Deogracias, el hombre que tocaba los platillos
José Joaquín Rodríguez Lara
https://elpostigodelara.blogspot.com/
Se llamaba Deogracias. Deogracias Méndez Cuenda. No le conocí. Pero era mi tioabuelo. Hermano de María Cuenda. Mi abuela. Madre de mi madre. Isabel. Mi abuela materna nunca me hablo de su hermano. Me enteré de su existencia cuando yo era adolescente y ella padecía demencia senil. Mientras comíamos. Estábamos toda la familia… Mi madre, mis hermanos, mis hermanas y yo sentados en torno a la mesa camilla. Mi padre, no. Mi padre estaba en Alemania. Era emigrante. Había tenido que emigrar para que pudiéramos comer. Literalmente. Mi madre servía los platos y nosotros mirábamos la televisión. En el comedor, debajo de donde estuvo la campana de la chimenea, había un televisor. Lo había traído mi padre de Alemania. Él que ni siquiera había tenido receptor de radio, porque no podía gastar dinero en semejantes lujos, cuando trabajaba en el campo. En la finca La Cocosa. Donde se crío y fue pastor, yuntero y tractorista.
El televisor era de color. De la marca Grundig. En aquella época, lo mejor de lo mejor. Pero lo veíamos en blanco y negro porque, entonces, ni Televisión Española ni la portuguesa, que se veía muy bien en Barcarrota, mi pueblo, emitían en color. Es curioso porque Televisión Española tenía dos canales, dos cadenas, y sólo nos llegaba La 1. La VHF. La portuguesa tenía otros dos y solamente nos llegaba el segundo. En la portuguesa ponían muchas corridas de toros. Por la noche. Los jueves. Festejos de ocho toros. De rejones. También ponían muchos anuncios de una marca de refrescos llamada Sumol. Laranjina Sumol. Sumol é outra música, decía el anuncio.
Así fue como nos enteramos de que habíamos tenido un tioabuelo llamado Deogracias. Estábamos viendo el Telediario, mientras comíamos. El informativo le dedicó una noticia al gran director de orquesta austriaco Herbert von Karajan, un astro musical, y a la filarmónica de Berlín. Palabras más que mayores.
-Yo tuve un tío músico –dijo mi madre. Tocaba en la banda.
En el contexto del rutilante Von Karajan, con honores de Telediario, de aquellos Telediarios, la noticia nos sorprendió a todos. Nada sabíamos sobre nuestro pariente músico. Hasta desconocíamos su existencia. Inmediatamente le pedimos a mi madre más datos sobre él. Así supimos que era hermano de nuestra abuela María y que se llamaba Deogracias. El nombre, por inusual, acrecentaba el misterio y el interés del personaje.
- ¿Y qué instrumento tocaba? –preguntó mi hermana Maribel.
- Los platillos –dijo mi madre. Tocaba los platillos en la banda del pueblo.
La carcajada fue general. Para nuestra mentalidad infantil, por la edad y por la endeblez cultural, los platillos no eran un instrumento musical. Para tocar los platillos en la banda municipal de música de tu pueblo ni siquiera hacía falta ser músico.
- Con tener cuidado para no pillarse los dedos… -dije yo ignorante de mí e inmisericorde con mi desconocido pariente.
Con los años me enteré de que mi tioabuelo Deogracias Méndez Cuenda, el hombre que tocaba los platillos, tuvo méritos muchos más destacados que el de formar parte de la banda municipal de música. Según fui conociendo su vida aumentó mi respeto y mi aprecio hacia él.
Además de músico, el hombre que tocaba los platillos, lo que ahora me parece una clara predisposición a colaborar con su pueblo en beneficio de la cultura, Deogracias fue zapatero. Un humilde zapatero remendón. Me lo imagino en su pequeño taller doméstico, cubierto por un mandil oscuro, sentado en una silla baja, con el hondón de bayón. Estaría rodeado por leznas, ovillos de cabo, zerote, satines… Todo dispuesto de forma ordenada en pequeños cajetines. De madera. Desportillados. Por aquí y por allá habría hormas, retazos de cuero y de caucho. Albarcas, borceguíes, sandalias, quizá algunas botas altas y hasta zapatos finos a medio remendar se alinearían en algún estante. De las paredes seguramente colgarían láminas taurinas, sobre el cante flamenco y hasta otras de carácter revolucionario. Porque mi tioabuelo Deogracias fue concejal. De izquierdas. Trato de averiguar si socialista o lerruxista.
La debilidad física, malformaciones corporales, problemas respiratorios o cardiacos es lo que solía condenar a la pena de la lezna y el cabo a quienes terminaban como zapateros remendones. Por eso trabajan sentados. Bajo techo. En sus talleres siempre había uno o dos asientos libres. Más que para la clientela, esas sillas estaban destinadas a los amigos. Sin buscarlo ni pretenderlo, en los talleres de zapatería, de aquellas zapaterías, tenían lugar tertulias en las que se debatía largo y tendido sobre política. Es difícil ser de derechas cuando careces de casi todo y tu puchero depende de la lezna y del cabo porque tu cuerpo no te da para echarte a los caminos a pelear por el sustento. Era muy difícil sentirse de derechas cuando veías a tantas criaturas descalzas porque sus padres, si es que aún los tenían, carecían de los medios necesarios para pagar por un par de albarcas o de sandalias de cuero. Incluso por unas humildes alpargatas de esparto.
