miércoles, 18 de enero de 2017

A Don José le encantan las vecinas


José Joaquín Rodríguez Lara


La cabra es caprichosa. No hay más que verla. Su propio nombre lo dice. Las raíces de caprino y de capricho tienen el mismo o parecido origen. Las cabras son animales muy caprichosos.


Mi hermano menor, Servando, asegura que la cabra es un espíritu libre, que quiere cuando quiere querer y si no quiere querer no quiere. Si así fuese, el corazón caprino le daría mil vueltas en autonomía a la papa palpitante que nos remueve la sangre a las personas.


Sea como fuere, a la cabra hay que echarle de comer aparte, por si le apetece comer. La gente suele creer lo contrario, pero una cabra no come cualquier cosa. Cierto es que engulle hojas, ramas y espinos sin problemas, pero antes de comerse algo, paladea el alimento. Si el sabor de una hoja no le gusta, la deja y se mete en la boca otra. Igual que la desechada, incluso de la misma rama y del mismo brote, pero que sí le apetece.


La cabra es tan caprichosa que puedes ponerle ante los labios la mejor comida, abundante y fresca, y ella hará lo posible y lo imposible para darte la espalda y probar el sabor de una rama que hay al otro lado del muro, justo en la cerca del vecino. ¿Qué tiene el cercado de la vecindad que no tenga el tuyo? Tiene una excursión. A las cabras le gustan las caminatas.


Ellas son así. Son cabras y se comportan como cabritas, cabritos, cabrones o cabronas, según sea el sexo y la edad. La misma palabra lo dice.


Y ya que ha salido a relucir el tema, a Don José, el macho de la piara, un retinto extremeño de porte imponente, le encantan las vecinas. Las cabras de Manolo. Pastan junto al castillo, pero a Don José no le importa que estén cuatro cercados y media docena de alambradas más allá. Algo deben de tener las vecinas cuando Don José abandona a la parentela, joven y vistosa, se salta las cercas a pie juntillas y se va a cohabitar con cabras ajenas. Lógicamente, vuelve cuando le da la real gana, pasa revista a su propio harén y, si lo tiene a bien, se marcha de nuevo. Ya lo dice el refrán, echa ganado caprino si quieres conocer a tus vecinos.


Cuando pasan estas cosas, lo mejor es no tomárselo a pecho, porque la cabra no es que tire al monte, es que tira para donde le da la gana y te pongas como te pongas, si quiere darse un capricho con el vecindario, se lo dará por muchos obstáculos que le organices.


Don José no es mala gente. Todo lo contrario. Me come en la mano y, desde que 
Pepito, su mellizo, está acantonado en El Moral, de maniobras con las cabras de Narciso, Don José está más tranquilo. Ya no tiene que pelear los amores. Ni los propios ni los ajenos.


Eso sí, a caprichoso no hay quien le gane.


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