martes, 14 de agosto de 2018


¿Qué andamio usaban los dos pintores?


José Joaquín Rodríguez Lara


Un obrero cae de un andamio y ya no almuerza, si se me permite la licencia poética, pues lo que realmente dice César Vallejo, en su poema ‘Un hombre pasa con un pan al hombro’, es: ‘Un albañil cae de un techo, muere y ya no almuerza’.


Contraviniendo el verso del grandísimo poeta peruano, no fue uno, sino que fueron dos los trabajadores que, el lunes 13 de agosto, cayeron en Badajoz; y no cayeron de un techo, sino de un andamio; y no eran albañiles, sino pintores; y no murieron, pues parece que sus lesiones son leves; y no sé si después de la caída almorzaron o no, pues eso cae, también, dentro de la esfera privada y va en gustos, en necesidades y en posibilidades.


Pero lo cierto es que dos pintores, que estaban trabajando en la fachada de una entidad financiera en el centro de la ciudad de Badajoz, cayeron el lunes de un andamio, cuando estaban a más de tres metros de altura sobre el pavimento urbano, y según el 112 Centro de Atención a Urgencias y Emergencias de Extremadura, no les pasó nada digno de incluir en sus peculiares fichas estadístico-informativas.


Tanto o más que el hecho de que salieran indemnes de la caída, me llama la atención el andamio desde el que cayeron. Si el andamio que estaban usando es el que sale en la fotografía de David Vega, videocámara y fotógrafo de 7Días, y yo aseguraría que sí lo es, se trata de una herramienta más fácil de encontrar en los desguaces y chatarrerías que en las obras y trabajos que actualmente se realizan en la calle.


Un andamio de hierro, pintado de color amarillo, a pesar de que los manchurrones de la pintura le hayan desfigurado la tez, estabilizado con tirantas que se cruzan en aspas… Un andamio que no coincide con los andamios de aluminio, más gruesos, con muchos más elementos de seguridad, homologados por la Unión Europea, que suelen verse en las obras desde hace algún tiempo.


Ignoro si los dos pintores accidentados utilizaban este andamio porque no tienen otro, porque con él nunca les había pasado nada, porque su empresa -ese ente abstracto- les ordena usarlo o porque la crisis -esa realidad empírica- les obliga a que lo usen, pero lo cierto es que los hierros retorcidos, por el golpe, del andamio del accidente constituyen una metáfora laboral y casi césarvallejiana de que hay que doblar la esquina: es necesario cambiar de andamio. Hay que ajustarse a los nuevos tiempos y a las nuevas normativas. Y ahí están los sindicatos, tan padrazos todos ellos, para aconsejar el cambio, y la Inspección de Trabajo, tan madraza, para obligar a hacerlo. El trabajo debería ser lo primero, pero la seguridad debe ir por delante. Siempre.


Bien se sabe que la seguridad, como la buena vida, es cara, muy cara, y también que, aunque la hay más barata, no es vida.



(Sexagésimo primer artículo publicado en extremadura7dias.com,
el  14 de agosto del año 2018.)




martes, 7 de agosto de 2018


Los caminos no deben ser un mero circuito para excursionistas

José Joaquín Rodríguez Lara


Las grandes crisis económicas siempre se han solucionado a ras de suelo, apoyando los pies en tierra firme y trabajando sobre lo tangible. Apostar por las estrellas, como solución a la falta de empleo, es una iniciativa novedosa, imaginativa y con altura de miras. Pero no está probada. Aún no se sabe si sacará a Extremadura del hoyo o la enterrará un poco más, y tal vez definitivamente, en el desconsuelo.


También hay otras posibilidades que no son tan novedosas, ni tan imaginativas, ni con tanta altura de miras. Ahí están las obras públicas de toda la vida. Una de ellas consiste en arreglar los caminos, que no exigen tanta inversión ni competencias como construir carreteras. Los caminos de toda la vida, los caminos rurales. Esas autopistas de herradura por las que durante siglos circularon las personas, las mercancías, el folklore, las creencias religiosas, la información, la superchería, las cartas, los ungüentos, la gastronomía, la cultura y, en definitiva, la vida.


