martes, 26 de enero de 2016



Fernando Serrano nos espera en Salvaleón el 19 de febrero


José Joaquín Rodríguez Lara


El día 19 de febrero, viernes, a las 12:45 horas, se le pondrá el nombre de Fernando Serrano Mangas al colegio público de Salvaleón. (Unión Europea).


Fernando Serrano Mangas, a quien fotografié en el patio de la casa
 de su suegra, en Salvaleón,
 tras entrevistarle por la publicación de una de sus primeras obras
 sobre la carrera de Indias.

El colegio se llamaba hasta ahora 'Luis Chamizo', en honor al poeta de Guareña que, con sus versos, contribuyó a afianzar el poco sentimiento regionalista que caracteriza a los extremeños.


Ponerle el nombre de Fernando Serrano Mangas al colegio de Salvaleón no es un agravio ni para Chamizo ni para su obra literaria ni para Guareña ni, por supuesto, para el todavía muy escaso sentimiento extremeñista. 


Todo lo contrario. Es la confirmación de que lo que transmitió Chamizo con sus poemas, la necesidad de sentirse hijos de la tierra extremeña y la obligación de profundizar en las raíces propias, se está haciendo realidad, aunque sea muy lentamente.


Pocas personas se han sentido tan extremeñas, sin dejar por ello de ser españolas, europeas y ciudadanas del mundo, como el profesor Serrano Mangas. Nadie se ha declarado más porrinero y ha defendido más a Salvaleón, su pueblo, que don Fernando Serrano Mangas. Habrá quien le iguale, pero no quien le supere en este amor y en tantas cosas por las que Fernando fue una persona y un intelectual tan importante como singular.

Fernando Serrano Mangas ha sido un ser humano de muchísimo mérito. Una figura enorme. Como profesor, como historiador, como investigador, como amigo y como ciudadano.

Su obra tiene una notable importancia. Se convirtió en una autoridad mundial en la carrera de Indias, en la construcción y el trasiego de los barcos que traían el oro desde América. Gracias a sus años de investigación en el Archivo General de Indias (Sevilla) fue un experto en naufragios y en la localización, sobre las cartas de navegación, de los pecios con las bodegas atiborradas de oro y de plata.

Fue él, nuestro compañero y amigo Fernando Serrano, quien descubrió las andanzas de Francisco de Peñaranda, el médico judío que conservó 'El Lazarillo' y otros textos emparedándolos en la tapia de un doblao de Barcarrota. Sin la inteligencia y sin el tesón investigador del profesor Serrano, seguramente todavía estaríamos preguntándonos cómo llegaron los libros al doblao de esa casa en el Llano de la Virgen, de Barcarrota, localidad de la Unión Europea que dista unos ocho kilómetros de Salvaleón.

Y Fernando no sólo descubrió quien había recopilado y escondido los libros de la extraordinaria 'Biblioteca de Barcarrota', sino que hasta determinó el año y el mes aproximado en el que los escritos fueron ocultados. Un análisis del polen tapiado con los textos podría haberlo corroborado. En su maravillosa obra 'El secreto de los Peñaranda, el universo judeoconverso de la Biblioteca de Barcarrota', Serrano Mangas plasmó con precisión milimétrica el contexto social, cultural y político en el que se desarrolló la aventura de esa biblioteca, de su propietario y de sus allegados durante los siglos XVI y XVII.


Nadie le ha rebatido ni un dato a Fernando Serrano sobre este asunto, a pesar de que el misterio sigue envolviendo a 'El Lazarillo', la obra culmen de la picaresca española, y hay más de una y más de dos y más de tres figuras de la cultura hispana investigando sobre un texto del que, por ejemplo, todavía no se conoce su autor. 'El Lazarillo' no es una obra anónima, es un libro al que se le arrancaron las primeras hojas para ocultar la identidad de quién lo escribió. ¿Por qué? Porque escribir 'La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades' conllevaba un riesgo de vida en el siglo XVI y tenerlo en casa todavía lo seguía acarreando mucho tiempo después de que hubiese salido de imprenta la primera edición. Fue ese peligro el que llevó 
al médico Francisco de Peñaranda a esconder 'El Lazarillo' y las demás obras en la tapia de su casa. Lo hizo para proteger los libros, evitando que fuesen quemados por la Inquisición. Y los escondió con mimo, rodeándolos de paja, para preservarlos de la humedad. Pero fundamentalmente los escondió para protegerse a sí mismo y a su familia.


La enfermedad, con su golpe traidor y repentino, nos arrebató a Fernando Serrano hace poco más de un año. Nos queda su recuerdo, nos quedan sus libros, sus enseñanzas, su humor, su ejemplo. Pero es necesario que también tengamos su nombre ondeando en las instituciones. Fernando, que fue una persona muy generosa, se merece darle nombre a un colegio. Lo mismo que se mereció y continúa mereciéndose la Medalla de Extremadura, la máxima distinción regional.

Se la mereció en vida, pero Extremadura es demasiado madrastra con sus hijos, muy cicatera para reconocer el mérito de sus vástagos. Así que ahora que uno de los porrineros más ilustres, por no decir el que más, ya no está entre nosotros, Salvaleón le va a poner su nombre a un colegio. Podría decirse 'menos da una piedra', pero no sería verdad. Hay piedras, y esto lo sabía muy bien Fernando y lo sabe cualquier historiador, que dan mucho, muchísimo más.

Su pueblo le va a poner el nombre de Fernando Serrano Mangas al colegio público. Aplaudo el gesto, pero no me consuela. Yo cambiaría todos los homenajes, todos los reconocimientos y todas las palabras de elogio, incluidas las mías, en honor de Fernando Serrano por la dicha de leer al menos una página de cualquiera de los libros que Fernando no escribió, aunque los estaba preparando, y que ya no podrá escribir. Pero tenemos que conformarnos con cambiarle el nombre a un colegio del que esperamos, yo lo anhelo, que salga alguna chica o algún chico que al menos iguale en méritos y gloria a Fernando Serrano Mangas.

Espero y deseo que la ceremonia de renombrar al colegio público lleve hasta Salvaleón, el día 19 de febrero, a muchas personas que conocimos y apreciamos a Fernando. Confío, también, en que algunas de ellas procedan de Barcarrota, de mi pueblo, del pueblo en el que estudió Fernando y que tanto le debe al profesor Serrano. 


A mí me gustaría poder ir, más pronto que tarde, desde Barcarrota hasta Salvaleón no por una carretera, la EX-320 que atraviesa encinares maravillosos, sino por una calle. Por una bonita calle de 8 kilómetros de longitud, con aceras flanqueadas por encinas, que uniese el corazón de Barcarrota con el corazón de Salvaleón y que se llamase 'calle del profesor Fernando Serrano Mangas, porrinero y barcarroteño'. Sería muy hermoso que una de esas placas estuviese a la salida de Salvaleón y la otra en la entrada de Barcarrota.



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