lunes, 21 de mayo de 2018


Arte, plagios y gilipolleces


José Joaquín Rodríguez Lara


Vivimos en un mundo en el que hay muchísimas más formas de definir el arte que de hacerlo.


Cada persona tiene su propia versión de lo que es o no es arte. Y no hay un artista en cada persona. Ni siquiera admitiendo como arte todo lo que se etiqueta como obra artística.


El asunto viene de lejos. Ya en el arte rupestre se observan diferencias notables entre los pintores, naturalistas, los esquemáticos... Por no mencionar el arte mueble –venus de rotundas caderas, bastones de mando, adornos corporales…- y seguramente también en el arte inmaterial, del que sólo nos ha quedado alguna flauta hecha con hueso de buitre y poco más.


A partir del siglo XX –como ya dijo Discépolo en su tango ‘Cambalache’- puede presentarse y hacerse pasar por arte cualquier cosa. Hay quién dice que el arte moderno es un cachondeo, pero no es cierto. El cachondeo es considerar arte lo que ni siquiera es moderno. El arte, o es eterno o es una falsificación. Otra cosa muy distinta es reinterpretar, con ojos nuevos, el arte hecho en el pasado.


Para mí, el arte interpreta la realidad y la transforma, ofreciendo una visión de ella que la trasciende y nos conmueve. El arte no imita a la naturaleza, le da un nuevo sentido. El arte no es didáctico, pero explica el mundo, las misteriosas relaciones entre sus pedazos. El arte te hace ver lo que tus ojos no habrían visto por sí mismos, sin la mirada del artista.


Hay quien le exige al arte dificultad; que sea difícil hacerlo. No es necesario. Lo que parece difícil para el espectador o para el oyente puede resultar facilísimo para el artista y no por eso deja de ser arte.


O todo lo contrario. Lo que aparenta ser fácil, en realidad es muy difícil. Creo que fue Pablo Ruiz Picasso quien dijo que le había costado toda una vida aprender a pintar como un niño. Con la facilidad, la ingenuidad, la desnudez y la autenticidad de un niño.

Cabeza de toro de Pablo Picasso.


Mientras caminaba por París, Picasso encontró una bicicleta rota tirada en la calle. Se la llevó a su estudio y, coronando el sillín con el manillar, hizo una escultura, una cabeza de toro. A mí me parece más una cabeza de vaca, por lo estilizada y corniveleta, pero si Picasso pensó que hacía un toro, un toro será lo que hizo.














Para muchas personas, esa cabeza de toro no es arte, porque en su opinión la puede hacer cualquiera. Nada más lejos de la realidad. No la puede hacer cualquiera porque ya está hecha, la hizo Picasso, y nadie la ha hecho después con el arte que él la creó. En Internet hay varias imitaciones del toro de Picasso y ninguna de ellas tiene la impronta artística del genio malagueño. Picasso no sólo hizo una obra arte; además, les difuminó el camino a quienes pretendiesen copiarle.


Aquí se puede aplicar lo que dijo alguien refiriéndose a los tópicos futbolísticos: la primera persona que afirmó que el balón salió del terreno de juego lamiendo la cepa del poste, era poeta; la segunda criatura que realizó la misma afirmación, hizo un plagio descarado; y la tercera que repitió lo mismo, era gilipollas.


Cualquier cosa menos artista. Es artista quien crea, no quien repite.



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