domingo, 22 de septiembre de 2013

Palabras bonitas


José Joaquín Rodríguez Lara


Las competiciones de belleza también han llegado al diccionario y cada año se elige la palabra más bella del decir castellano. Entre las candidatas suelen estar expresiones como madre, amor, libertad... Son términos hermosos, pero no por el continente, sino por el contenido. En ellas no resalta el significante, sino el significado. Son como muchas prendas de la moda que desfilan sobre las pasarelas: si le sacas a la modelo que llevan dentro, las telas se quedan en nada. La palabra amor no es más bella que el término odio. De hecho, si amor significase odio y odio significara amor, sería el odio y no el amor el que competiría por la corona de la beldad.


Hay palabras feas que dicen cosas hermosas. Y palabras hermosas con significados más bien feos. Egoísmo es una palabra bonita con un significado poco agraciado. Pero al menos no es una palabra engañosa, pues pone el ego por delante, va de frente. Solidaridad, en cambio, es una palabra fea y difícil de pronunciar con sílabas (so-li-da-ri-dad) que se arrastran por la garganta como una cadena de espinos, pero alberga un significado que el común de los mortales tiene en más estima que a la propia justicia. Así nos va, claro. Además, solidaridad es un término engañoso, pues empieza sonando a solo y nunca llega a dar sensación de verdadera solidez.


¿Hay piloto más delicado y atractivo que un ratón ciego?
(Imagen publicada por ecologíaverde.com)

Una de las palabras más bonitas del castellano es murciélago. Además de contener las cinco vocales de la lengua castellana, murciélago es el nombre del único mamífero que vuela por sí mismo. Y por si eso fuera poco, murciélago significa ratón ciego. Si las películas de Drácula no le hubiesen hecho tanto daño a la imagen del murciélago, este piloto nocturno y esdrújulo, que viste capa y gasta radar, se reiría del mundo.


Hay nombres propio casi en desuso que encierran una gran belleza, a pesar de que a poca gente le gustan. Ahí están Regina (reina), Eugenio (bien nacido), Eulogio (de buenas palabras), Evaristo (el mejor entre los mejores), Filomena (ruiseñor, que ama la música), Virginia (virginal), Teodoro y Dorotea (que a Dios adora y que adora a Dios), Clemencia y tantos otros.


En el concurso de Miss Palabra más Bonita sobresalió una vez la damajuana. Es una palabra muy hermosa, una expresión redonda, oronda, de cutis terso y brillante, generalmente de color verde aceitado. Parece casi una palabra lorquiana. Hace años, en cada casa había al menos una o dos damajuanas; la damajuana del vino, la del aceite, la damajuana de las aceitunas... Para protegerlas se las vestía con enaguas y pololos hechos a mano; de esparto, de cuerda, de mimbre, de caña, de madera, de lona y, cuando finalmente arreció el declive de las fibras naturales, con prendas prêt-à-porter, de plástico.


Damajuanas de arroba, de media arroba y de cuarto
tomando el sol sin enaguas ni pololos.
(Imagen publicada por todocolección).
Independientemente de su uso, las damajuanas domésticas eran pulcras y honestas vasijas, ajenas a la propensión al vicio imperante entre las que se usaban en las bodegas y a las que, en vez de damajuana, se las llamaba garrafa. Ya ve usted, que nombre tan vulgar y feo: garrafa. Palabra de tan poco fiar como su vástago, el garrafón.


La damajuana desprende generosidad, cordura, afecto; evoca otros ritmos, otras luces, otros afanes. A todo ello se suma el hecho de que sea una palabra compuesta: (dama)(juana). No es la única a la que esta característica le da un empaque especial. Por ejemplo, (para)(guas) es otro monumento lingüístico. Ignoro si paraguas significa que para el agua o que es para el agua, pero ahí está ella, todo un milagro de ingeniería fonética. Ocurre lo mismo con (vierte)(aguas), ese tejadillo que protege de la lluvia a los alféizares, las ventanas y las puertas.

¿Y qué decir de reanudar? Cada día reanudamos cientos, miles, millones de asuntos y nadie cae en la cuenta de que los estamos atando, (re)(anudando), para seguir tirando del cabestro y llevarlos a donde queremos.

Además de hermosas, damajuana, paraguas, vierteaguas y reanudar son palabras muy descriptivas, aunque, eso sí, se quedan en nada ante el término (aspa)(viento). Aspaviento no es una palabra, es un vídeo demostrativo, un documental fonético sobre los manotazos que le dan al aire algunas personas para expresar su espanto, admiración, pesar o cualquier otro sentimiento. Cuando Don Quijote espoleó a Rocinante y se lanzó, lanza en ristre, contra el colosal enemigo manchego, no cargaba contra gigantes ni tampoco contra molinos, fueron (aspa)(venteros) los que desataron su ira, insoportables aspaventeros.

Luego están las expresiones que no son bellas ni por el contenido ni tampoco por el continente, sino por su musicalidad. "..un no sé qué que quedan balbuciendo." dice uno de los versos más famosos del 'Cántico espiritual' de San Juan de la Cruz. Si se es un genio, como lo fue el místico abulense, se puede hacer poesía grandiosa con palabras muy sencillas. Otros poetas prefieren la sofisticación y recurren a ritmos más sugerentes, como, por ejemplo, el (mar) de (Már)(mar)a, que se encuentra en Turquía, entre el mar Negro y el mar Egeo y cuya mera evocación le pone misterio a cualquier poema.

Parteluz en la fachada de una casa mudéjar, en Cáceres.
(Imagen difundida por Cofrades,
publicación digital sobre la Semana Santa)
En una calle de (Salva)(tierra) de los Barros, nombre tan bonito como los de (Barca)(rrota) y (Salva)(león) había dos bares -y muy pronto tal vez no quede ninguno- de nombres casi tan eufónicos como el mar de Mármara; uno era el (bar) (Bar)neto y el otro es el (bar) (Bar)celó. Alguna vez tuve la tentación de uncir sus nombres en un verso, pero luego comprendí que hacerlo hubiese sido una (bar)(bar)idad.

(Imagen publicada por
cociepsi.blogspot.com)












Por eso me conformo admirando la belleza conceptual, fonética y musical de la palabra (be)(bé). Aunque, para curarme de ella, me deleito con (parte)(luz), término que nombra a esa columnilla, generalmente de mármol, que divide verticalmente el escarpado hueco de algunas ventanas. Confieso que no sé si el parteluz parte la luz, es decir, el hueco de la ventana, o parte la luz que entra por el hueco de la ventana, pero, en cualquier caso, con su elegancia y simplicidad, el parteluz es una maravilla del castellano y, por supuesto, de la arquitectura. Una bonita palabra entre tanta palabra bonita.

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