jueves, 31 de julio de 2014

- La libertad personal termina allí donde comienza la libertad de los demás,

 y la libertad de cátedra debería concluir

 en el punto en el que empieza la mentira

 demostrable y demostrada.


'Pluto', una comedia musical de ahora mismo


José Joaquín Rodríguez Lara

El público disfrutó con 'Pluto'. No en vano, para los griegos clásicos, Pluto era el dios de la riqueza, del dinero. Y el dinero es la vara a la que nuestra sociedad suele recurrir para medir el éxito. El estreno de 'Pluto', que originalmente era una comedia de Aristófanes, ha sido un éxito. El público que siguió la representación en el Teatro Romano de Mérida rio, aplaudió hasta algunos efectos 'especiales' de la iluminación, bailó, dejándose llevar por el ritmo de la música, e incluso cantó. ¿Qué más se le puede pedir a una comedia? 'Pluto' es un espectáculo que funciona. ¿Por qué?


En puridad, este 'Pluto' no es el 'Pluto' que escribió Aristófanes allá por el 380 antes de Cristo. Es un collage, un conjunto de cosas. Pero esto es lo habitual. Sobre todo en el Teatro Romano de Mérida y en su Festival Internacional. Aquí lo raro es que se represente una obra que respete el texto que le salió del cálamo a su autor.


Carión, Pluto y Crémilo, personajes interpretados
 por Jorge Roelas, Javier Gurruchaga y  Marcial Álvarez.
 (Fotografía de Jero Morales)

En el 'Pluto' de este Festival se ha tomado el texto de Aristófanes y se le ha rodeado de extensiones y de elementos actualizadores que lo acerquen a las apetencias de un público deseoso de diversiones acordes con los tiempos que corren. A fin de cuentas, el teatro se hace para el público y no para los críticos ni para las bibliotecas. Si no hay público no hay espectáculo.


Emilio Hernández, autor de la versión de 'Pluto' que se está representando en el Teatro Romano de Mérida, afirma que el texto de Aristófanes da para un espectáculo de 30 minutos y no para la hora y tres cuartos que dura este montaje, así que él le ha añadido nuevos ingredientes al plato. Alguno de ellos tomados de la misma obra de Aristófanes, concretamente de 'La asamblea de las mujeres', comedia a la que pertenece el personaje Praxágora, que pregona las bondades de un gobierno de mujeres como solución a todos los problemas. Si es verdad que el remedio funciona, Anguela Mérkel debe de ser su marido disfrazado de ella, y la difunta Margaret Thatcher, un sargento chusquero adicto a la laca de peluquería. Otros aditivos distinguibles en 'Pluto' parecen sacados de la más pura actualidad, pero más en la forma que en el fondo, pues la crisis económica, política y de ideales ya estaba en la obra de Aristófanes que zahirió con mordacidad a los dirigentes de su época.


Hay dos ingredientes que destacan por encima de cualquier otro: Javier Gurruchaga y el coro. Gurruchaga hace tres papeles en esta obra; encarna al dios Pluto, que es la riqueza, y también da vida a la pobreza. En el original ambos personajes eran representados por dos personas, pero es un acierto asignárselos a un solo intérprete, pues la riqueza y la pobreza son la cara y la cruz de una misma cosa: el dinero. De su abundancia y de su escasez. La actuación de Gurruchaga es marca de la casa: histriónica no, lo siguiente. Gurruchaga no es un actor, es un personaje, un showman y es muy difícil conseguir que, cuando actúa, deje de hacer de sí mismo. Y por cierto, lo hace mejor que nadie. Gurruchaga es el tercer papel que Javier Gurruchaga hace en 'Pluto'. Interpreta a Gurruchaga, canta y baila como Gurruchaga y en cada uno de sus roles llega al público, que se lo pasa bien con Gurruchaga. Es un Rafael Álvarez, el Brujo, en ciernes.



Javier Gurruchaga, en su papel de la pobreza,
 intenta convencer nos de que sin pobres no puede haber felicidad.
 (Foto de Jero Morales)

El coro de este 'Pluto' es otro de los ingredientes que más contribuyen al éxito. A pesar de que 'Pluto' es una comedia, el coro, que permanece en escena durante toda la representación, aunque en ocasiones lo haga como mero elemento de atrezzo, se cubre con máscaras de tragedia para resaltar que la miseria no es cosa de risa. El coro parece en ocasiones una manifestación de antisistemas, hasta sale a relucir el término perroflauta, y si no está entre los coreutas Pablo Iglesias, el líder de Podemos, tal vez se deba a que la careta le quitaría protagonismo. Otras veces, el coro recuerda a una manifestación sindical. Hay mucho ataque a las corruptelas de los gobernantes y ninguno a la corrupción de los sindicalistas. Ni de los empresarios ni tampoco de los banqueros. Aristófanes no hubiese caído en olvidos de tan grueso calibre.


Pero, además, el coro es el camerino en el que se recluyen y se cambian de atuendo los personajes cuando no están en la primera línea del discurso escénico, cuando no se dirigen al respetable de forma individual. Y encima, la combinación entre las máscaras, los pasos de baile, la ropa y la iluminación consiguen efectos muy atractivos que el público agradece con sus aplausos.


Javier Gurruchaga canta al frente de sus compañeros de reparto.
 (Fotografía de Jero Morales)

Por si faltaba algo, el 'Pluto' de este año es una comedia musical de nuestros días en la que, como no podía ser de otro modo, destaca el actor Javier Gurruchaga que se desenvuelve muy bien como cantante. De todos los actores, es el que mejor canta. Jorge Roelas, que interpreta a Carión, un hombre libre que se convirtió voluntariamente en esclavo para poder comer, aunque sólo sea puré de lentejas, también sube el tono del musical.


