jueves, 15 de marzo de 2018

Alma de titanio


José Joaquín Rodríguez Lara


Parece que la embriología ha perdido actualidad durante los últimos años, pero con pocas lecciones he disfrutado más que viendo al profesor Ángel Robina, catedrático de la Universidad de Extremadura, dibujando el misterio de la vida sobre un encerado de la cacereña Facultad de Veterinaria.


A partir de dos células –un óvulo y un espermatozoide- el dibujo iba creciendo un poco cada día; las células y los tejidos adquirían color, migraban y le iban dando cuerpo y forma al embrión.


De aquella etapa universitaria recuerdo vagamente, que la Universidad me perdone, que el esternón era el hueso, o uno de los huesos, que primero producía sangre. Con esa creencia me quedé, al menos.


Esa idea, sea cierta o errada, me confirmó que los viejos matarifes de los pueblos sabían lo que decían cuando, en la clase de anatomía, durante las matanzas domésticas, extraían el esternón, para abrir en canal al cerdo, y blandiendo el hueso como un cuchillo nos preguntaban a los mozalbetes: ¿qué es esto? El esternón, respondía titubeando quien lo sabía. Craso error, muchacho. Esto es el alma, el alma del cochino que aquí ves de cuerpo presente.


Ya no sé muy bien si el esternón produjo sangre alguna vez y si en este hueso reside el alma, si es que los cochinos tienen alma, que se preguntaría el poeta Luis Chamizo.


A mí, el esternón me parece la chalina, vulgo corbata, del esqueleto humano. Una osamenta sin esternón es un esqueleto sin elegancia ni uniforme de boda.


El esternón es un hueso bastante variable en su forma y tamaño. Seguramente es el más voluble de los más de 206 huesos que nos sostienen. En los varones, el esternón es más estrecho y más largo que en las mujeres. Ignoro el motivo.


Lo que sí sé es que sin esternón no se puede ni malvivir. Ni siquiera en Extremadura. El esternón es la pieza que cierra la caja torácica, la clave de bóveda en la arquitectura del tórax.


En el hospital Infanta Cristina, de Badajoz, se le acaba de quitar el esternón y parte de las costillas a una mujer. Los cirujanos le han sustituido estos huesos por piezas de titanio fabricadas a medida.


Si el esternón es el alma, esta paciente tiene el alma de titanio. No le producirá sangre, pero su nueva alma le dará ánimos, le insuflará ganas de vivir, de disfrutar de la vida.


Hay que alegrarse por ella y por quienes todavía tenemos el esternón de hueso en buen uso. Es una maravilla que, a pesar de los pesares, en esta Extremadura del cha-ca-chá del tren haya cirujanos como los doctores Santiago García Barajas, Cipriano López García, José Luis Amaya y María Isabel Correa capaces de realizar con éxito una intervención quirúrgica de esta enorme envergadura. Nuestro buen dinero nos cuesta, desde luego, tener una sanidad pública con estas prestaciones, pero hay que alegrarse de que la tengamos, por lo menos, casi tanto como de que no lleguemos a necesitarla.


Gracias, doctores, muchas gracias. Sus éxitos son nuestros salvavidas.


(Vigésimo cuarto artículo escrito para extremadura7dias.com,
publicado el 6 de marzo del año 2018.)

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