La inmensa mayoría de los caminos rurales extremeños no sólo están hechos de polvo; además, están hechos polvo. Se abrieron y hasta se empedraron, algunos, para que circulasen por ellos las carretas y, muchos, están tan llenos de piedras caídas de las paredes y de vegetación –zarzas, escobas, chaparras, jaras, etcétera- que actualmente no pasarían ni los hatos de cabras.


Las administraciones públicas deberían arreglarlos, pero como cada una va por su lado -a pesar de que el Estatuto de Autonomía permite coordinarlas- más que arreglar caminos, los parchean, así que las reparaciones duran un santiamén.


Y arreglar los caminos, pero arreglarlos bien, de una vez, para que pasen por ellos camiones, sin que dejen de ser caminos, no sólo generaría mucho empleo de forma inmediata, sino que sería una inversión para el futuro.


Gastar unos miles de euros en un mirador de estrellas es un lujo, pues para contemplar el firmamento no hace falta un mirador. Y si, al final, los ‘clientes’ potenciales se aburren de mirar las estrellas, el mirador se queda en una instalación vacía. Con los caminos arreglados nunca pasará semejante cosa. Una vía de comunicación en buen uso siempre tendrá clientela y generará riqueza.


Los viejos caminos tiene múltiples usos y beneficios económicos: en la producción agraria, en el ocio, en el deporte reglado, en la cultura... Bastaría con empezar a recuperar las viejas y desdentadas paredes de piedra seca, extraordinarios enclaves ecológicos, que enmarcan muchos de los caminos extremeños, para mejorar el paisaje, para que no se pierda el viejo oficio de parelero, para generar empleo en el sector rural, el más expuesto a la desertización, para que esas arterias rústicas, desembarazadas de su particular colesterol, volviesen a irrigar de vida el maltrecho organismo de Extremadura, en el que la sangre se concentra en unos pocos orgánulos mientras que la mayor parte del tejido sobre el que nació esta región se necrosa, sin que al mal se le ponga remedio de una vez por todas.


Cierto es que se arreglan tramos de caminos, aquí y allá, casi siempre para convertirlos en circuitos de paseantes, pero con eso no basta. Los caminos fueron las carreteras del pasado. Y no sólo conectaban las poblaciones, como las carreteras actuales, también inteconectaban los campos. Tenían una función económica, no eran rutas senderistas como se pretende que ocurra ahora. Por ellos fluyó el progreso a uña de caballería. Si permanecen cegados, si no pueden circular los vehículos, ni siquiera las antiguas carretas, se estará estrangulando al mundo rural extremeño, convirtiéndolo en una mera pista de excursionistas.


Hay regiones en las que el alquitrán de las carreteras llega hasta la misma puerta de los caseríos. En Extremadura, hay carreteras a las que ni siquiera les llega el alquitrán.


(Sexagésimo artículo publicado en extremadura7dias.com,
el  6 de agosto del año 2018.)




viernes, 3 de agosto de 2018


Medallas con crespón

José Joaquín Rodríguez Lara


Desde estas letras envío un cordial abrazo a sor Cristina Arana, a la investigadora María Victoria Gil Álvarez, al reportero Ángel Sastre, a cada persona que integra la Federación Extremeña de Bandas de Música, a quienes componen el grupo Manantial Folk y a Gonzalo Martín Domínguez, embajador de Extremadura en la capital de Andalucía. Le enviaría otro no menos cordial ni tampoco menos entrañable al pintor Jaime de Jaraíz, pero murió hace años, así que se lo dedicó a sus descendientes y a quienes le compraron cuadros cuando el artista todavía necesitaba comer.