Y todos, desde el emeritense Sergio Pérez, integrante del coro, hasta Magüi Mira, actriz y directora, que conoce bien el Teatro Romano, pasando por Marcial Álvarez y Marisol Ayuso, para la que por fin cantar no es la guionizada pose de una antigua vedette, contribuyen al éxito de este 'Pluto' deslenguado -la idea original es de Aristófanes-, procaz -las principales escenas las plasmó Aristófanes-, divertido -Aristófanes escribía comedias y Gurruchaga protagoniza esta bajo la dirección de Magüi Mira- e inacabado, pues parece que a Aristófanes no le dio tiempo a terminarla -fue su última obra- y aunque Emilio Hernández la ha recrecido, tampoco le ha echado el cierre.


Crémilo y Pluto explican el paso del truque al dinero.
 La imagen pertenece a los ensayos, pues en el estreno
desaparecieron las monedas.
(Fotografía de Jero Morales)

El final de 'Pluto' no es abierto. Es difuso. ¿Puede existir una sociedad sin pobres ni ricos? ¿Durante cuanto tiempo? Si todo el mundo tiene el dinero que necesita para comprar lo que desee, ¿quién trabajará para vendérselo?  En una de las escenas se intenta explicar el paso del trueque al dinero, pero a Gurruchaga, al dios del dinero, se le olvidaron -versión del versionador- o se le cayeron -versión del protagonista- las monedas que tendría que haber llevado en la bolsa y todo quedó en una explicación farragosa y deslucida con un pañuelo. A partir de ese momento la obra también cae, y no sólo por el error. Es como si el enredo no tuviese desenlace posible o precisamente debido a que no lo tiene. Así que la música vuelve a apoderarse de la escena y Gurruchaga pone el colofón con otra canción. En el peristilo, todo el mundo quería fotografiarse con él.


miércoles, 30 de julio de 2014

- La distancia más corta entre dos puntos es otro punto.
 No una línea recta.
 La línea recta es un conjunto de puntos contiguos
 dispuestos en la misma dirección
 y deben ser como mínimo dos.


viernes, 25 de julio de 2014

El Teatro Romano de Medellín recupera la voz y el alma


José Joaquín Rodríguez Lara


Si estuvo usted en el Teatro Romano de Medellín la noche del 25 de julio del año 2014, en la representación de 'Áyax', de Sófocles, guarde la entrada y el programa de mano con la información de esta obra. Conserve ambos documentos. Son históricos.


Imagine el valor cultural, emotivo y hasta material, que tendrán siempre una entrada y un folleto del espectáculo con el que se reanudaron las representaciones en el Teatro Romano de Mérida; la importancia de sendos documentos originales de aquella 'Medea' a la que, una plácida tarde del 18 de junio del año 1933, la gran actriz Margarita Xirgu puso aliento y voz y carne artística hace más de 81 años. Aquel día comenzó a andar el Festival de Teatro Clásico de Mérida que ahora, en la noche del 25 de julio del año en curso, ha vuelto a hacer historia. Esta vez en Medellín, donde hacer historia es un hábito desde mucho antes de que 
Quintus Caecilius Metellus diese nombre a un asentamiento que ya estaba habitado en la prehistoria.



Tecmesa, esposa de Áyax, llora sobre su cadáver
 en presencia de uno de los soldados de Salamina.
 (Imagen del estreno de 'Áyax' en el Teatro Romano de Medellín.
 Fotografía de Jero Morales)

El acto ha sido impresionante. Los espectadores, que llenaban las cáveas del tercer teatro romano hallado en Extremadura -más de 800 localidades hábiles- han seguido la representación de la tragedia de Sófocles con una emoción contenida, conscientes de que tenían el honor de participar en un acontecimiento artístico y cultural de primerísima magnitud histórica.




Atenea intenta seducir a Áyax. (Escena del estreno de 'Áyax'
 en el Teatro Romano de Medellín. Fotografía de Jero Morales)



Subyugado por la belleza de un espectáculo que tiene muchísimo y muy bueno de Extremadura, deslumbrado por la magia de un teatro romano que recuperaba el aliento y el alma y la voz tras dos mil años de sepultura, de olvido y de silencio, el público presente en el reestreno del recinto y del montaje sobre la tragedia de Sófocles, envuelto en la roca viva de la Roma que nos habitó, ha gozado con la gran belleza plástica del texto dramático -nobles palabras esculpidas en la noche- y con la calidez poética de las evoluciones sobre la escena -puro ballet- que se han fundido con las piedras del monumento sin necesidad de recurrir a las colas de milano que usaban los romanos para sujetar los sillares de sus edificios públicos.




El Teatro Romano de Medellín impresiona. Por supuesto no es tan grande como el de Mérida y ha perdido la suntuosidad que debió de darle el mármol, pero refleja como pocos monumentos de su índole  el afán y la tozudez de aquellos romanos asentados en la ribera del Guadiana que fueron capaces de doblegar la roca viva de una ladera para engastar en ella una joya de enorme valor cultural y social, así como de gran autenticidad. Vida pura, aunque sea vida inerte.


