viernes, 24 de marzo de 2017


FASES.-


ADMIRACIÓN: Su seguidor.


DEVOCIÓN: Súper seguidor.


ADORACIÓN: Su perseguidor.


miércoles, 22 de marzo de 2017

- Las palabras son los glóbulos sonoros que llevan

el viento de la vida a través de las venas de la existencia.


lunes, 6 de marzo de 2017

Hay un bicho en el pastel


José Joaquín Rodríguez Lara


Soy goloso, pero no me comería un pastel en el que hubiese un bicho. Aunque fuese un bicho insignificante.


Tampoco iré a ver la película.


Porque dentro hay un bicho. Aunque sea un bicho de reparto, de poca enjundia.


No compraría pasteles en una pastelería en la que hubiese bichos. Aunque fuesen bichos pequeñitos y no estuviesen en todos los pasteles; aunque el responsable de que haya un bicho en el pastel que me apetece sea una persona y no toda la plantilla de la pastelería.


Creo que lo grave no es el tamaño o la importancia del bicho. Lo importante es la mala praxis empresarial. Lo importante es que saquen a la venta un pastel en el que se ha colado un bicho. Lo importante es que, al comprarlo y al comértelo, le quitas importancia a una actuación política que fomenta el odio.


Denigrar al bicho para salvar el pastel me parece un error. Lo importante no es salvar el pastel ni a la pastelería. Lo importante tampoco es aplastar al bicho. Lo importante es decirle con rotundidad a los reposteros, que si siguen horneando pasteles con bichos dentro se los van a comer ellos. Los bichos y los pasteles.


Y hay que decírselo con firmeza y en voz alta, porque los reposteros de este país o son sordos o están tontos o creen que los tontos y ciegos y sordos somos nosotros.

 

No sólo somos sus clientes, sus principales clientes, sus únicos clientes la mayoría de las veces, además cofinanciamos sus productos vía impuestos, a través de subvenciones. Sin olvidarnos de las inversiones que hacen las empresas de televisión, tanto públicas -dinero que es de todos-, como privadas, que viven de los ingresos publicitarios que les llegan porque nosotros nos sentamos frente al televisor. Y encima, pasamos por la taquilla de la pastelería. 


A pesar de que somos su mercado, una vez tras otra, nos venden pasteles con bichos dentro.

 

O nos desprecian o quieren envenenarnos.


sábado, 4 de marzo de 2017

El ocaso de las pilistras


José Joaquín Rodríguez Lara


No hay en el mundo maceta que haya hecho más pasillos que las pilistras. También es la que más veces lloró bailando bajo la lluvia en el aire cuadrangular de los patios.


La Real Academia Española llama aspidistra a la pilistra, pero no hay que tenérselo en cuenta. Tampoco llama maceta a la maceta, sino que usa la palabra maceta para denominar a catorce cosas distintas, a cada cual más estrafalaria. La Real Academia no sabe de pilistras ni de macetas. ¡Qué se le va a hacer!


Las pilistras nacieron para hacer guardia en el pasillo, como "civiles jamás floridos", según dice el verso de 'La tierra al fondo', mi primer libro. Tapizan con sus grandes hojas los zaguanes, flanquean de verde los recovecos de la avenida doméstica y le dan vida a la cal, al ladrillo, a la piedra y a la penumbra de los soportales interiores.


Es la suya una vida humilde, modesta, callada. La pilistra es la resignación hecha maceta. Hermana del silencio, hija de la sombra, amante del sosiego, almohada de las horas.


Nadie se adorna con una hoja de pilistra. Nadie la lleva al centro de la mesa o la utiliza para cortejar. La pilistra es un ser condenado a pasar desapercibido en la luz tamizada de su cenobio. Incluso cuando tienen la suerte de vivir en un patio, coronando de verde el surtidor de una fuente, los ojos se van a la dulzura de los geranios, a la pasión del clavel, al hipnótico aroma de la rosa, a la seducción anochecida del jazmín... ¿Quién se fija en la pilistra?


Para que la pilistra salga al aire libre de los corrales o a la ventolera de las calles, tiene que estar lloviendo o ser el día del Corpus. Entonces, a veces, sí. Cuando llueve se permite que las pilistras abandonen la férrea formación de sus puestos de guardia y se agrupen, para bailar y acicalarse las hojas, bajo los goterones que les escurren por las carnes de las corvas. A las pilistras les gusta la lluvia. Pero no tardan en volver a su cuartel, al pasillo, donde, firmes sobre sus tiestos, las pilistras rumian las horas, en pie, con la cabellera recogida por un galón que hace las veces de cintillo, esperando que, con un poco de suerte, las saquen a la calle para flanquear el paso de algún desfile procesional. Tienen entonces la ocasión de compararse con las pilistras de la vecina. Esta tiene más hojas, a esa le sobra tiesto, a aquella le han metido la tijera para eliminar las puntas secas de su verdinegra melena...


