jueves, 28 de febrero de 2019


Lo que el tiempo se llevó


José Joaquín Rodríguez Lara


Una de las estampas callejeras más típicas de cualquier ciudad, sea pequeña, mediana o grande, es la del pizzero.


En las pizzerías, horneando y vendiendo las pizzas, hay tantas o más chicas que chicos, pero en la calle, encargándose de repartirlas en moto por los domicilios, casi todos son varones.


Su actividad, su juventud, su modo de circular por donde sólo ellos osan circular y su indumentaria marcan un estilo en la calle y son la estampa de una época, así que casi no se repara en su existencia y parecen que han estado ahí desde el principio de los tiempos y que continuarán estando hasta el fin del mundo.


Está claro que no es así; desde luego no lo es en lo que respecta a la primera parte y difícilmente lo será en lo referente a la segunda. Mucho antes de que aparecieran los pizzeros, con toda su parafernalia para alimentar al mundo, circularon durante décadas y décadas otros profesionales de la alimentación y de la utilería alimentaria a los que el tiempo se llevó por delante y hoy sólo pueden verse en algún daguerrotipo o viejas fotografías y en los recovecos menos transitados de la memoria. Son auténticas piezas de museo etnológico.


EL DEL TOCINO


Y no es necesario remontase a quienes, hace siglos, recorrían las calles preguntando “¿a quién se lo meto, a quien se lo meto?”, anunciando con este pregón tan directo y singular, propio de la literatura picaresca española, su disposición a introducir en los pucheros domésticos durante un rato, un trozo de tocino o de hueso atado con una cuerda, para rescatarlo una vez cumplido el tiempo del alquiler, a cambio de una moneda. Con su actividad, el tocinero convertía el agua chirri en caldo.


EL DE LOS ‘TOSTAOS’


Todavía hay quién recordará a quienes iban de calle en calle cambiando garbanzos crudos de buena calidad por garbanzos ‘tostaos’ no tan buenos para el cocido. Era oír el pregón, la chiquillería salía a la calle con una vasija –un vaso o algo similar- llena de buenos garbanzos crudos y el garbancero se los cambiaba por media vasija de ‘tostaos’, una chuchería muy apreciada cuando no había chicles, ni nubes de comer, ni pastelitos con aceite de palma, ni casi nada que llevarse a la boca.


EL DE LOS HELADOS


"Heeelaaados mantecados, al rico helaaaadooo", decía su pregón. Recorría las calles durante las tardes del verano, al final de la preceptiva siesta. Fabricaba los helados él mismos -cada uno con su fórmula artesanal- y los trasportaba en la heladera, cuyo corazón era un cilindro de acero inoxidable rodeado de hielo dentro de un receptáculo de corcho, para aislar al helado del calor del aire. Entonces los helados eran casi todos iguales. Los había de un sabor, todo lo más de dos, y con una o dos bolas. Pero el heladero cargado con su tarro de corcho, tapado con una especie de cono muy brillante, y armado con una paleta para llenar de helado los cucuruchos -luego nos enteramos de que se llamaban barquillos- no era un espectáculo, era lo más parecido a una feria en la puerta de casa.


LA DE LOS MOLLETES


El tiempo también se llevó por delante a quienes recorrían las calles, incluso viajaban de un pueblo a otro, vendiendo molletes –el mejor pan para hacer tostadas que se ha inventado- “al rico molleeetiito”, decía el pregón; también podía vender jeringas, a las que casi todo el mundo llama ya churros, aunque su nombre primigenio sea tejeringo. En muchos pueblos también se vendían con el mismo sistema perrunillas, frutos de sartén –rosquillas, pestiños, carajuelos…- y otros dulces. En este empleo sí había mujeres.


EL DE LOS HUEVOS


Para la elaboración de la mayoría de estos productos se necesitaban muchos huevos y ahí entraban los recoveros que recorrían los campos comprando, vendiendo y cambiando huevos, pollos, gallos y gallinas. Solía transportar los animales en las angarillas de su burrina, colgados cabeza abajo por las patas.


El recovero era un profesional polifacético y por las docenas o las cabezas acordadas, lo mismo entregaba vino, aceite o tela que tabaco.