El público vuelve a ocupar su lugar en las cáveas
 del Teatro Romano de Medellín, a los pies del castillo.
(Imagen publicada por www.turismoextremadura.com)

El Teatro no está completamente excavado y su frente escénico se reduce actualmente a un muro desnudo, dos trozos de cornisa y cuatro atisbos de columnas, así que los espectadores que asistimos al estreno desde la parte alta del hemiciclo hemos visto la representación recortada contra las calles de Medellín, a las que el alumbrado público y la luz fugaz de los vehículos le daban un aspecto de firmamento nocturno tendido sobre la tierra, de cielo fluyendo al alcance de la mano. Aquí el paisaje se transforma en un decorado espectacular. Pero aún más espectacular es la vista que se tiene desde la escena del Teatro, con esas cáveas colgadas del cerro, con esas piedras que se agarran a la roca viva clavándole las uñas, con esas paredes cortadas a pico en las que los ladrillos que sostenían la bóveda de cañón de los vomitorios asoman como raigones de una dentadura empeñada en seguir rumiando el tiempo de los hombres, tan distinto al tiempo de las piedras.


Y todo ello vigilado por un castillo medieval de altas torres, corona regia de un cerro que es un libro, todavía sólo entreabierto, a medio leer, y un paraíso para vivir la historia y para hacerla vida. Desde la noche del 25 de julio del año 2014, a la historia prerromana, romana, medieval, moderna, americana y contemporánea de Medellín, le hemos escrito entre todos un nuevo capítulo: la magia del teatro ha vuelto a un Teatro que, dos mil años después, recupera el aliento, la voz y el alma.



jueves, 24 de julio de 2014

'Las ranas', ni de antes ni de ahora


José Joaquín Rodríguez Lara


La comedia ha llegado a la 60 edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida. Ha llegado con 'Las ranas', de Aristófanes, y ha llegado con pocas risas. ¿Por qué?


La noche del estreno corría por las cáveas del Teatro Romano de Mérida (Unión Europea) un vientecillo frescote que invitaba más a ahorrar energía acurrucándose en alguien que a dilapidarla en carcajadas, pero no hay que pedirle cuentas a ese tiempo.


Tampoco se las podemos pedir a Aristófanes. El autor ateniense escribió una comedia para su tiempo y para su público. Y, si nos ha llegado hasta ahora, no debió de escribirla demasiado mal.


Pepe Viyuela, encarnando al dios Baco disfrazado de su hermano
 Hércules, grita asustado ante una muerta (Susana Hernández)
 que es conducida al Hades por un grupo de figurantes.
 (Imagen publicada por elmundo.es)

Hay división de opiniones sobre el trabajo del elenco actoral que ha puesto en escena 'Las ranas'. A algunas personas, yo entre ellas, les gustó la actuación de Pepe Viyuela; otras, en cambio, ponen por delante a Míriam Díaz-Aroca que, no se sabe el porqué, encarna a un personaje masculino. Casi todas destacan que el duelo literario entre Esquilo (Selu Nieto) y Eurípides (Alfonso Rodríguez) es manifiestamente mejorable en tiempo y forma. Y luego está Beth, cantante ganadora del programa de televisión Operación Triunfo y representante de España en el festival de Eurovisión, que narra, canta, baila y le da al montaje una nota de color. Verde. De rana. Beth, la 'ranadora', es un coro unipersonal que se apoya en la música en vivo y no pocas veces demasiado alta, como si en vez de en el Festival de Teatro de Mérida, estuviésemos en un concierto de rock. La música es del grupo andaluz Kenedy, que está durante toda la representación en la escena del Teatro pero se limita a tocar.

Dicho lo cual, creo que el trabajo que se realiza sobre el escenario no es la causa principal de la frialdad con la que parte del público acogió el estreno de 'Las ranas'. Existe un distanciamiento evidente entre los asuntos que le preocupaban a Aristófanes y, seguramente, no tanto a su público y los que le preocupan al público en la actualidad. Aristófanes quería salvar al teatro y para ello propone rescatar del inframundo a Eurípides, autor de 92 tragedias entre las que hay obras tan memorables como 'Medea', aunque al final se decanta por Esquilo, que escribió la 'Orestiada', entre otras 'obritas'.


Aristófanes pretendía que el teatro y la poesía volviesen a ser fuentes de sabiduría para el pueblo. Pero el público actual no va al teatro a educarse ni a deleitarse con la musicalidad del verso, va a divertirse. Incluso más: simplemente va a ver a Pepe Viyuela, a Míriam Díaz-Aroca y a cualquier artista famoso que le guste, aunque su actuación no le emocione. Seguramente le satisface mucho más hacerse una fotografía con una persona a la que suele ver en televisión, que el hecho de que esa persona tenga una actuación más o menos brillante sobre el escenario.


Una de las escenas más importantes de 'Las ranas', si no la principal, es el duelo retórico que mantienen Eurípides y Esquilo en presencia de un Baco borracho que actúa como árbitro. Hasta Aristófanes debió de reírse con este combate entre dos de los más grandes autores dramáticos de la antigüedad, pero los personajes y el objeto de su lucha quedan ya tan lejos que han perdido gran parte de su carga cómica.


Hacer reír apostas es difícil; hacer llorar, no tanto. La tragedia se asimila con mayor facilidad porque suele desenvolverse en un contexto universal: la muerte, el dolor, la soledad, la angustia... Con la comedia no ocurre lo mismo. Para que la comedia tenga verdadero éxito no sólo es necesario conocer el contexto, además hay que identificarse con él. Aunque resulte escatológico. Ese es el secreto del éxito en obras como 'Ocho apellidos vascos', y en géneros como el monólogo chistoso. Si el combate por la supremacía artística de dos personajes del inframundo se hubiese centrado en Raphael y en Julio Iglesias, un suponer, en lugar de entre Eurípides y Esquilo, la cosecha de risas hubiese sido mucho mayor.