Enhorabuena. Deben sentir ustedes mucha satisfacción y un profundo orgullo. Se les ha otorgado la medalla de Extremadura, la segunda distinción más importante que concede la Junta. La primera es, lógicamente, un empleo. A ser posible para siempre.


Felicidades. La Junta de Extremadura, con su presidente Guillermo Fernández Vara a la cabeza, ha hecho memoria y se ha acordado de ustedes. Y tanta memoria ha hecho que hasta se ha acordado de Jaime de Jaraíz, que falleció hace casi once años, once.


Jaime de Jaraíz, pintor y músico, nació en Jaraíz de la Vera (Cáceres), en la primavera de 1934 y, como buen extremeño, falleció en Madrid, durante el verano del 2007, el día 4 de septiembre. Durante toda su vida, el artista llevó a Extremadura en sus obras, en sus ojos, en su voz y hasta en su nombre, pues en realidad se llamaba Jaime García Sánchez y lo de Jaraíz, además de nombre artístico era una seña de identidad y una declaración de principios.


Cuando Vara llegó a la administración autonómica, Jaime de Jaraíz ya era un artista de renombre; cuando Juan Carlos Rodríguez Ibarra nombró a Vara consejero de Sanidad, Jaime de Jaraíz ya era un artista consagrado; el 27 de junio del 2007, cuando Vara fue investido por vez primera presidente de la Junta, y poco después concedió sus primeras medallas, Jaime de Jaraíz todavía estaba vivo, pero seguramente aún no había reunido méritos suficientes para que la tierra a la que tanto amó le otorgase su medalla, la medalla de Extremadura.


Que once años y tres días después de la muerte del artista -el galardón se suele entregar el día 7 de septiembre-, Vara vaya a imponerle, a título póstumo, la segunda máxima distinción que concede la Junta, indica que el extremeño, como español, es tardo pero acertado; confirma que los pintores extremeños actuales todavía no han alcanzado los méritos de Jaime de Jaraíz o que, tal vez, aún no se han muerto; ratifica que la despoblación es tan atroz en Extremadura que hasta para entregar medallas hay que encaminarse a los cementerios; y recuerda que la normativa que regula la concesión de la medalla de Extremadura ha pasado, en la práctica, de sólo premiar a personas vivas a considerar también los méritos de quienes llevaban dos años muertos, más tarde, de quienes habían muerto en el último lustro y ahora, por decreto de Guillermo Fernández Vara, que es presidente y médico forense, de quienes lleven en el camposanto lo que sea menester.


Así que si, cualquier año, se le concede la medalla de Extremadura a Zurbarán, a Hernán Cortés, a Pizarro, a Hernando de Soto o, a propuesta de Podemos, a Valentín González González, más conocido como ‘El Campesino’, de Malcocinado (Badajoz), no se extrañe. Legalmente es posible.


Ya que no se le entregó en vida, me gustaría que, aunque sea a título póstumo, se le concediese al historiador, investigador, profesor y escritor Fernando Serrano Mangas, que se nos murió cuando estaba en la cumbre de su labor intelectual. Este porrinero (de Salvaleón, Badajoz) fue una autoridad mundial, pero auténticamente mundial, en la carrera de Indias, que no es una prueba pedestre, fue un buen conocedor de las artes de los carpinteros de ribera, un experto en galeones, naos y otros pecios hundidos con cuantiosos cargamentos de plata y de oro, y descubrió, para asombro de la intelectualidad capitalina, que fue el médico judío Francisco de Peñaranda quien emparedó el Lazarillo y otros libros en un doblao de Barcarrota. Además, por si no había hecho bastante por Extremadura, Fernando le regaló a la Biblioteca Regional, que es el estandarte bibliotecario de la Junta, un ejemplar de la edición príncipe del 'Romancero del Mío Cid'.


Eso y mucho más hizo Fernando Serrano Mangas, como bien saben Justo Vila y quienes le conocieron. A Fernando Serrano todavía no se le ha concedido la medalla de Extremadura, pero no hay que impacientarse. Total, sólo lleva tres años en el cementerio de Salvaleón.


