jueves, 29 de abril de 2010

Versos fingidos


José Joaquín Rodríguez Lara

No corren buenos tiempos para la lírica. Tampoco para la épica. La hípica, en cambio, parece renacer de sus cenizas: mientras sigue habiendo un gran déficit de infantes, cada día hay más gente ‘de a caballo’.

Curiosamente, no faltan publicaciones poéticas ni concursos de poesía. Es más, las entidades convocantes anuncian, con lógica satisfacción, que se desboca el número de originales presentados a sus respectivos certámenes y lo achacan a la galopante crisis económica, lo que viene a confirmar que, como siempre, lospobres poetas siguen siendo poetas pobres.

– «Metafísico estáis».
– «Es que no como».
Se echan en cara Babieca y Rocinante en el famoso soneto cervantino, poesía de la hípica más deslumbrante, con ambas piafantes cabalgaduras dialogando sobre la dignidad, ‘las dietas milagro’ y el amor. Más omenos como la poesía de hoy y de siempre.

¿Pero qué es la poesía? Bécquer no solo lo vio claro, sino que se adelantó a los politonos de la telefonía móvil:

«¿Qué es poesía?, dices, mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul.
¡Qué es poesía! ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía eres tú.»

El ingeniero industrial Rafael Múgica, más conocido como Gabriel Celaya, también nos dejó una frase exitosa: «La poesía es un arma cargada de futuro». Suena bien, pero no aclara lasi ncertidumbres que se presentan a la hora de poner la mesa, pues Celaya no se refería al ex ministro Alberto Oliart, poeta y, sin embargo, presidente de RTVE, a quien ya le reclaman la dimisión en el PP, uno de los partidos que le sacaron de la tierra para ponerle en órbita digital. No está claro el futuro televisivo de Oliart y sigue sin aclararse el de la poesía.

Lo último en asunto de versos es la poesía cibernética. Hay gente empeñada en que los ordenadores hagan poemas de amor y, además, amenazan a los concejales de Cultura. «El díamenos pensado, un ordenador ganará un concurso de poesía». Tiemblan los jurados.
¿Imposible? ¿Por qué? Los ordenadores conducen naves espaciales, se pasean por la piel de Marte, fotografían el universo pilotan aviones y barcos, levantan mapas, gestionan granjas y cultivos, juegan al ajedrez, controlan nuestros ingresos, nuestros impuestos, nuestros votos, nuestra salud y nuestros impulsos vitales.Hacen más que cualquier persona, y más rápidamente, ¿por qué no van a poder escribir versos de amor? ¿Por que nunca se enamorarán? «El poeta es un fingidor», dijo Fernando Pessoa, un poeta sin ordenador.

sábado, 24 de abril de 2010

No son de aquí


José Joaquín Rodríguez Lara


España no es un país. Seguramente no lo ha sido nunca, pues hasta en las cavernas de Atapuerca hay señales evidentes de cainismo; y no son de ayer, sino de hace más de un millón de años. Tampoco es que ahora haya 17 españas, más un par de españitas amuralladas en el norte de África. La tela no da para tanta casaca. Pero por lo menos hay dos; las dos españas de siempre. La España seca y la España húmeda, la micófila y la micófoba, la de Góngora y la de Quevedo, la de Goya y la de Velázquez, la de Joselito y la de Belmonte, la roja y la fascista, la de Lorenzo y la de Pedrosa, la de Alonso y la de Hamilton, la de la Esteban y la de la Campanario, la de José Luis y la de Mariano, la del Barça y la del Madrid, la merengue y la colchonera, la de ciencias y la de letras, la del Badajoz y la del Mérida, la que dicen del pueblo de Cáceres y la de la ciudad de Plasencia. Españas ajenas que se pueden saludar y hasta abrazarse, pero difícilmente se tragarán, pues en el ring hispano, la vida -especialmente la política y el fútbol- tan sólo es la continuación de la guerra por otros medios. El día que se vote con esperanza y no con resentimiento, o que, como pasa en Estados Unidos, se pueda ir a los partidos sin temor a la agresión -cosa que no suele ocurrir en las corridas de toros, en las que se reserva la ferocidad y la sangre para el altar del albero- habrá que pensar que estamos malos o que nos pasa algo. Porque este país nació estereofónico, con Isabel y Fernando gobernando desde la misma cama, y estereofónico sigue. No hay más que verlo.

Un país de siameses, divididos por la raya infranqueable que separa al sol de la sombra y unidos por las fauces, por la bilis, por la envidia, por el rencor y la ceguera. Esa es la España de ayer y la de hoy. O, al menos, esa es la que parece ser. Creíamos que la transición política la había desactivado, pero ha bastado con regar un poco de ira sobre la tierra patria para que rebrote la patata hedionda de las trincheras. «Españolito que vienes / al mundo, te guarde Dios, / una de las dos Españas / ha de helarte el corazón», dejó dicho don Antonio Machado, congelado por partida doble.

