lunes, 20 de mayo de 2019

Cartas entre Juancho y la duquesa


José Joaquín Rodríguez Lara


Cáceres, 20 de mayo y nublado.


Admirada duquesa de Aveiro:


Señora, disculpe la osadía de pretender enjugar en su pecho el pesar que me causa la pérdida de nuestro común amigo don Juan José Viola Cardoso.


Tan pronto como hemos dejado a Juancho en el cacereño camposanto de Sierra de Fuentes, al cuidado de su madre, que le esperaba desde hacía años, mis ojos se han elevado al cielo. La buscaban precisamente a usted. Pero un toldo de nubes deshilachadas arropaba los llanos de Cáceres durante esta mañana de estufa fría y no la he encontrado.


Al no haberla visto ni en la iglesia de San Mateo ni tampoco en el cementerio sierrafuenteño, he buscado su sereno rostro en mi memoria. Y no sólo como remedio para el desconsuelo. También como humilde homenaje al amigo y al caballero que se nos va.


Bien sé, señora duquesa, que a usted le duele tanto o más que a mí la marcha de Juancho. Y tiene usted fundadas razones para ello. A fin de cuentas, es usted, señora duquesa de Aveiro, letra de la letra y carne de la carne de nuestro común amigo.


En el funeral de Juancho he visto, y hasta he saludado, a más de un personaje. Usted no estaba entre ellos porque usted, admirada duquesa, no es un personaje, usted es una persona.


Lo descubrí mientras editaba las cartas que, una semana tras otra, le enviaba Juancho. Aquella tarea laboral fue muy enriquecedora para mí. A través de las 'Cartas a la Duquesa de Aveiro' la encontré a usted y logré conocer profundamente a nuestro amigo Juancho.


Con qué facilidad enlazaba el refinamiento y la elegancia de los salones con la autenticidad y la rústica galanura de la gente del campo. Juancho hizo de la amistad un templo y de la conversación una religión. Frecuentó a nobles y a plebeyos, a vaqueros y a banqueros, y con todos supo tener el trato adecuado en cada situación. Fue un hombre tan risueño en la amistad como serio en los compromisos.


Y le gustaban los teckels, como a mí. Cuando Sali (en realidad se llamaba Salima), mi segunda téckel, salió en celo, la llevamos a Cáceres para cruzarla con el téckel del consul de Portugal, cargo y sobrenombre que ha acompañado a Juacho hasta el nicho de Sierra de Fuentes. Así conocí a nuestro amigo: emparejando teckels.


Después, todo fue muy sencillo: hablábamos, nos reuníamos para comer, nos pasábamos textos literarios... Me pidió un téckel y se lo di; él me regaló un burro entero que lleva años oteando el Norte desde el alto mirador de Los Cañuelos, a los pies del castillo de Salvatierra de los Barros. Se llama Roberto, pero le llamamos Bertín porque Roberto nos parece inapropiado para un ser tan noble y cariñoso.


Muchas veces conversé con Juancho sobre usted, admirable señora. Tenía él un cierto pudor al hablar de la Duquesa de Aveiro, de como se le había aparecido en el campo, en la espesura del ramaje, allí donde la intimidad de la naturaleza se hace pasión y misterio. Él la apreciaba mucho, señora, y yo me impregné de ese afecto sin haberla visto más que a través de los visillos de 'Cartas a la Duquesa de Aveiro'.


Me gustaría haberla conocido personalmente, palpar la dulzura de su voz, aspirar el perfume de sus cabellos, oírla cabalgar por las cañadas... Cualquier cosa que me convenciese de que es usted un sueño, encantador, pero sólo un sueño, imaginación de la imaginación de Juan José Viola Cardoso, conversador, cazador, escritor, cónsul de Portugal en Cáceres, brote de la tierra trasplantado a los salones, amigo, creador de mitos, experto en lobos, en veredas y en pastores, enamorado del pinar de Jola, la joya de la corona, hombre cabal, siempre fronterizo, haciendo camino entre España y Portugal, un hidalgo de ley entre la nobleza y el surco.


Creo que así era Juancho e imagino que, al otro lado de los celajes, así será usted, admirada señora.


Si cuando cabalgue por los campos vuelve usted a encontrarse con Juancho, dígale, por favor, que sigo a su disposición para editar cuantas cartas le escriba. Siempre será un honor hacer de cartero entre el amigo Juancho Viola y la admirable Duquesa de Aveiro.




domingo, 19 de mayo de 2019

Vara, el hombre de estado y el estado de Extremadura


José Joaquín Rodríguez Lara


Muerto el burro, la cebá(da) al rabo, dicho que explica la acendrada actitud hispana de restringir los honores y reconocimientos hasta el fallecimiento de la persona destinataria de los mismos, para que no pueda disfrutarlos en vida.

