domingo, 30 de agosto de 2015

La noche de 'El Cazador'


José Joaquín Rodríguez Lara

Cincuenta y una - tres - cuatro. Ese es mi récord. No está mal, ¿verdad? Hay campeones con peor historial que el mío. Y nunca me tumbaron, ¡eh!


Bueno, sólo una vez, pero esa no cuenta, porque fue en la calle.


Aunque en mi expediente federativo dice 51 victorias, 3 nulos y 4 derrotas, la verdad es que sólo perdí una pelea. Me robaron dos combates, vendí uno y me vencieron, con toda justicia, en el cuarto. Fue en México. Al 'Negro de Tijuana' le salió aquella noche la pelea de su vida. Me ganó, a los puntos. Parecía que 'El Negro' se iba a comer por los pies a todos los yanquis uno tras otro, pero luego nunca llegó a nada. Según me contaron mucho tiempo después, le rebanaron el pescuezo con una botella de tequila. Salió hasta en el periódico. El destino tiene muy mala leche.



La primera vez que me robaron en un ring fue en París, peleando por el europeo, y la segunda en Frankfurt, en un combate de semifondo. Estaba tan rabioso que me gasté la bolsa en golfas rubias como los soles. Pues ni aun así se me enfrió la sangre. Qué será la rabia, Dios mío, para que abrase tanto.


Y luego está la pelea del chanchullo. La tercera mejor bolsa de mi vida. Tú te preguntarás, ¿por qué se vende un combate? Vaya pregunta más tonta. ¿Por qué será? ¿No te lo imaginas?


No es por dinero. Los triunfos son siempre más rentables que las derrotas. Ganas y te llevan al catre aunque no quieras. Pierdes y te vas a la cama solo.


El combate lo vendes cuando, de repente, se te hace de noche delante del espejo. Una mañana, mientras te afeitas, te miras la pera, esto, mírame a la cara, esto es la pera, el mentón, te miras la pera, digo, y comprendes que, por más que entrenes y por muchos golpes que sigas encajando, ya no volverás a ser aspirante al título. El mañana ya no te llama desde el centro del cuadrilátero; el futuro ya no sostiene el saco para que lo golpees con fuerza; el porvenir ya no te mira con ojos codiciosos desde la primeras filas de ring.

 

El futuro te ha abandonado, se ha ido con tu rival, con ese muchacho que aún no tiene las cejas recosidas ni los pómulos marcados ni la sonrisa rota en una mueca de vinagre. Dicen de él que es el campeón del futuro y tú..., tú ya sólo eres pasado. Un pasado que está escrito en tu piel: cicatriz sobre cicatriz. Fundido en los recuerdos atascados en tu memoria: golpes, combates, rivales... Impreso en el cuentabatallas de tu historial: 51 - 3 - 4. No está mal, ¿eh? Hay campeones con peores números. ¿No te parece?


Así que un día, por última vez, te ofrecen la pelea de semifondo, te garantizan una buena bolsa y dicen que van a presentarte con honores de campeón. Cierto es que estuviste a punto de serlo, pero no lo fuiste y ya nunca tendrás el cinturón. Lo que sí tienes es una poca familia, algunas necesidades, bastantes deudas... Y aceptas; maldiciéndote, pero aceptas.


Para esa pelea te preparas como siempre, pero subes al ring como nunca habías subido. Quieres que todo acabe rápidamente, incluso antes de haber empezado. Ya en tu esquina, saludas levantando los puños mientras muerdes con furia la goma del protector. Muchos te aplauden, porque les gusta el boxeo y te conocen: eres 'El Cazador' y tienes dinamita en el crochet. Pero la mayoría te abuchea, porque no quieren que le aflojes las tuercas y trunques la carrera del niño bonito, del campeón del futuro que sonríe como un idiota en la otra esquina.


Él no sabe nada. No le pueden decir que el combate está amañado. Seguramente nunca llegue a saberlo. Si le dijesen lo que hay, no se esforzaría lo suficiente. Y si lo supiera y fuese un hombre de los que nos vestimos por los pies, se quitaría los guantes, se iría a su casa y no volvería a pisar el gimnasio.


¿Sabes?, es más fácil pelear para ganar que para perder. Cuando combates por la victoria, echas todo lo que tienes y hasta lo que no tienes. Metes un huevo en cada guante y te lías a hostias con el otro sin miramientos ni preocupaciones. En cambio, cuando peleas para perder... Sólo me ocurrió una vez y lo pasé tan mal que no lo volvería a hacer.


