sábado, 25 de enero de 2014

La partida


José Joaquín Rodríguez Lara


Hay galgos en la linde azul del cielo. Los he visto corretear y hacer cabriolas, nerviosos e impacientes, como si acabasen de dejar atrás las traíllas. El Mantés, la Coralia, la Campera, la Singa, la Ligera, Cástor, Póllux, Camuñas... Estaban todos los que recuerdo y otros que no he logrado reconocer. Dispuesto el timón, firmes las patas, fibroso el cuello, los ojos vivísimos, afiladas las intenciones, atentas las orejas y el lomo fuerte y curvado, sosteniendo la alta bóveda que ampara a las nubes en barbecho.


Un poco más allá, en el escalón de una loma canosa, esperaba el galguero. Enteco, cargado con la buzarca de lona y un garrote atravesado a la espalda, sostenido por las articulaciones de ambos codos. Los galgos le ponían las uñas en el pecho, le lamían las manos y la cara, pero él no se inmutó. Estaba clavado en el paisaje. Parecía un tronco seco que esperase sin esperanza. O quizás no; tal vez tenía la certeza de que no le harían esperar y por eso no mostraba signos de impaciencia.


En estas divagaciones me andaba yo, sin darme cuenta de que la comitiva fúnebre había cruzado la carretera de La Albuera y desfilábamos ya por la avenida del cementerio de Valverde de Leganés. El sendero estaba alfombrado de lágrimas, de cuchicheos y de silencios que avanzaban lentamente hacia el inhóspito corazón del camposanto.


Con el féretro dispuesto ante la boca negra del nicho, volví a mirar al cielo, a su linde incendiada por las caricias del último sol de la tarde. La Singa, la Ligera, Camuñas, la Coralia..., todos los galgos comenzaban a deshilacharse, barridos por el viento, camino del horizonte y, allá al fondo, recortado contra el sol que se escondía tras las nubes, volví a divisar al galguero, flaco, cargado con una buzarca de lona y con un garrote atravesado a la espalda. Por un instante me pareció que conversaba con algún viejo compañero de correrías cinegéticas, comentando quizás el comienzo de la inminente partida de caza, pero entonces saltó de la cama una liebre y vi que los dos corrían tras la beata, mezclados con los galgos, hasta que todos desaparecieron más allá de la memoria.


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