lunes, 3 de noviembre de 2014

Los pelos de la espuma


José Joaquín Rodríguez Lara


(Imagen publicada por pcisa.wordpress.com)
En Delos, isla griega en la que nacieron Apolo y Artemisa, había un pastor, ciego de nacimiento, que cuidaba cabras y se alimentaba de su leche. Jamás había percibido ni siquiera un hilo de luz, pues los dioses le negaron el amanecer a sus pupilas. El sol había curtido su piel y amasado su carne y torneado sus huesos, pero era el mar el que llenaba las cuencas de sus ojos y cada vez que alguien pasaba por su lado le suplicaba que le hablase de él.

- ¿Cómo es el mar?, decía, ¿cómo es?

- Es profundo y azul y verde y negro y salado, le respondían.

Entonces el pastor se bebía las lágrimas e imaginaba que el mar sería tan profundo como su pena, tan salado como sus lágrimas y tan imposible de imaginar como lo azul, lo verde y lo negro, pues quien vivió siempre en la oscuridad ni siquiera sabe de qué color es su ceguera.

- ¿Es alegre el mar?, insistía el cabrero.

- Sí, es alegre. Puede ser terrible, fiero, devastador, pues su ira es incontenible, pero también ríe, sí. El mar tiene sonrisa de espuma, más blanca que la leche de tus cabras.

Y el pastor se relamía entonces, saboreando el tibio y nutricio color de la espuma, de la que jamás habría sospechado que tuviese pelos.

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