Allí, delante de ti tienes a un tipo al que debes dejar que te pegue, pero no tanto que parezcas un paquete. Tú todavía tienes un nombre, eres Young Ribera, 'El Cazador', y tienes que seguir viviendo de tu prestigio. Mientras cavilas como le dejas que te pegue sin que se note que lo estas dejando, el tipo te arrea y te acorrala, hasta que te das cuenta y arremetes contra él llevándolo contra las cuerdas. Entonces, los de su rincón se asustan. Sospechan que te niegas a perder y temen que saques la marra y le aplastes la cabeza al muchacho con un crochet. A tu preparador le entra el pánico: cree que te has vuelto loco y quieres ganar por K O. El miedo llega hasta las sillas de ring. Hay demasiado en juego para no ser una pelea por el título.


Y así un asalto tras otro, escenificando un combate de mentira con mamporros de verdad, fajándose para disimular y reducir la potencia de los golpes.


En todos los deportes hay que saber perder, pero en el boxeo, en el noble arte de las doce cuerdas, hay que saberlo muy bien. La gente paga por ver boxeo, no una obra de teatro. Esto no es la lucha libre: la gente quiere sangre de verdad, golpes de verdad y kaos de verdad.

 

Si no ofreces suficiente resistencia, el público te abronca y te pueden retener la bolsa. Si te tiras a las primeras de cambio, la gente grita ¡tongo, tongo, tongo! y también corres el riesgo de perder el dinero. Sobre todo si eres 'El Cazador' y nunca perdiste por K O. Pero a nadie le gusta poner la pera para que, de verdad, lo encierren en la habitación del sueño. El K O no es bueno; ni para la cabeza, ni para el hígado, ni tampoco para el bolsillo.


¿Cómo se hace entonces para dejarse ganar sin que se note? Hay trucos. La gente del gimnasio, los viejos preparadores que nunca salen en las noticias, se los saben todos. Yo te enseñaría alguno, pero entre que tú ya no lo necesitas y que empieza a amanecer... Ya mismo están revisándonos el equipaje otra vez. Tú no te preocupes, que yo les explico lo tuyo.


Lo mejor es perder por inferioridad, por lesión. Un K O técnico. Si se te hinchan los párpados, si echas sangre por la boca o por el oído, si se te rompe un hueso..., todo eso es bueno. Lo mejor es algo que te impida terminar el combate. Cualquier cosa vale si no se pone en duda la superioridad del niño bonito ni tus redaños. Te ganaron, pero perdiste por lesión. Mala suerte. No eres peor boxeador que tu rival. Algunos de tus seguidores hasta esperarán una revancha, pero eso no...


Ya están aquí los del uniforme. No te preocupes que yo les explico. Te dicen Boronía, ¿verdad?, pero te llamabas... ¿Paniagua, no? Bueno, no te muevas, yo me las avío.


Señor funcionario, tengo que decirle que mi compañero 'El Boronía' está presente, pero no puede levantarse esta mañana. No es que 'El Boronía' esté malo. Sólo se ha muerto. La palmó anoche, al poco tiempo de cenar. Le hice tres cuentas de protección y no dio en sí. K O irremediable. Ahí está el hombre, tieso en la lona. En su litera, se entiende.

 

No les avisé antes por no fastidiarles la noche, mayormente, y porque él me había visto pelear en el circo Price y tenía mucho interés en que le contase mi vida. Ya sabe usted, los combates del Campo del Gas, mi gira por América y todo lo demás. Pero como 'El Boronía' se me ha muerto sin avisar, o lo hacía esta noche o ya no iba a poder ser nunca más.


La pena es que mi vida es tan larga que no me dio tiempo a contársela entera al 'Boronía'. ¿Puedo seguir contándole lo que falta? Es que me queda todavía lo de Las Vegas, que es lo más interesante. La noche que Young Ribera, 'El Cazador', o sea, mi menda, puse patas arriba al 'Apache'. Y mi despedida, en Barcelona, claro. Otra noche inolvidable...


Bueno, bueno, sin empujar. Hay días que ni en su celda puede estar tranquilo uno.


jueves, 27 de agosto de 2015

Los Premios Ceres y el órdago a Vara


José Joaquín Rodríguez Lara


Acaba de celebrarse la gala de entrega de los Premios Ceres con la brillantez y con la densidad acostumbrada. Los juegos de artificio, geniales. El láser deja chico al rayo de Zeus. Las proyecciones sobre el frente escénico, bonitas, aunque algo vistas ya. Carlos Sobera... Sobera nació para presentar. Él dice que es bilbaíno, pero miente; es presentador.

 

Resultó muy emotivo el recordatorio a los artistas que han hecho su mutis final durante los últimos meses. Aplausos para todos. Más intensos para los más conocidos y especialmente afectuosos para Lina Morgan, que se ha ido, pero sigue al lado de su público.


José Mercé y Luz Casal le pusieron voz a la música y arte al sentimiento. El público se lo agradeció.


