jueves, 26 de junio de 2014

Quintilla para Mar Cela


Lloró tu nombre la arena

y tus labios en la sal

y la noche en tu melena,

con dedos de niña buena

te desnudó virginal.


(De mis poemas sin libreto)



- Charquitos de soledad, pasinos de sal y de arena.


viernes, 20 de junio de 2014

Quintilla para Merceditas
la del guardarropa

Si tuviese que elegir
entre tu vida y la mía
para poder existir
elegiría morir
pues sin ti me moriría.

(De mis poemas sin libreto)

jueves, 19 de junio de 2014

La Reina no es monarca


José Joaquín Rodríguez Lara

Las palabras son las herramientas del periodista y es propio de la profesionalidad el mantenerlas en perfecto uso, limpias y afiladas, para que, al utilizarlas, causen los efectos pertinentes.

Las palabras significan lo que significan y no otra cosa. Lo mal dicho mal dicho está, aunque se entienda lo que realmente se quiso decir.

Los profesionales de la información trabajamos con las palabras y lo solemos hacer con tal urgencia y en medio de tanta presión (por la falta de tiempo, de medios y de ensayos) que es casi imposible no caer en errores.

Nos preparamos para ser periodistas, estudiamos y practicamos antes de obtener la cualificación universitaria, mas ni el diploma que acredita nuestra licenciatura ni el carnet que nos identifica como periodistas incluye la virtud de la infalibilidad.

Pero una cosa es que los periodistas nos equivoquemos y que, por trabajar siempre de cara al público, nuestros errores se noten más que los cometidos por otros profesionales, y otra muy distinta es que haya que insistir en el error o que nadie le advierta a quien se confunde de que se está equivocando.

En algunas de las informaciones sobre el relevo en la Jefatura del Estado español se está utilizando la expresión 'los monarcas', refiriéndose al Rey don Felipe VI y a la Reina doña Letizia Ortiz. Y es un error. 

Por desgracia, no se trata de un error nuevo, pues ya se caía en la misma confusión al denominar 'monarcas' al Rey don Juan Carlos y a la Reina doña Sofía de Grecia, pero sí es un error reiterado que los periodistas deberíamos evitar para no inducir a la confusión a nuestra clientela: el público.

Sus majestades don Juan Carlos y don Felipe VI,
 padre e hijo, dos reyes y un sólo monarca: el Rey Felipe VI.
(Imagen publicada por cadenaser.com)
La palabra monarca viene del griego y significa literalmente un solo gobernante, pues el prefijo mon siempre significa uno: monosílabo, monótono, monólogo (un único discurso), monocorde (una sola cuerda o una sola nota), monotemático, monorquidia (no es una flor), etcétera.

Llamar 'monarcas' al rey y a su esposa la reina, o a la reina y a su esposo el rey, es erróneo porque los reyes y reinas consortes no son jefes de estado. Tras la abdicación del Rey Juan Carlos y el acceso al trono de su hijo, en España hay dos parejas reales y cuatro personas para las que se reserva el regio tratamiento de majestad, pero sólo hay un monarca, un único jefe del Estado, el Rey don Felipe VI.

Considerar monarca a la Reina doña Letizia es incorrecto, porque ella no es jefa del Estado. También es incorrecto referirse al Rey Felipe VI y a su padre Juan Carlos como 'los monarcas', pues don Juan Carlos ya no es jefe del Estado.

La expresión 'los monarcas' sólo debe ser empleada para referirse a varios reyes cuando, en ese momento, cada uno de ellos es jefe de su estado respectivo. Así, cuando el Rey Felipe VI visite Marruecos y se reúna con el soberano alauí Mohammed VI podrá afirmarse con propiedad que los monarcas se han visto y han conversado, han tomado el té o han jugado a la petanca, si es que realizan alguna de estas actividades. Pero 'los monarcas' serán ellos dos, exclusivamente, no sus respectivas esposas ni sus ascendientes o descendientes.