EL DE LA FURGONETA


Al recovero empezó a hacerle la competencia y terminó retirándolo el taxista de pueblo que, con su furgoneta –las DKW eran prodigiosas-, lo mismo llevaba clientes a la consulta del médico en la población cabecera de la comarca que, previo encargo, traía piezas de tela –un corte para un vestido-, herramientas para el campo, menaje de cocina o cualquier cosa que se le encargase.


Mientras esperaba a que sus viajeros estuviesen listos para regresar al pueblo, el taxista aprovechaba el tiempo, generalmente la mañana, para hacer los ‘encargos’.


EL TRIPERO


Y, siguiendo con las cosas de comer, con los primeros fríos bajaban del norte de Cáceres y de Salamanca los vendedores de tripa de vaca y de pimentón, para los embutidos de las matanzas. Recorrían las calles con sus mazos de tripa seca, que tenían un olor muy característico, colgados del hombro de la chambra.


La chambra fue el uniforme obligatorio de los hombres de casi toda Extremadura hasta la década de los años setenta del siglo XX. Aunque podía cambiar el color, todas las chambras eran iguales, una especie de chaqueta gris, en la mayoría de los casos, con dos grandes bolsillos, mangas holgadas, abierta sólo por delante, abotonada de arriba hasta abajo y con cuello de tirilla, lo que más tarde, con la implantación de la dictadura maoísta en China y su impacto mundial se denominó ‘cuello mao’. La chambra tenía en el cuello un botón y otro inmediatamente debajo. Este segundo era el único que se abrochaba, quedando de adorno todos los demás de la amplísima botonadura. El único botón utilizado sujetaba la prenda al cuello.


EL DE LAS PUNTILLAS


En aquellos años oscuros, la indumentaria, especialmente la masculina, era monolítica: pantalón de pana, faja negra, camisa clara, chaleco oscuro, chambra y boina.


Las mujeres se permitían algún adorno, pero también poca cosa. Todo lo más las puntillas, que coronaban con sus encajes las aperturas de los vestidos, o la ropa de la cama, y ya, lo último de lo último, las tiras bordadas.


“Puntiiiilla, tira bordáaaa”, decía el pregón del hombre que recorría las calles con una especie de armazón triangular, construido con la madera más ligera posible, en el que mostraba el género a la clientela. El hombre de las puntillas era una mercería ambulante. Medía el género con una vara -medida que se remonta al Neolítico y que está esculpida en la Plaza Chica de Zafra, en el sur de Extremadura- de unos sesenta centímetros, y lo vendía por cuartas, varas, medias varas…


EL BOTIJERO


El vendedor de piches, cántaros, pucheros, orzas y demás cacharros de arcilla usados para bebe y comer ha sido sin duda el mercader ambulante que ha hecho más kilómetros. Los botijeros de Salvatierra de los Barros (Badajoz) han llegado al fin del mundo con sus asnos, sus angarillas, su carga de cacharros y sus ganas de abrirse camino en la vida. La estampa del botijero y de su burro en plazas, mercados y playas está todavía en la retina de mucha gente. En el norte de Europa se recibía bien a los botijeros y, sobre todo, a sus burros, a los que las mujeres holandesas –está documentado- les daban caramelos al tiempo que compraban cacharros, aunque no los necesitasen, para aliviar el peso de la carga que llevaba el animal.


EL LAÑADOR Y DEMÁS MANITAS


No es una errata. Eran y son, si queda alguno, lañadores, con a; no leñadores, con e. Los lañadores recorrían los pueblos arreglando tinajas, conos y otras grandes vasijas de barro que se habían roto. Entonces no se tiraba casi nada. Los lañadores unían las piezas del tiesto quebrado con una grapas que se llaman lañas, de ahí el nombre de quienes las usan, y la vasija rota podía volverse a utilizar.


Lo mismo hacía los quinquilleros que iban por los pueblos reparando con estaño azafates, pucheros, ollas y otras piezas metálicas del menaje de cocina doméstico que se habían ‘picao’.