Los galardonados... La familia, bien, gracias. Los galardonados son numerosos y personas muy afortunadas. Tienen trabajo. Lo hacen bien. El jurado se lo reconoce con el premio Ceres. El Gobierno de Extremadura organiza una gala en el Teatro Romano de Mérida en su honor. Tres mil personas les aplauden desde las caveas. Y muchas más presencian la ceremonia a través del televisor. Miel sobre hojuelas. ¡Ah!, y también se lo dedico a...


El galardón a toda una trayectoria lo ha recibido este año José Sacristan. El actor se lo merece y prestigia al premio. Sacristán es todo un cardenal de la interpretación.


¿Y el IVA cultural? Achacoso, pero en pie de guerra. El IVA cultural es el monotema de la gente del teatro. Una gente que tiene todo el derecho del mundo a quejarse y a pedirle al ministro de Hacienda que le afeite los pitones al 21%, lo que ocurre es que aburre a las ovejas. Y aburrir es el único pecado que no se le puede perdonar a alguien que pretenda vivir, o simplemente sobrevivir, gracias al espectáculo. Seguramente sobra IVA, pero también falta imaginación.


Este año, en el colmo de los colmos, nos ha contado la tragedia del IVA cultural hasta un señor que no se la sabe, o que no sabe contarla, o que no sabe lo que es una entrega de premios que se está graVando (con pitones de IVA cultural) para emitirla por televisión, o que en vez de sentido común funciona con pilas Duracell. Ni aplaudiéndole se paraba el hombre.


En la gala de los Premios IVA, perdón, de los Ceres Culturales, ha estado don Guillermo Fernández Vara, presidente de la Junta de Extremadura, al que le han lanzado un órdago, como si, en vez de una gala cultural, en el Teatro Romano de Mérida se estuviese jugando una partida de mus.


El órdago se lo ha lanzado, de presidente a presidente, el actor Antonio Resines, presidente de la Academia de Cine, que ha animado al presidente de la Junta a mantener aquella parte de la política cultural -Premios Ceres, Festival de Teatro...- que el Gobierno de don José Antonio Monago hizo bien.

Pero no quedó ahí la partida de cartas. Antes de guardar los naipes, Carlos Sobera hizo un envite a chica, expresando su deseo de volver a encontrarse con el público -con su público podría haber dicho con toda propiedad- en la gala de los Ceres del año que viene.

¿Vendrá Sobera a presentar los Premios Ceres del año próximo? ¿Habrá Premios Ceres el año que viene? Si alguien lo sabe es don Guillermo Fernández Vara. Es un asunto de su exclusiva responsabilidad pues, además de ser presidente de la Junta de Extremadura, se ha asignado a sí mismo las competencias en materia de cultura.

Que venga o no venga Sobera es algo que ya se verá. De lo que no hay duda es de que, tanto si viene como si no viene, el IVA seguirá dando cornadas.


Quousque tandem abutere, Montoro, cultura nostra?


miércoles, 19 de agosto de 2015

Acuérdese de 'El cerco de  'Numancia'


José Joaquín Rodríguez Lara


La tragedia 'El cerco de Numancia' cierra el 61 Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida y lo hace con muy buena nota. Florian Recio ha hecho una buena versión de la obra de Cervantes y Paco Carrillo ha dirigido un montaje que funciona.

 
Se trata de un espectáculo que se ajusta a las características del Teatro Romano de Mérida. No sólo ocupa casi toda la escena, sino que tiene también música en vivo, ejecutada desde la orchestra, algo que raramente se ve en el Festival.

 
Además de las nueve personas que integran el reparto y que, en conjunto, realizan un buen trabajo -con un convincente Fernando Ramos en el papel de Escipión y un eficaz David Gutiérrez, que encarna a un legionario veterano-, en 'El cerco de Numancia' hay tantos figurantes -32 figurantes, 32- que la obra hace recordar a montajes de hace muchos, muchos, muchos años. ¿Cómo será posible hacer teatro con tanta gente sin arruinar a la empresa? ¿Por cuánto sale una obra con cuatro actores y 60 niños cantores de Viena?


La última obra del Festival de Mérida no se ajusta, evidentemente, al texto cervantino. Recio ha tomado la esencia argumental y se ha esforzado en acercar la historia a la actualidad. No se trata de un espectáculo patriotero, en el peor sentido del término, sino de un montaje en el que se hace mucho más hincapié en la defensa de la libertad y de la dignidad de las personas, como individuos, que en la independencia de las ciudades, de los pueblos o de los países.


El argumento de 'Numancia' es archiconocido, pues durante siglos se ha utilizado en las escuelas patrias como ejemplo paradigmático de la valentía, de la honorabilidad y de la capacidad de sacrificio del pueblo español. No obstante, el autor de la versión le ha dado a la obra un carácter menos racial, más universal, de modo que en el mensaje importa poco si el enfrentamiento es entre íberos y romanos, entre numantinos y legionarios, entre bárbaros y soldados de Roma, entre españoles y extranjeros... El combate es entre personas que luchan para dominar a las demás y personas que se resisten a ser dominadas.


