martes, 30 de abril de 2013

- Los community manager no lo saben, 

pero antes de que te preguntasen ¿trabajas o eres community manager?, 

te preguntaban ¿diseñas o trabajas?


- Creer sin dudar ni una sola vez no es tener fe, es sufrir una obsesión.


lunes, 29 de abril de 2013

Soy caucásico y heterosexual, por ahora


José Joaquín Rodríguez Lara


"Soy un pívot de 34 años de la NBA. Soy afroamericano. Y soy gay”, afirma Jason Collins, jugador del equipo de baloncesto los Wizards de Washington, presentado como el primer deportista de una gran liga estadounidense que anuncia públicamente su homosexualidad.

Jason Collins en la portada de la revista en la que
proclama su homosexualidad. (Imagen bajada de Internet)
“No había pensado en convertirme en el primer atleta homosexual de un gran equipo estadounidense”, dice Collins. “Pero ya que lo soy, estoy encantado de abrir esta conversación. Me hubiera gustado no ser el niño que levanta la mano en clase y dice: ‘soy diferente’. Si hubiera sido así, alguien habría hecho esto antes. Pero nadie lo ha hecho, y esa es la razón por la que hoy levanto la mano”.

Brittney Griner, la mejor baloncestista de la liga
femenina de USA. (Imagen bajada de Internet)
En realidad, Collins no es la primera estrella del baloncesto norteamericano que anuncia su homosexualidad. Pocos días antes había hecho lo mismo Brittney Griner, considerada la mejor jugadora de la liga femenina, pero su declaración causó mucho menos revuelo. Seguramente pesó más su condición de mujer que su confesión de lesbiana. (El hecho de ser mujer es un mundo tan masculinizado, ¿no merecería otra confesión? Una especie de separata.) Hasta el propio pivot de 34 años afroamericano y gay le da un poco de lado al anuncio de Brittney y se declara "encantado de abrir la conversación". Para ser justo, debería estar 'encantado' de seguirla, pues la inició Brittney.

Es absolutamente injusto e indignante que alguien sea perseguido o preterido tanto por ser homosexual como por no serlo. Sentirse en la obligación de confesar la propia homosexualidad equivale a situarla al nivel de algo vergonzante. Que se sepa, la homosexualidad no se 'cura', pero tampoco se contagia ni se aprende ni se abre paso como una enfermedad sobrevenida por mantener una conducta de riesgo.

Aunque en muchos países sean perseguidas, encarceladas e incluso ejecutadas, las personas homosexuales no son delincuentes por el hecho de ser homosexuales. Nadie elige voluntariamente la homosexualidad, a la que a veces se denomina 'opción sexual'. Y no es una opción, pues no se puede optar entre ser homosexual, ser heterosexual o ser bisexual. En todo caso, se es una cosa o la otra a través de circunstancias genéticas todavía no suficientemente explicadas.

Así que culpar a alguien, perseguir a cualquiera o ejecutar a homosexuales pobres -a los ricos se les perdona-, por algo que no han buscado y que no pueden evitar es tan denigrante como lo sería culpar, perseguir o ejecutar a los heterosexuales, pues tampoco las personas heterosexuales han podido elegir su etiqueta sexual. Son lo que son sin haberlo pedido, sin habérselo propuesto y sin poderlo evitar.

José Joaquín Rodríguez
Lara, periodista.
Se confiesan los pecados, las culpas, las conductas injustas, los delitos, hasta el amor se confiesa, pero nada de eso es la homosexualidad, así que no hay nada que confesar ni reconocer ni airear. ¿Acaso las personas heterosexuales confiesan públicamente su heterosexualidad?

Comprendo que quienes ha sido obligados a ocultar su homosexualidad se sientan liberados al pregonarla, pero anunciar lo normal a golpe de bombo y toque de fanfarrías no es el mejor camino hacia su normalización. Mientras más tarde en dejar de ser noticia la llamada 'salida del armario', peor para los homosexuales.

No había pensado en convertirme en el primer periodista de la mayor empresa española, el INEM, que reconoce su heterosexualidad, pero ya que lo soy, estoy avergonzado de tener que abrir esta conversación. Me hubiera gustado no ser el niño que levanta la mano en clase y dice: ‘no soy diferente’. Seguramente alguien ya ha hecho esto antes, pero tal vez no se ha hecho suficientes veces o con la claridad necesaria. Esta es la razón por la que hoy levanto la mano y digo: no soy pívot de la NBA, todo lo más un base bajito, 1,75, talla aceptable para un español de andar por España. Soy caucásico. Y soy heterosexual.
Al menos por ahora.

jueves, 25 de abril de 2013


De templos, mártires y apóstoles


José Joaquín Rodríguez Lara


Sesenta y cuatro votos a favor y ninguno en contra. La Ley de Gobierno Abierto de Extremadura ha sido aprobada por unanimidad de las señorías presentes en el hemiciclo del Parlamento regional. Entrará en vigor cuando se subsanen unas deficiencias detectadas a última hora y, si funciona, deberá permitir que los ciudadanos podamos examinar al dedillo las actividades del Gobierno.