Es lo que están haciendo Pedro Sánchez, Guillermo Fernandez Vara y el Partido Socialista en general con Alfredo Pérez Rubalcaba, que en los últimos años de su vida fue tratado por los dirigentes socialistas poco menos que como un apestado -tanto él como la mayoría de sus colaboradores fueron excluidos de los salones políticos de Pedro Sánchez- y tras su muerte está siendo glorificado como el gran hombre de estado de este país, una suerte de Winston Churchill de secano.

No niego que le prestase servicios al Estado, pero Rubalcaba ha sido el típico español que ha hecho de la política un oficio viviendo durante décadas y décadas de cargos y más cargos.

El hecho de que no llegase a ser presidente no le exime de responsabilidad, pues estuvo en el puente de mando cuando el PSOE cayó en desvaríos tan poco 'estatales' como alentar el independentismo catalán a través del presidente José Luis Rodríguez Zapatero; o tan poco 'obreros' como despojar a los trabajadores españoles de derechos que les había concedido el dictador Francisco Franco Bahamonde, bajando, por ejemplo, las indemnizaciones por despido de 45 días a 20. Y ¿para qué vamos a hablar de la lucha contra el terrorismo, en general, y el de ETA en particular?

¡A los muertos, tierra!, se dice. Póngale usted a esa tierra el color y la textura que mejor le cuadre. Pero cuando, en vez de darles sepultura, a los muertos se les usa para sentarse en sus rodillas utilizándolos como si fuesen cadáveres disfrazados de Papa Noel con el fin de dar mítines en las salas de las instituciones, es difícil que el espectáculo pase desapercibido.

Asegura Guillermo Fernández Vara que Rubalcaba fue un gran amigo suyo, que hablaban todas las semanas, que se veían a menudo y que tenían previsto cerrar juntos la campaña electoral en Olivenza, como acostumbra a hacer el mascarón de proa de los socialistas extremeños.

No me sorprende esa amistad ni me extrañan esas relaciones ni tampoco ese dueto en el final de campaña. Lo que me asombra es que, habiendo tenido el presidente Vara un amigo con la clarividencia política de un hombre de estado, como se dice que fue Rubalcaba, y con el enorme poder y la influencia sobre el propio Estado de un hombre que saltaba de cargo a cargo y seguía en el Gobierno porque para eso era Rubalcaba, Extremadura esté como está, a la cola de las estadísticas buenas y en cabeza de la malas.

¿Agarrarse al sillón para que ni el paro ni la emigración te echen del cargo es lo único que Rubalcaba, ese hombre de estado, le ha enseñado a Vara? ¿En qué gloriosa estadística extremeña han quedado reflejadas esas conversaciones, esas reuniones y esas visitas de Rubalcaba?

¿O es que Vara, pudiente por su casa, cree que no hay pobreza en Extremadura? La hay, ¡vaya si la hay! Hay muchísimas necesidades en la región que gobierna Vara. 

En el croquis de España, Extremadura es como el segmento de cola de un cohete espacial: proporciona el combustible, aporta empuje y aunque da la impresión de que despega y sube, en realidad muy pronto se separa del resto de la nave patria y, cumplida su misión de aportar votos, mano de obra y oxígeno limpio, se desengancha y en vez de subir cae, estando cada día más lejos del resto del cohete.

Y si me asombra que Extremadura esté cada vez más alejada del módulo de mando, a pesar de que Vara ha tenido un amigo como Rubalcaba, me aterra lo que puede ocurrirle a esta región ahora que, desgraciadamente, el fallecido ya no puede cerrar la campaña electoral en Olivenza.

Después de muerto, al Cid Campeador lo subieron a Babieca, su caballo, para que ganase una ultima batalla. Con Rubalcaba no ha ocurrido lo mismo. En este caso da la impresión de que es Babieca quien se ha encaramado sobre el difunto para blandir la Tizona en la batalla electoral.

Pobre Extremadura, tan lejos de la justicia y del socialismo y tan cerca de la caridad y de la ONG que preside don Guillermo Fernández Vara.


lunes, 6 de mayo de 2019

Susurro de los silencios


José Joaquín Rodríguez Lara


Cuchillos de felicidad,
cristales afilados por la urgencia,
abren surcos en mis ojos
para sembrarlos de ti,
semilla de los instantes,
susurro de los silencios. 


(De mi poemario 'Poemas sin libreto')