Si se despoja a los contendientes de sus falcatas y de sus gladius -la famosa espada corta romana que, curiosamente, Roma le copió a los celtíberos-, la lucha es un combate sin cuartel entre el orgullo, el exceso de la propia estimación, y la soberbia, que es altivez y menosprecio de lo ajeno. El orgullo y la soberbia son dos conceptos que, aunque a veces se utilicen como sinónimos, no son la misma cosa.


El orgullo, la defensa de su dignidad colectiva, le impide rendirse a los numantinos. Y la soberbia, el deseo de imponer a sangre y fuego su poder político y militar, le impide a los romanos aceptar un acuerdo de paz si no conlleva la humillación y la esclavitud de los habitantes de Numancia.


En este sentido, la obra que firma Florian Recio se nos presenta muy en blanco y negro. O se es conquistador o conquistado; o se es oprimido o se es opresor; o se es de los buenos o se es de los malos. No hay trazos grises. Esto hace que todo el mundo se identifique con el bando numantino, con los buenos. No importa la causa que se defienda ni como se defienda. Cualquiera se sentirá numantino, oprimido por el poder, ajeno; sometido por el gobierno, ajeno; machacado por el estado, ajeno. Quién va a declararse imperialista. En Iberia hubo una vez una Numancia. Ahora, seguramente haya diecisiete, más dos ciudades autónomas en la costa africana y, al Oeste, Portugal. Lo de Andorra está por ver.


Numantinos en su laberinto. (Imagen de Jero Morales.)


Mención aparte merece la escenografía de 'El cerco de Numancia'. El diseño es de Damián Galán. El decorado ocupa casi toda la escena. Numancia está situada en la valva regia, acotada por focos y materiales de color rojo. Cada vez que los numantinos actúan dentro de los límites de su ciudad lo hacen fajados y casi maniatados por unas bandas elásticas, rojas, que simbolizan su opresión.


Numerosas lanzas clavadas en la arena rodean a Numancia y se inclinan amenazadoras hacia la ciudad. En vez de en una hoja de acero, cada lanza termina en una especie de palmatoria que permanece encendida durante casi toda la obra. Un bosque de acero y de fuego rodea a Numancia. El efecto es muy estático y frío, pero convence.


También hay dos enormes columnas, fabricadas con material traslúcido. Uno de estos hitos refleja el paso de la historia y el dolor de las gentes. Se mezclan en esta columna chorros de sangre fluyente, autopistas colapsadas, alambres de espino, referencias a la columna de Trajano y fotografías de políticos, sin especificar sin son dictadores o demócratas, numantinos o romanos, orgullosos o soberbios... Son políticos y, aunque hayan accedido al poder por el voto de la mayoría, parece que ser político es un vicio muy, muy malo.


En la otra columna no aparecen imágenes. El hito sólo cambia de color: verde, azul, blanco, anaranjado... Es la columna del poder y a los umbrales de su base se encarama Escipión cada vez que se considera obligado a arengar a la tropa.


En el vano de la valva regia hay una maraña de bolsas llenas de un líquido rojo que, se supone, es sangre. Esa telaraña de goteros está conectada por tubos a las columnas luminosas para alimentar el poder con la sangre del pueblo numantino.


Todo muy simbólico, pero parece que resulta difícil de percibir para la mayoría de los espectadores. Tan difícil debe de ser que los responsables del invento se han sentido obligados a explicar lo que significa el decorado colocando un cartel al borde del escenario. Lo nunca visto. 


El decorado de cualquier obra de teatro es el marco que delimita al cuadro, al texto, a la acción dramática. El cuadro que ha pintado Florian Recio se entiende perfectamente. Si hay que explicar el marco, para que se entienda lo que significa el decorado, es que algo se ha hecho mal en la escenografía. 


Si se tiene la necesidad de explicar el decorado, o está fallando la comunicación con el espectador -la comunicación directa, entre el escenario y los asientos-, o se pretende poner al marco por encima del lienzo o se está cayendo en la sobreactuación escenográfica.


La obra dura una hora y casi cuarenta minutos. No es demasiado tiempo, pero lo parece. Se trata de una tragedia, de un espectáculo muy agobiante, en el que la penumbra, los tonos rojizos, la sangre deslizándose por `la columna de la sangre`, la música lúgubre, el llanto... amalgaman un conjunto que resulta sobrecogedor por momentos.


Y aún lo sería más si en la escena final, conceptualmente muy cruel, se hubiese utilizado algún efecto especial, aunque sólo fuese megafónico, para hacerla más creíble. Entonces la catarsis colectiva sería total.


