sábado, 7 de octubre de 2017

Paisaje submarino


José Joaquín Rodríguez Lara


El macizo del romero es el arrecife del huerto.

Recostado contra la tapia, verde de profundidad y azul de espuma perfumada, salpica el aire con sus esencias montaraces. Entre las ramas y las hojas y las flores del romero se cobijan y se alimentan multitud de animalillos. Es una increíble explosión de vida, un ballet de colores en la resolana submarina del otoño.

Por el tronco, retorcido y pardo, que emerge junto al arriate desentrañando el misterio de la tierra, trepa la lagartija. Durante un instante, se para a tomar el sol y enseguida se escabulle en el intrincado oleaje de los aromas. La lagartija siempre parece forastera. Es una turista permanentemente tumbada sobre su vientre.

En las hojas del romero se posan multitud de insectos, de mil formas y tamaños, que aman y juegan mientras se alimentan. Las moscas formalizan su relación en un suspiro, posadas sobre el ramaje. Las abejas recorren los tallos y entran en todas las flores. Van de visita y no les falta ni la constancia ni tampoco el bolso. Siempre se llevan algo para casa. En sus vistosos helicópteros de policía, las avispas sobrevuelan el macizo. Vigilantes. Algún moscardón zumba con prisas de motero entre las mariposas, blancas, verdecillas, pardas, rojizas, azules... Casi todas diminutas. Entran y salen de las flores en un irrefrenable caos sincrónico.

Las mariposas son los ángeles o los peces payasos del romero coralino. Nadan tranquilamente de un lado para el otro, visitando todos los surtidores de néctar; pero si alguna gallina se acerca al arrecife, tanto ellas como los demás habitantes del romero toman precauciones o directamente desaparecen para no jugarse la vida.

Las gallinas causan terror en el arrecife. Son los tiburones del huerto.


No hay comentarios:

Publicar un comentario