sábado, 26 de marzo de 2011


Ancho y estrecho

José Joaquín Rodríguez Lara


ESPAÑA no es un estado de derecho. Es mucho más. España es el paraíso de las leyes. Tenemos muchas y muy buenas y en muy buen estado. Casi flamantes. Muchas aún conservan la placenta, el envoltorio original con el que salieron del BOE. Están sin estrenar.

Hace años, cuando parir era un hecho biológico y no un acto quirúrgico programado, como ahora, la madre, sin reponerse aún de los dolores, se apresuraba a preguntar si la criatura que acababa de traer al mundo estaba completita, si tenía todos los artículos en su sitio. Por aquel entonces, alumbrar un fenómeno era una desgracia, casi una vergüenza. Ya no. Ahora los fenómenos juegan al fútbol en el Barcelona o en el Real Madrid y se echan novias de pasarela.

Ya ve usted, todo cambia y todo sigue igual, pues a las leyes de ahora -como le ocurrió al Gila recién nacido-, les pasa lo mismo que a las madres aquellas. Tan pronto como termina el parto van y preguntan:

- ¿Para qué país me han parido?
- Para Arabia Saudita, señora Ley.
- Vaya por Dios; digo, por Alá. Lejos.
- Si quiere, podemos asignarle una plaza de ley federal en Estados Unidos.
- No, no, no se moleste señor comadrón, que ser ley en USA cansa mucho. Hasta trabajan en la televisión. 

Y digo yo, ¿no habría en España un empleíto -fijo, a ser posible-, para una ley de consenso como soy yo?

- Ni fijo, ni eventual. En España ya no me queda nada. España está llena de leyes.

Y es normal que lo esté, con el Senado, el Congreso, los 17 parlamentos regionales y los más de 8.000 ayuntamientos -esos monstruos policéfalos que son a la vez y en la misma pieza gobierno, oposición, cámara de bandos múltiples, oficina de colocación, agencia urbanística, órgano promotor de saraos, ponedor de multas y otros etcéteras-, España tiene leyes para dar y para exportar. Que se cumplan es otra cosa. A nuestros políticos lo que les gusta es hacerlas, pues muchos son abogados sin más oficio ni beneficio. Les gusta tanto que no solo las hacen, sino que también las deshacen, con el pretexto de alicatarlas hasta el techo.

El parlamento regional extremeño le abrió el jueves una puerta de emergencia a la Ley del Suelo y Ordenación Territorial de Extremadura (la Lesotex, que le dicen), para que se pueda construir en los terrenos que más le gusten a cada promotor, aunque estén protegidos por sus valores medioambientales. Los norteamericanos, que pecan de inocentones, le llamarían a esta reforma 'La Enmienda de la Urbanización de Lujo Marina Isla de Valdecañas', contra cuya existencia ha fallado el Tribunal Superior de Justicia de Extremadura, pero aquí no vamos a caer en esos infantilismos y demagogias; aquí la llamaremos 'Enmienda para el Desarrollo Sostenible de los Paraísos Medioambientales y de los Pueblos con Alcalde de mi Partido'. ¿A que suena mucho mejor?

El alicatado de la Lesotex se aprobó por unanimidad de los asentados. El diputado Tomás Martín Tamayo, del PP, se levantó antes de votar y se fue. Tamayo es un diputado en vías de extinción, pues tiene conciencia y la respeta. Rara avis. La mayoría de sus colegas o no tienen o la maltratan. No asistió al pleno el diputado-alcalde-colombicultor-de-Badajoz, así que tampoco votó, pero ahí está su 'cubo', en la alcazaba pacense, proclamando que la leyes están para reírse. Y las sentencias, también.

¿Para qué necesitarán tantas leyes, si siempre recurren a la misma? A la del embudo.

sábado, 5 de marzo de 2011

La vaca ya está vista

José Joaquín Rodríguez Lara

SE dice que, a veces, los árboles no dejan ver el bosque. Y es verdad. Un ejemplo claro lo tenemos estos días en las reacciones suscitadas por la reducción a 110 kilómetros por hora de la velocidad máxima permitida en las autovías y en las autopistas.

La polémica por la medida es tan fuerte que desvía la atención de otros aspectos más importantes que la propia reducción. Quizás por eso, hasta el mismo ministro del Interior, portavoz del Ejecutivo y vicepresidente primero del Gobierno, se mete en el charco del debate sobre si a más velocidad se tiene menos sueño, y a menos velocidad habrá más multas. ZP descubre la piedra filosofal, nombrando portavoz y presidente in pectore a Rubalcaba, para luego disparar contra Fernando Alonso.

Y entre dimes y diretes se habla poco o nada de que 'la medida 110' es una decisión típica del Gabinete Zapatero. Es una iniciativa inesperada, que huele a improvisación, que causa mucho rechazo social, que parece de dudosa eficacia y que, como no podía ser menos, es coyuntural y transitoria. Hasta julio, por lo menos. Reúne todas las características que marcan las dos legislaturas con gobierno de ZP: ahora te doy 400 euros y luego te los quito; ahora digo que voy a cambiar el orden de los apellidos y luego no lo hago; ahora saco el cheque bebé y más tarde lo retiro; dije que no habría pérdida de derechos sociales y poco después hice la reforma laboral y, en fin, pasado mañana reduciré la velocidad máxima permitida a 110 kilómetros por hora, pero ya anuncio que lo hago con el propósito de volverla a subir, si quiero, cuando se acabe lo de Libia.

Hay muchas formas de gobernar y Zapatero ha elegido el coitus interruptus. Gobierna a arreones. Unas veces gazapea y otras se dispara. Es la forma más costosa que hay de conducir un país. Cualquier conductor sabe que se gasta mucho más carburante con acelerones y frenazos que manteniendo una velocidad estable y adecuada al estado de la vía, sea a 120, a 110, a 90 o a 80 kilómetros por hora. Podría decirse que ZP gobierna por paquetes de medidas, por fascículos. Pero ni siquiera eso. Gobierna con pegatinas de quita y pon.

Desde el Ejecutivo se argumenta que debemos ahorrar carburantes. Y es verdad. Pero el ahorro no es ni una ocurrencia ni una urgencia, es una actitud, ante la vida, un planteamiento a corto, medio y largo plazo. El ahorro de hoy para mañana, no solo no es ahorro, sino que se parece peligrosamente al racionamiento. Sea de carburante, de pan o de lo que sea.

Un país que no produce petróleo y que dedica buena parte de su capital a comprarlo, no solo está obligado a ahorrar carburante, de marzo a julio, es que debe hacer todo cuanto pueda por consumir el menos combustible posible durante todos los días de todos los años. Y como gran parte de ese consumo se centra en los automóviles privados, cualquier gobernante con visión de futuro ya llevaría años potenciando el transporte colectivo, especialmente el ferroviario que puede funcionar con la energía eléctrica que España genera con sus propios medios. Si viajar en tren fuese más cómodo, más rápido y más barato que hacerlo en coche, muchas personas ni siquiera tendrían vehículo propio. Si los automóviles híbridos -no digamos ya los eléctricos- pudieran recargarse en los aparcamientos, la gente empezaría a verlos como una alternativa.

Y, hablando de alternativas, como, en las plazas de tienta, se suele decir del ganado que flojea en el caballo, esta vaca ya está vista.