Hubo un tiempo en el que las pilistras eran las reínas de las macetas. Se comerciaba con ellas, voceando, a duro la hoja, púas aparte, como si fuesen artículos de primera necesidad. De una matrona verde y lustrosa se hacían hasta tres, partiendo con sapiencia su cepellón para incrementar las ganancias. Las pilistras iban de casa en casa, con el tiesto apoyado en la cadera de las mujeres -muchas de ellas gitanas-, mientras se pregonaban sus bondades, se contaban su hojas y se regateaba su precio.


Ese tiempo ya pasó. Lo arrastró el viento. Se fue, lo mismo que el pastoreo de los pavos para Nochebuena, y ahora no es fácil encontrar una buena pilistra, experta en procesiones, que esté en venta. A euro la hoja, púas incluidas. Las mejores siguen haciendo guardia en los zaguanes, en los pasillos y los patios interiores de las viejas casas solariegas. Pero no se venden. O se venden con la casa, como si fuesen los pilares que sostienen las bóvedas. En las floristerías hay rosas de pitiminí, abundan las orquídeas y el cyclamen, se ven hortensias, azaleas... Las pilistras son tan resistentes, duran tanto las pilistras, que debe de resultar un mal negocio ponerlas en el escaparate. Si al menos se pudieran vender con el bicho que se las come incorporado, como se hace con los geranios.


jueves, 2 de marzo de 2017


Policías ignorantes


José Joaquín Rodríguez Lara


El artículo 3.1 de la Constitución española de 1978 no deja el menor resquicio a la duda: "El castellano es la lengua española oficial del Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla."


Cuando la Constitución dice "todos los españoles" se refiere a todos los españoles. Incluidos los aspirante a ingresar en la escala básica de la Policía Nacional, pero al Ministerio del Interior debe de importarle un bledo lo que diga la Constitución sobre la obligación que tenemos "todos los españoles" de conocer "el castellano".


Sólo así se explica que el Ministerio que lidera Juan Ignacio Zoido, con raíces extremeñas, y la Dirección General de la Policía, que encabeza el pacense Germán López Iglesias, hayan anulado una prueba integrada por cien palabras castellanas sobre las que las personas aspirantes a convertirse en agentes de la Policía debían decir si estaban bien o mal escritas.


Al parecer, los examinandos consideran que esa prueba ortográfica, entre las que hay términos como 'cascabel', 'claraboya', 'biquini', 'carriño', 'cián', 'aruñar', 'yuyo', 'champurrear' y 'diunvirato', era demasiado difícil para ellos. La prensa dixit.


El Sindicato Unificado de Policía (SUP) asegura que la prueba no evaluaba "el nivel de competencia de los alumnos" e incluía términos que "jamás se utilizan en la labor policial y son de uso reservado a eruditos".

¿Nivel de competencia? ¿Puede considerarse competente a quien desconoce el idioma en el que debe comunicarse tanto verbalmente como por escrito?


¿Eruditos? ¿El artículo 3.1 de la Constitución "todos los españoles tienen el deber de conocer"... el castellano sólo obliga a los eruditos, es decir, a las personas instruidas en varias ciencias, artes y otras materias? Los policías qué son, entonces, ¿no instruidos? ¿Son ignorantes de oficio? ¿Hay que seleccionar a los futuros agentes de la Policía Nacional entre quienes no dominan el castellano? ¿Y hay que hacerlo en un país llenos de filólogos y otros titulados universitarios, de letras, que no encuentran empleo?

¿Acaso la Policía habla con una jerga propia, ajena al castellano en el que se comunica el resto de la población española? ¿A qué aspiramos, a ser cada día más cultos o a vivir en un país de zopencos?


La anulación de esta modesta prueba ortográfica, que superarían sin problemas millares de alumnos de Secundaria, sin necesidad de haber brillado en un campeonato de ortografía, me recuerda al viejo caso de la Maja Desnuda de Cáceres, protagonizado por un policía local cacereño, el cabo Píriz, que ordenó retirar del escaparate de una librería una lámina que reproducía el famoso cuadro de Goya, ya que, según el mencionado agente, causaba escándalo público.

Colgada en el Museo del Prado, la Maja desnuda (98 x 191 centímetros) es una obra de arte, pero reproducida en formato muchísimo más pequeño y colocada en el escaparate de una librería cacereña, la Maja no era una obra artística, era un escándalo inadmisible. Se ve que el cabo Píriz no era un erudito. Él sólo era un policía y sólo sabía de cosas de la Policía.


Desapareció el franquismo, casi se olvidó el caso de la Maja Desnuda de Cáceres, pero he aquí que los aspirantes a policías y sus dirigentes sindicales y los responsables de la Dirección General de la Policía y del Ministerio del Interior siguen anclados en la órbita geoestacionaria de la ignorancia preconstitucional.

Alguien que no sabe como se escribe cascabel, ni cian (sin acento) ni biquini ni otras palabras que, si están bien escritas, tienen asiento en el diccionario, no debería recibir un sueldo público al amparo de una Constitución que se pasa por el forro (sinónimo de funda) de la pistola (sinónimo).


- Estamos archivados en el calendario.


- Soy tan mayor que ya sólo conservo fósiles en la memoria.