viernes, 25 de junio de 2004


La impaciencia es mortal 


José Joaquín Rodríguez Lara


LA sanidad avanzó tanto durante los últimos decenios -pero tanto, tanto, tanto-, que actualmente es imposible encontrar a alguien que esté completamente sano. Todos tenemos algo. Aún no has nacido y ya te están detectando padecimientos. Incluso se opera a los fetos, convirtiendo el útero materno en un quirófano asediado por enmascarados en bata.

Tanta eficiencia sanitaria resulta en ocasiones desesperante. Hay quien va al médico acompañando a su pareja, que acaba de sufrir un 'dolío', y sale de la consulta con su propio diagnóstico de triglicéridos para toda la vida. La sanidad pública es así; no repara en gastos. Pero usted no se engañe: se vive lo mismo sabiendo que se tiene alto el colesterol que sin saberlo, aunque la ignorancia tiene mucho mejor sabor.

Para comprobar el avance imparable de la medicina basta con darse una vuelta por los hospitales del Servicio Extremeño de Salud. Cada día hay más espacio libre en las habitaciones del SES. Y no es por escasez de clientes ni por falta de vocación doliente, más bien parece achacable a una generosa diligencia ambulatoria. 

Los centros hospitalarios extremeños han ganado mucho terreno desde que los gobierna Guillermo Fernández Vara, que como médico forense sabe bien de qué acostumbra a morirse el personal. Los hospitales del consejero crecen a lo ancho y a lo largo, pero aún arrastran muebles desvencijados, desconchones transferidos por el Insalud y televisores de pago, algo que -a pesar de la comida a la carta y de las residencias para familiares- da apariencia de pensión del peine a lo que deberían ser hoteles de lujo. 

Con lo que el Seguro le cobra a los sanos para cuando necesiten un recauchutado, los enfermos podrían ser atendidos en los Meliá del Caribe, bajo los cocoteros, en lugar de pasearlos por las carreteras extremeñas para que reciban radioterapia u otros tratamientos especializados a 150 kilómetros de su pueblo. Por lo demás, el sistema público extremeño contra los dolores goza de tan buena salud que los usuarios no solo han dejado de morirse de enfermedades incurables, sino que hasta fallecen de males impropios. 

Por ejemplo, uno puede morirse de desesperación esperando que llegue una ambulancia que se encuentra lejos o atendiendo a otro tumbao a punto de quedarse en el sitio. Esto no ocurría antes. Se trata de un síndrome que, a pesar de ser muy grave, no fue advertido hasta que hubo numerosas pero insuficientes ambulancias con sirena y licencia para saltarse los semáforos. Hace años la gente se moría sin remedio por falta de médico y ahora lo hace debido a que el remedio está en otro pueblo o viene de camino. El avance es notorio. 

Ha ocurrido más de una vez y seguirá ocurriendo mientras haya gente que se eche a morir sin haber avisado antes al ambulanciero de guardia. Le sucedió a Paquirri hace años, y a un vecino de Valdepasillas, en Badajoz, hace meses y a otro de San Vicente de Alcántara en La Codosera, hace unos días. En cuanto el personal languidece le entran unas prisas que a más de un paciente le pierde la impaciencia. 

La ausencia de médico es una garantía de que la muerte será natural, pero ¿cómo olvidar la angustia de ver morir a alguien sin poder evitarlo? 


(Publicado en mi columna de opinión El Rincón)


sábado, 12 de junio de 2004

Sex ball 

José Joaquín Rodríguez Lara 


LO ha dicho el rumano Ilie Nastase en la presentación de su autobiografía y es posible que hasta sea verdad: «Me he acostado con más de 2.500 mujeres». 

Aunque huela a machismo, suene a fanfarronada y parezca el memorial cinegético de un abuelete, es una marca notable que está fuera del alcance de muchos buenos aficionados al sexo.

Ignoro si en el historial tenístico de Nastase hay más de 2.500 victorias, pero Ilie fue un campeón que durante años dominó las pistas -sobre todo las de tierra mullida-, casi con tanto aprovechamiento como las sábanas. También puede ocurrir que solo sea un buen jugador de parchís, de esos que se comen una y se cuentan veinte, aunque ojo al dato: más de 2.500 mujeres. Pura matemática: 2.500 noches y 19 días. O más.

Y eso que, según las memorias de un hombre de 58 años que acaba de casarse -el propio Nastase- ya no era un adolescente cuando debutó, pues tenía 20 añitos. Claro que fue en París y con una profesional, circunstancias que crean afición a nada que uno se empeñe. Sobre todo si encuentra un banco que le respalde.

Lo de Nastase no debe extrañar. Entre los números de los grandes deportistas aparecen cada vez con más frecuencia marcas eróticas. Pelé consiguió un millar de goles y ahora anuncia remedios contra la pitopausia. Beckham no puede librarse del marcaje al hombre desde que, siendo un niño, las hinchas descubrieron que había carne, además de calzoncillos, bajo el uniforme del Manchester. Ronaldo tiene muchas amigas y hace bien, pero está sobrevalorado; es imposible que sea tan juerguista como dicen, pues hay días que entrena y noches en las que hasta juega. Anna Kournikova, que aún no ha ganado torneo alguno, continúa siendo la mejor tenista del mundo en los concursos de miss raquetas. Y el mismísimo Flavio Briatore, jefe de Fernando Alonso, aunque salió de quintas hace décadas, vive al ritmo de la Fórmula 1 y cambia de compañera con inusitada frecuencia. Briatore es un gran amante de la biodiversidad. Hasta el padre Iñaki Sáez, abad de la Selección de todas las Españas, adoctrina a la muchachada combinando las charlas tácticas con la visita de esposas, novias y otras compañías reparadoras. Y eso que la Selección está alojada en el antiguo convento de Falperra. O precisamente por eso.

No es que el erotismo y el deporte caminen de la mano, es que comparten el vestuario tanto dentro como fuera de Salsa Rosa. Como sigan así, pronto no se sabrá si el deporte es una pasión federada, con sus mitos, sus masajes, sus reglas y sus calentamientos, o el sexo un deporte sin federación, pero con campeones, trofeos, cromos, 69 y demás estadísticas.

Es probable que Ilie Nastase tenga ya un hueco en el Recolguines de las proezas sexuales, pero acostarse con más de 2.500 mujeres se ha puesto al alcance de cualquier alevín de ídolo deportivo. Ahora el mérito reside en acostarse al menos 2.500 veces con la misma mujer, aunque no te la merezcas. Y la verdadera hazaña, la auténtica gesta camera es que, además de dormir contigo, siga hablándote a la mañana siguiente. Entró, entró. Esto sí que es un sex ball, match ball.

(Publicado en mi columna de opinión El Rincón)