En un mismo trono no caben dos monarcas. La corona no es un apartamento de propiedad compartida.

jueves, 12 de junio de 2014

Ni los trastornos alimentan ni el tetrabrik engorda


José Joaquín Rodríguez Lara


La prudencia aconseja no confundir la velocidad con el tocino, pero nada advierte sobre la conveniencia de distinguir entre lo alimenticio y lo alimentario, a pesar de que uno y otro concepto suelen presentar tantas diferencias como las existentes entre el contenido y el continente.

Incluso hay empresas que no tienen claro si ofrecen bienes alimenticios o productos alimentarios. Por esas carreteras de Dios circulan vehículos, rotulados con el letrero 'productos alimentarios', que hacen dudar sobre si la sociedad propietaria de los mismos vende camiones cisterna o el caldo que la cisterna del camión lleva dentro.

Hay quien confunde a las churras con las meninas, que dicen que dijo mi admirada Belén Esteban, pero el diccionario de la Real Academia lo deja muy claro: alimenticio es lo que alimenta y alimentario, lo perteneciente o relativo a la alimentación. Es decir, que lo alimentario no alimenta o, al menos, no le alimenta al diccionario.

Más claro, el agua.
Bueno, el agua, precisamente el agua...
(Imagen publicada por
cultureandoenbarinas.wordpress.com)
Elemental, querida RAE, estamos ante un caso claro de primer curso de Barrio Sésamo. La leche es un producto alimenticio, porque alimenta, pero el tetrabrik en el que se envasa es un producto alimentario porque, aunque se utilice para envasar leche, zumos, vinos y otros alimentos, no se engorda por mucho tetrabrik que se coma; el tetrabrik no alimenta. Con la cuchara pasa lo mismo: por mucho que te la lleves a la boca, la cuchara no es un alimento, es un utensilio alimentario.

Pero no siempre es tan sencillo distinguir entre lo alimenticio y lo alimentario. El tetrabrik en el que se envasa la leche es un producto alimentario, y la tetavaca, en la que se acumula la leche antes de extraerla, ¿qué es? Pues..., si, literalmente, te comes la teta habrá que considerarla un producto alimenticio, escasamente apetitoso, pero alimento al fin. Y si te limitas a mirarla o, incluso, a mamar directamente de ella, deberíamos considerarla un producto alimentario. Natural, pero alimentario. Prácticamente lo mismo puede afirmarse de la cáscara del plátano, pero ¿qué podríamos decir del hueso de la aceituna y, sobre todo, del hueso del jamón? ¿Son productos alimenticios o alimentarios?

El producto alimentario es fácil de distinguir cuando está fuera del alimenticio. Por ejemplo, y aunque pueda resultar paradójico, la tripa del chorizo. La tripa es intestino, es decir, interior, interno, según dice el diccionario, pero en los embutidos va por fuera y actúa como faja. La tripa no es un producto alimenticio, es un producto alimentario y aunque se coma no nos alimenta. A los perros tampoco. Sobre todo si es de plástico.

Mucho más complicado es distinguir al producto alimentario cuando está dentro del producto alimenticio y, encima, es sintético. En este apartado hay que situar a la gran mayoría -por no decir a todos- de los conservantes, edulcorantes, acidulantes, emulsionantes, antioxidantes, colorantes, saborizantes, aromatizantes y todos los 'antes' que se le quiera echar al alimento, estén autorizados o no lo estén.

A estos 'antes' se les identifica por la letra E seguida de un guión y una cifra de tres dígitos, pero hay otros 'antes' que vienen de antes de que se inventase la E con numerito y que están a caballo entre lo alimenticio y lo alimentario. Por ejemplo, el azúcar, que endulza pero alimenta a la vez, aunque no tanto ni con tantos beneficios para la salud del consumidor como la miel. La sal conserva, da sabor, nutre, porque aporta minerales, y parece un producto alimentario, como el frío industrial, pero alimenta y, por lo tanto, es un producto alimenticio.