(Quincuagésimo noveno artículo publicado en extremadura7dias.com,
el  2 de agosto del año 2018.)

La descabellada huida de Juana Rivas


José Joaquín Rodríguez Lara


No se deben exigir los derechos, por muy legítimos que sean por medio de vías ilegales, pues muchas de ellas conducen directamente a la cárcel.

Así lo ha puesto de manifiesto la sentencia que condena a Juana Rivas a cinco años de prisión por la sustracción de sus dos hijos, a seis años despojada de la patria potestad para criarlos y educarlos, a indemnizar a su expareja, el ciudadano italiano Francesco Arcuri, con 30.000 euros por el daño moral y material que le ha causado y al pago de todas las costas judiciales.

Es una sentencia dura. Dura para cualquier madre, para cualquier mujer y para cualquier persona que tenga un mínimo de solidaridad con Juana Rivas. Pero es una sentencia legal; es la decisión de un tribunal de Justicia; no es el comportamiento absolutamente irresponsable e ilegal de una mujer azuzada y sostenida en su descabellada huida hacia prisión por una asesora legal y portavoz, cuya conducta merece ser analizada en un juzgado, y por decenas de miles de mensajes de ánimo, en las redes sociales, tan bienintencionados como nefastos.

Juana Rivas todavía es inocente, puesto que la sentencia que la condena es recurrible ante la Audiencia Provincial de Granada y, presumiblemente, continuará siéndolo en instancias superiores. Es muy probable que, si la condena se mantiene y llega a ser firme, como último recurso se le pida al Gobierno el indulto para ella. De hecho, ya se está pidiendo.

Pero más inocente aún que la condenada es Francesco Arcuri, su expareja, denunciado y condenado a tres meses de prisión en 2009, por malos tratos, e ‘indultado’ por Juana, que se reconcilió y volvió a convivir con él. Arcuri ya pagó su culpa, aunque haya sido vuelto a denunciar por malos tratos, de nuevo por la madre de los niños, sin que haya sido procesado ni mucho menos condenado, ni en España ni tampoco en Italia, por ese motivo. Así que, al menos por ahora, Francesco Arcuri se encuentra legalmente libre de culpa.

No parece ocurrir lo mismo con Juana Rivas. Está fuera de toda duda que, en vez de elegir el camino de la legalidad para defender los que considera sus derechos, Juana Rivas no sólo atajó por trochas ilegales, incluso manifiestamente delictivas, sino que puede decirse que hasta alardeó públicamente de ello.

Quería que sus dos hijos se criasen con ella, lejos de su padre, y los sacó del hogar familiar en Italia escondiéndolos en España. Lo que ha conseguido es que la Justicia no sólo le prive de la patria potestad sobre sus hijos, durante seis años, toda una infancia, sino que además la condene a un lustro de prisión.

Y como la última denuncia por malos tratos aún no ha surtido efectos penales, todo lo que ha conseguido Juana Rivas con su epopeya personal es una notoriedad que le perjudica tanto a ella como a sus hijos. Pero nada más. Al menos por ahora.

Si en vez de mal hubiese estado bien asesorada, si en lugar de ir en contra del Estado de Derecho, y no de uno, sino de dos, el italiano y el español, sustrayendo y escondiendo a los niños, hubiese ido en todo momento y lugar con la ley en la mano, quizá seguiría sin tener al lado a sus hijos, pero al menos no estaría luchando por eludir la cárcel.

Las leyes se pueden modificar y hasta derogar, pero no conviene saltárselas a la torera y, encima, convocando a la sociedad para que aprenda cómo se hace. En ocasiones el salto de la ley no sale bien y se termina dando con los huesos en la celda. Juana Rivas acaba de dar un paso más hacia las rejas.

(Quincuagésimo octavo artículo publicado en extremadura7dias.com,
el 1 de agosto del año 2018.)