martes, 26 de diciembre de 2017

Seres queridos o asimilados

José Joaquín Rodríguez Lara


Me encanta la Navidad y todo lo que conlleva de desmesura, de sincera emoción religiosa, de entrañable acercamiento familiar, de paripé festivo sobreactuado, de efervescencia social adictiva e irrefrenable.


La celebración de la Navidad tiene muchos y variados sectores que la defienden y, también, quienes la denuestan pero terminan arrastrados por el torrencial brillo de las luminarias y brindando a mesa y mantel.


En el fondo, muy en el fondo, la Navidad es un cuento de Navidad, con angelitos, abuelas, abuelos, madres, pavos, corderos, gente gruñona y, sobre todo, enanos. Muchos enanos.


Como suele ocurrir, yo todavía era un enano cuando me convenció la Navidad. Fue un flechazo a primera vista, aunque entonces no me di cuenta. Sólo ahora, tantos y tantos años después, comprendo hasta qué punto me sudujo el que mi padre me llevase al cortijo de Los Cabezúos (vulgo Cabezudos) a comprar una pava, porque era hembra. O lo que disfruté con aquella zambomba que mi progenitor me hizo con el buche de la pava, una lata y una caña verde arrancada de raíz. Hasta me enseñó a tocarla.


Tendría yo cuatro o cinco años cuando probé por vez primera el mazapán, una figurita con forma de pato, servida junto a otras piezas en una bandeja de madera, con asas amarillas, durante un convite en la cocina de los mozos del cortijo de La Cocosa.


Y no habría cumplido aún los cuatro cuando se presentaron, en nuestro chozo, mi tío Daniel y dos personas más como si fuesen los Magos de Oriente. Llegaron a pie. Mi tío llevaba la cara pintada con el hollín de un corcho quemado y vestía una especie de sayón de cintura para abajo. Hacía de Baltasar.


Aquellos Reyes Magos no llevaban ni oro ni incienso ni tampoco mirra. Transportaban, eso sí, un cargamento de alegría envuelto en dos o tres letrillas de villancicos. ‘Arre, arre, arre, la marimonera’. Acompañaban sus cantos con una botella vacía de anís del Mono, que mi tío restregaba con un trozo de madera; tocaban también una especie de castañuela o sonajero improvisado con dos cucharas soperas, así como una caña rajada que se golpeaba contra la palma de la mano. Almirez, instrumento musical propio del cancionero de las celebraciones pastoriles extremeñas, no llevaban, porque en los chozos de entonces, tan auténticos como poco etnográficos, no solía haber almirez.


Los tres Reyes cantaron sus coplillas, bebieron unos tragos de vino, empinando una botella de anís taponada con un corcho provisto de una caña biselada y, cuando les pareció, se marcharon camino de otro chozo. En aquel tiempo, la finca La Cocosa, situada entre Badajoz y Valverde de Leganés, era 'la ciudad de los chozos', pues el campo, sobre todo el secano cerealista, precisaba mucha mano de obra.


La vida no daba para mucho más en aquellos años, en los que aún no empezaban a atisbarse los planes de desarrollo del ministro López Rodó, pero en ciertas fechas la alegría se disparaba por encima de las penurias.


Me he acordado de todo esto, haciendo cola en la pecadería, cuando ha llegado a mi bolsillo una felicitación navideña en formato GIF, una imagen que se mueve, con un 'Felices Fiestas' bien visible.

Es una felicitación, que agradezco enormemente, enviada por alguien que se ha acordado de mí y, casi con total seguridad, de todas y cada una de las personas incluidas en su agenda telefónica.


La tecnología, sin la que ya no sabríamos vivir, nos acerca a la misma velocidad que nos separa. De las felicitaciones chozo a chozo, puerta a puerta, pasamos a las postales Navideñas, que ya son piezas de museo; a las llamadas personales a través del teléfono, que son gestos en vías de extinción; a escribir mensajes personalizados en el guasá (vulgo WhatsApp), que cada día dan más pereza y, finalmente, a buscar mediante el teclado del móvil un GIF u otro tipo de felicitación simpática y a dispararla hacia el corazón de quienes quizás no estén en nuestra memoria, pero sí lo están en la memoria de nuestro teléfono.

Estoy convencido de que, cuando pasen los años, muchos enanos de hoy en día recordarán el hecho mandar y de recibir GIF navideños como yo recuerdo aquella visita de los tres Reyes Magos que me descubrieron la Navidad. El caso es disfrutar junto a los seres queridos o asimilados.



(Octavo artículo escrito para extremadura7dias.com,
el 24 de diciembre del año 2017.)




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