viernes, 25 de mayo de 2018


Paquito, el cantor del alba


José Joaquín Rodríguez Lara


Le llaman Paquito y es de Badajoz. Nacido y criado en la capital pacense, en ella sigue residiendo.

Se despierta antes del alba y se echa a la calle, por el centro de la ciudad, pero no es fácil verlo. Es muy rápido y escurridizo. Para hacerle una fotografía hay que sorprenderlo y no concede autógrafos. Huye de la popularidad.

A Paquito le encanta cantar. Cuando todavía faltan horas para que el sol desactive a las farolas, Paquito se enfrasca en sus melodiosos cantos, como si pretendiera ayudar a los primeros rayos de la alborada, guiándolos en su torpe caminar desde el horizonte hasta el fondo de las calles pacenses. Lo hace durante un buen rato, apostado en lo más alto de su balconada.

Así permanece, enfrascado en sus gorjeos, esperando al amanecer, hasta que los pardales (vulgo, gorriones) contaminan la paz matutina con sus tertulias vocingleras.

Poco antes de que amanezca, Paquito recorre la hierba y el mantillo de los parques y las baldosas de las aceras, se acerca a los descansaderos públicos, sin importarle que sean de piedra, de metal o de mampostería, y escudriña entre las sillas y los veladores que empiezan a ser ordenados, como si fuesen piezas de ajedrez, en torno a los bares y los quioscos pacenses.

Semejante estado de ajetreo se mantiene hasta que se hace el día y las palomas se apropian del suelo. Entonces, Paquito se marcha o se esconde. Desaparece. Seguramente no le gustan las zuritas.

Paquito, de apellidos Turdus Merula, es un fenómeno. Un fenómeno natural, pero un auténtico fenómeno. No hay muchos como él; ni en Badajoz ni en parte alguna.

Es algo extraordinario. Es un mirlo blanco. No completamente blanco, no es un mirlo merengón; ni siquiera es un mirlo blanquillo, que jugase al fútbol en el Real Zaragoza. Más que blanco, blanco, blanco, Paquito es un mirlo blanquinegro. Como si anhelase defender los colores del C. D. Badajoz, Paquito ha cambiado su elegante librea negra, que diría el añorado doctor Félix Rodríguez de la Fuente, por una casaca en la que se combinan los trazos negros con otros de color blanco. Cuando corretea parece que llevase a la espalda un código QR, ese sello informático que no necesita guía ni cartero para llevarte al destino. Paquito es un blanquinegro convencido. Verlo correr sobre el pavimento del paseo de San Francisco, de ahí le viene el nombre, es una suerte que no todo el mundo consigue disfrutar.

Ciertamente, Paquito es un mirlo singular. Si encima metiese goles, además de un prodigio, este mirlo blanco sería una bendición.


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