EL DE LA TIERRA BLANCA Y EL PARAGÜERO


No podían quedar fuera de esta relación de profesionales con los que terminaron el tiempo, el plástico, las nuevas formas de vivir y los chinos, entre otros factores, el tierrablanquero, el vendedor de cal blanca. Recorría los pueblos con su caballería –burra o mula- con el serón lleno de cal blanca que se utilizaba y se continúa utilizando para ‘embarrar’ las paredes, en Barcarrota (Badajoz), para encalarlas, para blanquearlas y para enjalbegarlas, que de todos estos modos se llama, según el pueblo, a la misma operación. Un pueblo encalado no sólo es más atractivo y parece más limpio, aunque no lo esté, sino que repele mejor las altas temperaturas del verano y es más sano, pues la cal se lleva por delante lo que le echen. Y a falta de pan..., al menos que haya higiene. Llegados los prolegómenos del verano, había alcaldes que emitían bandos obligando a encalar las fachadas de las viviendas, avisando de que no hacerlo acarreaba multa.


El viento también barrió las calles. El viento acaba hasta con los paraguas. Y como antes llovía, pues resultaba imprescindible tener un buen paraguas. Eran muy apreciados los paraguas portugueses, grandes, fuertes y pesados, pero todos terminaban rompiéndose y, como antes no se tiraba nada, se le entregaba el paraguas al paragüero que lo arreglaba en un santiamén por un precio módico.


Luego llegaron los chinos y, vendiendo paraguas de infinita menos calidad que los de siempre, consiguieron multiplicar sus roturas y, al mismo tiempo, acabaron con quienes reparaban paraguas.


A los comercios chinos también les llegará algún día la hora del cierre, pues o se acaba la cultura del usar y tirar –con precios bajos en productos de muy poca calidad que nadie pierde el tiempo en reparar- o se acabará el mundo. Lo sabe cualquiera que haya visto el mar ahogado en plástico. Más pronto que tarde, los pesqueros traerán a puerto más plástico que peces y comer pescado sin desmigar será un lujo que sólo estará al alcance de quienes sean muy pudientes.


jueves, 21 de febrero de 2019


La Manada chica, la Manada grande, la ley y la Justicia


José Joaquín Rodríguez Lara


A la leña tuerta hay que buscarle las vueltas; los profesionales de la abogacía lo saben. Por eso, no pocas veces eligen el momento más oportuno, al juez o a la juez que les parece más favorable a sus intereses, a la hora de llevar sus casos al juzgado.


¿Pero no habíamos quedado en que la ley es igual para todos? Sí, sí, y lo es. Pero una cosa es la ley y otra la Justicia, es decir, la aplicación de la ley.


Porque la ley no la aplican máquinas, la aplican personas. Y cada persona, incluidas sus señorías titulares de los tribunales de la Justicia, es un mundo. La verdad es la verdad la diga Agamenón o su porquero y los hechos son los hechos, pero la calificación de los hechos, su interpretación, la aplicación de la ley, el juicio… ¡Ay, el juicio! Acudir a la Justicia es tirar una moneda al aire. A veces hasta cae de canto. Ya lo dice la maldición: pleitos tengas y los ganes.


Es muy difícil que haya dos casos judiciales, sobre todo, penales, exactamente iguales. Y en el análisis de lo ocurrido hay que valorarlo todo, hasta desde donde soplaba el viento, si es que soplaba.


Por eso es legal, aunque extrañe, que dos casos tan parecidos como los ataques sexuales a sendas jóvenes protagonizados por ‘La Manada’ (la clásica, la de San Fermín) y por la ‘Manada de Collado Villalba’ (la de Madrid) reciban sentencias tan dispares.


Los magistrados de la Sección Segunda de la Audiencia de Navarra condenaron a los cinco integrantes de ‘La Manada’ a nueve años de prisión, cada uno, por un delito ¡continuado! de ¡¡¡abuso!!! sexual sobre ¡una joven de 18 años! durante los sanfermines (julio) del año ¡2016! Si las matemáticas no fallan, 9 por 5 son 45.


Los tres integrantes de ‘La Manada de Collado Villalba’ han sido condenados a 44 años de prisión (15 + 15 + 14) por intimidación y ¡¡¡agresión!!! sexual ¡continuada! a ¡otra joven de 18 años! en el mes de marzo del año ¡2015!