Claro que Aristófanes no se hubiese reído. Y se criticaría, con toda razón, semejante anacronismo, pues aunque Raphael y Julio Iglesias tengan ya sus años, aún no habían debutado en el siglo V antes de Cristo. Pero bueno, entonces tampoco había nacido Ruiz-Mateos y en los diálogos de 'Las ranas' hay un "que te pego leche" que suena a verdadera Rumasa enfurecida.


La puesta en escena del teatro clásico plantea siempre el mismo dilema: o se opta por una representación purista o se actualiza. En el primer caso se realiza una labor arqueológica; se rescata la pieza y se muestra tal y como era. Pero se corre el riesgo de que el público no la comprenda. En el segundo caso, se repinta la obra para mostrar como podría haber sido ahora. Y se corre el riesgo de que nadie comprenda el pastiche.


Y aún queda una tercera posibilidad: el término medio, donde dicen que está la virtud. Consiste en hacer una recreación pretendidamente purista pero con toques de color rana. Es decir, una obra que no es de ayer ni tampoco es de hoy. Con la tercera vía se tienen en la mano casi todas las papeletas para no acertar nunca jamás de los jamases. Porque acertar es muy difícil, salvo que perjudique.



martes, 22 de julio de 2014

Quico Bocaperro


José Joaquín Rodríguez Lara


Fue de repente. Juan García Grajero, más conocido por 'Bocaperro', su sobrenombre, estaba en el melonar, trabajando como cualquier otro día, cuando se le rompieron las espitas del sudor y, al tiempo que su piel empezaba a chorrear agua, sintió una fuerte presión en el centro del pecho, una presión tremenda que le subía por el cuello y le ponía cara a cara con la muerte. Como pudo, Juan García se sobrepuso al dolor y, mal que bien, enganchó la bestia al carrillo con el que acarreaba los melones.


A duras penas consiguió subir al carro y, aunque se ignora si tuvo fuerzas para arrear a la burra, o si ella misma echó mano de ese GPS que lleva dentro cada burra que se precie de serlo y el animal se puso en marcha por iniciativa propia, al sentir que los varales del carrillo oscilaban con la carga, lo cierto es que lentamente, casi con mimo, la burrilla enhebró el carril y salió a la carretera.


El animal arrastraba el carro por el centro del asfalto, ganándose los bocinazos de los conductores que se la encontraban en su camino, pero la burra de Juan 'Bocaperro' estaba más que acostumbrada a la ira de los conductores y no eran las bocinas las que azuzaban su paso. Lo hacían el conocimiento y el convencimiento de que, obligatoriamente, tenía que realizar un recorrido que se sabía con los ojos cerrados. Para tal menester no necesitaba que su amo la condujese. Bien conocía ella la ruta.


Estaba ya cerca de su destino cuando a los vecinos de Almendralejo empezó a extrañarles el viaje de aquella burra que caminaba por el centro de la calzada, aparentemente sola y arrastrando un carro enganchado por sólo uno de sus dos varales. El otro estaba fuera del jorcate, que así se llama en Almendralejo al horcate que en otros lugares llaman cangón y de otras formas. Algunas personas reconocieron que aquella bestia y aquel carro eran de su convecino 'Bocaperro' y se acercaron para tratar de parar al animal. Fue entonces cuando, en el fondo de las tablas, descubrieron a Juan García Grajero. Estaba muerto.


El cantaor Francisco García Campos
 con Manuel, su guitarrista, ya fallecido.
(Fotografía cedida por Quico Bocaperro)

A Francisco García Campos le enorgullece que le llamen 'Bocaperro', pues así llamaban a su padre. Pero no debe su popularidad a ese sobrenombre; tampoco se la debe al hecho de ser el hijo de un hombre al que su burra trasladó desde el melonar hasta el pueblo como si fuese una rústica ambulancia del 112. La popularidad de Francisco García Campos no proviene de la generosidad con la que trata a sus amigos; ni siquiera es producto de que cante como nadie los fandangos de Paco Toronjo, ni a que mantenga una relación de amistad con Paco Gento, el único futbolista que ha ganado seis copas de Europa, todas con el Real Madrid.


Son muchas las facetas de la personalidad de Quico 'Bocaperro' que hacen de él una persona popular. Y no es la menor de ellas el hecho de que haya tenido nueve novias. "Formales", según subraya él mismo. "Todas de Almendralejo", añade. Nueve novias formales y de Almendralejo a cada una de las cuales le entregó, como primer regalo, una olla exprés. No un ramo de flores, no una caja de bombones ni un libro ni tampoco una pulsera o un anillo: una olla a presión, para cocer los garbanzos en un santiamén. Francisco García Campos es 'el novio de las ollas exprés'.


María Campos, su madre, era la encargada de comprarlas.
- Mama, cómprame una olla, que se la voy a regalar a mi novia.
- ¿Otra olla, hijo mío?
- Sí mama.
- Pero, esa muchacha, ¿quién es, Quico? Será de buena familia, ¿no?
- Claro, mama. Si usted conoce a su madre, si ella vive ahí al lado.


Cuando la madre de Francisco García Campos volvió a la tienda 'Radio Gragera', de Almendralejo, casi no tuvo que hablar.
- No me lo diga, seguro que quiere una olla exprés.
- Pues sí. ¿Cómo lo sabe? Es que mi hijo Quico se ha echado una novia.
- Pues mire, María, aquí tiene la olla. Las otra ocho se las cobré, pero esta se la regalo.