El dictamen elaborado por la Comisión de Administrasción Pública llegó al pleno consensuado y, dado que no había nada que discutir, causó la bronca que originan todos los asuntos en los que los tres grupos parlamentarios presentes en la cámara extremeña están de acuerdo. Cuando mantienen posturas enfrentadas, sus señorías discunten, pero si están de acuerdo arman bronca. Debe de ser su sino.

Esta vez se juntaron el hambre con las ganas de comer: todos los grupos estaban de acuerdo (riesgo evidente); se acababan de dar a conocer los datos de la peor encuesta de población activa que han visto los siglos (peligro, peligro), y el debate lo abría Víctor Casco (un diputado altamente inflamable).

Víctor Casco, diputado extremeño.
(Imagen publicada por Dex, digitalextremadura.com)
Cuando el señor Casco subió a la tribuna se cubría los hombros, la espalda y el pecho con una kufiyya, un gran pañuelo palestino, que le daba un aire a Falete en concierto. Dicho sea con todos los respetos a Falete. Su señoría lució la kufiyya durante todo el pleno. El diputado tricolor, IU-SIEX-MORADO, se desentendió del orden del día, hizo de su intervención un sayo y tiró de repertorio. Se armó la mundial. En los rodeos americanos hay caballos que reparten menos coces de las que repartió él a diestra y siniestra; sobre todo a la primera. La presidente en funciones trató infructuosamente de amansar a l'enfant terrible del Parlamento extremeño, pero Víctor Casco, envuelto en su mantón de Palestina, estaba desbocado. ¿Qué mosca le había picado? La EPA. El debate se convirtió en un "lamentable espectáculo", según el presidente de la Asamblea quien se sintió obligado a pedir disculpas al público que seguía la sesión tanto en el hemiciclo como a través de Internet.

Suele afirmar con cierta frecuencia Víctor Casco que el Parlamento es el templo de la palabra. Y tiene razón; en la Asamblea, en el Parlamento de Extremadura, se habla mucho, aunque se parlamenta poco, se dialoga menos y no se escucha a casi nadie. Sus señorías suelen ser de piñón fijo y escarban tanto en sus propios argumentos que la mayoría de las veces se entierran en ellos. Pero lo del diputado de la kufiyya es punto y aparte: Paco Umbral fue a la tele a hablar de su libro y Víctor Casco acostumbra a subir a la tribuna para hablar de cosas que, aun siendo importantes, no suelen corresponder al punto que se debate y, por lo tanto, no toca hablar de ellas en ese momento. La presidencia de la Asamblea le llama al orden para que se ciña a la cuestión, como estipula el reglamento, y él afirma entonces con solemnidad que el Parlamento es el templo de la palabra. Y lo es, lo es; un templo con sus capillitas, sus retablos, sus hornacinas, sus santos, sus mártires, sus angelotes y su apóstol de la causa palestina.

Es tal la contumacia de la que hace gala el diputado tricolor que, forzado, por la ausencia de su portavoz, a defender la caza con arco -otro asunto que llegó al pleno apoyado por todo el arco parlamentario- despachó su intervención en un plisplás afirmando que ni sabe de arcos ni le gusta la caza, pero que bueno..., como no estaba Pedro Escobar, pues eso.

Afortunadamente, esta vez no sacó carteles alusivos a la encuesta de población activa ni tampoco repartió octavillas por los escaños del PP, como haría más tarde, durante el descanso para comer, irritando a los populares que se sintieron agredidos, con lo que a pesar de la unanimidad y de la sorpresiva y sorprendente intervención del diputado con kufiyya, el asunto no pasó a mayores. 

Una bronca cinegética, y con arcos, ahora que está de actualidad el 'arco mediterráneo' y la flecha que José Antonio Monago dice tener en su aljaba, hubiese dado hasta para abrir telediarios en las televisiones de Israel.

Borracho

Eres un simple borracho,
mamarracho sin conciencia,
que mataste a un muchacho
y proclamas tu inocencia
con soberbia de ricacho.

(Quintilla del mal beber, de mis poemas sin libreto)

Falsa quintilla, pardiez

Quintilla del mal beber
por abusar de los quintos
y otros tragos, sin creer
que beber cause estragos
aunque se sepa beber.


(Falsa quintilla, por andar sueltos los quintos, de mis poemas sin libreto)


domingo, 21 de abril de 2013


Aceitero, vinagrero, ra con ra


José Joaquín Rodríguez Lara


La aceitera y la vinagrera son hermanas; hermanas mellizas e incluso hermanas siamesas; hermanas siamesas unidas por la espalda; cuando no por zonas más recónditas. La vinagrera y la aceitera siempre van juntas a la mesa, pero no se hablan. Dice la aceitera que el agrio carácter de su hermana frustra cualquier amago de conversación. Por su parte, la vinagrera asegura que no se puede hablar con quien se empeña en quedar siempre por encima de los demás. Algo debe de haber dentro de ellas que las predispone al desinterés mutuo. Ni siquiera se mezclan cuando el diseño encierra a una dentro de la otra -se han dado casos-, con tal grado de retorcimiento que ciertamente resulta embarazoso.

