martes, 16 de septiembre de 2003


Cosas que aún compartimos


José Joaquín Rodríguez Lara


Los españoles suelen despertarse cada día con la versión ampliada del conflicto nacionalistas que, por puro aburrimiento, les había conducido hasta el sueño durante la víspera. Desde luego, en todas partes cuecen habas, pero en España hay tantas habichuelas propensas a hervir en su propio caldo que la ebullición es muy ruidosa y se teme por la integridad del puchero.

A Dios gracias, los conflictos acercan, pues para discutir de verdad hay que arrimarse al contendiente. Por eso a veces se tiene la impresión de que España es mero fruto de sus divergencias. No es así. Afortunadamente, nadie nos impone ya su «destino en lo universal» y convivimos en la trabazón de algunas razones poderosas.

Tenemos una lengua todavía en buen uso, para dolor de los que la desprecian. Compartimos una Constitución que resiste las intentonas de partirla en mil pedazos. Nos une una forma de Estado, a pesar de que hay republicanos juancarlistas, y monárquicos de alcurnia que abrazarían la república antes que ver casado al Príncipe con una plebeya. A los políticos, que suelen pelearse en el Congreso, les ata el hemiciclo parlamentario. Es normal. El campo de batalla deja más cicatrices que las propias balas; por eso regresan a él, incluso cuando ya no recuerdan el porqué se mataban. La Albuera y Normandía son ejemplos palpables.

Además, los españoles comparten gustos y entretenimientos. Aunque la infidelidad origina separaciones y es causa de aflicción, la afición a los toros está muy generalizada y congrega a multitudes. Nadie puede negar lo que acerca el amor al fútbol, por más que la pasión por los colores de los respectivos equipos genere tanto odio entre algunas aficiones.

También nos une el culto al buen vino, pues sabemos que pocos ungüentos son más disolutos que 'la mala bebía'. El paladar, en general, es un amigable vínculo de unión. Por ejemplo el aprecio a la paella nos iguala, aunque el precio del marisco suela colocar a cada uno en su sitio. ¿Y qué decir del filósofo Sus Scrofa, el gran meditabundo del encinar? En aras de la confraternización con nuestros vecinos galos todos los españoles se han puesto de acuerdo en llamar jamón a lo que hasta la Edad Media siempre llamaron pernil. 

Claro que un país no surge de las coincidencias, sino del deseo y, más aún, de la necesidad. El hartazgo mata muchas alianzas nacidas en torno al puchero, por lo que no se debe andar jugando con el estómago. Allí donde falta el hambre hay que hacer ganas de comer. Aunque sea jamón.

(Publicado en mi columna de opinión El Rincón)





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