Quico 'Bocaperro' se casó con una de sus nueve novias formales, tuvo hijos y tiene nietas, pero hace años que no convive con su esposa. Incluso ha tenido otras relaciones sentimentales. Ahora tiene una. La pareja no habita bajo el mismo techo. Quico tampoco habla, en este caso, de 'novia formal'. Pero algo de formalidad debe de tener esta relación pues, por lo pronto, ella le ha regalado a él una sartén.


martes, 15 de julio de 2014

Opera en el Teatro Romano y, encima, extremeña


José Joaquín Rodríguez lara

Noche histórica en el Festival de Teatro Clásico de Mérida. Y precisamente en una edición, la 60, marcada por las referencias históricas, pues además de haberse alcanzado ese redondo e importante número (que uno preferiría ver escrito con caracteres romanos), LX citas con el teatro clásico, este año se conmemora el bimilenario de la muerte del fundador de Mérida, el emperador Octavio Augusto.


A esas efemérides hay que añadir que, por primera vez, se ha puesto sobre la escena del Teatro Romano de Mérida una ópera producida en Extremadura y representada por personas extremeñas o avecindadas en la región.


Fue al anochecer del día 15 de julio del año 2014, martes. La jornada había sido calurosa y las piedras del Teatro Romano volcaban sobre la noche todo el calor acumulado durante las horas de sol. Aún así, el Teatro acogió a 1.904 personas, según el director del certamen, deseosas de asistir a la representación de 'Didos y Eneas', ópera de Henry Purcell producida por el Taller de Ópera del Conservatorio Superior de Música 'Bonifacio Gil', de Badajoz.


La soprano Mariló Valsera encarna a Dido,
 reina de Cartago. (Imagen de JM Romero bajada de Internet)

Los intérpretes, tanto cantantes como integrantes del coro y de la orquesta, forman o han formado parte del alumnado del conservatorio pacense, dependiente de la Diputación de Badajoz. La dirección del espectáculo, en sus diferentes facetas, corre a cargo de personas que pertenecen al profesorado del Conservatorio Superior de Música 'Bonifacio Gil', de Badajoz.


Si ya resulta bastante complicado poner en marcha cada año un festival como el de Mérida que, al contrario de lo que ocurre con otros certámenes teatrales, no puede acudir al mercado para seleccionar entre lo bueno lo mejor, pues ese mercado es reducidísimo o no existe, llevar a la escena del Romano una ópera y que ese montaje sea extremeño y esté interpretado por alumnos de un conservatorio de la región, no es que sea difícil, es que entra en el ámbito de lo milagroso.


La inclusión de la ópera 'Dido y Eneas' en el programa del 60 Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida tiene un mérito enorme y es de justicia reconocérselo, tanto a los alumnos y profesores que la ponen en escena, como al Conservatorio que la produce y, por supuesto, al director del Festival, Jesús Cimarro, y a la consejera de Educación y Cultura, Trinidad Nogales, que desde el primer momento han contado con las compañías extremeñas y no solamente no cejan en su empeño, sino que apuestan por el más difícil todavía: y ahora, opera extremeña. Y, encima, representada por estudiantes.


La orquesta y el coro de 'Dido y Eneas' ensayando la ópera.
 (Imagen de JM Romero bajada de Internet)

El montaje de la ópera 'Dido y Eneas' es un espectáculo más que digno. Quizá le restó un poco de expectación el hecho de que ya se hubiese estrenado en el Teatro López de Ayala, de Badajoz, pero, aún así, casi 2.000 espectadores es una taquilla más que notable. El hecho de que lo pongan en escena alumnos y profesores, en vez de divas y divos del bel canto, no debe hacernos valorar con condescendencia o altanería el espectáculo. No lo interpretan profesionales de la ópera, pero quienes lo interpretan lo hacen en un festival que es un referente cultural en toda España. A Mariló Valsera, a Gloria Pérez, a Manuel Damián Domínguez, a María Jesús Delgado López (estupenda su dirección escénica, especialmente con el coro), a Jorge Almansa y a Germán García, por citar a algunas de las personas que han hecho posible la representación de 'Dido y Eneas' no le han regalado un espacio en el programa de mano del Festival por ser extremeños. Se lo han ganado a pulso, con su interés, con su trabajo, con su calidad.


No es la primera vez que los estudiantes y el profesorado ocupan plaza de profesionales en el Festival de Mérida. En el verano de 1982, el catedrático Francisco Rodríguez Adrados, estudioso de los clásicos, helenista y filólogo de renombre, además de persona influyente en el círculo de organización del certamen emeritense, consideró necesario enseñarnos a todos como debe representarse el teatro griego y para ello trajo al Romano 'La asamblea de las mujeres', de Aristófanes, con la dirección del extremeño Manuel Canseco. Aquella obra, promovida por un profesor tan purista como Rodríguez Adrados, la pusieron en escena estudiantes y no lo hicieron mal, aunque tampoco mejor que quienes intervienen en 'Didos y Eneas', que han entrado en la historia del Festival con una ópera montada en Extremadura.



La corrupción, esa forastera


José Joaquín Rodríguez Lara


La corrupción no huele ni escandaliza ni molesta cuando está cerca. La corrupción tiene su propia profundidad de campo, como los objetivos de las cámaras fotográficas. Sólo indigna cuando está suficientemente separada, aunque no excesivamente lejos.


Se llama profundidad de campo al espacio situado entre el primer objeto que se ve perfectamente enfocado, cuando se mira a través del objetivo de una cámara, y el último que se percibe con la misma nitidez. Todo lo que está fuera de esas marcas de enfoque aparece borroso, difuminado o, simplemente no se ve. Si está demasiado cerca, no se ve con claridad porque es corrupción de cosecha propia, y si se encuentra lejos, porque no interesa, ya que tampoco se le puede lanzar a la cara al vecino.


