lunes, 3 de diciembre de 2012

Encuentro en el Mercantil 

José Joaquín Rodríguez Lara


Le molestaba que le tratasen como a un crío, pero no quería parecer mayor, quería ser Paul McCartney. Tenía tres ‘singuels’ y un ‘elepé’, gastaba pantalón campana, coleccionaba noticias de prensa sobre ‘Los Bitels’ y un día se armó de valor y fue a ver a Doroteo, el barbero. Aprovechó la caída de la siesta, suponiendo que a esa hora no habría parroquianos en el establecimiento, y cuando el peluquero descorrió el cerrojo se lo encontró de pie, en la puerta de la barbería, esperando. 
  Entró con prisas. Sacó del bolsillo trasero del pantalón la hoja redoblada de una revista y se la enseñó al maestro.
  - ¡Así, cómo este! (Exclamó Doroteo.)
  - Igual. (Asintió con cierta firmeza el muchacho.)
  El barbero se asomó a la calle, para cerciorarse de que no se acercaba ningún cliente más, cerró la puerta y echó el cerrojo. A la luz de los 40 vatios de una bombilla picada de viruela por las moscas, miró y remiró la fotografía, la pegó en el espejo con un poco de jabón y desplegó el hule en torno al cuello del muchacho. Armado de peine y tijeras se pertrechó también de valor intentando saltar el precipicio de las dudas.
  En la barbería manda la clientela, pero ¿cómo iba a hacerle él aquella ‘judiá’ al hijo de su mejor cliente, al nieto de don Aquilino, la única persona que le había dado un duro de propina? Cierto es que era feria y que el rentista estaba borracho, pero era un duro y de los de don Aquilino, al que le estuvo haciendo la barba desde que sentó plaza de aprendiz hasta que al viejo tripón le dieron los santos óleos.
  - ¡Que no, que no y que no!
  No esperó a que Doroteo cambiase de opinión; ni siquiera se miró en el espejo para observar la avería que le había hecho en mitad del cogote solamente con darle dos tijeretazos. Empezó a correr calle arriba y no paró hasta llegar a casa de Miquy, en un principio Micaela Felisa de los Santos Mártires y ahora Mayka. La muchacha, dos años mayor que él, le comprendía, le prestaba revistas y jugaba a cortarle el pelo con sus dedos finos y largos como silbidos de carne.
  - No te preocupes, yo te arreglo.
  Aquella tarde, junto al tragaluz del desván, Miquy le corrigió el trasquilón que le hicieron en la barbería. Se esforzó en dejarle la cabeza lo más parecida posible a la de McCartney, y la autoestima, a juego. La muchacha tenía un primo que se preparaba para estudiar derecho en Sevilla y, en la embriaguez de los sentidos, él no se dio cuenta de esa circunstancia ni tampoco hubiera sabido agradecérselo a la joven. Salió de la casa pelado y rebozado en pelos, canturreando. “Letibí, letibí”
  Las visitas al desván se hicieron tan frecuentes que él se dejó barba, como Lennon, y Miquy aprendió peluquería al tiempo que casi se desengañaba de su primo el estudiante. Se casaron una tarde de San Juan. Él trabajaba ya con un delineante, buscaba un batería que se pareciese a Ringo y empezaba a entender el sentido de las letras que cantaba en inglés. Ella le seguía cortando el pelo y soñaba con hacerse ‘estetisien’. Nació Rocío y año y medio después llegó Marta, que estudia segundo de piano en el Conservatorio de la Diputación. Él copiaba planos; ella leía revistas de moda. Él seguía cantando, pero ella dejó de aplaudirle, de escucharle, de asistir a sus conciertos y también de cortarle el pelo. Ya no había necesidad.
  Una noche, mientras ella se tomaba un güisqui, de pie junto a una de las columnas del Mercantil, sus heridas volvieron a cruzarse. “Letit bí, let it be”. Llevaba tiempo mirando rostros difuminados entre los celajes del humo y se había prohibido a sí misma reconocerle, pero los ojos se le zambulleron en la tarima del escenario nada más escuchar el estribillo. “Let it bí, let it be”.
  -¿Qué te parece, Mayka?, le preguntó Raquel, la abogada a la que había conocido en la asociación de autónomos. ¿Te gusta?
  - Me gustaba. Me gustó mucho. Hace ya muchos años.
 - Comprendo, mujer. Los intereses musicales evolucionan; la gente cambia.
  - No creas, este ha cambiado poco. No es como mi primo, el abogado; este ni cambia ni puede engañarme. Si tú supieras... Pero perdona,  Raquel, perdóname, cariño, tú no sabes quien es, ¿verdad?  
  - Creí que no le conocías. 
  - Le conozco demasiado bien, Raquel. Paul se llama Demetrio y es mi ex. Ahí donde le ves, sigue igual que siempre, aunque ahora lleve pendiente con cristalito y gaste esa coleta de estropajo sucio. Cuando le conocí se empeñaba en engañar a los años con la música y ahora pretende engañar a la música con los años. Ya te digo, como siempre.


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