Y luego está el agua que antes era incolora, inodora e insípida y ahora tiene 'antes'. ¿Alimenta el agua? Pues, ¿qué quiere usted que le diga? Depende del envoltorio. Así, por sí misma, el agua nutre poco o nada, aunque tiene algunos minerales, pero dentro del gazpacho, con un buen arroz caldoso, en una sopa de cocido... Mire, es mejor no complicarse la vida: el agua es un alimento tan exento de valor calórico que hasta refresca. Salvo cuando se la rodea de calorías ajenas; entonces, el agua engorda. Y es un alimento tan necesario que su carencia origina trastornos irreparables.

Vivimos en un mundo en el que abundan los trastornos relacionados con la alimentación. La desnutrición, el hambre, cierran muchas bocas cada día, y la obesidad también mata diariamente a muchas personas. Son dos gravísimos problemas que exigen solución, pero ninguno de los dos son trastornos alimenticios. No son alimenticios porque no alimentan aunque se interioricen y somaticen; son trastornos alimentarios. Y no los originan los nutrientes, sino sus envoltorios y los 'antes'. La prueba está en que antes de que se extendiese el uso de los 'antes' y se generalizase el abuso de los envoltorios, casi no había trastornos alimentarios. Salvo, claro está, el hambre, que desgraciadamente es un trastorno alimentario más antiguo que las mismísimas ganas de comer.

miércoles, 11 de junio de 2014


Engañar al listero y al votante

José Joaquín Rodríguez Lara.


No me gustan las listas electorales cerradas y bloqueadas que imperan en la política española, pero a la mayoría de los españoles sí parecen satisfacerles. Le gustan tanto que no sólo se esfuerzan muy poco o nada en tratar de cambiar el sistema, sino que lo aplican incluso al votar a los aspirantes a conseguir escaño de senador, parlamentarios que se eligen mediante listas abiertas, pues se puede votar a candidatos de varios partidos, aunque lo usual es que el votante cierre la lista y la bloquee votando exclusivamente a los candidatos del mismo partido al que vota para el Congreso.

Me gustaría elegir a mis representantes políticos mediante el sistema británico, con circunscripciones unipersonales. Cada partido presenta un candidato por circunscripción, el más votado consigue el escaño y los demás se van a su casa.

Resultados electorales por distritos en Londres.
(Imagen publicada porlukeakehurst.blogspot.com)
Lo bueno del sistema británico, usado también en otros países, es que cada parlamentario le debe el escaño a su electorado y no a su partido, como ocurre en España. Por lo tanto, en lo esencial, el parlamentario británico se debe a sus votantes, no a su formación política, como en España, y se preocupa de los problemas, necesidades y aspiraciones de quienes le votan, no de los deseos del listero que le coloca en la candidatura electoral, como ocurre en España. La relación entre el representante y sus representados es mucho más personal y directa. No como ocurre en España, donde muchísimas veces votas y te botan. Si te he visto no me acuerdo.

Con el sistema británico, si el parlamentario engaña a sus votantes, no vuelve a ser elegido. En España no hay ese problema y el parlamentario puede engañar a sus votantes, si es que sabe quien le ha votado, cada vez que quiera. A quien no debe engañar es a quien le puso en la lista, pues corre el riesgo de que no le vuelva a poner.

Pero, en ocasiones, engaña a los dos. Ocurre esto cuando el parlamentario español no respeta la disciplina de voto y, desobedeciendo las consignas de su partido, hace de su capa un sayo y vota lo que quiere o, sencillamente, se ausenta o no vota o se abstiene y vota como si no votase.

