martes, 8 de agosto de 2017

A la caza de la caza

José Joaquín Rodríguez Lara


La caza tiene muy mala imagen pública. Salta a la vista. Es una mala imagen originada, azuzada, reforzada, proyectada y sostenida por los medios y las redes de intercomunicación social. Es una mala imagen injusta, pero palpable y muy perniciosa para todo el sector cinegético.

Habrá personas a las que no les importe lo que las demás piensen de su comportamiento, y están dispuestas a seguir viviendo su pasión cinegética, mientras puedan y se lo permitan, como lo han hecho siempre.

Esas personas no se dan cuenta o, si se dan, no les importa que la actividad cinegética no es inmune al poder de persuasión, de auténtica presión, que tienen quienes están en contra de la caza. Son gentes que votan, que se organizan, que se manifiestan, que ocupan escaños en los parlamentos y que gobiernan o pueden gobernar. Tienen mucha más fuerza que el mundo de la caza, en general, muy poco propenso a la cohesión, aunque, sólo en España, sin incluir en la cuenta al resto de la Unión Europea, la actividad cinegética mueva a centenares de miles de personas, genere muchos millones de euros de Producto Interior Bruto y también tenga practicantes y defensores sentados en las cámaras legislativas y en los gabinetes de gobierno. Pues en el balance de fuerzas a favor y en contra de la caza, que se enfrentan en el ruedo de la opinión pública, ganan, por goleada, estas últimas.

La caza es una actividad natural, legal, regulada, sometida a numerosos controles, que paga impuestos y hunde sus raíces más allá de los orígenes del ser humano, hasta el punto de que sin caza no existiría la Humanidad tal y como la conocemos. Sin embargo, los cazadores somos acosados por la Administración, perseguidos por quienes están en contra de esta práctica ancestral, tachados de asesinos y despreciados como si fuésemos delincuentes.

No se puede, ni mucho menos se debe, permanecer impasibles ante tantos y tan injustos ataques. Tendría que ser la Administración la que saliese, de oficio, a defender al sector cinegético, del que sólo se acuerda a la hora de recaudar. Pero el mundo de la caza también debe esforzarse para corregir y reconducir, en la medida de lo posible, esa mala imagen que, sin duda, contribuye a mantener y a acrecentar con hechos que no tienen encaje en un mundo que les otorga a los animales derechos que, hace muy pocos años, estaban reservados exclusivamente para las personas.

Desde el punto de vista geopolítico, España es predominantemente rural. Pero desde el punto de vista sociopolítico, España es mayoritariamente urbanita. El mundo rural parece un ámbito de guardarropía, de museo. Los valores que más ruido hacen y que terminan imponiéndose son los propios de las grandes urbes, que están devorando a los pueblos abduciendo a sus habitantes y descapitalizando sus economías. Para el mundo urbanita, que contamina más que cualquier otro, con humos, ruidos, luces.., el mundo rural es su jardín de descanso y está empeñado en que siga siéndolo, con sus pueblitos y su naturaleza intacta.

El mundo urbanita no sabe, ni quiere saber, que el mundo rural es un paraíso natural porque generaciones y generaciones de pueblerinos han explotado el campo con prácticas sostenibles. Ignora el urbanita que la dehesa, por ejemplo, es un maravilloso ecosistema modelado por el hombre con actividades como el pastoreo, el carboneo, la agricultura y, por supuesto, la caza, que es tan natural como la encina o el agua de los arroyos.

Pero la caza no es vista con buenos ojos. Tiene mala prensa la caza. Y buena parte de la culpa la tienen los propios practicantes de la actividad cinegética. En un mundo en el que la comida se vende de tal modo que es necesario hacer un esfuerzo de imaginación para convencerse de que las pechugas de pollo, las rodajas de salmón, las costillas de cordero y cualquier otro tipo de proteína fileteada y envasada alguna vez tuvieron vida, no se puede sostener la bondad medioambiental de la caza mostrando una catarata de imágenes en la que las perdices, los conejos, los venados, las palomas… caen en manadas, como si en vez de personas falibles, quienes disparan fuesen dioses con poderes de destrucción inconmensurables. Ni el rayo de Júpiter fue jamás tan certero como una ensalada de disparos servida por televisión.