(Imagen publicada por www.periodistadigital.com)

Esta debe de ser una de las razones por las que los corruptos no huelen su propia inmundicia, aunque estén sentados sobre ella. Ni la huelen ni les escandaliza ni les molesta.


Y lo mismo les pasa a quienes vivaquean de lo que se les cae del bolsillo a los corruptos. Están demasiado cerca de la corrupción para que su hedor les atufe. Quienes comparten los intereses, las estrategias y los anhelos del corrupto se encuentran en idéntica situación: ni ven ni huelen ni oyen ni saborean ni palpan, aunque se pasen la vida amasando pelotillas de excrementos. Se encuentran demasiado próximos a la corrupción para que les produzca asco.


Sin duda es esta una de las sinrazones por las que las madres defienden a sus hijos contra toda evidencia, aunque tengan billetes para asar una vaca, y los vecinos siguen votando a sus alcaldes, aunque estén condenados por sentencia firme, y las regiones apoyan a sus presidentes, aunque sean carne de juzgado, y los partidos a sus cargos y encargados, aunque se carguen el sistema democrático.


Mientras que no haya leyes eficaces, ni juzgados suficientes, ni bastantes ciudadanos dispuestos a limpiar su casa, la corrupción siempre será ajena.


miércoles, 9 de julio de 2014

Medusa es lo de menos


José Joaquín Rodríguez Lara


Sara Baras ha vuelto a triunfar en el Teatro Romano de Mérida. Así lo atestigua la reacción del público, supremo tribunal en cualquier espectáculo, que, puesto en pie, rubricó con una ovación de más de diez minutos el estreno del ballet flamenco 'Medusa la guardiana'.


La bailaora y coreógrafa y su compañía respondieron al aplauso general del Teatro, ocupado en tres cuartas partes de su aforo, con suculentas propinas en forma de zapateados.


Nunca me he mirado en sus ojos, pero tengo la convicción de que Sara Pereyra Baras, que así se llama, es una mujer y una artista perfeccionista y, en lo referente al trabajo, muy exigente consigo misma y con quienes la rodean. Una gran profesional.


Imagen del inicio del espectáculo.
 (Fotografía de Jero Morales publicada por rtve.es)

Sara Baras ha traído al Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida un ballet flamenco brillante. El público que había ido a verla bailar o, como máximo, a ver a la Sara Baras de 'Medusa', se ha marchado satisfecho. Quien fue a ver la 'Medusa' de Sara Baras, no tanto. Especialmente si en septiembre del año pasado quedó encantado al ver sobre el mismo escenario su versión de 'Medea'. Entonces le deslumbró la pasión; ahora, la técnica.


El espectáculo que la gaditana ha estrenado en Mérida no está construido sobre el mito de Medusa, sino sobre los pies y las piernas y el tronco y los brazos de Sara Baras y de los integrantes de su compañía. Es un ballet flamenco con un trasfondo de mito clásico, no la representación de un mito clásico a través de un ballet flamenco.


Además de para Medusa, este montaje podría servir para referirse a otros mitos y personajes, pero el ballet flamenco de este espectáculo funciona maravillosamente, sin fisuras, en perfecta armonía con la música y el repiqueteo del zapateao. Las grietas están en lo que no es ballet ni flamenco, en las palabras, algo esencial en el teatro y muy superfluo en este montaje, en el que, por momentos, los textos suenan petrificados, sin matices, escasos de modulación, muy poco convincentes en suma, como si en lugar de versos fuesen serpientes caídas de la cabellera de Medusa.


Hay más belleza, más sentimiento, mucha más armonía y capacidad de comunicación en los zapateados y, sobre todo, en las túnicas talares con las que Sara Baras y sus sacerdotisas, cual mariposas de piel bronceada, se mueven sobre las tablas de la escena, que en los versos que se clavan como alfileres en el acerico de la puesta en escena.


El vestuario es muy hermoso. El maestro Francisco de Zurbarán hubiese disfrutado muchísimo con este espectáculo y es más que probable que hubiese llevado al lienzo no sólo la belleza de las telas, sino también la quietud de algún que otro bodegón que más parecía integrado por estatuas que por personajes petrificados por la mirada de Medusa.


Pero lo importante es que el público que, en cuestiones de éxito pinta más que nadie y, sobre todo, mucho mejor que cualquiera, se ha sentido recompensado y ha aplaudido a rabiar. Le gusta el arte de Sara Baras, así que Medusa es lo de menos.



Señales del quinto pino


José Joaquín Rodríguez Lara


Me encanta que en las carreteras se pongan letreros con el nombre de cada arroyo sobre el que se cruza.


Disfruto leyendo el nombre de los puertos de montaña y su altitud, aunque siempre me queda la duda sobre si esa altura es la que tiene el paso después de arreglar la carretera o la que tuvo cuando sólo lo cruzaba una vereda.

No me molesta ver un cartel diciéndome que acabo de salir de una localidad cuyo nombre ya vi escrito al entrar en ella.


Agradezco que se me indiquen con letreros, monumentos y tópicos simbolicos los límites interprovinciales.


Lo que no logro entender, lo que me fastidia enormemente y hace que me acuerde de la santa madre del ministro, del consejero o del presidente de la Diputación de turno es que no se me indique y se me vuelva a indicar en cada disyuntiva con un letrero, aunque sea un letrero pequeño, cómo se va a esa capital de provincia o a ese importante núcleo urbano al que debo llegar.