En la votación de la Ley Orgánica de Abdicación del Rey Juan Carlos I se han registrado tres casos de indisciplina en las filas del PSOE. Los tres diputados socialistas díscolos han engañado a su partido, al no respetar las órdenes recibidas, y han engañado a sus votantes que creían haberle dado el voto y la representación a tres diputados del PSOE y, al menos por esta vez, esos tres parlamentarios le han hecho un corte de mangas al partido y otro al electorado, comportándose como exclusivos representantes de sí mismos.

martes, 10 de junio de 2014


Primas y primos


José Joaquín Rodríguez Lara


En España sobra caridad y falta justicia. Este es el país de los actos benéficos que, en no pocas ocasiones, benefician en primer lugar a quienes los organizan; tenemos un país firmemente convencido de que la caridad empieza por uno mismo y en el que encanta ayudar a los necesitados no aportando fondos propios, sino recaudando dinero ajeno. Por supuesto, a ninguna de estas actuaciones se les llama caridad, palabra casposa y tercermundista. No son actos de caridad, ni tampoco actuaciones benéficas, son iniciativas solidarias, que suena mucho mejor.

Elena Alfaro.
(Imagen tomada de inquietanzas.blogspot.com
en el que escribe la señora Alfaro)
Las hay en versión nacional y también para el extranjero; de todos los colores. Una de las más llamativas acaba de ser puesta en circulación por una mujer madrileña, Elena Alfaro, madre de dos crías, que reta públicamente y por escrito a los jugadores de 'La Roja' a que donen parte de las primas que recibirán por jugar el Mundial de Fútbol, con la bienintencionada finalidad de pagar los menús de los comedores infantiles y alimentar a los niños necesitados. "¿No sería precioso que donaseis parte de vuestras primas para financiar los menús de miles de niños en España?", escribe la señora Alfaro.

Es una petición que la prensa del 'Glorioso Movimiento Nacional' y la propaganda franquista enquistada en los medios no gubernamentales de la época hubiesen aplaudido con furor. Es una propuesta caritativa, típica caridad financiada con dinero ajeno, y la caridad es enemiga de la justicia. La caridad prospera allí donde escasea la justicia. Por eso España es el paraíso de la caridad.

Es injusto que haya niños tan necesitados que hasta tengan que comer de la caridad de los comedores benéficos; pero es mucho más injusto que, para solucionar esa injusticia, en vez de exigirle al Gobierno que acabe con ella se inste a los futbolistas de la selección española a que contribuyan a paliar tan dolorosa carencia donando parte de lo que ganen en el Mundial.

Quien pretenda solucionar un problema social tan importante como es la falta de recursos que tienen muchas familias para alimentar correctamente a sus hijos, no debería enarbolar la bandera de la caridad tratando de conmover a los jugadores de 'La Roja', sino desplegar la pancarta de la justicia en las narices de los gobernantes. Y si no les satisface su respuesta, presentarse a las elecciones y tratar de cambiar la realidad desde el escaño. La promotora de la iniciativa ya consiguió el compromiso del Gobierno para crear un sistema de préstamos de libros de texto en la enseñanza obligatoria. La aplaudo. Ahora ha cambiado de objetivo y, en vez de dirigirse al Gobierno, trata de comprometer a unos futbolistas que no son responsables del problema. No puedo aplaudirla esta vez.

Casillas y Xavi, dos pesos pesados de la selección
 española de fútbol.
 (Imagen publicada por marca.com)
Cierto es que en España hay millones de ciudadanos sin empleo o con sueldos muy bajos y los grandes futbolistas ganan mucho dinero. Por supuesto, que unos trabajadores como son los futbolistas que juegan con la selección española en Brasil, puedan cobrar 720.000 euros cada uno si ganan la Copa del Mundo y, encima, los reciban por hacer horas extra cuando deberían estar de vacaciones, hiere la sensibilidad de muchas personas, especialmente de las más necesitadas. Pero no es menos verdad que ese dinero no sale de las arcas públicas, no lo aporta el contribuyente español, sino que lo pone la Federación Española de Fútbol que, y esto hay que tenerlo en cuenta, además de ser la única federación española que no percibe subvenciones estatales, recibirá unos 30 millones de euros si España gana el Mundial de Brasil. Con lo que ingresaría la Federación por ganar el Mundial hay para darle 720.000 euros per cápita a 41 personas (los futbolistas son 23) y aún sobraría dinero.