La condena de los tres de Collado Villalba es muy superior a la de los cinco de Pamplona. Seguramente hay más diferencia entre las condenas de ambos grupos que entre los daños morales y físicos y las secuelas sufridas por las dos jóvenes después de haber sido atacadas por sus respectivas manadas.


¿O es que, más allá del número, hay diferencias entre los fines y la estrategia de las dos manadas salvajes? ¿No se han comportado, a la luz de lo que ambas sentencias consideran probado, como los mismos perros de recova con distintos collares?


¿O es que los collares están en los tribunales que los han juzgado, en su manera de interpretar y aplicar las leyes? Como en sus salas, los magistrados y las magistradas tienen todo el poder y toda la autonomía e independencia que la Constitución y el resto del ordenamiento jurídico les otorgan, los tres magistrados de Pamplona vieron abuso donde las tres magistradas de Madrid han visto agresión.


Y el justiciable, la gente, que en la mayoría de los casos carece de conocimientos jurídicos, ve que conductas parecidas, por no decir idénticas en sus consecuencias, reciben sentencias dispares y sospecha que la ley no es igual para todo. Pero no es la ley, es la aplicación de la ley, es la Justicia, con sus tribunales, su Fiscalía, su abogacía, sus agentes policiales, sus testigos, sus peritos, su tiempo, su dinero y sus diferencias de criterio.


Menos mal que por encima de ellos está el Supremo. ¿Está Dios por encima de los jueces? No, no, está el Supremo, el Tribunal Supremo, con sus magistrados, sus magistradas (alguna hay) su Fiscalía y sus propios criterios con los que van limando diferencias entre tribunales a golpes de lentísima jurisprudencia.


(Centésimo primer artículo publicado en extremadura7dias.com,
el 21 de febrero del año 2019.)

lunes, 18 de febrero de 2019

El periodismo y la literatura



José Joaquín Rodríguez Lara


Claas Relotius era la estrella del periodismo alemán. Trabaja en la prestigiosa revista semanal Der Spiegel, ha recibido premios importantísimos por su labor periodística y, hasta diciembre del año 2018, sus historias eran sinónimo de éxito rotundo.

Eran, pero ya no lo son, porque a Claas Relotius se le ha ido la mano con la fantasía y le ha echado demasiada creación a sus reportajes. Tanta que ha hecho pasar por verdad lo que sólo era pura ficción, burdo engaño, mentiras y más mentiras.


De eso ha vivido Claas Relotius, de la mentira, hasta que otro periodista, en este caso sin estrella, Juan Moreno, hijo de un emigrante español, un jornalero de la información, sin empleo estable, le ha desenmascarado poniendo a la vista sus falsedades y convulsionando a Der Spiegel, al periodismo alemán y a buena parte de su clientela.

La historia de este cuentista alemán metido a estrella del periodismo me ha traído a la memoria la vieja creencia de que el periodismo y la literatura son mundos antagónicos, que no se puede ser a la vez buen literato y buen periodista y que la ficción y la realidad se repelen como el agua y el aceite.

Nunca he creído que la literatura y el periodismo sean universos irreconciliables. Ni siquiera me parecen siameses unidos por la espalda. Todo lo más, dos ramas del mismo árbol por las que corre la misma savia, la comunicación, y en las que madura el mismo fruto: la vida.

¿Acaso no hay en la noticia, el más preciado y básico de los géneros periodísticos, tanta urgencia, tanto ímpetu y tantos latidos como en la estrofa de un poema?

¿Y qué otra cosa son algunos poemas, especialmente los épicos, como 'El Cantar del mío Cid', que una noticia extendida; es decir, lo que en periodismo se denomina una información?

Para mí, la novela, el cuento y los libros de viajes son a la literatura lo que el reportaje es al periodismo. Pura tensión narrativa, con cimas y valles, con paisajes, con personajes. Hay relatos de viajes que son reportajes maravillosos. Son tantos y tan diversos los que han visto la luz desde el origen de la escritura hasta hoy mismo, que resulta imposible hacer una relación justa y mínimamente representativa de este apartado de la producción literaria. Y hay otras obras, como 'A sangre fría', de Truman Capote, en las que resulta difícil decidir sin son una novela o un reportaje.

