miércoles, 1 de julio de 2015

Demasiada 'Medea'


José Joaquín Rodríguez Lara


El 61 Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida acaba de iniciarse, en la primera noche del mes de julio del año 2015, con un clásico entre los clásicos: 'Medea'.


Medea es un mito clásico; con la 'Medea' de doña Margarita Xirgu comenzaron las representaciones teatrales entre las ruinas del Teatro Romano de Mérida; 'Medea' es el título que más se ha programado en el festival emeritense; la programación de este año incluye dos Medea, y Ana Belén empieza a ser ya una clásica actriz trágica de Mérida. Tanto que hasta interpreta a Medea.


¿Demasiada Medea? No. Al Festival de Mérida nunca le sobrará una 'Medea'. Si acaso, le faltará. Si el clásico concierto de Año Nuevo en Viena termina siempre con la 'Marcha Radetzky', de Johann Strauss, padre, el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida bien podría comenzar siempre con la 'Medea' de cualquiera de sus muchos progenitores. Incluida la de algún padre novicio, que la hay.


Ana Belén protagoniza esta 'Medea' de Vicente Molina Foix, que ha construido su obra a partir de textos de Eurípides, de Séneca y de Apolonio de Rodas. La producción es del Festival de Mérida y de Pentación Espectáculos.


A la versión de Molina Foix le sobra metraje. Dos horas sobre las cáveas, y no digamos nada sobre las sillas, del Teatro Romano de Mérida son demasiado tiempo incluso para estar sentado. Siempre. Sobre todo cuando son dos horas ininterrumpidas, pues el respiro de los entreactos pasó definitivamente a la historia. Si el interés de la obra empieza a medirse con el entumecimiento de las piernas, desde los dedos de los pies hasta el inicio de la espalda, mala cosa. Muy interesante tiene que estar el espectáculo para que nadie se remueva con inquietud en su localidad.


La 'Medea de Vicente Molina Foix y de Ana Belén, bajo la dirección de José Carlos Plaza, tiene cosas buenas. Desde luego. El público arreció en sus aplausos cuando salió a saludar Consuelo Trujillo, reconociendo y premiando, por encima de cualquier otra, su actuación en el papel de la nodriza o criada. Es lo mejor del montaje. Al menos en la noche del estreno.


Medea, Jasón, los hijos de ambos y la nodriza. (Fotografía de Jero Morales.)

No puede decirse lo mismo de Adolfo Fernández, que encarna a un Jasón carente del carisma y del carácter arrollador que se le supone al seductor jefe de los argonautas. Y entre ambos está Ana Belén, una Medea que se sabe que es mala porque comete maldades, no porque emane maldad. Da la impresión de que a su interpretración le afecta, para mal, el no contar con la réplica de un Jasón que parezca verdaderamente ruin y que justifique suficientemente su despecho y su vesania. A Creonte le basta con un par de gestos para transmitir mucha más vileza.


El resto del reparto realiza un trabajo correcto y eficaz.


Por lo demás, la escenografía no es desmesurada ni oculta la columnata del frente escénico, primera y gran tentación de cualquier escenógrafo. Además, tiene la ventaja de que es única e inamovible, con lo que se aligera -quién lo iba a decir- la representación evitando el acostumbrado "llévate esta silla y trae para acá esa cama".


Y sí, inevitablemente, hay micrófonos y, por consiguiente, los diálogos tienen su pátina de artificio, pero al menos la técnica no ha fallado escandalosamente, como ocurre en no pocas ocasiones.


Si el gran José María Rodero hubiese sabido que la megafonía iba a mejorar tanto, no se habría muerto en 1991. Eso sí, don José María exigiría al menos un descanso. Justo antes de que Creonte salga a escena.


No hay comentarios:

Publicar un comentario