Aceitera embarazada de una vinagrera. (Imagen bajada de Internet)

Tanto la aceitera como la vinagrera son dispuestas y discretas, como doncellas encargadas de sacar de paseo al salero y al pimentero que, por ser utensilios menores, siempre reciben más atenciones y corretean de mano en mano por el jardín del mantel, mientras ellas observan a los comensales confinadas en algún punto de la mesa o aparcadas sobre un mueble auxiliar.

No lamentan su destino de fino cristal labrado, o de loza decorada, pero en el fondo, a la vinagrera y a la aceitera les gustaría ser saleros y lanzarse en picado para sazonar desde un consomé hasta un par de huevos fritos, además de sopas, potajes, guisos, carnes y pescados. A ellas se le van los ojos detrás de los escabeches y, sobre todo, de las ensaladas; adoran a la lechuga, al tomate, a la escarola... No le hacen remilgos al repollo y se deshacen a chorros sobre las judías verdes, los alcauciles, el brócoli y otras hortalizas de invierno. Si por ellas fuera, en casa todos los días se comería gazpacho: de poleo, al ajoblanco, de tomate, con higos, en cazuela, de cortijo y con tocino, de manzana, con melón, con uvas, de fresones... El único gazpacho que no les gusta ni a la vinagrera ni tampoco a la aceitera es el gazpacho de batidora. Se marean.

Ambas hermanas llevan tantos siglos juntas que la envidia las reconcome: que sí para qué la rellenan tanto a esa, si casi nadie la usa, que si por qué la ensalada debe ser salada, bien aceitada y poco avinagrada, o a qué viene rocíar con vinagre las lentejas y las alubias e incluso los huevos fritos. "¡Válgame la cocinera: vinagre en los huevos fritos! Vinagre. Si son fritos, lo único que necesita un par de huevos es aceite y algo de sal", se queja la aceitera, que no mienta las patatas fritas a gallos para no darles ideas a quienes descoyuntan las recetas de toda la vida. "Papas fritas con vinagre, vamos, lo último", murmura la aceitera bebiéndose las lágrimas.

De espaldas. Ni se hablan ni tampoco se miran, pero, eso sí, posan ante la cámara con una elegancia sublime. (Imagen bajada de Internet)

Aunque son europeas y mediterráneas de pura cepa, la hostil coexistencia que protagonizan la aceitera y la vinagrera se considera un mal ejemplo para la sal y para la pimienta, además de ser impropia de la cordialidad que debe presidir la mesa comunitaria, por lo que la Unión Europea ha decidido tomar cartas en el asunto y cortar por lo sano: se acabó. Ningún establecimiento que sirva comidas al público podrá tener como centro de mesa una aceitera-vinagrera con pimentero y salero. Aduce la Unión Europea que de este modo protege al consumidor, evitando que las aceiteras sean rellenadas con aceite de mala calidad. Nadie se lo cree. También las vinagreras, los saleros y los pimenteros pueden ser rellenados con vinagre, con sal y con pimienta de mala calidad y, sin embargo, la Unión Europea no nos obliga a utilizar ni pimienta ni sal ni vinagre envasados en recipientes monodosis o en frascos irrellenables.

Niñas jugando al aceitero vinagrero.
(Imagen bajada de Internet)
Con su medida, la Unión Europea aparta de la mesa de los restaurantes a los alimentos que primero se disponen sobre el mantel, incluso antes de que lleguen los clientes y de que conozcan la carta y elijan su menú. Pobre aceitera y pobre vinagrera, ya no podrán sacar de paseo al pimentero y al salero. Esperemos que la cruzada proteccionista de la Unión Europea en pro de la seguridad alimentaria no prohíba ese juego infantil, patrimonio ya de la arqueología, que empezaba diciendo: 'Aceitero, vinagrero, ra con ra pero no dar, dar sin reír, dar sin hablar, un pellizconito en el culo y a volar. Que suelto la jaula, una, que suelto la jaula, dos, que suelto la jaula, tres, que la solté'.


jueves, 18 de abril de 2013

- A España le pasa lo mismo que a muchísimas películas norteamericanas:
le quitas los efectos especiales y se queda en nada.


martes, 16 de abril de 2013

- La máquina del tiempo lleva muchos milenios inventada.
Y es muy sencilla: baja hasta el pasado con la memoria
y vuela hacia el futuro con la imaginación.


lunes, 15 de abril de 2013


La Singa

José Joaquín Rodríguez Lara



La Singa era una galga 'averdugá' en negro. Mi padre llamaba 'averdugaos' a los perros de capa barcina, seguramente por la semejanza existente entre las manchas atigradas del pelaje barcino y los verdugones causados por los golpes del azote. La Singa nació en La Cocosa, en un chocillo de juncia que mi padre había levantado detrás de nuestro propio chozo.