Puede estar cerca, pero si no sé por dónde se va es como si el sitio estuviese en el quinto pino.


Y no me valen esas señales tan madrileñas que indican: TODAS LAS DIRECCIONES. No sirven para nada.


Dado que La Tierra es esférica y circulamos por su superficie, tires para donde tires puedes ir a todas partes.


La solución del problema no está en saber que todas las direcciones llevan a Roma, sino en conocer qué dirección es la más corta o la más rápida o la más segura.


Señales bajadas de Internet, que no de la carretera.
 ¿Por dónde se va a Ávila y Segovia
 pasado el puerto de Béjar, por dónde?
 (Imagen publicada por wikipedia)

La carretera es una aventura, pero no debería ser un laberinto.


Poner antes de llegar a Béjar y después de Baños de Montemayor (Unión Europea), en la Autovía de la Plata, un letrero que diga Ávila, tampoco nos arruinaría. De nada me sirve que me digan por dónde se va a El Barco de Ávila o a Piedrahita o a Muñopepe, pues no sé si tengo que pasar por Muñico para ir a Segovia. Yo busco un letrero que diga Ávila y no lo encuentro. Uno se me puede haber pasado, pero si hubiese varios, alguno vería.


El nombre de un municipio escrito en una señal de tráfico en el lugar preciso no sólo reduce las dudas en las personas que hacen de copilo y ahorra titubeos al volante, eliminando motivos de riesgo, sino que hace más por el buen nombre de esa localidad que todas las vallas de bienvenida que tanto le gusta poner a algunos alcaldes cuando ya no necesitas que te digan que has llegado, pues lo sabes, puesto que estás allí.


En todo caso, en vez de ¡BIENVENIDO a...! deberían recibirte con un ¡¡ENHORABUENA, ha superado usted todas las trampas que le hemos puesto en la carretera y, por fin, ha llegado al lugar que quería. FRENE y RELÁJESE!!


¡Marditos roedores!


lunes, 7 de julio de 2014

- El cielo se inventó para consolar a los que se quedan
 y no 
para premiar a los que se van.

¿Y el infierno?
 El infierno es un dogal.



miércoles, 2 de julio de 2014

Salomé, pura magia


José Joaquín Rodríguez Lara


Escena de los ensayos de 'Salome'.
 (Fotografía de Jero Morales
 publicada por elmundo.es)

Tanto han brillado las milenarias piedras del Teatro Romano de la capital de Extremadura, a lo largo de sus 2.000 años de historia, que parece casi imposible obtener de ellas destellos nuevos. Sin embargo, el milagro ha vuelto a repetirse con el estreno de la ópera 'Salomé', el gran espectáculo con el que, en la noche del 2 de julio del año 2014 ha comenzado la 60 edición del Festival de Teatro Clásico de Mérida. Pura magia en un escenario de ensueño.


'Salomé' es un gran montaje y un espectáculo envolvente, total y muy afinado, pues la magia no admite imprecisiones. No sólo es música, canto, representación dramática y danza; además constituye una forma resplandeciente de divulgación del bel canto, un modo brillante de acercar la ópera a un público que, en la práctica, no tiene la posibilidad de acceder a representaciones operísticas ni siquiera de tarde en tarde. Y todo ello ofrecido en la maravillosa bandeja cultural que es el Teatro Romano de Mérida, al que algún día habrá que concederle la Medalla de Extremadura, la máxima distinción extremeña, por lo mucho que ha aportado, aporta y seguirá aportando a la vida cultural de esta tierra. El teatro que Agripa le regaló a los eméritos hace 2.030 años, en el 16 antes de Cristo, acumula méritos sobrados para recibir al menos uno de los premios Ceres, pero merece más, mucho más. 

Creo que Monserrat Caballé, a la que Juan Carlos Rodríguez Ibarra le concedió el siglo pasado esa misma medalla de Extremadura, apoyaría la iniciativa. A lo largo de los decenios, el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, sus directores, intérpretes, gestores y patrocinadores han tenido noches mejores y peores, pero el Teatro Romano nunca falló, jamás flaqueó; el Romano siempre da todo lo que tiene y eso que está hecho una ruina.

La ópera es posiblemente la más elitista de todas las representaciones que tienen lugar sobre un escenario. Por el reducido número de espectáculos que se ofrecen cada año, por su ubicación en teatros muy concretos y localizados, por las barreras que imponen los idiomas en los que se cantan, por el desconocimiento existente entre los no aficionados sobre los argumentos de las obras y, también, por el gasto que conlleva aprender a saborear la ópera viendo representaciones. Especialmente cuando se reside en provincias de la franja sur peninsular.

Por todo ello me parece un acierto popular abrir el 60 Festival de Teatro Clásico de Mérida con una ópera y con un montaje como el de 'Salomé', que hace honor al Teatro Romano emeritense; por la belleza del texto y de la música, por la calidad del trabajo de los intérpretes, por respetar la columnata del frontis, en vez de esconderla, como se hace tantas veces, y por contribuir a la divulgación del canto lírico facilitando la comprensión de los diálogos mediante dos pantallas que los ofrecen traducidos al castellano.


A los puristas tal vez les choquen esas facilidades divulgadoras, pero no se llega a experto ni a erudito, cualquiera que sea la materia, sin empezar por sus rudimentos.



Imagen de la escena del Teatro Romano de Mérida
 durante un  un ensayo de 'Salomé.
(Fotografía publicada por méridadirecto.com) 
Sin necesidad de sumar a los integrantes de la orquesta, el montaje de 'Salomé' cuenta con un amplio elenco de intérpretes que actúan en un decorado sobrio y eficaz. Un decorado en el que llaman la atención una gran luna llena y tres automóviles de época (bastante lejana) que ya sólo pueden verse en museos y colecciones particulares. 