Y lo más importante: tantos los futbolistas como los técnicos de la selección tendrán que pagarle a Hacienda, a la brasileña, a la española, a la británica, a la alemana..., hasta más de la mitad de esos 720.000 euros de prima; entre 370.000 y 403.200 euros. Es decir, que un dinero que no sale de las arcas públicas ingresa en esas mismas arcas para financiar gastos públicos, incluido el de los comedores escolares. Esto sí es justicia, no caridad.

Así que menos caridad y más justicia, que una cosa es hacer caridad con las primas y otra muy distinta hacer el primo con la caridad. En todo caso, si se considera necesario que los mundialistas cedan sus primas o parte de ellas para darle de comer a los niños, debemos obligarles a hacerlo subiéndoles los impuestos, no reclamándoles solidaridad, pues la solidaridad o es voluntaria o no es solidaridad.



Ni republicano, ni monárquico: realista


José Joaquín Rodríguez Lara


En el mundo hay varios tipos de monarquía y diversos modelos de república, pero una sola forma de democracia: la que permite que el pueblo participe en la marcha de los asuntos públicos a través de sus representantes, elegidos por sufragio directo, universal y secreto.

Tras cuarenta años de dictadura, España lleva casi otros cuarenta rigiéndose por un sistema democrático. La transición a la democracia podría haber desembocado en una república, pero lo hizo en una monarquía; y, precisamente, en una monarquía parlamentaria, democrática, aunque tenía más papeletas para haber sido una monarquía absolutista e, incluso, otra dictadura hija del 23-F. Que no sea una cosa ni tampoco la otra se lo debemos, en buena parte, al rey Juan Carlos I.

Naturalmente, que España sea una monarquía parlamentaria, un reino constitucional, una monarquía democrática no obliga a que todos y cada uno de sus ciudadanos sean monárquicos y defensores de la Constitución y de Las Cortes. Ni siquiera se nos obliga a ser demócratas. Uno de los valores más respetables de la democracia es que considera ciudadanos sujetos de derecho y dignos de respeto hasta a quienes se afanan en acabar con ella desde cualquier trinchera del extremismo. Y aquí hay mucho antidemócrata, tanto de izquierdas como de derechas.

En el reino de España se puede ser republicano y decírselo al Rey en la cara. Incluso se puede tener la obsesión de echar del trono al Rey y presentar enmiendas de totalidad contra la ley que autoriza la abdicación, la renuncia, la marcha del Rey, en definitiva. España y sus radicales son así, señora, ¡qué le vamos a hacer!

Resulta evidente que en este país hay muchos republicanos y, seguramente, también haya bastantes monárquicos. Lo que no hay es suficientes realistas.

Si los hubiese, si existiera en la sociedad española la masa crítica de realismo que se necesita para ser una realidad digna de llamarse país, si existiese la cordura que se precisa para mantener en funcionamiento un estado, para atender los problemas de hoy y las aspiraciones de mañana sin dejar de mirar por el rabillo del ojo a las tragedias de ayer, si España fuese un país de monárquicos y de republicanos realistas no asistiríamos al descabellado debate en el que estamos inmersos: ¿monarquía o república?

Una de las famosas escenas dibujadas por Guillermo Mordillo,
 humorista argentino de padre español.
(Imagen publicada por taringa.net)
Hay personas a las que la realidad española no les gusta y reclaman su derecho a votar la forma del Estado. Argumentan que cuando se proclamó rey de España a Juan Carlos de Borbón y Borbón ellos no habían nacido o no tenían edad para votar y exigen hacerlo ahora.

Viven en una casa que se encontraron ya hecha o, al menos, en avanzado estado de construcción y quieren derribarla para edificarla a su gusto, sin tener en cuenta que es la única vivienda que tienen y que algunos de sus ocupantes, miembros de su misma familia, quieren levantar tapias inexpugnables para construirse su propio apartamento privado en un solar que es de todos.