En cualquier caso, merece la pena ver 'El cerco de Numancia'. En la obra se nos invita a pensar en Numancia, a luchar y a gritar cuando nos sintamos oprimidos, perseguidos, acorralados... No es mala idea. Tampoco lo es acordarse de 'El cerco de Numancia' cuando alguien se empeñe en tratar al Teatro Romano como una caja de cerillas olvidada en mitad del paisaje extremeño. 


Señor Monago, señor Vara, expresidente y presidente del Ejecutivo extremeño, señor Cimarro, director del Festival de Mérida, ¿cómo es posible representar 'El cerco de Numancia' con tanta gente sin que nos arruinemos todos?




lunes, 17 de agosto de 2015

El amor es fuerte pero el odio no se cansa


José Joaquín Rodríguez Lara


El problema de la memoria es que está dentro de la cabeza. Si la memoria estuviese en las esquinas de las calles o en las fachadas de los edificios o en los jardines, cualquiera podría acabar con ella en un santiamén. Pero no está ahí, está en las neuronas.


Y hay demasiadas personas empeñadas en que siga estando en carne viva, como una llaga sangrante, aunque sea en los sesos. Por más que intenten borrarla, siempre habrá alguien capaz de reescribirla. Sacará su pulverizador de teleserie policíal y dirá: aquí sigue.


Nadie cae ya en la cuenta de que en los castillos medievales se conspiró, se traicionó, se torturó, se asesinó... El motivo es muy simple: los castillos forman parte de la historia, no de la memoria. 


Recreación tridimensional mediante proyecciones de uno de los budas gigantes de Afganistán,
demolido en el año 2001 por los talibán fanáticos que consideran a estas imágenes enemigas del Corán.

Pero los nombres de las calles no; los nombres de las calles no son historia, sólo son un reflejo de la memoria. A la memoria se le puede echar toda la lejía que se quiera para intentar borrarla, o molerla a cañonazos como hicieron los talibán con los budas gigantes, pero la memoria no reside en los azulejos. Sólo se refleja en ellos. Ni reside en los azulejos ni en las rocas de las montañas. La memoria reside en la gente.


Si a la gente se le deja envejecer con sus recuerdos, se los llevará a la tumba y los nombres y las piedras perderán sentido y quedarán reducidas a cachitos de historia. Pero si se dispara contra sus recuerdos, se convertirán en símbolos, como los budas gigantes, incluso para quienes nunca tuvieron simbolismo alguno o hasta desconocían su existencia.


El ser inhumano es el único animal que no sólo es capaz de matar a un semejante por una simple discrepancia política, o por una cuartilla de garbanzos, sino que levanta un monumento y le pone el nombre a una calle para dejar constancia de su hazaña. El amor es fuerte, pero el odio no se cansa. Y contra el odio, de los que erigen monumentos y de los que los derriban, sólo hay un remedio eficaz: la historia, que es una forma encuadernada del olvido. 


No confío en que este país pueda reunir alguna vez suficiente olvido para tanto odio, y de tan buena calidad, como genera. Pero aún confío menos en que llegue a tener políticos capaces de distinguir entre la historia y la memoria. Para eso se necesitaría que se hubiesen formado en colegios regidos por una ley de educación inmune al odio de quienes hacen las leyes y de quienes las deshacen. 


Con todo, lo más sorprendente es que se le arranque el nombre a las calles y, sin embargo, el No-Do, memoria radiográfica -radiográfica de radiografía- de España, todavía no haya sido imputado. Ni imputado ni tampoco sacralizado, como hace la Iglesia Católica con los solsticios, con los monumentos megalíticos, con los dioses antiguos y con todo lo que le huele a pagano. Le pone una cruz y asunto solucionado: Dios es el único dios verdadero, no el genitivo de Zeus, a pesar de que Dios es una palabra que significa 'de Zeus'. (Zeus-Dios).


Espero que haber estudiado, que no aprendido, algo de griego -clásico, muy clásico-, no sea delito, aunque la ley de educación con la que lo estudié ya no tenga calle ni monumento ni perro que le ladre, pues sólo quedan rescoldos de ella en la memoria de algunos recalcitrantes como yo.



sábado, 15 de agosto de 2015

La gente del cajón


José Joaquín Rodríguez Lara


Le preocupaba la carrera espacial. Le preocupaba mucho, aunque aún no había cumplido los siete años de edad. Escuchó a su padre y a otros hombres hablar sobre el lanzamiento de cohetes y se le encogieron las tripas.

 
No dijo nada, porque en casa le habían enseñado que los niños no deben inmiscuirse en las conversaciones de las personas mayores, pero se pasó toda la siesta dando vueltas sobre el jergón de corcholina, incapaz de dormir. Y lo mismo le ocurrió por la noche y al día siguiente y al otro.


