sábado, 17 de mayo de 2008

La carta perfecta


José Joaquín Rodríguez Lara


Muy alto es el predicamento que tienen las cartas. Como mensaje apostólico para los cristianos; como género literario en sí mismo y como herramienta de altísima utilidad para hacer novelas, en libros de memoria y otras especies de escritura artística.

Las cartas fueron durante miles de años una suerte de tam-tam o un hilo de lenguaje morse entre corazones enhebrados por el correo. Con cartas se ha hecho el amor y la guerra, se han levantado grandes obras literarias y también se ha sumido a mucha gente en el mayor de los desconsuelos y en la más infame de las miserias. La carta que llegó tarde, la carta que nunca se debió escribir, la que estuvo perdida durante decenios en la cartera del cartero son cartas de vida memorable.

En torno al pretexto de una carta que nunca fue escrita organizó Gabriel García Márquez la que el genio colombiano considera la mejor de sus novelas, 'El coronel no tiene quien le escriba', una especie de anticipo de 'Cien años de soledad'.

Hay cartas que valen menos que el papel en el que están escritas y muchas otras cuyo valor económico se dispara a medida que se apolillan. Cartas que descubren la personalidad secreta de grandes personajes públicos de los que parecía que todo estaba dicho y otras que cubren con palabras la verdad hasta hacerla desaparecer.

Y además de todas esas cartas, hay cartas al director. Al director de cada periódico. Son las más difíciles de escribir, las de vuelo más arriesgado. Cartas que se envían como se compra un décimo de lotería, con la esperanza de que precisamente sea esa la que salga. Escribirle cartas al director de un periódico es todo un oficio que exige concreción en la forma, desenvoltura en el lenguaje y suficiente originalidad para encandilar al destinatario con la revolera de alguna frase. Si usted escribe cartas al director y no se publican todas, no desespere, la carta perfecta existe. Es corta, aguda, correcta y oportuna.