Era hija de la Campera, 'averdugá' en castaño, una galga que mi padre había conseguido en Valverde de Leganés a cambio de unas pitilleras de cigarrillos Ideales. En el primer celo que se le presentó a la perra, se cruzó a la Campera con un galgo que había en una finca cercana y, de la amplia camada, mi padre eligió dos hembritas entre las cachorritas más pequeñas. La otra era para el dueño del macho. Pero la Singa se crió sola con su madre, con todo el piano de pechos a su disposición, pues a su hermana, una vez acalostrada, se la llevaron y la crío una cabra. Decía mi padre que si un cachorrito no tiene perra que lo amamante, la mejor solución es criarlo a los pechos de una cabra. Da trabajo, pero parece que es la leche más parecida a la canina.

La Singa creció fuerte y feliz durante meses, sin conocer la cadena hasta que, al verla corretear junto al chozo, alguien del cortijo dijo que había que atarla. Y así se hizo. Según parece, en el cortijo se culpó a perros sin identificar de haber rajado, un par de noches antes, una sábana colgada a secar en el tendedero.

Entonces la Singa todavía no tenía nombre. No lo tuvo hasta que un día, cuando iba a echarle de comer, mi padre la llamó ¡Singa, Singa! Yo, que estaba en el chozo, sentado a la candela, le oí perfectamente y luego él mismo me lo contó. "Joaquinito, cuando llames a la perra, llámala Singa, que ese es el nombre que le he puesto". A los perros hay que bautizarlos a la hora de comer, para que asocien su nombre con algo agradable. Me lo enseñó mi padre que siempre lo hacía así y los perros atendían de inmediato. Desde el primer momento Singa me pareció un nombre precioso; un nombre por el que sigo sintiendo tanto respeto que jamás se lo he puesto yo a ninguno de los muchos perros que he tenido desde entonces.

"Luego, cuando ya empiece a caer la tarde, atas a la Singa con esta cuerda y me la llevas al pinar, que allí estaré yo con el tractor", me dijo mi padre un día mientras apurábamos los garbanzos cocidos con una pizca de espinazo. Dicho y hecho. Guiado por el estruendo del Lanz 60 y por las volutas de humo negro que salían de la alta chimenea que tenía como tubo de escape el principal tractor de La Cocosa, me acerqué hasta la besana, más allá de la carretera de Badajoz, en los límites del pinar. Mi padre terminó la jornada, bajó del Lanz 60 y soltó a la Singa, que empezó a corretear por el barbecho. Estaba tan feliz que, aunque la llamábamos, no venía. En su correteo levantó una liebre y se engalgó con ella. Era la segunda o la tercera beata que corría en su corta vida y no la alcanzó; la liebre se perdió entre los matorrales del cordel y la Singa volvió con nosotros, un buen rato después, con la lengua bamboleándole entre las manos como si estuviésemos en periodo de veda y la galga llevase colgado del cuello el preceptivo tangaño.

No era aquella la liebre que mi padre le tenía reservada a la Singa, sino otra que estaba encamada bajo una encina. Mientras veía alejarse a la galga detrás de la pieza imprevista, mi padre no dejaba de hablar. Primero llamó a la perra, infructuosamente, luego la dejó ir, no sin cierta inquietud, para no contravenir sus instintos y se lamentó sin levantar la voz. "Ya no hay nada que hacer", dijo. "Pero aquí hay otra liebre. ¿La has visto, Joaquinito?". "No, papa". "Mírala, está encamá, ahí delante, debajo de la encina". Miré y remiré, pero no conseguí verla. Mi padre siguió hablándome, mientras los ojos se le iban hacia el cordel, tratando de acelerar el regreso de la galga. "La liebre está ahí, nos está mirando, y tenemos que hablar, sin dar voces, para que no se levante y la perdamos. No te calles, di lo que sea...". "Sí, papa" "¿Todavía no has visto la liebre? Mírala, ahí, ahí viene ya la Singa. Está hecha polvo de la carrera que se ha pegao".

Liebre encamada en un barbecho. (Imagen bajada de internet)

La perra se acercó a nosotros, nos hizo fiestas y hasta nos salpicó de babas con aquella lengua tan enorme que me parecía imposible que pudiera volver a guardarse en la boca; mi padre la acarició y, acuciado por la huida del sol, que ya trasponía el horizonte camino de Portugal, dio una palmada para que la liebre saltara de su encame bajo la encina. Inmediatamente la Singa salió tras ella. Fue la primera vez que vi una liebre viva tan cerca, y también la primera en la que contemplé el combate entre el miedo y el deseo, entre la astucia y la codicia, entre la experiencia y la afición, entre la tierra y el viento, entre la vida y la muerte. La liebre se disparaba allí donde el peso del tractor había compactado los terrones y retorcía sus pasos con inauditos cambios de sentido cuando notaba el aliento de la Singa. Fueron unos segundos de enorme emoción; el corazón se me salía por la boca, como si quisiera competir con la lengua de la galga. Finalmente, triunfó la tierra y la Singa volvió hasta nosotros con los ojos brillantes, la lengua arrastrándole por el suelo, los pies doloridos y claros deseos de disculparse por su doble fracaso. La acariciamos y volvimos al chozo, sin dos liebres y con alguna duda sobre la calidad de la perra -su hermana, la criada con leche de cabra, ya había matado más de una beata-, pero con recuerdos que para mí aún resultan imborrables.

