera de Indias. Sus investigaciones sobre este aspecto de la historia de España tienen relevancia internacional de primerísimo nivel. Son un verdadero monumento intelectual.

            Y su obra ‘El secreto de los Peñaranda’, en la que desnuda el misterio de la afamada Biblioteca de Barcarrota, es una demostración increíble de lo que podía dar de sí el talento y el trabajo de Fernando Serrano.

        La Junta de Extremadura había contratado, en Madrid y en otras cortes, a los más prestigiosos expertos del momento para desentrañar el misterio del Lazarillo de Barcarrota y demás textos de la Biblioteca que, en 1992, se había encontrado emparedada en la tapia de un ‘doblao’. Los expertos estudiaron los libros, pero nada averiguaron sobre las andanzas de Lázaro y de sus compañeros de tapial. En todo caso, con el trajín del estudio difuminaron un poco más sus huellas.

         Entonces llegó Fernando Serrano que, mientras investigaba a la familia judía de los Milano leyendo el testamento de una mujer en la sacristía de la iglesia de Santiago, en Barcarrota, encontró una referencia a una casa existente en el Llano de la Virgen. Inmediatamente se dio cuenta de que en esa casa se habían encontrado el Lazarillo y los demás textos de la Biblioteca. Y en vez de seguir con la historia de los Milano empezó a tirar del hilo del testamento hasta que no sólo aclaró el misterio de la Biblioteca, sino que puso de manifiesto la realidad judaica en la Baja Extremadura del siglo XVI.

            Sólo por esto, por haber aportado gratis et amore lo que no pudieron aportar los expertos convocados por la Junta, Fernando se hizo acreedor entonces y se merece todavía la Medalla de Extremadura, que es el máximo galardón extremeño. Espero que algún día la Junta reconozca sus méritos, le conceda la medalla, puesto que legalmente es posible, y su familia la recoja en el Teatro Romano de Mérida.

            Pero es que, además, Fernando Serrano hizo gala de su generosidad regalándole a la Biblioteca Regional de Extremadura un ejemplar de la primera edición de El Romancero del Cid; un libro impreso en el año 1605.  Sólo se conocen tres ejemplares de esa primera edición; uno está en la Universidad de Harvard, la más antigua de Estados Unidos, a otro se le ha perdido la pista y el tercero lo tiene la Junta porque Fernando Serrano Mangas se lo regaló a la Biblioteca de Extremadura para que lo disfrutara toda la ciudadanía.

        Podría seguir recordando virtudes y méritos de Fernando para explicar las razones que han llevado a la colocación de este monolito en su honor, pero no encuentro motivo de mayor peso que la esperanza de que los caminos del buen hacer intelectual que abrió y que recorrió Fernando Serrano Mangas tengan siempre quien los transite. Que su ejemplo no sólo no se pierda, sino que fructifique, en Salvaleón en Barcarrota, en Extremadura y en todo el mundo.

        Fernando, desde esta costura de los campos en la que este domingo 26 de marzo de 2023 nos hemos reunido en torno a tu ejemplo, justo en la confluencia de las tierras de Salvaleón y de Barcarrota, los dos pueblos en los que vistes la primera luz, te mando un abrazo de agradecimiento fuerte, fuerte, muy fuerte. Cuídanos mucho a todos, amigo, cuídanos.

 

miércoles, 8 de marzo de 2023

 La subasta

                                                                                   José Joaquín Rodríguez Lara

    La obra es de gran formato. En su mayor parte es un rectángulo de tres metros de ancho por nueve de alto. Está inclinada en un ángulo de 45 grados. Su base prácticamente roza el suelo. El conjunto descansa sobre un gran caballete de madera que se mueve sobre doce ruedas, una por cada mes del año, también de madera.

    En la parte inferior de la obra, casi rozando el borde del lienzo y trazando ligeramente en arco invertido, hay un texto escrito con letras negras, de imprenta: "Soy 'El Negocio'. Me pintó Pascual Morato por encargo y al dictado de don Eulogio Buenadicha, quien pagó todos los gastos."

    Las palabras se entrecruzan con las extremidades y las colas de varios perros que devoran lo que parece ser la pata de una silla de plástico; también se ve parte del hondón y un trozo del respaldo. Dos de los chuchos se miran con fiereza y enseñan los dientes sin soltar los despojos del asiento. Un tercer animal, un cachorrete, reclama su parte de la carroña al tiempo que intenta colarse en la pelea.

    Casi toda la tela, desde su base hasta la cima, está ocupada por la imagen de una mesa de casino; la mesa de la ruleta, con su cilindro dorado y sus curvas concéntricas, su tapete verde, las 37 casillas, la bola cuya textura imita al marfil, con su ansiedad, su fe ciega, sus miedos, sus frustraciones, sus risas, su desesperación...

    En los laterales de la mesa se apiña la sacra congregación de quienes aún creen. Huesos que sin embargo se mueven. Casi todo el mundo está en pie. Hay ancianas con joyas y cabello recién cuidado, viejos de ojos nubosos, mujeres con hijos a cuesta, jóvenes que dan sus primeros pasos como pareja, un señor atildado con gafas de mucho uso que chupa la punta de un lápiz y hace anotaciones en una libretilla, otro, un poco más joven, que arrastra el carrillo de la compra, vacío, gente de jersey sobre mono y de americana y pantalón a juego y con el pelo pintado y con las carnes atravesadas por los metales del capricho. La comezón de la impaciencia se los come y la enredadera de los tatuajes les devora.

    No hay fichas. Sobre los números del tablero montan guardia el pan, la leche, los huevos, el arroz, las lentejas, los macarrones, bastantes cebollas, alguna sardina, una coliflor, dos coles, tres tomates... Ojos no. Todas las miradas dirigen su crispación hacia la parte alta del cuadro. Allí están la crupier y su equipo, con uniformes de supermercado, alzando amenazadoramente sus rastrillos para arrastrar la comida hacia la ruleta, la boca insaciable de la banca. Trabajan sin emoción, con muecas muy profesionales, disecadas por la sempiterna repetición.

    Un poco más arriba, el empresariado, con traje y corbata, se abraza la barriga intentando contener la risa. A su lado, el presidente del Gobierno, Sánchez que te mastico Sánchez, y sus hacendosas ministras del buen vivir y sus obedientes dirigentes sindicales, de vida resuelta, sus bufones redichos, sus gentilesdamas, palafreneros, asesores y otros alcotanes a sueldo. Desde este horizonte hasta que se acaba la tela se ven las caras, cada vez más diluidas en la grisalla de la penumbra, de parlamentarios y señorías y jueces y señorías y canallas y señorías y más gente de mal vivir y señorías a granel.

    En la parte inferior de la pieza, como a un metro de la base, hay un segundo rectángulo, un travesaño, también de lienzo, que le da a la obra cierta apariencia de cruz invertida. "Tú eres Pedro y con tu misma piedra te abriría la cabeza". En cada uno de los dos brazos del patibulum está representada una sala de subastas.  "Lote sin número: 'El Negocio', también llamado 'La Hambruna'. Arte moderno. Autoría sobreseída."

    En el ala izquierda del lienzo, como si dirigiese una orquesta, el martillero alza al cielo su maza de madera invitando a los postores a levantar las manos y a pujar para quedarse con 'El Negocio'.  Durante la subasta de lágrimas ajenas, nadie llora. Está muy mal visto.