La crónica periodística, ya sea política, la social, la deportiva... le debe mucho a la crónica histórica, a los anales. ¿Y qué fueron los cronistas de Indias sino reporteros, narradores de lo que vieron y les tocó vivir?

La entrevista, como género, no como herramienta para obtener información, es el arte dramático del periodismo. Como en el teatro, en la entrevista hay un escenario, con su decorado, que forma parte del mensaje, y hay puesta en escena y personajes -quien pregunta y quien responde- que mantienen un diálogo a veces hasta ensayado.

¿Y no es el artículo de opinión, la clásica columna, un microensayo en el que se exponen datos, se argumenta y se defiende una tesis?

El teatro y el ensayo son, posiblemente, los géneros literarios más difíciles, pues para triunfar con ellos no basta con la imaginación y la fluidez expresiva, con el buen estilo. Hay que dominar el escenario, el tiempo, los mutis... No basta con saber argumentar, es necesario saber. Ese es el argumento del ensayo, el conocimiento. Lo mismo pasa con la entrevista, resulta imprescindible saber conducirla, con templanza, con dureza, con palabras y con silencios hasta conseguir que la persona entrevistada se entregue. El objetivo final de quien firma artículos, como de quien escribe ensayos no es informar, sino convencer, lo que resulta mucho más difícil que escribir poemas, hacer poesía es otra cosa, o redactar noticias.

Así que no creo que la literatura y el periodismo estén separados por un abismo insondable. Ha habido grandes creadores que han sido, a la vez, periodistas y escritores. Ahí están las obras de Mariano José de Larra, de Ernest Hemingway, de Gabriel García Márquez, de Ryszard Kapuscinski y de tantas y tantas figuras de la comunicación que han sabido conjugar con éxito lo real y lo ficticio.

¿Y por qué no está entre ellos el periodista alemán Claas Relotius que ha llenado de literatura sus reportajes? Pues porque la estrella de la revista Der Spiegel se ha construido un prestigio de ficción, usando sin vergüenza la única faceta de la literatura a la que tiene alergia el periodismo: el embuste, la más asquerosa de las mentiras.

Para justificar lo que ha hecho, Claas Relotius asegura que lo hizo porque tenía miedo a fallar, a dejar de ser una estrella. Pero lo cierto y verdad es que, con su pretensión de continuar siendo una estrella, a sabiendas de que era una estrella falsa, se ha estrellado.

viernes, 15 de febrero de 2019


Amor y sexo en el día de San Valentín



José Joaquín Rodríguez Lara


Hasta la buena de Pepa Bueno, buena periodista, natural de Badajoz, de la cosecha del 64, pareció no comprender lo que le había ocurrido a la ministra de Justicia, Dolores Delgado, cuando, en mitad de una entrevista radiofónica en la Ser, llamó “trifálica” a la nueva derecha española.

Tal vez la entrevistada quiso decir derecha ‘trifásica’, como las instalaciones eléctricas, con un polo positivo, otro negativo y uno neutro. ¿Quién es el polo neutro en la derecha española, Casado, Rivera o Abascal?

O es posible que, en un rasgo de generosidad hacia el adversario, la ministra pretendiese decir derecha ‘tricefálica’, una derecha con tres cabezas y una sola corriente: la indignación.

Pero no, la ministra Delgado dijo derecha ‘trifálica’ metiéndose hasta el fondo en camisas (e incluso en pantalones) de once varas. Es más, tras pedirle una aclaración la entrevistadora extremeña, Dolores Delgado reafirmó su pasmosa aseveración añadiendo que había mucha testosterona en la manifestación celebrada hace unos días en la madrileña plaza de Colón.

La afirmación de ‘la ministra trifálica’ ha sido uno de los mejores regalos del día de San Valentín. Al presente que nos ha regalado a todos la ministra sólo puede superarlo la declaración de amor que ha hecho el secesionista catalán Oriol Junqueras que, ante el Tribunal Supremo que le juzga, ha dicho: “Amo a España y a los españoles”.