En cualquier caso, además de tocar los platillos en la banda, de remendar calzado y de desempeñar sus responsabilidades políticas en la Corporación Municipal de Barcarrota, mi tioabuelo Deogracias repartía un periódico. Ignoro cual era. Trataré de averiguarlo. Pero supongo que sería de ideología socialista, anarquista, radical o, incluso, agraria. Aunque los agrarios eran o estaban más cerca de la derecha.
Por lo demás, Deogracias estaba casado, parece que tenía dos hijas, y era un buen hombre. Mi madre, que entonces era una niña, me contó que su tío la sacaba de paseo, con sus hijas, y les daba de beber a todas en el caño del pilar de El Berrocal, que todavía existe. Seguramente viviría cerca. Se valía para ello de la petaca en la que guardaba la picadura de tabaco. Todo esto lo he contado de forma más pormenorizada en mi libro de relatos titulado ‘Ese gato amarillo, ¿de quién es?’, publicado en Amazón.
En 1938, este hombre fue fusilado por las huestes franquistas. En Nogales. El pelotón de fusilamiento no sólo terminó con la vida de Deogracias Méndez Cuenda. Se llevó por delante a decenas de personas. Murieron 90, según una de las fuentes que he consultado. Entre ellas había varias mujeres. Sigo investigando, pero por lo que he podido saber hasta ahora las personas asesinadas fueron detenidas en varios pueblos y trasladas a Nogales. La sinrazón por la que se las asesinó fue dar un escarmiento a los antifranquistas. Al parecer, alguien había matado a un oficial de la guardia civil. Creo que a un teniente. Y se pretendió castigar el homicidio matando indiscriminadamente a decenas de personas significadas por no ser franquistas. Entre ellas estaba mi tioabuelo Deogracias. ¿Por qué se le consideró culpable? ¿Por remendar zapatos? ¿Por ser concejal? ¿Por su ideología de izquierdas? ¿Por repartir un periódico? ¿Por tocar los platillos en la banda municipal de música? Seguramente se le condenó sin juicio simplemente por existir. Casi con total seguridad su delito fue ese. Fue declarado culpable de homicidio tan solo por existir. Por estar vivo.
El escenario del fusilamiento no se eligió a la ligera. Fue en un enclave llamado, todavía, El Contadero. Está a la salida de Nogales. Entre las carreteras de La Morera y de Salvaleón. El Contadero, llamado así porque según parece allí se reunía al ganado para contarlo, está situado en la base de la Sierra de Monsalud, en la que se escondían mucho huidos. Antifranquistas. Se pretendió sin duda que la vista del fusilamiento y hasta el estruendo de los disparos llegase hasta los maquis que se escondían entre las chaparras de la sierra.
Los huesos de las personas fusiladas permanecieron décadas enterrados en una fosa común en El Contadero. Hace unos años se excavó el lugar de la masacre y los restos fueron depositados en un pequeño mausoleo construido en el cementerio parroquial de Nogales. El nombre de las personas fusiladas, ignoro todavía si todas, así como una sucinta referencia a las circunstancias de la ejecución, se muestran en unas lápidas de mármol.
He subido hasta el alto y diminuto cementerio de Nogales, blanco de cal y muy limpio, barrido por los vientos, en busca del lugar en el que reposa mi tioabuelo. Su nombre está en la lápida principal. No sé qué habrá de él dentro del mausoleo. Prometo visitar este lugar, ahora que sé donde está, cada vez que pueda. No para hacer una reivindicación antifranquista. No a modo de una periódica romería institucionalizada, como ocurre con otras fosas de fusilamiento. Ese tipo de celebraciones, tanto las de un bando como las del otro, me parecen contraproducentes. El odio se alimenta con celebraciones, discursos y otros odios. Yo, que no olvido ni perdono ni siquiera los pisotones involuntarios, no me había desentendido de mi tioabuelo Deogracias Méndez Cuenda desde que conocí su existencia. Pero tampoco enarbolo su memoria como bandera o pancarta. En mi familia no se hablaba de él, más allá de la anécdota de los platillos, pero según me iba enterando de cosas por fuentes ajenas a la familia, aumentó mi interés.
Ya lo tengo localizado, en el cementerio parroquial de Nogales, en la cumbre del cerro, junto al castillo y a la iglesia de San Cristóbal, del siglo XVI, con ábside en forma de fornido torreón, al final de una cuesta que se clava en las piernas y en el pecho y no termina más allá de las nubes, pero casi casi. El ancho mundo que se divisa desde lo alto de este cerro nogalero compensa el esfuerzo de gatear la cuesta para llegar hasta él. Mejor subir y bajar a pie, con el cuerpo molido, que en coche fúnebre. Ahí está mi tioabuelo Deogracias, el zapatero remendón y concejal de izquierdas, músico con platillos en las manos, redondos y brillantes como soles, el repartidor de periódicos, junto a sus compañeras y compañeros de martirio, en el cielo de Nogales, a la sombra de la Sierra de Monsalud, fragosa cresta de gallo en la que hubo un tiempo que la libertad, escondida entre las chaparras, se hacía esperanza.
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