Con el tiempo, la Singa se convirtió en una galga de bandera. Por entonces en los galgos españoles de campo había su pizca de sangre inglesa y la Singa era una perra veloz que muy pronto aprendió la lección: cuando el predador juega con la presa, burlándose de ella, es fácil que se la jueguen a él y termine burlado.

Nunca alcanzó la fama que tuvo la Coralia ni el prestigio del Mantés, galgos propiedad de mi padre que reinaron en los llanos de La Cocosa después de la Guerra Civil, cuando había una tragedia en cada familia y una liebre detrás de cada retama, pero la Singa fue una perra de categoría. La generosidad de su boca sació muchas veces la necesidad de las nuestras; la de mis padres, la mía y la de mis hermanos. Al margen de alguna perdiz o de una percha de aguanieves (avefrías), la carne que por aquellos días entraba en el chozo la llevaba ella, la Singa.
Un tractor Lanz, parecido al Lanz 60 que conducía mi padre,
tractorista por cuenta ajena. (Imagen bajada de Internet)

Pero llegó un momento en el que la caza ya no podía suplir las carencias del sueldo y mi padre dejó el Lanz 60, la hilandera John Deere, que segaba el forraje y lo amontonaba en cordones para que se pudiera empacar, se despidió de la cosechadora y salió de La Cocosa -donde había empezado a trabajar cuando solo tenía siete años, espantando las gallinas y pavos que se acercaban a la era-, para marcharse a Alemania. Además de los cuatro trastos, la Singa también vino con nosotros a Barcarrota. Ella, que había aprendido a correr en La Cocosa con la meta puesta en el horizonte, se adaptó muy bien a las paredes de piedra seca, a los riscales y a los matojos que las liebres de Barcarrota usaban como perdederos. A la Singa, no solo le gustaba correr las liebres, además, cazaba y era capaz de levantar una perdiz y de parar un conejo.

En Barcarrota se pasaba el día en la calle y, al atardecer, golpeaba la puerta de casa con el rabo para que le abriésemos y poder dormir a cubierto en el corral. Una noche no lo hizo y jamás volví a verla. Fue el primer perro que me robaron y aún me duele. 

Daría cualquier cosa por saber qué fue de la Singa, la galga que crió mi padre y a la que una tarde iniciática vi correr dos liebres en la linde de La Cocosa, al borde del pinar.




viernes, 12 de abril de 2013

El empleo imaginario


José Joaquín Rodríguez Lara


Titulados en derecho, formados en las aulas de más de veinte universidades norteamericanas, han iniciado un proceso judicial sin precedentes contra sus escuelas por no encontrar trabajo en una profesión en la que han invertido años de estudio y muchísimos dólares: casi siempre más de 100.000 billetes verdes por cabeza.

Los abogados sin trabajo se consideran estafados por los centros en los que estudiaron; acusan a sus universidades de haberles hecho estudiar y pagar pintándoles un atractivo panorama profesional que, en realidad, no existe. En el paraíso de los letrados, en el territorio del jurado y de los fiscales de pasarela, en el país que ha hecho del 'jura decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad con la ayuda de Dios' todo un género cinematográfico, en los Estados Unidos de Obama hay miles y miles de abogados que, en vez de trabajar en un bufete, terminan doblando camisas a diez dólares la hora.

Dirá usted que estas cosas solo pasan en el cine, o en los Estados Unidos de Norteamérica, que para el caso es lo mismo, pero no es cierto. Aquí, en España, ocurre cuarto y mitad de lo mismo.

Aspirantes a tener empleo como profesores se someten a una prueba
correspondiente al proceso selectivo de las oposiciones. (Imagen bajada de Internet)
Las universidades estadounidenses atraen a sus clientes, los estudiantes, convenciéndoles de que la sociedad les está esperando con los brazos abiertos para hacerles ganar mucho dinero. Que la publicidad sea una estafa, no importa; lo importante es que los jóvenes se matriculen y paguen. En España no son las universidades, es toda la sociedad, desde las abuelas hasta el presidente del Gobierno, la que pregona que labrarse un porvenir pasa, irremediablemente, por estudiar una carrera universitaria. ¿Cuál? ¡Ah!, eso debe decidirlo cada cual. Y no importa que sobren abogados o periodistas o filólogas o maestros o biólogas, las universidades españolas siguen funcionando como si hubiera una demanda brutal de estos profesionales y de otros historiadores sin empleo. No se endurecen las condiciones de acceso para seleccionar a los aspirantes más capaces, no se mejora la calidad de la enseñanza y los controles para reforzar la formación de los futuros profesionales, no se realizan campañas para atraer a los bachilleres hacia carreras como la de matemáticas, por ejemplo, en las que sí hay posibilidades de empleo.