Cerraba los ojos y veía cohetes disparados contra el cielo. Tenía miedo. Si los cohetes salían de la tierra para ir al espacio, en algún sitio tendrían que hacer un agujero. No se llega a las estrellas así como así, abriendo una ventana en el cielo.


Y un agujero, tal vez no fuera gran cosa, pero tantos cohetes, cada uno con su agujero de salida, podían acabar con el mundo en poco tiempo. Para abrir un huevo basta con el pico de un pollo. Los picos de tres o cuatro cohetes podían partir el mundo por la mitad, convirtiéndolo en dos cascarones vacíos, inservibles para contener el aire y el agua y las encinas y los barbechos y a la gente. Todo lo que él conocía y hasta lo que se imaginaba quedaría desparramado, inservible, flotando en no sabía qué.

 
Los cohetes podían acabar con el mundo antes de que él lo hubiese recorrido. No le daría tiempo a ver el cortijo de Las Merinillas, ni a visitar Los Aceve(d)os; y no digamos ya a cruzar las lindes de Cabeza Rubia o de El Comandante, mundos tan lejanos que su padre ni siquiera regresaba a dormir cuando el encargado le enviaba con el tractor, el Lanz 60, a descortezarlos con la vertedera. Menos mal que su madre, algo es algo, le había llevado a comprar tomates al cortijo de Los Cabezu(d)os.


- Pero abre la talega, criatura.


Tres panes le había puesto la casera en la talega, como todas las semanas. Luego, ella misma le había hecho el nudo a la bolsa de tela, como si él no fuera capaz de hacer algo tan sencillo.


- Anda y vete derechito al chozo; no te quedes mirando a los zagalones del cortijo, que tu madre te está esperando.


En la talega estaba la prueba de lo que pasaba con la tierra y, para demostrarlo, hizo que girase sobre su cabeza. La talega daba vueltas, pero el pan no se movió.


- Porque va dentro y la casera le ha hecho un buen moño. Pero, ¿qué pasaría si los tres panes fuesen fuera y yo le diese vueltas a la talega, así? Los panes saldrían volando. ¿Y si la talega se parte por la mitad?


No tenía la menor duda, si la talega se rompiera, los panes saldrían disparados como cohetes por cualquier roto o descosido. Y lo mismo ocurriría con el ocho de leche si en vez de estar acobardado en el fondo de la lechera estuviese fuera. O con la gente y los chozos si en lugar de estar dentro de la tierra estuvieran fuera.


- Y si no, fíjate en la honda.


Se decía a sí mismo para disipar cualquier duda.


- Si la honda fuese una talega o una lechera, las piedras no saldrían disparadas y las vacas se comerían los sembrados. Si está muy claro. Vivimos dentro.


Miró al cielo entonces, buscando el agujero abierto por el cohete, pero sólo vio veredas de humo blanco que delataban el paso de los aviones. Su padre le había dicho que para volar en avión hay que "atarse al cacharro" con un cinturón. Y él lo entendió a la primera. Lo del cohete no, pero lo del avión sí.


En las bestias no se usa cinturón porque vas casi a ras de suelo, aunque si te caes puedes darte un buen costalazo, pero en el avión... El avión va muy alto.


Tan alto que, por más que se esforzaba, nunca lograba ver ni siquiera los pies de los viajeros, a los que suponía sentados en hilera a horcajadas sobre el lomo del aeroplano, o dispuestos codo contra codo en las alas, que siempre imagino parecidas a los bancos corridos de la capilla.


- El piloto, seguro que tiene reclinatorio propio, con iniciales, como la señorita Dolores.


Luego creció, salió del campo, fue a la escuela, leyó y le vio los pies a los pasajeros de los aviones y hasta a los tripulantes de los cohetes en los informativos de la televisión. No había vuelto a pensar en el agujereado cascarón terráqueo hasta que una noche, mientras daban el Telediario en el televisor, su abuela María, que ya casi no sabía quien era, le devolvió a la infancia con una simple pregunta.


- Hijo, y a estos hombres, ¿cuándo se les echa de comer?


Los hombres eran los presentadores del Telediario. Cada uno en su mesa, con sus papeles y en su papel.


- ¿Pero qué dices abuela?


- Digo que cuándo le echáis de comer a estos hombres.


Para abuela María, la gente de la televisión vivía dentro del televisor, como si fuesen pollos a los que se estuviese criando en un cajón de tabaco. A los pollos se les ponía una tela metálica sobre el cajón, para protegerlos, y al televisor, una pantalla de cristal, para que la gente del cajón no se escapase.




viernes, 14 de agosto de 2015

Miguel Murillo, el Mediterráneo, Hércules, el Diluvio Universal y el Festival de Mérida



José Joaquín Rodríguez Lara


El mar Mediterráneo alberga muchos secretos de las culturas europea, asiática y africana. Y no en sus orillas. Los oculta bajo sus aguas.

