miércoles, 25 de febrero de 2009

Penélope en la 'Costa Oeste'



José Joaquín Rodríguez Lara


CUANDO concluyó el rodaje de 'Belle epoque', en Portugal, a mediados de agosto de 1992, los actores Jorge Sanz, Gabino de Diego y otros integrantes del equipo lo celebraron en Badajoz, ciudad que habían elegido para su descanso y diversión mientras trabajaban a las órdenes de Fernando Trueba.

La noche del viernes 14 de agosto de aquel año, los actores estaban en una discoteca de la carretera de Olivenza, uno de los pocos lugares pacenses en los que se podía tomar una copa, bailar y comer algo. Uno, que por aquella época salía del trabajo cuando ya estaba en danza la madrugada, lo sabía muy bien, pero le sorprendió descubrir las facciones inconfundibles de Gabino de Diego entre los centenares de personas que estaban en la discoteca. Y más al ver que un poco más allá se encontraba Jorge Sanz, al que literalmente se estaba comiendo a mordisquitos «una chica bien mona, morena, de pelo lacio, ojos expresivos y labios tal que asiliconados», según publicó en la edición pacense de HOY (página 10, del lunes 17 de agosto de 1992) un tal Servando Rodríguez.

No hacía falta ser primo de la Patiño para saber que allí había noticia, pero los protagonistas no querían hablar y uno tampoco fue nunca perseguidor de silencios a golpe de micrófono. Gabino de Diego daba sorbos a su copa y apenas dijo nada. Jorge Sanz, sólo abría la boca para respirar y ninguno de los dos, ni sus compañeros, querían desvelar la identidad de aquella chica «hermosa y crudita», vestida de rojo, con pantalones pitillo y botines negros, que «se amarraba a Jorge Sanz como náufrago en la tormenta».

- Perdóname, pero no sé tu nombre. ¿Cómo te llamas? -le dije.
- ¿Ah!, no sabes quien soy. Pues no te preocupes que vas a oír hablar mucho de mí.

Y, sin más, la bella, que ya había hecho 'Jamón, jamón', volvió a los labios de Jorge Sanz.
Aquello podía ser una amenaza, una promesa, una ilusión óptica o una muestra de orgullo herido, pero ahora, al ver a Penélope Cruz alzando su óscar y al recordar el «vas a oír hablar mucho de mí» que me lanzó a la cara en la discoteca la 'Costa Oeste' de Badajoz, se me viene a la memoria Scarlett O'Hara poniendo a Dios por testigo de que nunca más volvería a pasar hambre.

Penélope podría ser la nueva Vivien Leigh de un viento que sigue barriendo etapas. A Jorge Sanz y a Javier Bardem habría que probarlos en el papel de Rhett Butler, porque Clark Gable tenía más trapío. Y más orejas.


miércoles, 18 de febrero de 2009

Hoy, por Marta

José Joaquín Rodríguez Lara


CADA uno en su casa y Dios en la de todos. La sentencia, asumida a rajatabla, no ocultaba los gritos, llantos y gemidos de aquella buena mujer rodeada de hijas pequeñas a la que, una noche más, el marido había encontrado en casa, al alcance de la mano. Pasada la borrachera, el hombre volvía a su ser de esposo y padre, se buscaba la vida como podía y aquí paz y después gloria.

Hoy no sería posible escuchar semejantes broncas sin avisar a la Policía, sin intentar ponerle freno a la paliza o, al menos, sin exigirle silencio al vecino, pues no son horas de armar escándalo y el que más y el que menos tiene que madrugar. Pero entonces, la violencia doméstica y las agresiones machistas se desarrollaban sin cámaras ni micrófonos, en la intimidad del cadalso familiar, con Dios y, tal vez, los hijos como únicos testigos. La mayor parte de las veces mudos.

Ya nada es igual; y no acierto a saber si habría que añadir el manido 'afortunadamente'. El machismo estaba entonces -pongamos que cuarenta años atrás- muy extendido. En casa, en la escuela, en el trabajo, en las diversiones, en el acceso a la cultura, en la legislación y en la sociedad en general. Hoy no ocurre así. Ese machismo a flor de piel, esa marginación social y sistemática del sexo femenino, se ha corregido, en gran medida.

Pero el machismo no ha desaparecido, ni siquiera como radiación de fondo. La legislación y el imperio de lo políticamente correcto lo han arrinconado, pero pervive como corriente subterránea, enquistado en abismos personales de los que en ocasiones brota con el estruendo de un géiser cobarde y sanguinolento, sin distinguir regiones, apellidos ni capacidad financiera. Seguramente no hay más ni menos machismo que entonces, pero sí se manifiesta de forma diferente y, sobre todo, se refleja de modo muy distinto en la galería de los espejos mediáticos.

Aquella buena mujer habría denunciado hoy a su agresor, o lo habrían hecho sus hijas o los vecinos. Y habría dejado de recibir golpes sazonados con hedores de bodega, pero -con móvil o sin móvil, con pulsera o sin pulsera- tampoco estaría segura. 