Los estudios universitarios son caros en este país, muy caros; sobre todo para los que no estudian ni tienen hijos estudiando pero pagan la universidad a través de sus impuestos. Pues a pesar de lo mucho que cuesta hacer una carrera, nadie toma medidas para que la titulación universitaria sea un derecho que debe estar refrendado por la capacidad de estudio y por el esfuerzo personal del estudiante; tampoco se hace gran cosa para ajustar la oferta de titulaciones a las necesidades reales del país, a la demanda de profesionales. Y, por supuesto, nadie le garantiza al universitario que si se esfuerza, si estudia, si se prepara a conciencia, saldrá de la universidad con un empleo bajo el brazo. Mal que bien, las universidades preparan al estudiante y, luego, que él se preocupe de hacer masteres y oposiciones, de buscarse un puesto de becario, de barrer las calles o lo que le dejen hacer. El empleo no es responsabilidad de la universidad.

Entrega de despachos a oficiales del Ejército
pertenecientes a una promoción de la Academia Militar
de Zaragoza. (Imagen bajada de Internet)
¿Y por qué no lo es? ¿Por qué a las universidades les preocupa tanto el empleo del profesorado y tan poco el futuro laboral de los estudiantes? Se les ayuda a buscar trabajo, sí; se les ilustra sobre el ejercicio de la profesión, desde luego; se les pone en contacto con potenciales empleadores, efectivamente. ¿Se les garantiza un empleo? No. Pues a los militares, sí, y a los guardias civiles parece que también, y a los agentes de la policía, más de lo mismo. Cuando necesita la aportación de profesiones que generalmente son desempeñadas por civiles, por ejemplo de la medicina, el Ejército incluso financia la formación universitaria de alumnos que, además de la carrera militar consiguen una titulación civil, con lo que una persona puede al mismo tiempo prepararse para ser médico y militar, teniendo asegurado el trabajo como facultativo de las fuerzas armadas. ¿Por qué el Estado que, con el dinero de todos, capacita profesionalmente tanto a un oficial del Ejército como a un maestro de escuela, le garantiza un empleo para toda la vida al militar que ha terminado sus estudios y en cambio se desentiende de la contratación del profesor de Primaria? ¿Por qué el profesorado debe someterse a la ruleta rusa de las oposiciones y los guardias civiles no? ¿Por qué los alumnos de las academias militares consiguen trabajar en lo suyo y la mayoría de los universitarios terminan, si tienen suerte, en empleos que nada tienen que ver con lo que estudiaron? ¿Se debe, acaso, a que las escuelas militares y las de la Guardia Civil o de la Policía sólo admiten el número de alumnos que necesitan y los forman a conciencia para que ocupen los empleos que están vacantes, mientras que la universidad admite todo lo que le cabe, haya trabajo al final del túnel o no lo haya?

La línea que separa el derecho al estudio del espejismo del empleo es muy delgada. Sobre todo en España.




jueves, 11 de abril de 2013


El divorcio es cosa de tres, o más


José Joaquín Rodríguez Lara



El Parlamento regional acaba de aprobar, por unanimidad, una propuesta de pronunciamiento a favor del Sáhara saharaui y, como suele ocurrir cuando las tres agrupaciones políticas representadas en la cámara legislativa extremeña aprueban algo por unanimidad, se ha producido la trifulca correspondiente. Cuando discrepan sobre la cuestión que se debate, sus señorías dedican algunos minutos a explicar con argumentos el sentido de su voto, pero si están de acuerdo en lo fundamental, entonces suelen centrarse en atacar al adversario.

Pedro Escobar, portavoz de IU. (Imagen bajada de la red)
La propuesta, presentada por el grupo IU-Verdes-SIEX, fue defendida desde la tribuna de oradores por Pedro Escobar, portavoz de la agrupación, quien instó al Gobierno de España a velar por el cumplimiento de la resoluciones de la ONU sobre el Sáhara Occidental y a promover el respeto a los derechos humanos en la antigua colonia española.

Ni el Parlamento ni el Gobierno de Extremadura tienen competencias en política exterior, por lo que la propuesta es más un gesto voluntarista que una iniciativa de la que puedan esperarse resultados, pero ¿cómo no desearle que se mejore a quien sufre un mal que, además, le ha contagiado la familia que hace votos -y vota- por su mejoría?

Inés Mireya Conejero, diputada del grupo
PSOE-Regionalistas. (Foto bajada de la red). 
A Escobar le respondió la diputada socialista Inés Mireya Conejero que, tras anunciar el apoyo de su grupo a la propuesta, lanzó una larga serie de frases contra el portavoz de IU, tachándole de preocuparse por los saharauis pero no por los extremeños. A ras de suelo, eso se denomina ser candil de casa ajena, pero la diputada no usó tal expresión.

Lo qué sí hizo su señoría Inés Mireya Conejero, del grupo parlamentario PSOE-Regionalistas, fue dirigir el foco del debate hacia Escobar, dejando en penumbras a los saharauis; además, rechazó tomar la palabra en el segundo turno de intervención al que tenía derecho, echando así un poco más de sombra sobre la resolución a favor de un Sáhara saharaui que no pareció constituir su preocupación principal en aquel momento.

