domingo, 21 de abril de 2013


Aceitero, vinagrero, ra con ra


José Joaquín Rodríguez Lara


La aceitera y la vinagrera son hermanas; hermanas mellizas e incluso hermanas siamesas; hermanas siamesas unidas por la espalda; cuando no por zonas más recónditas. La vinagrera y la aceitera siempre van juntas a la mesa, pero no se hablan. Dice la aceitera que el agrio carácter de su hermana frustra cualquier amago de conversación. Por su parte, la vinagrera asegura que no se puede hablar con quien se empeña en quedar siempre por encima de los demás. Algo debe de haber dentro de ellas que las predispone al desinterés mutuo. Ni siquiera se mezclan cuando el diseño encierra a una dentro de la otra -se han dado casos-, con tal grado de retorcimiento que ciertamente resulta embarazoso.

Aceitera embarazada de una vinagrera. (Imagen bajada de Internet)

Tanto la aceitera como la vinagrera son dispuestas y discretas, como doncellas encargadas de sacar de paseo al salero y al pimentero que, por ser utensilios menores, siempre reciben más atenciones y corretean de mano en mano por el jardín del mantel, mientras ellas observan a los comensales confinadas en algún punto de la mesa o aparcadas sobre un mueble auxiliar.

No lamentan su destino de fino cristal labrado, o de loza decorada, pero en el fondo, a la vinagrera y a la aceitera les gustaría ser saleros y lanzarse en picado para sazonar desde un consomé hasta un par de huevos fritos, además de sopas, potajes, guisos, carnes y pescados. A ellas se le van los ojos detrás de los escabeches y, sobre todo, de las ensaladas; adoran a la lechuga, al tomate, a la escarola... No le hacen remilgos al repollo y se deshacen a chorros sobre las judías verdes, los alcauciles, el brócoli y otras hortalizas de invierno. Si por ellas fuera, en casa todos los días se comería gazpacho: de poleo, al ajoblanco, de tomate, con higos, en cazuela, de cortijo y con tocino, de manzana, con melón, con uvas, de fresones... El único gazpacho que no les gusta ni a la vinagrera ni tampoco a la aceitera es el gazpacho de batidora. Se marean.

Ambas hermanas llevan tantos siglos juntas que la envidia las reconcome: que sí para qué la rellenan tanto a esa, si casi nadie la usa, que si por qué la ensalada debe ser salada, bien aceitada y poco avinagrada, o a qué viene rocíar con vinagre las lentejas y las alubias e incluso los huevos fritos. "¡Válgame la cocinera: vinagre en los huevos fritos! Vinagre. Si son fritos, lo único que necesita un par de huevos es aceite y algo de sal", se queja la aceitera, que no mienta las patatas fritas a gallos para no darles ideas a quienes descoyuntan las recetas de toda la vida. "Papas fritas con vinagre, vamos, lo último", murmura la aceitera bebiéndose las lágrimas.

De espaldas. Ni se hablan ni tampoco se miran, pero, eso sí, posan ante la cámara con una elegancia sublime. (Imagen bajada de Internet)

Aunque son europeas y mediterráneas de pura cepa, la hostil coexistencia que protagonizan la aceitera y la vinagrera se considera un mal ejemplo para la sal y para la pimienta, además de ser impropia de la cordialidad que debe presidir la mesa comunitaria, por lo que la Unión Europea ha decidido tomar cartas en el asunto y cortar por lo sano: se acabó. Ningún establecimiento que sirva comidas al público podrá tener como centro de mesa una aceitera-vinagrera con pimentero y salero. Aduce la Unión Europea que de este modo protege al consumidor, evitando que las aceiteras sean rellenadas con aceite de mala calidad. Nadie se lo cree. También las vinagreras, los saleros y los pimenteros pueden ser rellenados con vinagre, con sal y con pimienta de mala calidad y, sin embargo, la Unión Europea no nos obliga a utilizar ni pimienta ni sal ni vinagre envasados en recipientes monodosis o en frascos irrellenables.

Niñas jugando al aceitero vinagrero.
(Imagen bajada de Internet)
Con su medida, la Unión Europea aparta de la mesa de los restaurantes a los alimentos que primero se disponen sobre el mantel, incluso antes de que lleguen los clientes y de que conozcan la carta y elijan su menú. Pobre aceitera y pobre vinagrera, ya no podrán sacar de paseo al pimentero y al salero. Esperemos que la cruzada proteccionista de la Unión Europea en pro de la seguridad alimentaria no prohíba ese juego infantil, patrimonio ya de la arqueología, que empezaba diciendo: 'Aceitero, vinagrero, ra con ra pero no dar, dar sin reír, dar sin hablar, un pellizconito en el culo y a volar. Que suelto la jaula, una, que suelto la jaula, dos, que suelto la jaula, tres, que la solté'.


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