Entonces, ¿por qué repudia a los españoles y quiere usted divorciarse de España, señor Junqueras?, le han preguntado al catalán enamorado.

Tanto una como otra declaración corren como la pólvora por las redes sociales. No es para menos.

Gracias, señora ministra, gracias señor independentista, no saben ustedes cuánto agradecemos sus palabras el común de los mortales que carecemos de su expresivo ingenio. La política española había perdido mucho gracejo desde que se retiró Rajoy. Menos mal que están ustedes para llenar el vacío que nos dejó el presidente de los trabalenguas.


(Centésimo artículo publicado en extremadura7dias.com,
el 15 de febrero del año 2019.)

jueves, 7 de febrero de 2019


Extremadura pierde en siete años la población de Don Benito


José Joaquín Rodríguez Lara


El Consejo Económico y Social (CES) de Extremadura le ha hecho un chequeo demográfico a la región y acaba de presentar los resultados de los análisis.

La situación “no es buena”, pero “no es catastrófica” asegura el CES. Es decir, el estado demográfico de Extremadura permanece estable, dentro de la gravedad.

La doctora Mercedes Vaquera Mosquero, presidenta del CES, que ha dado a conocer los resultados del chequeo ha pretendido, sin duda, ofrecer una versión animosa sobre la situación de la enferma, pero no está muy claro que lo haya conseguido. Así, cuando asegura: “Extremadura no está teniendo desde los años 80 una pérdida de población excesiva como se difunde por algunos medios”, hay que preguntarse ¿comparándola con quién? El término excesiva no es muy científico. En realidad, excesiva, como adjetivo calificativo es completamente subjetivo, y lo que para la doctora Vaquera no es excesiva para otra persona puede serlo y mucho.

Pero lo que más asusta es la frase que la presidenta del CES utiliza para contradecir a quienes creen que la despoblación que sufre Extremadura sí es excesiva. Dice la doctora que, a pesar del envejecimiento de la población y de la bajada de la natalidad, “a diferencia de otras regiones de interior”, en Extremadura no se están “cerrando pueblos”.

No sabe usted el peso que me quita de encima, señora. Lo mismo me pasó con mi médico de familia cuando fui a verle, porque me dolía la pierna, y me dijo que no era grave que, por ahora ¡no era necesario amputármela!

Menos mal que los pueblos extremeños son tan grandes, comparados con ‘los de interior’, que ni siquiera hubo que cerrarlos en la década de los años 60 del siglo pasado, cuando la riada migratoria se llevó de Extremadura a entre 300.000 y 400.000 extremeños poco cualificados, pero con mucha necesidad de trabajar.

La presentación que hace la doctora Vaquera del chequeo del CES me genera dudas y, como la demografía es tan importante para valorar el estado de salud de una región, he optado por hacer lo que se hace en estos casos: pedir una segunda opinión médica.

Extremadura tenía 1.104.343 habitantes al terminar el año 2011 y, desde entonces, no ha dejado de perder población. En el año 2017 bajó a 1.079.920 personas, afirman el doctor Julián Mora Aliseda y Manuel González Díaz en un artículo titulado ‘Regiones que se despueblan: el caso de Extremadura 70’ que acaba de ver la luz en la revista Tiempo de Paz.

Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), Extremadura perdió 1.237 habitantes el año 2012; 4.126 el año 2013; 4.372 el año 2014; 6.635 el año 2015; 5.219 el año 2016; 7.858 durante el año 2017; y ha perdido 7.057 habitantes durante el año 2018.

Para la doctora Mercedes Vaquera Mosquero quizá no sean pérdidas excesivas pero sumándolas, un año tras otro, dan una caída demográfica de 36.504 personas. Es decir que desde el 2012 hasta el 2018, en siete años, siete, es como si Extremadura hubiese perdido la ciudad de Don Benito, capital de las Vegas Altas, entera. ¡Entera!

¿No sería catastrófico que Extremadura se quedase en siete años sin la población de Don Benito, una de las pocas ciudades existentes en la región?

