jueves, 19 de octubre de 2017

El desparrame de la televisión

José Joaquín Rodríguez Lara


La televisión tiene cadenas porque si estuviese suelta destruiría el mundo. Como King Kong. Los programas de televisión se sirven encerrados en jaulas -la caja tonta llaman al televisor- porque si se distribuyesen envueltos en papel terminarían con la Humanidad. Con la humanidad de la Humanidad ya casi han terminado.


La televisión es desmesura porque si no fuese desmesura no sería espectáculo y si no hay espectáculo no hay televisión. La normalidad no vende.


En la televisión triunfa lo extremo y fracasa la moderación. Si eres lo más en lo que sea, no lo dudes, hay un puesto para ti en la televisión. No importa que seas muy machista, mucho, y no lo sepas, que tengas una apariencia estrafalaria y la cultives, que te hayas montado un cuento y vivas del cuento, que no hayas dado ni un palo al agua y se te note en la cintura, que manipules con humor y cantes fatal, que ganes en fealdad según te van realizando operaciones de estética, que la lencería vaya a ser tu traje de fiesta hasta que nos den las uvas...

 

Todo vale. Hasta la belleza desnuda, sin aditivos. Si destacas por la perfección de tus rasgos faciales, pásate por la televisión. Siempre podrás informar sobre deportes o gesticular ante los mapas del tiempo. La ciencia meteorológica es otra cosa.


¿Quiere decir todo esto que en la televisión no trabaja gente normal? Bueno, gente normal hay poca en Extremadura, en El País, en El Mundo y en cualquier otra sala de espectáculos, pero sí, en la televisión trabaja gente normal. A veces. 


Pero es gente normal de provincias, profesionales de gran valía a quienes nunca le darán un Premio Ondas o un Antena de Oro porque son de provincias, en primer lugar, y gente normal para terminarlo de arreglar. No son lo más.

 

Lo más suele ser gente de provincias que se va a la capital. A desparramarse por los televisores.


El mundo de la televisión es así. La televisión es la parte brillante del universo hertziano. Pero también existe otra parte igualmente desmesurada y espectacular. Es el público.

 

La gente que a todas horas ve esos programas de televisión, precisamente esos y no otros, es la materia oscura que se envenena de molicie y de zafiedad desmadejada al otro lado de la reja del televisor.

 

Menos mal que King Kong está encadenado. Por ahora.


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