martes, 27 de octubre de 2015


Silvia Marsó y otros seres enjaulados en 'El zoo de cristal'

José Joaquín Rodríguez Lara


Casi todo el mundo sabe que los zoológicos son cárceles de animales. Por mucho que se disimulen los barrotes y los fosos, ni siquiera puede afirmarse que los inquilinos de las jaulas vivan en una situación de libertad vigilada. Hasta las propias bestias asumen que están presas y suelen mostrarse dispuestas a aprovechar cualquier oportunidad para huir de su encierro. La huida es la primera obligación de quien se siente injustamente cautivo.


Los personajes de 'El zoo de cristal', de Tennessee Williams, también están enjaulados. Ninguno de ellos lo ignora y todos buscan, de forma casi compulsiva, un agujero en el cerramiento que les permita escapar de su lamentable situación.

Amanda, la madre sureña que una vez fue rica, intenta escapar de la pobreza impuesta por su trayectoria sentimental y agravada por la Gran Depresión que hundió a Estados Unidos a partir del año 1929. Tom, el hijo, trata de huir física y mentalmente, y además lo consigue, de su madre y de toda su familia, así como de un trabajo que le causa alienación. Laura, la hija, coja y retraída, se refugia en una colección de figuritas de cristal, su frágil zoo particular, para no exponerse a la curiosidad del público que la considera una joven rara. Y Jim, compañero de trabajo de Tom y excondiscípulo de su hermana Laura, huye de la muchacha y de la velada galante que le ha organizado la autoritaria y manipuladora Amanda en cuanto comprende que, sin darse cuenta, se está metiendo en las feroces fauces del afecto, antesala del compromiso.

'El zoo de cristal' es una de las grandes obras del teatro universal. Tennessee Williams plasmó brillantemente en este drama las calamidades de su propia familia y de unos Estados Unidos de Norteamérica abatidos por la crisis.

La obra ha sido llevada a las tablas y al cine, repetidamente, además, por destacadas figuras de la interpretación, en muchos países. Como espectáculo es un clásico. Williams descarnó tanto los sentimientos que el interés de 'El zoo' persiste, más allá de las circunstancias, aunque en la Gran Depresión que viven países como España, resulte inimaginable buscarle marido a la niña para asegurarse los garbanzos. Más que nada porque, ¿quién puede garantizar que el yerno de ahora, en vez de traer comida a la mesa, no se limite a aportar una boca más a la hora de comer? Representar esta obra es un reto profesional importante. Francisco Vidal, como director, Silvia Marsó y sus compañeros de reparto lo han afrontado con decisión. Más que en los hechos que se representan, el gran mérito de 'El zoo de cristal' está en la forma en la que el carácter de los personajes radiografía su realidad y a la sociedad de su tiempo.

'El zoo' ha llegado a Badajoz envuelto en la programación del 38 Festival de Teatro. Es su novena entrega. Las butacas del López de Ayala se han llenado para ver a Silvia Marsó, a Alejandro Aréstegui, a Pilar Gil y a Carlos García Cortazar encarnar, con no poco acierto, a unos personajes que, gracias a la genialidad del gran dramaturgo estadounidense, tienen más vida que muchas personas de carne y hueso.

A fin de cuentas, la vida es esa cosa que palpita sobre el escenario mientras el público la contempla refugiado en el confortable burladero de sus localidades.

Silvia Marsó, la madre, intenta engatusar a Jim, el joven al que le ha asignado
el puesto de futuro yerno, mientras el padre de la muchacha,
que abandonó a la familia hace años, contempla la escena desde una fotografía
que tiene mucho de aparición fantasmagórica. (Imagen bajada de www.teatrobellasartes.es)


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