La teoría del CES de que Extremadura no sufre una pérdida importante de población, sino que se está produciendo una simple redistribución entre municipios con un trasvase desde los pueblos a las ciudades no se sostiene, porque las ciudades extremeñas también están perdiendo ya población.
¿Es una catástrofe lo que está ocurriendo en Extremadura? Para la presidenta del Consejo Económico y Social no lo es pues, según ha afirmado en la presentación de los datos del chequeo, “los pueblos se vacían por irse a ciudades grandes, pero también hemos tenido la llegada de inmigrantes, o sea que los que se van por los que se vienen”.

¿Los que se van por los que se vienen, señora Mercedes Vaquera? Sospechaba yo que, además de ser obra del CES, en el chequeo demográfico de marras también había metido la mano el CIS, del nunca bien ponderado señor Tezanos, el de las encuestas electorales maravillosas, pero al leer su explicación sobre el trasvase demográfico usando la expresión “o sea que los que se van por los que se vienen” empiezo a temer que en el chequeo no sólo haya intervenido el señor Tezanos, sino también José Mota, el humorista navideño, que lo explica casi todo diciendo “las gallinas que entran por las que salen”.


(Nonagésimo noveno artículo publicado en extremadura7dias.com,
el 7 de febrero del año 2019.)

miércoles, 6 de febrero de 2019


Rosalía resucita a los muertos


José Joaquín Rodríguez Lara


Rosalía, el nuevo fenómeno musical español, es catalana; nació en San Esteban de Sasroviras, Barcelona, Wikipedia dixit, pero debe de tener sangre italiana y de la buena pues, antes de que ella irrumpiera en los escenarios, nadie superaba a los italianos en tomar un buen producto ajeno, cambiarle el envase y convertirlo en un éxito propio.


Ni siquiera los catalanes nacionalistas, empeñados en tunear en amarillo todo lo que se les ocurre, desde El Quijote hasta Hernán Cortés, pasando por Teresa de Ávila, y en hacerlo lo más burdamente posible.


Rosalía está desempolvando los discos de vinilo y lo está haciendo muy bien. Tan bien que es capaz de darle una nueva dimensión y descubrir nuevos aspectos en viejos temas que estaban olvidados o casi.


Así ha ocurrido con la canción ‘Me quedo contigo’, que en boca de Los Chunguitos -de la gran rama artística de Porrinas de Badajoz, como Azúcar Moreno, sus hermanas-, era hasta ahora, a pesar de su desgarro, un tema muy de juerga, en el que el tono del grupo y sus palmas ocultaban el mensaje de la letra, bastante menos superficial de lo que podría parecer.


Pues ahora, desde que Rosalía interpretó esta canción en la gala de los Goya, ‘Me quedo contigo’ empieza a ser considerada “una de las grandes canciones de amor de todos los tiempos”. Al menos eso se está comentando en las redes sociales.


El amor es el tema predominante en la letra de las canciones, desde las de cuna, hasta las de los santos óleos. No hay situación amorosa, por rara que parezca, que no esté fielmente recogida en la letra de alguna canción. Especialmente en las que amenizan la estancia en los bares. Hay muchísimas canciones de amor, pues prácticamente cada persona tiene la suya. Así que ‘Me quedo contigo’, de Los Chunguitos, siempre ha tenido su público. Pero que Rosalía la haya subido a la peana de los Goya, es un ‘puntazo’ que ha hecho saltar al grupo pacense como un resorte.


Seguramente sin darse cuenta y sin pretenderlo, Rosalía está convirtiéndose en la mano de nieve a la que se refirió Gustavo Adolfo Bécquer en su rima ‘El arpa olvidada’. En esa ‘mano de nieve’ que, según el poeta, arranca las notas dormidas como pájaros en las polvorientas cuerdas del arpa olvidada en un rincón oscuro. Rosalía está siendo la mano de nieve y la voz capaz de poner en pie los éxitos olvidados por los rincones.


A muchos puristas les molesta lo que hace Rosalía con el flamenco; por el contrario, a quienes siguen a la cantante catalana, les encanta todo lo que hace Rosalía; y qué decir de artistas que, como Los Chunguitos, tenían su tema ‘Me quedo contigo’ olvidado y cubierto de polvo en un rincón de la discoteca.