Los profesores José María Abril y Raúl Periáñez, investigadores del departamento de Física Aplicada I de la Universidad de Sevilla acaban de publicar -en la revista científica 'Palaeogeography, Palaeoclimatology, Palaeoecology'- un trabajo de investigación que aporta luz sobre el modo en el que esos secretos quedaron ocultos bajo las aguas del mar de las civilizaciones.


Hace seis millones de años, el Mediterráneo sólo era un lago. Enorme, pero aislado. Un lago interior. Y se estaba secando, pues los ríos le aportaban menos agua de la que perdía por evaporación.


El Estrecho de Gibraltar.
En aquel tiempo, África y la península Ibérica estaban unidas por una lengua de tierra situada en lo que actualmente es el estrecho de Gibraltar. Pero ese dique que  mantenía separados al océano Atlántico y al mar Mediterráneo se rompió. Las aguas oceánicas encontraron un paso hacia el Mediterráneo y el gran lago intercontinental comenzó a llenarse rápidamente con agua salada procedente del Atlántico.


Las fértiles orillas mediterráneas quedaron cubiertas por las aguas en muy pocos años y todos los seres que vivían en ellas huyeron o se ahogaron, Hay quien ve en esta gigantesca y repentina inundación el origen de la leyenda sobre el Diluvio Universal. No se sabe exactamente qué fue el Diluvio, pero ya fuera un fenómeno mítico, una catástrofe natural o un castigo divino, difícilmente se podía salir a flote de él sin tener algún tipo de aviso sobre lo que iba a ocurrir.


¿Y qué podía hacer quien se diera cuenta de la manta de agua que se le venía encima? Huir. Si en ese instante había algún Noé viviendo en las orillas del Mediterráneo, trataría de poner a salvo a su familia y a sus animales. ¿Cómo? En un arca, en una patera o en un cayuco. Cualquier cosa vale, siempre que se mantenga a flote, cuando se lucha desesperadamente para escapar de la guadaña.


El Diluvio Universal debió de abrir los telediarios de medio mundo durante muchos milenios, pues no aparece sólo en la Biblia. Es una creencia firmemente asentada en otras culturas, además de en la cristiana.


El extremeño Francisco de Zurbarán pintó a Hércules
cerrando el estrecho de Gibraltar,
en vez de abriéndolo.
La ruptura del dique que unía a Europa con África, que sin duda sirvió de puente en el trasiego de especies, también aparece en culturas muy anteriores al Cristianismo. Según la mitología clásica griega, el décimo trabajo de los doce a los que fue condenado Hércules consistió en separar a Europa de África abriendo lo que actualmente es el estrecho de Gibraltar. Es decir, permitiendo que las aguas atlánticas se mezclasen con las mediterráneas. Y lo hizo con sus propias manos, partiendo en dos la cordillera de la que formaban parte el monte Calpe, más tarde llamado montaña de Tariq y actualmente el peñón de Gibraltar, en Europa, y el pico Musa o el cerro el Hacho, no está claro, en África.


Ambos promontorios son las llamadas 'columnas de Hércules', que durante muchos siglos señalaron el final del mundo. Más allá de las columnas de Hércules, al Oeste, no había tierra conocida. Non Terrae Plus Ultra. El significado simbólico de las columnas de Hércules se mantiene en vigor desde la antigüedad. Incluso se le otorga relevancia oficial. En algunos escudos, como en el de España, aparecen las dos columnas de Hércules. Pero no para indicar que el mundo terminaba en el Estrecho de Gibraltar, sino para enfatizar que España atravesó las columnas y descubrió otros mundos. Y fueron extremeños quienes colonizaron buena parte de las tierras situadas más allá de las columnas.


Escena de 'Hércules' en el Teatro Romano de Mérida.
La leyenda de Hércules y de sus columnas también está presente en la programación del 61 Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida a través de un musical, titulado 'Hércules' que firma el dramaturgo extremeño Miguel Murillo. Por cierto, que el protagonista de 'Hércules' sabe muy bien dónde colocar una de las columnas, pero no tiene claro en qué lugar debe situar la otra. 


Miguel Murillo.
A pesar de que la mitología puede resultar ardua, el espectáculo es un éxito. La gente desea motivos para reír y con 'Hércules' no le faltan. Incluso ríe con afirmaciones que poco tienen de chistosas. Por ejemplo, cuando en la obra se dice que Hércules, hijo de Zeus y de Alcmena, colocó sus dos famosas columnas, una en África y otra en Europa, y abrió así el estrecho de Gibraltar. Esta afirmación no es un chiste, es pura mitología, pero al público asistente al estreno de la obra debió de parecerle una ocurrencia muy graciosa de Miguel Murillo y la rio con ganas.


