martes, 9 de mayo de 2017

Una huerta de la señorita Pepis


José Joaquín Rodríguez Lara


El huerto no es de Renato, es de la señorita Pepis. Todo en él es de juguete. Todo es diminutivo. "Tubito", "plantita", "marquito", "navajita", "olorcito", "calorcito", "pedunculitos", "puñadito", "picaíto", "capitas", "cascaritas", "poquito", "bandejita", "manojito", "ramitas", "esquinita", "nudito", ...
 
Si al menos Renato y su padre, Fernando, además de Jordi, tercer pie del taburete hortícola televisivo, utilizasen la terminación en 'ino', tan característica de Extremadura, el uso intensivo de los diminutivos en este programa de Canal Extremadura sonaría menos artificial y, sobre todo, bastante menos empalagoso.

Extremadura tiene algunas de las huertas más extensas del mundo; están en las vegas de sus ríos, especialmente en las del Guadiana. Por su extensión, las huertas de las vegas extremeñas, con surcos grandes, muy grandes, kilométricos, sólo admiten comparación con cultivos hortícolas como los de California, en Estados Unidos. 

Pero 'El Huerto de Renato' no está diseñado para la explotación del campo extremeño. Es pura distracción. 

Aunque a veces la cámara enfoque a la tierra, 'El Huerto de Renato' es un huerto de tiesto y terraza. Todo en él es reducido, minimalista. Todo menos el diferencial entre el coste -no se escatiman medios- y el valor de la cosecha. Y este desfase, en una región rural, agraria y que malvive del campo, chirría mucho. 

Si los extremeños fuésemos urbanícolas, en vez de campesinos, chocaría menos.

Esto de que la horticultura de ficción sea más rentable que la auténtica es difícil de asumir y de sobrellevar.

Me pregunto si 'El Huerto de Renato' produce algo que se pueda comer. Aunque sea algo 'pequeñito'.

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