La luna pende de una grotesca grúa y podría ser manejada con más agilidad. Además, si al final de la representación se tiñiese de rojo, tendría el peso comunicativo que le asigna el texto, en vez de ser un simple, aunque, eso sí, enorme, objeto decorativo.

La presencia de los tres automóviles sobre la arena de la escena no se explica en ningún momento de la representación y, por ello, resulta chocante y difícilmente comprensible. Parece que asistiéramos a una pequeña exposición de coches en un salón o feria comercial. Al parecer, su función consiste en llenar el vacío existente en la parte de la escena que no se utiliza durante la representación, con el pretexto de que son los automóviles en los que han llegado los invitados a la fiesta con la que arranca la obra. Bueno, si es así, pues vale. Si los vehículos al menos llegasen en marcha al aparcamiento y de ellos se bajasen los invitados con la alegría propia de quien va a asistir a un gran jolgorio, medio podría entenderse pero, parados y sin que nadie baje de sus asientos o se tome una copa sentado sobre algún capó, los tres coches parecen bultos sospechosos.


No se citan en este artículo los nombres de quienes ponen en escena esta ópera para no dejar a nadie fuera, pues cada una de esas personas, desde el director al último integrante de la orquesta, merece una mención expresa. Además, una de las singularidades de esta 'Salomé' es que los personajes protagonistas, Salomé y Herodes, son encarnados por dos sopranos y dos tenores distintos que intervienen en días alternos. Algo parecido a lo que ocurría en el Siglo de Oro cuando la misma comedia era representada por diferentes compañías el mismo día en el mismo teatro.


Un aliciente más para ver y volver a ver esta 'Salomé'. Vaya usted a verla, escuche y compare. No se arrepentirá.


Salomé realiza ante el tetrarca Herodes la danza de los siete velos.
(Imagen tomada en los ensayos por Jero Morales y publicada por elmundo.es)

El colesterol del INEM


José Joaquín Rodríguez Lara


El INEM lleva algunos meses dándonos buenas noticias. Las novedades no dan aún para tirar cohetes, pero sí para empezar a imaginarse como difuminarán las tinieblas de la crisis el día que, por fin, podamos tirarlos.

En Extremadura, el paro bajó en 3.493 demandantes de empleo en junio, situándose el total de parados en 134.650 personas. La afiliación a la Seguridad Social, la 'lista del empleo', un dato mucho más fiable que la 'lista del paro', aumentó en 4.780 cotizantes en la región.

En el conjunto de España, la demanda de empleo bajó en 122.684 personas, lo que constituye la segunda mayor caída en este periodo desde 1996. La Seguridad Social ganó 56.622 afiliados ese mismo mes, registrando el mejor dato desde el año 2007.

Son las grandes cifras de un padecimiento que, si no termina de curarse, al menos parece que empieza a remitir. Son números que encuadran realidades a veces muy hirientes y, por eso mismo, es prácticamente imposible que nos satisfagan.

Pero mire usted, lo bueno y lo malo son valores relativos, pues dependen siempre de con qué se comparen, del espejo en el que se miren. Entre todos hicimos naufragar el 'estado del bienestar' y seguimos chapoteando en el charco de la crisis, pero parece que empezamos a nadar. Llegar a la orilla sanos y salvos o volver a subir al barco del desarrollo nos va a costar mucho tiempo y esfuerzo, pero que podamos mantener la cabeza fuera del agua ya es algo. Y mantenerla durante varios trimestres empieza a ser mucho, a pesar de los 4,4 millones de personas que aún buscan empleo en el INEM.

Así que no hay motivo para la desesperación; todo lo contrario. Tampoco hay razones para la euforia; ni mucho menos. Contra la dificultad no hay herramienta más eficaz que el realismo. Un realismo que no está reñido con la ilusión y con el empleo de soluciones imaginativas, pues al fin y al cabo son soluciones, pero sí es enemigo acérrimo del ilusionismo, de la fantasía sin remedios.

(Foto publicada por afdaestiloymagisterio.blogspot.com)
Cierto es que, en la mayoría de los casos, la disminución del paro no conlleva empleo fijo, estable y bien pagado, pero es mejor tener un empleo precario y aspirar a otro mejor que no tenerlo ni aspirar a conseguirlo. El rábano del paro se valora casi siempre por las hojas en vez de por la raíz, por lo negativo y no por lo positivo. No debería ser así.

Ocurre hasta con los datos de un mes como el de junio del 2014, en el que han subido el empleo y el número de afiliados a la Seguridad Social y, sin embargo, hay quien le censura que haya aumentado el número de demandantes de empleo en el apartado 'sin empleo anterior'.

¿Cómo es posible que se critique ese aumento cuando se produce en junio, mes en el que muchos estudiantes terminan sus estudios y aspiran a trabajar? ¿Cómo se puede criticar que haya más 'parados' 'sin empleo anterior' cuando eso indica que hay más personas deseosas y dispuestas a trabajar, personas que se incorporan al mundo laboral porque no han trabajado nunca o lo han hecho en la economía sumergida y ahora se inscriben como demandantes de empleo legal en las listas del INEM? ¿Por qué es malo que aumente el número de personas que se incorporan al mundo laboral? ¿Acaso no es natural, no es ley de vida?

Que haya más demandantes de empleo sin empleo anterior incrementa las listas del paro, pero es como el colesterol bueno, que beneficia al organismo y demuestra salud, aunque siga siendo colesterol.