El Mediterráneo es un mar lleno de misterios culturales, mitológicos, climáticos, geográficos, religiosos y, por supuesto, humorísticos.




miércoles, 12 de agosto de 2015

Hércules, la obra más divertida del Festival de Mérida


José Joaquín Rodríguez Lara


'Hércules' es ya la obra más divertida del 61 Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida. El dramaturgo extremeño Miguel Murillo firma el texto de una comedia musical que tiene un fondo de teatro, un trasfondo de circo, rasgos de revista, atisbos de las andanzas de Don Quijote y de Sancho y hasta briznas de 'Josechu el Vasco', aquella historieta del TBO.


Se trata de una combinación entre la mitología clásica griega y la imaginación de un autor experimentado, como Miguel Murillo, puesta en escena por cantantes, actores y acróbatas. Y la mezcla funciona; funciona durante toda la función. La obra es ágil, colorista, entretenida y divertida. No hay nada grotesco en ella, nada que chirríe, y el público se lo pasa bien. Más de 2.500 personas asistieron al estreno.


El cantante Pablo Abraira, de quien muchas personas siguen recordando su 'Gavilán o paloma',
encarna a un Hércules vetusto que explica en un circo lo que ha sido su vida.
(Imagen de Jero Morales.)


'Hércules' se mantendrá en cartel hasta el domingo 16 de agosto. Es uno de esos espectáculos con los que disfrutan pequeños y mayores. Es recomendable tanto para quienes conozcan el Festival y deseen ver una obra agradable, como para quienes nunca hayan asistido a una representación en el Teatro Romano de Mérida y quieran debutar como público en el principal certamen de teatro grecolatino que se celebra en España.


Tal vez alguien le ponga pegas a que se represente en el Teatro Romano una obra que es actual, aunque se centre en el mundo clásico, que vincula a Hércules con Cádiz, con La Coruña y, por supuesto con Extremadura, a través de Mérida, puesta en escena por cantantes, actores y acróbatas. Está en su derecho, pero si así fuere habría que recordarle que clásico no es sinónimo de fósil, que la mitología sitúa junto a Cádiz, en el estrecho de Gibraltar, las columnas de Hércules y que cerca de Finisterre hay una torre herculina, además de que el escenario del Teatro Romano es una especie de pasarela por la que en tiempos de los romanos desfilaron más saltimbanquis que intérpretes de lo trágico.



El cantante Placentino Paco Arrojo en su papel
de maestro de ceremonias circense. (Imagen de Jero Morales.)

Los responsables del espectáculo, desde Miguel Murillo hasta Xenia Reguant, autora de la letra de las canciones, pasando por Ricard Reguant, director de la obra, Nuria García, coreógrafa, y Ferrán González, director musical, han elaborado un buen producto muy bien ofrecido al público por un amplísimo reparto en el que destacan los nombres de cantantes como Pablo Abraira y el placentino Paco Arrojo, así como el de Víctor Ullate Roche, bailarín, actor y coreógrafo.


Pero también hay otras personas, no tan conocidas, que hacen un buen trabajo. Javier Pascual, que debuta como actor, encarna a un Hércules joven al que le da el toque justo de chulería y de ingenuidad. Clara Alvarado, joven actriz de Navalmoral de la Mata, que interpreta a una bella gaditana experta en bivalvos, protagoniza un número musical más que notable. El mejor del estreno.


Por si todo ello fuese poco, el montaje no sólo respeta el escenario del Teatro Romano, sino que lo aprovecha casi en su totalidad, algo que raras veces se ve en el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida.


Tan poco es usual ver en Mérida a 25 intérpretes sobre la arena. Es más, resulta muy raro que se representen en el Teatro Romano obras con un reparto tan amplio. 'Hércules' confirma que es posible hacerlo y refuerza la sospecha de que quienes no lo hacen es porque están en contra de crear empleo.


La obra tiene, además, el merito de ofrecer una visión casi didáctica del capítulo de la mitología clásica dedicado a Hércules, y de hacerlo desde un ángulo tan arriesgado como es un musical.


La actriz morala Clara Alvarado interpreta a Yol, que enamora al joven Hércules, Javier Pascual.
(Imagen de Jero Morales.)

Hércules es una de las figuras mitológicas más presentes en la cultura universal. Son muchas las estatuas, los cuadros, las películas, las series de televisión, las obras de animación y los monumentos dedicados al hijo de Zeus y de Alcmena. Desde ahora, el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida se suma a esta dilatada tendencia con un musical que hace pasar un buen rato. Y no largo. Se lo aseguro.