sábado, 18 de junio de 2011

Carriles

José Joaquín Rodríguez Lara


DE las tres señales de tráfico que advierten sobre la existencia de peligro por 'estrechamiento de la calzada', España se ha quedado a vivir en la que anuncia que la vía se estrecha precisamente por el carril de la izquierda.
Se trata, como usted bien sabe, de una señal triangular cuya parte central la ocupan dos trazos verticales. El de la derecha es prácticamente recto, aunque si lo observa fijamente durante un tiempo prudencial -digamos que entre cinco y nueve meses, o algo más, sin pestañear- notará que el extremo superior del palito derecho se cimbrea levemente, hacia atrás y hacia adelante, con oscilaciones de cachiporra, como si el carril de la derecha pretendiera echarse a dormir.
La parte superior del trazo de la izquierda, por el contrario, se tuerce claramente y sin complejos hacia la derecha, de modo que abandona la línea original, que aún resulta perceptible en sus raíces. Unas raíces centenarias que se remontan más allá de la época en la que este carril todavía era marxista y republicano, cuando Felipe González aún no había dicho «¡compañeros!, hay que ser socialistas antes que marxistas», despertando un fervor hereje; en un tiempo en el que aún faltaba mucho, pero mucho, para que los socialdemócratas de nuevo diseño enterrasen en lingotazos de champán y en 'glamour' de 'prêt-à-porter' al viejo socialismo. Si aquel canciller Willy Brandt levantase la cabeza y viese a este Zp se moriría de vergüenza. Nadie podía imaginar entonces que las reformas laborales que, años después, acuñaría Zapatero dejarían a la socialdemocracia borracha y hecha unos zorros. Y a Rajoy, el ángel flamígero de las reformas, sin nada que reformar. El cambalache de Zp es como si Gandhi se vistiera en las boutiques de El Corte Inglés después de haberse pasado la vida hilando su propia ropa para derrotar al imperio británico a golpe de rueca. Resulta increíble, pero es que hay modistos muy traicioneros, aunque no salgan en las páginas de las revista 'Vogue'.
Es decir, que la derecha española sigue en pie, más tiesa que un ajo y haciendo honor a su vocación de ser el palo que sostiene la bandera, mientras que la izquierda se ha corrido a su vera. Si al menos fuese un matrimonio por amor, pero no; se trata de un casorio por conveniencia. Al final va a ser cierto: si la indignada virtud ya no está en el medio de la plaza se debe, simplemente, a que al centro se han mudado la mayoría de los vicios.
¿Y qué hay a la izquierda de la nada? El arcén. Por ahí circula Izquierda Unida. Lo suyo siempre fue el carril-bici. Es su sino. A veces se engalla, como en Extremadura, plantándose en los pasos de peatones, y se pone a dirigir el tráfico de la democracia; más que nada por responsabilidad y porque en IU subsiste algún que otro dirigente crédulo y con la conciencia todavía en aceptable estado de uso. Pero lo hace corriendo el gravísimo riesgo de sufrir un atropello. Otro más. Ahora, o les pasa por encima el tren de la historia o los arrollará Cayo Lara, pero los tres de la fama pueden salir de la Asamblea más rojos que entraron. Rojos de vergüenza mezclada con mercromina, para sonrojo de todos.


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