Una de esas dos españas se afana estos días en sentar al magistrado Baltasar Garzón en el banquillo de los imputados, mientras la otra condena al sistema judicial sin apelación posible. Jueces, fiscales, abogados, víctimas, actores, verdugos... Aún no comenzó la vista oral y ya hay muchos fanáticos que han perdido el juicio. Entre juzgar a un juez y poner en tela de juicio a todo el sistema judicial, pudiera parecer que no hay color, pero hay todo un arco iris. Al menos una cosa está clara: las costas de este proceso las vamos a pagar todos.

Y ¿cómo es posible, entonces, que en esta marmita en permanentemente ajuste de cuentas puedan surgir, en ocasiones, personas como Juan Antonio Samaranch, un español universal que siempre ejerció de muy catalán, despedido como un demócrata que gobernó en la dictadura, la estrella olímpica que surgió del hockey sobre patines, un deporte no olímpico y minoritario, un ex presidente con más poder que la inmensa mayoría de los presidentes, reyes y emperadores? ¿Cómo?

O Guillermo Fernández Vara, santo varón en un partido alérgico a la religión católica, al que acabamos de ver cargando con las andas de la Virgen de la Montaña, patrona de Cáceres y alcaldesa honorífica de una ciudad que cada primavera pone en sus benditas manos el bastón de mando de la Alcaldía cacereña. Todo un documento para los anales: la Virgen con la vara y él, Vara, con la Virgen. El presidente Vara sabe cuánto hay de fe en su gesto y el Vara creyente, cuánto hay de política.

Vara y Samaranch no valen para españoles, y si lo son, no han nacido aquí, y si aquí nacieron, sería en tierra de nadie, justo en el medio de la raya que separa a España de España.


sábado, 10 de abril de 2010


Partida entre partidos

José Joaquín Rodríguez Lara


Amenazar con la dimisión es algo tan inusual es este país como llegar a dimitir realmente. Sólo se puede amenazar desde la confianza en la propia superioridad, pues lo contrario resulta risible, como el gesto del recluta que, tras ser arrestado por una falta, exclama: 'Pues, mi sargento, ahora no como'. Guillermo Fernández Vara, presidente de la Junta, amenaza al Gobierno de Zapatero y a su propio partido, el PSOE, con dimitir si el Ministerio de Industria decide instalar en Extremadura el almacén central para los residuos nucleares. En este caso, además de una superioridad indudable, Fernández Vara debe de tener muchísima confianza en sus fuerzas; propias y de coalición.

Aunque Extremadura siga contando poco en el desconcierto de las comunidades autónomas, no está el PSOE para bollos y dimisiones a trece meses de las elecciones autonómicas y municipales. Ni el PSOE ni el propio Zapatero. Vara cuenta con el apoyo expreso de Ibarra, que es tanto como decir del PSOE extremeño; y Rodríguez Ibarra, además de seguir dando titulares, «la mierda para quien la trabaja», ha dicho, ya sabe lo que es oponerse a un gran proyecto nuclear -el de Valdecaballeros, mucho más astifino y cornalón que el famoso 'almacén temporal centralizado' (ATC)- y ganar la partida. El actual presidente tiene, además, el respaldo de buena parte, por no decir de la mayoría, de la población extremeña y a todo ello se le suma la 'complicidad' del líder del PP extremeño, al que no sólo le parece bien la amenaza de Vara, sino que secunda el 'arrastro' presidencial asegurando que si Vara dimite él también lo hará. Jamás se había visto cosa igual: un socialista y un popular dispuestos a irse cogidos de la mano.

Pero aunque se le sume a todo esto la superioridad ética añadida de que Extremadura no debería convertirse en la región más perjudicada y menos beneficiada por la energía nuclear, lo que a todas luces sería una injusticia prácticamente eterna, a pesar del carácter 'temporal' del almacén, lo más probable es que las dimisiones no lleguen al río. Y no porque Guillermo Fernández Vara y José Antonio Monago carezcan de redaños políticos para hacer la maleta, sino debido a que lo previsible es que no sea necesario que la hagan.

Hay factores de peso que juegan en contra de la candidatura de Albalá a los millones del 'almacén temporal centralizado'. No hay consenso, ni en la localidad ni en la comarca ni en la provincia ni tampoco en la región, sobre las bondades de la pretensión municipal, y el acuerdo corporativo urgente que puso en marcha la candidatura del municipio cacereño no sólo está recurrido en los tribunales, por el PP, sino que parece presentar algún que otro indicio de manifiesta ilegalidad.

En cualquier caso, si finalmente, por decisión judicial o antojo gubernamental, tuviésemos que 'comernos' los residuos nucleares, para beneplácito de la alcaldesa de Albalá y de quienes la apoyan en este asunto, perderíamos un presidente y a un aspirante a serlo, pero no ganaríamos un nuevo paisaje político. Todo lo contrario, el sacrificio de ambos 'mártires' reforzaría las posiciones locales del PSOE y del PP y, a lo sumo, debilitaría las de Zapatero. Extremadura no abre las puertas de la Moncloa, pero las puede cerrar y, como Fernández Vara no se caracteriza por sembrar el desasosiego allí por donde pasa, cabe pensar que en esta mano lleva buenas cartas. Tal vez una escalera, que sería de color si el PP fuese rojo.