Pretender demoler el Estado para pasar de una monarquía democrática a una república -¿presidencialista (como la de EE UU), semipresidencialista (como Francia), parlamentaria (Italia), federal (Alemania), confederada (Suiza), bolivariana (Venezuela), comunista (Cuba), soviética (URSS), mahoísta (China), hereditaria (Corea del Norte)...?- es lo más parecido a cruzar el estrecho de Gibraltar en una patera y, en mitad de las corrientes y cuando aún no se vislumbra la costa de la tierra de promisión, empeñarse en desmontar la barca para construir con sus tablas un yate, más moderno, más cómodo, fabricado al gusto de cada uno y, sobre todo, con camarotes independientes.

Y que conste, el riesgo de naufragio sería idéntico si, durante la transición hacia la democracia, España hubiese desembarcado en un sistema republicano. El peligro no está ni en el supuesto referéndum ni, tampoco, en la presunta república; el auténtico peligro está en el oleaje y en el fondo del mar. Hay sitios en los que el agua cubre.


lunes, 9 de junio de 2014

Hay rafaeles pa to

José Joaquín Rodríguez Lara


La frase es mía. Lo proclamo sin afectación ni soberbia, pero con rotundidad, para evitar que en el futuro se perpetren falsas atribuciones. A mí se me ha ocurrido y la escribo así, como suena, sin mayúsculas ni tildes innecesarias. Hay rafaeles pa to. Ahí es na.

Porque eso de que hay gente pa tó está más visto que el TBO. Y encima no hay forma de aclararse quién lo dijo por primera vez.

El Guerra.
(Imagen bajada de
cordobapedia.wikanda.es)
¿Lo dijo el maestro Rafael Guerra Bejarano (Córdoba, 1862-1941) más conocido como 'Guerrita' o 'El Guerra', también llamado 'el segundo califa del toreo', que debutó en Madrid como 'Llaverito' y fue subalterno y alumno de 'Lagartijo'? Wikipedia dixit.

Lagartijo.
(Imagen tomada de
 elartedevivirelflamenco.com)
¿Acaso fue el maestro Rafael Molina Sánchez, 'Lagartijo', (Córdoba, 1841-1900) quien proclamó que hay gente pa tó, como firmaba en el diario El País en 1986 Margarita Bernis?

¿O, por el contrario, no fue ni aquel Rafael ni este Rafael, sino otro Rafael, Rafael Gómez Ortega (Madrid, 1882 - Sevilla, 1960), maestro apodado 'Gallito', 'El Gallo' y después 'El Divino Calvo', el torero que radiografío las entrañas de la sociedad con esas cuatro palabras: "hay gente pa tó"?

El Gallo.
(Imagen publicada por
 cultoro.com)
A 'El Gallo' se le había atribuido la autoría del ingenio el año anterior (1985) en el citado diario y, unos días más tarde, Margarita Bernis lo desmintió, sembrando con ello nuevas dudas.

¿Quién aseguró que hay gente pa tó, quién tiene razón, Wikipedia, El País, El Tendido 7 de Las Ventas del Espíritu Santo?


Rafael.
 (Autorretrato,
 Galería de los Uffizi,
 Florencia)
¿No sería el autor de la celebre sentencia otro renombrado maestro del arte, el mismísimo Raffaello Sanzio (Urbino, 1483 - Roma, 1520), también conocido como 'Rafael de Urbino' o, simplemente, como 'Rafael', al que, con justicia, se le considera uno de los tres califas del Renacimiento, junto a Leonardo da Vinci y Miguel Ángel Buonarroti?


Raphael.
(Imagen publicada por abc.es)
¿Formará parte la famosa afirmación "hay gente pa tó" de una de las primeras obras del maestro Rafael Martos Sánchez (Linares, 1943), más conocido como 'Raphael', primer califa de la canción? ¿O acaso al padre de 'El tamborilero' se le escapó esa exclamación durante el casting del nunca bien ponderado anuncio de la lotería de Navidad? "Hay gente pa tó, tó, tóoo..."

Es difícil saberlo. Lo único claro es que hay rafaeles pa to. A la vista está. 

Pero la frase de los rafaeles es mía, que conste en acta; aunque Wikipedia no me haya concedido aún la autoría de la misma.