sábado, 5 de mayo de 2018


Extraterrestres con pimentón de La Vera



José Joaquín Rodríguez Lara


Hay quien todavía se pregunta si fue antes el huevo o la gallina. Para mí, la prelación está muy clara: la gallina salió de un huevo que había salido de un dinosaurio al que le salió una hija díscola, con plumas y cacareando.


La gallina, seguramente la más doméstica de las aves, tiene pies, uñas, andares y hábitos alimentarios sospechosamente parecidos a los que, analizando los fósiles, se les suponen a los dinosaurios bípedos.


Cada vez que como pollo no puedo evitar caer en la cuenta de que estoy comiendo dinosaurio, pero qué rico está el dinosaurio a la parrilla.


Lo que no había sospechado nunca es que, cuando comemos pulpo, con su sal, su aceite de oliva, sus cachelos, que así llaman en Galicia a las rodajas de patata, y su maravilloso pimentón de La Vera, todo ello tan cercano, tan de La Tierra, tan nuestro, en realidad nos estamos comiendo a un alienígena, a un extraterrestre.


Los extraterrestres, a los que tantas veces hemos supuesto cabezones, como el pulpo; con ojos raros, como el pulpo; inarticulados, como el pulpo; escurridizos, como el pulpo; listísimos, como el pulpo; y con ventosas, como el pulpo, resulta que son unos seres apacibles, que no necesitan escafandras, que carecen de naves espaciales y que hasta se dejan arponear, apalear, cocer y servir en un plato de madera cortados en rodajas y cubiertos de pimentón de La Vera.


La prestigiosa revista científica ‘Progress in Biophysics and Molecular Biology’ acaba de publicar un artículo firmado por 33 científicos, de no menos prestigiosas universidades de todo el mundo, defendiendo la teoría de que el pulpo llegó al planeta Tierra desde el espacio.


Y, según aseguran los investigadores, no vino solo. En realidad, a La Tierra han llegado y, lo más importante, siguen llegando numerosas formas de vida extraterrestre, tanto animales, como vegetales y microbianas. Pero no vienen en platillos voladores. Llegan en los cometas, en los asteroides y, en general, en los pedruscos, guijarros, arenillas y polvos de estrellas que continuamente caen sobre nuestro planeta.


Es lo que se denomina la panspermia, una suerte de siembra galáctica que reparte la vida por el Universo como quien esparce habas a voleo en un barbecho.


Si así fuere, y hay más probabilidades de que lo fuere que de que no lo sea, se confirmaría que la especie humana no sólo no está sola en el cosmos, sino que hasta comparte mesa y mantel, es un decir, con el pulpo y otros cefalópodos alienígenas.


Y lo mejor de todo es que el día que alguien se nos presente como extraterrestre, su aspecto no nos parecerá diabólicamente feroz. Al fin y al cabo es muy posible que nosotros también procedamos de su galaxia. ¿Por qué iba a querer hacernos daño entonces?


Ahora, eso sí, si el visitante le contempla con ojos golosinos y le espolvorea con pimentón, no pregunte y corra, corra lo más rápido que pueda.



 

 


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