El progreso no tiene memoria
José Joaquín Rodríguez Lara
Encuentro a un vecino llorando amargamente. Está sentado en plena calle, en el umbral de su casa, y me alarmo porque tiene casi 70 años.
- ¿Qué te pasa, Cipriano? -le pregunto.
- Nada -me responde. Que la vida ya no está hecha para gente como yo.
- Pero hombre, si aún eres joven. Fíjate en Cloti. Tiene más de 90 y aún sale cada mañana al llano, a comprar el pan.
- Yo también lo hago. Pero no es lo mismo.
- Entonces, ¿qué te falta, Cipriano?
- Una televisión.
- ¿Una televisión? Querrás decir un televisor.
- Bueno. ¿No es lo mismo? Lo que yo necesito es un televisor en el que se pueda ver la televisión. Eso es lo que yo necesito.
- ¿Y el que te regaló tu hijo Cipri?
- No me vale. Yo quiero tener un televisor de televisión. Sin neflis ni teleescritos ni zarandajas de esas. Necesito un televisor con un mando a distancia que sirva para encenderlo y para apagarlo, para cambiar de emisora y para darle más voz, que estoy algo teniente. El aparato que me regaló el Cipri no vale. Tiene demasiados botones en el mando. Me pierdo. Me faltan deos en las manos. Todavía no he podido ver ni a la muchacha del tiempo. Y no es que yo necesite verla para saber si va a llover. Eso lo sé yo sin ni siquiera echar los pies abajo de la cama. Sólo con oler el aire. Es que me entretiene verla dar la lección de los nubarrones en los mapas. Es como volver con Don Aureliano. ¿Conociste tú a Don Aureliano, el maestro? Más derechos que una vela nos tenía a todos los chiquillos. Pero aprendíamos. Vaya que si aprendíamos.
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