Rosalía no sólo canta, resucita a los muertos rescatándolos del olvido.



(Nonagésimo octavo artículo publicado en extremadura7dias.com,
el 5 de febrero del año 2019.)

sábado, 2 de febrero de 2019


Pido perdón a los padres de Laura Luelmo


José Joaquín Rodríguez Lara


Los padres de Laura Luelmo, la joven profesora violada y asesinada a manos de un extremeño, de Badajoz, residente en El Campillo (Huelva) han hecho pública una carta en la que, además de mostrar el dolor extremo que les causa la muerte de su hija, exponen también la pena adicional de que ese trauma se lo haya causado la deplorable administración del Estado.


Los padres de Laura acusan al Gobierno, al Parlamento, a la Justicia, al sistema penitenciario… al Estado, en suma, de haber propiciado el secuestro, violación y muerte de la joven, por no haber controlado a una persona tan violenta y, además, reincidente como Bernardo Montoya, asesino confeso de Laura Luelmo.


Y tienen razón los padres de Laura; tienen toda la razón del mundo. El Estado, que somos todos, ha fracasado en este y en otros muchos casos delictivos. Los políticos que legislan, los que gobiernan, los que administran las prisiones, los jueces que aplican las leyes, las fuerzas de seguridad que vigilan su cumplimiento, quienes votamos a esos políticos y con nuestros impuestos pagamos los sueldos de esos funcionarios del Estado estamos fracasando. Rotundamente. Todos somos copartícipes de la muerte de Laura, todos.


A veces se tiene la impresión de que el Estado español es proporcionalmente mucho más severo con quienes cometen faltas que con quienes perpetran delitos irreparables. Te desahucian de casa para siempre por no pagar el alquiler y te dan alojamiento, comida, atención sanitaria, ocupación, sueldo y esperanza de redención y libertad por violar y matar. Existe la prisión permanente revisable, pero ¿quién cumple totalmente su condena en la España en la que vivimos?


La cárcel es muy dura, cierto, pero la muerte lo es mucho más; la muerte es para siempre. No hay revisión posible. De la cárcel se sale, de la tumba, no.


A pesar de algo tan obvio como grave, muchísimas personas prefieren que un millar de culpables se burlen de todos eludiendo la condena de sus actos punibles, antes de que a un inocente se le condene por un delito que no cometió. Es comprensible pues, por razones difícilmente explicables, hay cierta debilidad hacia los grandes delincuentes, capaces hasta de enamorar a pesar de los barrotes. Lo malo es que, a veces, quien tiene las manos manchadas de sangre aprovecha su tiempo de libertad para volvérselas a manchar.


Es lo que ha ocurrido con Laura Luelmo y con muchas otras víctimas de personas cuya maldad, cuyo desequilibrio mental, está muy por encima de sus condenas. La cárcel enferma a muchas personas sanas, pero cura y reinserta en la sociedad a muy pocas, a casi ninguna, persona enferma.


Algunas personas que han asesinado, Bernardo Montoya entre ellas, piden a gritos que no se las deje libres porque volverán a matar. Sin embargo, el Estado no tiene en cuenta estas confesiones con propuesta de penitencia y, cuando se cumplen las pautas de conducta establecidas por el sistema penitenciario, cuando la persona presa no da problemas a sus carceleros, se analiza su caso y, si se considera oportuno, se le excarcela para que la sociedad examine en carne propia el desasosiego que acarrea cualquier proceso de reinserción, tanto propio como ajeno.


Los padres de la joven violada y asesinada en El Campillo exigen que los condenados reincidentes cumplan íntegras sus penas. Unos padres que hasta se atreven a solicitar que el Estado, a través del Gobierno, les pida perdón por la muerte de su hija. Perdón. ¿Qué menos que eso se merecen unos padres que se han quedado sin hija debido a que el Estado no funciona? ¿Qué menos, señor presidente del Gobierno, qué menos señorías, qué menos debemos hacer todos y cada uno de los habitantes de este país que pedirles perdón a los padres de Laura Luelmo?



(Nonagésimo séptimo artículo publicado en extremadura7dias.com,
el 1 de febrero del año 2019.)