El portavoz de IU-Verdes-SIEX, contra el que desde el norte de Cáceres se anuncia una campaña de escrache, esa práctica de acoso político que él no quiere condenar, se confesó descolocado por la intervención de la diputada cacereña. Fatma Mohamed Salem, nueva delegada del Frente Polisario en Extremadura, ataviada con una vistosa melhfa de color amarillo, y el subdelegado saharaui, Alale El Mami, vestido a la europea, anterior delegado del Frente en la región, llevaban horas en la tribuna de invitados esperando el debate y, seguramente, también se sorprenderían por la trifulca.

Fernando Manzano, a la derecha, saludando en una visita
anterior a los representantes del Frente Polisario
en Extremadura.
El Pleno era importante, pues en él comenzó el debate del proyecto de ley sobre la renta básica, se aprobó la creación de una comisión parlamentaria de investigación sobre Caja Badajoz y de otra sobre las listas de espera en el Servicio Extremeño de Salud, entre otras cuestiones, pero el parlamentarismo extremeño tiene estas cosas y lo que iba a ser la guinda amable de la sesión terminó pareciéndose a esos procesos de divorcio en los que uno de los cónyuges, o los dos, atacan al otro pateando en el culo a los hijos de ambos. En este caso, los divorciados, huelga decirlo, son el PSOE e IU y los hijos, miles y miles de saharauis a los que Marruecos ha despojado de su país y de su futuro, con la ayuda de España, de la ONU y de otros colaboradores necesarios, dicho sea de paso.

¿El PP está al margen de este conflicto? Desde luego que no. La bancada popular en el Parlamento de Extremadura es 'la otra', la mala, la amante en este triágulo de pasión y desamor. ¡Qué difíciles son las relaciones sentimentales, pero qué difíciles!


Pase privado


José Joaquín Rodríguez Lara


Uno de los males que aquejan a la política española, y por extensión al conjunto de la sociedad, es que nuestros políticos parecen tener menos interés en tratar de solucionar los problemas de los ciudadanos que les dan sus votos, del que despliegan intentando causar problemas a aquellos otros ciudadanos que les roban votos porque son sus adversarios políticos.

La política española se ha convertido en un mitin interminable que, independientemente del ámbito en el que se ejerza, arranca la noche del recuento electoral y aún continúa en la madrugada del recuento siguiente, cuatro años después, cuando se pone en marcha una nueva legislatura.

No hay reputación que pueda aguantar semejante frenesí. Los políticos españoles han pasado, en muy poco tiempo, de ser considerados estrellas mediáticas a ser percibidos como enemigos públicos. Es injusto, por lo que conlleva de generalización, y no tiene justificación posible en una sociedad democrática, pero se lo están ganando a pulso. Y no sólo los que roban. Aunque hablan a menudo del pueblo y de sus problemas, lo cierto es que la muy noble y muy necesaria actividad política es percibida por gran parte de la ciudadanía como algo ajeno. Muchos ciudadanos consideran a los políticos un problema serio. Y cada día más; ahí están las encuestas. En la actualidad, el término político no es sinónimo de honradez ni de eficacia ni tampoco de cercanía o confianza. El ejercicio de la política no tiene buena imagen ni siquiera entre los propios políticos que, tachándolos de 'politizados', desacreditan aquellos asuntos en los que la radicalización de las posturas impide llegar a un acuerdo.

Tal vez sea una deformación profesional originada por la perniciosa y galopante profesionalización de la política, pero nuestros políticos dan la impresión de vivir en otro mundo, el suyo, en el que rigen valores e intereses muy alejados de los que imperan entre los ciudadanos. La política ha pasado a ser una actuación de políticos para políticos, como el pase privado, entre colegas, de un espectáculo. Y no debería ser así, salvo que el objetivo sea alejar definitivamente a los ciudadanos de la política, convirtiendo los asuntos públicos en un negocio todavía más privado de lo que ya es.

jueves, 4 de abril de 2013

La leyes y las personas


José Joaquín Rodríguez Lara


El intento de imputación de la infanta Cristina protagonizado por un juez de instrucción convulsiona la actualidad española.

Para muchas personas, ya era hora de que el juez que lleva el caso Nóos, llamara a declarar a la hija menor del jefe del Estado. La llama como imputada, que no como testigo ni tampoco como acusada.

Para otras, la imputación pone de manifiesto que los familiares del monarca español están desprotegidos frente a los tribunales ordinarios.

Argumentan que, aunque la Constitución establece en su artículo 56 que la persona del rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad, sus familiares, desde el heredero de la corona hasta la última persona con libre acceso a palacio, pueden ser llamados a declarar y sentados en el banquillo por cualquier juez.

El tratamiento como personas reales que conceden las leyes españolas a las reales personas contrasta con la protección exagerada que ese mismo ordenamiento jurídico otorga a los políticos y a otras autoridades patrias, que no pueden ser imputadas ni, por supuesto, procesadas sin que lo aprueben las instituciones a las que pertenecen y que, en el caso de ser juzgadas, suelen comparecer frente a magistrados de altos tribunales y no ante un juez de base en un juzgado de instrucción de provincias.

