viernes, 9 de abril de 1999

La corona de los 6.000

José Joaquín Rodríguez Lara


El Badajoz Caja Rural ya es campeón de la LEB. Ha ganado la liga regular, que es como ser campeón de la nada, ya que aquí lo único que vale es ganar la liga buena, la del ascenso, y esa está aún al alcance de doce equipos.

Resulta desalentador que al Círculo, que se ha llevado de calle la competición liguera, no le sirva -o al menos le valga para muy poco- todo lo mucho y bueno que ha hecho hasta ahora y tenga que pelearse por el ascenso con rivales a los que tiene muy por debajo en la clasificación. Pero así es la LEB. El último de los clasificados para la fase eliminatoria, el antepenúltimo de la fase regular que ahora expira, no sólo puede conseguir el ascenso, sino hasta proclamarse auténtico campeón de la liga. No sería la primera vez. Se repetiría esa imagen tan familiar del ciclista que, después de ir por delante toda la etapa, es cazado a pocos metros de la meta. O la del torero que se juega la vida en una faena formidable y pierde los trofeos por fallar con la espada.

En el camino hacia el ascenso a la ACB, o a cualquier otra división, no debería existir más obstáculo que la competición liguera. La llamada fase regular que, por sí misma, suele ser bastante dura. Las liguillas de final de curso, como las del fútbol, y las eliminatorias, como las del baloncesto, constituyen salvavidas para los menos aplicados y un sistema que penaliza -aunque sólo sea con un esfuerzo extra- precisamente a quienes han hecho bien los deberes desde el principio.

Lo realizado por el Círculo hasta ahora tiene un mérito enorme. Es casi un milagro. Pero en esta tarta pesa más la guinda que el bizcocho. A este equipo, que surgió de las cenizas del baloncesto pacense hace muy pocos meses, le queda por delante todo un mundo. Los circulistas deberán apretar los dientes y echar el resto porque, pase lo que pase, el título honorífico que han conseguido es humo de pajas. Si el equipo asciende a la ACB, pocos se acordarán de este campeonato regular, y si no asciende, muchos querrán olvidarlo para no echar más sal en la herida de la desilusión.

Sólo hay un trofeo que nadie le podrá quitar ya al Badajoz: su afición. Ese Círculo campeón, que no está en la pista, sino en las gradas, esa corona de 6.000 aficionados que rodea al equipo en cada partido, se la ha ganado el Badajoz a pulso y no tiene precio.


En las rondas eliminatorias, el Círculo de los que no juegan va a ser tan decisivo como el de los jugadores. No meterá canastas, pero puede llevar a su equipo en volandas a la victoria. Y, además, no fallará. Eso también está asegurado.

viernes, 2 de abril de 1999


M & M



José Joaquín Rodríguez Lara


Paco Herrera ascendió al Badajoz en la temporada 91/92 y lo puso a caminar por la Segunda División en la siguiente, pero antes de que terminase dejó el banquillo para no hundir al club en la Segunda B. Llegó entonces José Enrique Díaz, que salvó al equipo, pero no pudo salvarse a sí mismo y la temporada 93/94 la estrenó Boronat. Primero colocó al Badajoz en órbita y después estuvo a punto de hacerlo naufragar, así que en la temporada siguiente -94/95- se confió en Ortuondo, quien no pudo aguantar la presión de la grada y, a pocas jornadas del final, se fue para ascender al Extremadura un año después. Herrera se encargó de llegar a puerto con el equipo. La temporada 95/96 vino Colin Addison y por donde había llegado se fue con los palos de golf al finalizar la liga. Le tocó entonces el turno, temporada 96/97, a Maceda que ya tenía listo el petate antes de terminarla, pero la concluyó. La temporada 97/98 la empezó Lotina y la consumó Peiró, con un breve interregno en Liga a cargo de Generelo. En la 98/99 hemos visto a Toti Iglesias en el inalámbrico, a Gene con carnet y a Blas Ziarreta al pie de la línea de banda recibiendo rayos y centellas desde la grada. Así que está muy claro: aunque el empleo de técnico es muy difícil, entrenar al Badajoz tiene la ventaja de que dura poco. Lo malo es lo que hay que aguantar por el camino.

Ziarreta cree que se le está faltando al respeto y probablemente tiene razón. Algunos no respetan la profesionalidad de este hombre, que vino para sacar al equipo del agujero y hasta ahora lo está consiguiendo, y que se hizo cargo de una plantilla con muchos problemas de ahormado y ha configurado otra completamente distinta que va mejor que la primera. En el fracaso de este Badajoz, publicitado para el ascenso, hay más de un responsable, y Ziarreta no es, ni por asomo, el más señalado. Por eso hay mucha gente que está siendo injusta con él.

El campo de fútbol del Badajoz es como La Real Maestranza sevillana, pero a lo largo. Muchos de los que se sientan en los tendidos de la plaza de toros de Sevilla, como mínimo, se han puesto alguna vez delante de una vaca, por eso cuando el torero está mal se callan. No son nada los silencios en La Maestranza. En los graderíos del Vivero -del nuevo y del viejo, pues la cosa viene de lejos- se sienta más de uno que, como mínimo, ha hecho campeón de Europa al Botafogo. Por eso, cuando el equipo no les gusta, en vez de echarse la siesta o irse al cine, van al Nuevo Vivero a darle lecciones al entrenador. Le mientan a Camacho, vitorean a Gene... Cualquier jangada vale si te la ríen. Cosas del balompié; resabios comprensibles en un público incomprendido y sin pizca de paciencia.

Afortunadamente, el futuro de Ziarreta no depende de la cátedra, sino de los dueños del C. D. Badajoz y del propio técnico. Lo que haya de ser será. Mientras, al equipo no le vendría mal sentir el aliento del público y no la amargura de los graderíos. Pero eso parece imposible por ahora. A esta afición le duele tanto ver cómo cualquiera menos ella se monta en el globo de la Primera, que sólo la consolaría un Menotti que supiera lidiar con sus urgencias históricas. Un Menotti y un Munitis.