No sé si la violencia tiene origen genético, si se trata de un comportamiento aprendido o se debe a los venenos que ingerimos -en la comida, en la bebida y en otras sustancias-, pero empiezo a pensar que si la prevención general no funciona debería hacerse especial hincapié en los tratamientos individualizados. Hoy por Marta y mañana, por ti.

miércoles, 11 de febrero de 2009


La huelga de las puñetas


José Joaquín Rodríguez Lara


LA amenaza de huelga de los jueces está consiguiendo la unanimidad del respetable: no le gusta a nadie. Ni al público ni al Gobierno ni al Consejo General del Poder Judicial ni al secretariado de los juzgados ni a los mismos jueces convocantes. Es un conflicto condenado al éxito, pues fastidiará a todo el mundo.

No hay en el ordenamiento jurídico español ni un solo artículo que, de forma tajante e inequívoca, le reconozca a sus señorías el derecho a ponerse en huelga. Pero tampoco hay ningún precepto legal que les prohíba hacer huelga. Así que si, finalmente, guardan el mazo en la pistolera actuarán por su cuenta y riesgo y en aplicación del principio jurídico que considera autorizado lo que no está expresamente prohibido.

Será curioso ver a una de las tres patas del banquillo estatal -Legislativo, Ejecutivo y Judicial- encogiendo la extremidad para no tocar el suelo y descargando el peso del paso sobre los otros dos cofrades. Lo mismo se tambalea todo y España se da un guarrazo en esta procesión, pero al menos, por una vez, se verá que aquí sí existe la separación de poderes que predicaba Montesquieu, pues el judicial va por libre.

Sesudos analistas, anteponiendo la política al Derecho, aseguran que los jueces son poder, «poder del Estado», y que los poderes del Estado no pueden ni deben hacer huelga. Suena bien. Aunque sonaría mejor escuchar que los camioneros y los pilotos y los controladores aéreos y los recogedores de la basura y los maestros de escuela también son poder, auténtico poder del Estado, y no deben causar el desabastecimiento del comercio ni el cierre de los aeropuertos ni la acumulación de detritus en las calles ni, sobre todo, desentenderse de la jauría infantil dejándola al cuidado de sus indefensos progenitores.

Que el Legislativo hiciera huelga sería feo, pero estamos acostumbrados. Además de tener más vacaciones que nadie, a los parlamentarios no les avergüenza dejar vacíos los escaños en muchas sesiones sin que se hunda el país. Que el Ejecutivo bajara los brazos no sorprendería. Mucha gente se pregunta, ¿qué hace el Gobierno? Pero la huelga del Judicial sería terrible. Este país no resistiría que los juicios y las ejecuciones de sentencias se retrasasen ni un poquinino más. Desde luego, sus señorías sí que saben hacer la puñeta. Además de lucirlas.

miércoles, 4 de febrero de 2009


Festín de lobos


José Joaquín Rodríguez Lara


LEIRE Pajín elogió en el Ritz el verbo de Guillermo Fernández Vara. La número tres del PSOE -Zapatero, Blanco y Pajín, pues la ministra Chacón es D'Artagnan- aventura que la capacidad de convicción del «compañero Guillermo» tal vez tenga origen en su condición de médico. Lo dice alguien que se precia de conocer al líder de los socialistas extremeños y no hay motivos para dudar de que Leire esté en lo cierto, pues Vara es médico forense, y no hay forense al que le haya replicado un paciente.

Ante más de 600 comensales, en vivo y por las pantallas de retransmisión, Fernández Vara habló con el corazón en la mano. Y no por ser forense, sino porque Vara es así, o al menos lo parece. Buena persona.

Entre las volutas del señorial hotel madrileño, el presidente de la Junta pidió sinceridad, cordura, coherencia, generosidad... Y en consonancia, hizo un discurso sincero, pleno de cordura, de coherencia y, sobre todo, de generosidad. No basta con tener el corazón encerrado en un estatuto, hay que ser un desalmado para oír semejante mensaje y seguir empujando el carro hacia el precipicio, en vez de arrimar el hombro y hacerlo avanzar por el camino de un horizonte compartido.

Si las palabras de Vara las hubiese pronunciado el presidente de EE. UU., la humanidad habría entrado en una nueva era; si el discurso lo firmase Zapatero, la derecha querría analizarle la sangre, y hasta la orina. Lo ha dicho Vara, en el Ritz, en una conferencia-almuerzo-debate de Nueva Economía, y dicho queda.

A Obama le basta la palabra para convencer; Zapatero conserva el Boletín Oficial del Estado, que ya no es de papel, pero todavía no está completamente mojado; a Vara le avala la sinceridad, la coherencia, la cordura y la generosidad de presentarse voluntario para restaurar los hilvanes del centón autonómico. Tremendo empeño.

- Es como ponerle el cascabel al gato.
- Ojalá. Si fuera así habría decenas de ratones voluntarios. Es como ponerse a predicar en un festín de lobos: «Cordura hermano Ibarretxe, cordura; claridad, mucha claridad, hermana Esperanza; hermano Chaves, coherencia; generosidad, hermano Montilla, generosidad...».
- Así, como san Francisco.
- Lo de san Francisco de Asís es de aficionado, al lado de lo que plantea Vara.