Su alteza real Cristina de Borbón y Grecia,
infanta de España.
Ciertamente es esta una asimetría chocante pero, en cualquier caso, lo que sobra y habría que corregir es la protección judicial excesiva de la que disfrutan el presidente del Gobierno, sus ministros, los presidentes del Congreso y del Senado, los diputados y senadores, los presidentes de los gobiernos autonómicos, los miembros de esos gabinetes, los parlamentarios autonómicos, los presidentes del Tribunal Constitucional, del Tribunal Supremo, de la Audiencia Nacional, los vocales del Consejo General del Poder Judicial y, seguramente, alguna irrealidad sociopolítica más con autoridad suficiente para ello. 

Su señoría José Blanco López,
diputado de España.
¿Quién ocupa un cargo deja de ser persona de carne y hueso?


¿Delinque el cargo o el ciudadano que lo desempeña?

¿A quién protegen las leyes, a la sociedad o a la autoridad?


Que sea necesario presentar un suplicatorio y obtener el beneplácito de los amigos, compañeros y colegas de un diputado para poder procesarle en la práctica coloca a esa persona fuera del imperio de la ley y al amparo del favor -o al desamparo de la animadversión- del círculo de representación en el que actúa. Y no debería ser así. Nadie tendría que estar por encima ni tampoco por debajo de la ley; ni siquiera el rey de España y su hija la infanta Cristina. Son las leyes y no las personas las que garantizan la existencia de la sociedad. Si a la infanta Cristina se le diese el mismo trato que a los parlamentarios y demás aforados nacionales y regionales, su imputación no sería posible, aunque un juez de instrucción la considere inevitable, salvo que la aprobasen los padres, hermanos, hijos, sobrinos y demás parientes de la mismísima Cristina de Borbón y Grecia. ¿Sería lógico? Pues para los políticos no solo es lógico la existencia de semejantes tribunales en familia, sino que ocurre cada día; ahí está el caso del ex ministro José Blanco, que mantiene su condición de aforado a la espera de ver lo que hace el juez y deciden sus colegas diputados. 

Cualquier delincuente celebraría que no se le pudiese juzgar sin que antes hubiesen dado su consentimiento, aprobando el suplicatorio correspondiente, los demás delincuentes. Como mal menor, el procesamiento de un aforado tendría que aprobarse no en el ámbito de actuación del justiciable, sino en una instancia jurídica superior a la que plantea la imputación o, en su caso, el procesamiento. 

La imputación de la infanta Cristina es un argumento más para reformar la Constitución. Pero no para proteger a la real familia, sino para equilibrar las protecciones y beneficiar a la sociedad. La ley es una necesidad social, no un techo que ampara a una parte de la ciudadanía mientras aplasta con su peso a la otra. Una España sin burladeros judiciales sería más democrática, más justa y seguramente más honrada que un país de sinvergüenzas embozados en sus privilegios.

lunes, 1 de abril de 2013

- Las redes sociales -Facebook, Twiiter, Tuenti, etcétera-
no garantizan la veracidad de sus contenidos
porque no son medios de información, son ámbitos
por los que circulan datos, opiniones, imágenes, música, etcétera. 

Los únicos responsables de la veracidad de esos contenidos
son sus autores y divulgadores. 


El viento tampoco es un medio de información,

 sino otro ámbito,

 y por eso a nadie se le ocurre exigirle que sea verídico

 el contenido de las octavillas que propaga. 


Nadie le pide responsabilidad a la pared
en la que se ha pegado un mensaje falso;
ni siquiera en el hipotético caso de que esa pared
hubiese sido construida expresamente
para pegar carteles con falsedades.


Pocos lugares ofrecen más información que un quiosco de prensa
y creo que nadie considera a los quioscos medios informativos
ni pide responsabilidades a los quiosqueros
cuando las informaciones de los periódicos no son verídicas.


Un medio de información es mucho más que un soporte
para acoger mensajes personales, es una estructura organizada
para difundir contenidos seleccionados y jerarquizados
por el propio medio con un objetivo,
siempre interesado, del que pueden participar o no sus usuarios.


Hay muchas diferencias entre un medio informativo y una red social. 

Una de ellas, y no la menos importante,
es que los medios informativos están obligados
a calibrar la garantía de sus fuentes y a evaluar la veracidad
de su producto antes de difundirlo, sea de pago o gratuito, 

mientras que las redes sociales,
por su condición de espacio abierto y en línea
y debido al desconocimiento y a la falta de control
sobre la procedencia de sus contenidos,
no pueden hacerlo, más allá de ciertos automatismos
o a petición de terceras personas,
lo que no debe eximir a sus promotores
de tener una responsabilidad ante la sociedad
y ante la Justicia, que puede actuar exigiendo la retirada
de contenidos considerados improcedentes,
sean verídicos o no lo sean.


- Más que un país, España parece una enfermedad. Hasta tiene berrugas.