domingo, 6 de septiembre de 2020

El género de la violencia

José Joaquín Rodríguez Lara


Me asombra la machacona insistencia que se pone actualmente sobre el género, casi tanto como la poca importancia que se le da al sexo. Y esto ocurre en una sociedad que se dice enamorada de lo natural, aunque vive entregada a los brazos de lo artificial.

Lo natural es el sexo, en todas sus facetas. Y sin embargo continuamente se pone el foco sobre el género, sobre lo artificial. Ser mujer u hombre es lo natural, y se manifiesta en los rasgos sexuales primarios y secundarios. Ser masculino o femenina es lo artificial, una jaula y una armadura en la que se archiva a los seres humanos para mantener ordenada a la sociedad. Las personas nacen con el sexo desnudo y, al instante, la sociedad les coloca el disfraz de género. 

Tanto las niñas como los niños suelen nacer con el sexo incorporado, aunque en ocasiones los órganos sexuales externos no se correspondan con la inclinación sexual imperante en la psicología de esas personas. Así que, salvo en esos casos, ni los niños ni tampoco las niñas necesitan instrucciones para llegar a ser hombres o mujeres. Sí las precisan, y muchas, para asumir e interpretar los roles que cada comunidad en concreto asigna a sus mujeres y a sus hombres.

Cuando se usa la expresión 'violencia de género' se manipula el idioma. La violencia no forma parte del género. Si así fuese, la mitad de la población, sin excepción, sería violenta y la otra mitad no. Y no ocurre tal cosa. La inmensa mayoría de la población no es violenta. Hay muchos hombres que sí lo son y aprovechan un rasgo sexual secundario, la fuerza, para llevar a cabo sus comportamientos violentos. Pero también hay mujeres violentas y no tienen el porqué ser las más fuertes.

Cuando se habla de violencia de género es siempre refiriéndose a la que ejerce el hombre sobre la mujer. Por ello, la coletilla 'de género' sobra, pues  se considera que los hombres monopolizan los comportamientos violentos y, por lo tanto, la expresión no concierne a la mujer. Es mucho más apropiado hablar de violencia machista. O de violencia a secas. La violencia 'feminista', la que ejerce la mujer, no tiene nombre, que yo sepa. Tampoco es denigrada públicamente; no hay minutos de silencio por los hombres asesinados por mujeres. La violencia de la mujer habita en el limbo.

Estoy convencido de que esta distinción idiota, esta 'brecha de género' sin sentido perjudica a las mujeres, pues caracteriza a la violencia como un atributo exclusivamente masculino, casi como un atractivo rasgo varonil, como la fuerza, el vello o la barba.

Y no es así. La violencia no es patrimonio de los hombres ni tampoco de las mujeres. Cualquiera puede recurrir a la violencia en el momento más inesperado. Incluso a la violencia criminal. Sólo cuando a la violencia se la despoje del género, sólo cuando sea reconocida como un problema interno de las personas y no una manifestación de la personalidad de algunos, demasiados, hombres, esta abominable lacra familiar -entendiendo a la familia como la cohabitación de dos o más personas- empezará a ser controlada y reducida. 

La desigualdad no se corrige con desigualad. Si quieres una sociedad de iguales, practica la igualdad. Si no lo haces así, no corregirás las injusticias pasadas y estarás abriéndole el camino a las futuras.

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