Y la caza no es eso. Cazar no es matar. La muerte es y ha sido siempre el punto culminante de la cacerería, pero cazar es mucho más que capturar o abatir la presa. Si la caza se limitase a un ejercicio para aprovisionarse de carne, no patearíamos los cazaderos, cazaríamos en las carnicerías. Mucho más barato e infinitamente más cómodo.

Las imágenes, repetidas hasta la saciedad, de los disparos y de los animales inertes dispuestos en orden cuadrangular, como víctimas de una catástrofe, le hacen daño a la caza. El alarde, no pocas veces arrogante, del matador que posa a lomos de su trofeo no beneficia a la actividad cinegética.

No digo yo que haya que prohibir la filmación de esas escenas, pero sí estoy convencido de que es muy pernicioso utilizarlas como el estandarte de la actividad cinegética. Sobre todo en medios generalistas, especialmente el televisivo, que, al contrario de lo que ocurre con esta revista y con las demás publicaciones especializadas, llegan a casi todos los sectores de la población y causan un fuerte impacto entre personas que desconocen el mundo cinegético.

Una imagen vale más que mil palabras, asegura un proverbio chino, y una mala imagen causa más daño que mil palabras de elogio, añado yo. Especialmente cuando hay tanta gente empeñada en ir a la caza de la caza.

Y si no lo cree, piense en los galgueros, practicantes de uno de los sistemas de caza de liebres más naturales y ecológicos, que están siendo denigrados a troche y moche tras difundirse imágenes de galgos ahorcados o abandonados. En Ibiza y en las islas Canarias se practica otra modalidad de caza al diente, en este caso de conejos, con podencos ibicencos y con podencos canarios y, sin embargo, no se persigue a los podenqueros con tanta saña como a los galgueros.

Aun más, los cetreros tienen una altísima consideración social, a pesar de que, en esencia, hacen lo mismo que los galgueros y los podenqueros: ponen a sus pájaros tras la presa. ¿Pero alguien vio alguna vez un alcón colgado de una higuera?

Si usted continúa creyendo que el uso prudente de lás imágenes cinegéticas no contribuiría a frenar y reducir la mala prensa de la caza, fíjese en la pesca. Desde que las televisiones y los medios impresos hacen hincapié en la pesca sin muerte, los pesquiles parecen peanas sobre las que, caña en mano, se asientan santos milagreros. Y mire usted, mucho más cruel me parece a mí cebar las aguas para engañar a los peces con la comida y sacarlos del agua, para verlos, sólo para verlos, con la intención de soltarlos unos minutos después, que patear los campos para arriba y para abajo buscando perdices, liebres y conejos. Los peces deben de creer que en su charco ha caído el maná y comen confiados. Las liebres, conejos y perdices saben desde hace tres meses que mañana correrá la pólvora y, haciendo gala de su prudencia y de su sabiduría, huyen o se esconden.

Lo mismo deberíamos hacer los cazadores: disfrutar de la pasión cinegética con pruencia y sabiduría. Porque lo importante no es colgarse hoy una pieza más, sino contribuir a que mañana no haya una pieza menos para empiolar. Hay que defender la caza desde abajo, desde el cazadero, esforzándose en que produzca lo que la naturaleza permita sin convertirlo en una granja intensiva, ni mucho menos en una pasarela de especímenes desnaturalizados. Ante todo y sobre todo, la caza es algo natural.

Y hay muchas formas de defender la caza. Como guarda, como cazador, como promotor, como hostelero, como periodista o como editor, faceta esta en la que José Antonio Rodríguez Amado lleva 24 años de esfuerzo. Es difícil encontrar publicaciones que como las suyas – ‘Caza Extremadura’ y ‘Senderos’ - defiendan con tanto ahinco, durante tanto tiempo y con tanta constancia el mundo natural y la actividad cinegética como parte indisoluble del mismo. Me quito el sombrero y levanto mi copa para que mantenga su defensa al menos veinticuatro años más.

(Artículo publicado en la revista 'Caza Extremadura'.)

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