viernes, 21 de mayo de 2004


La iguana

José Joaquín Rodríguez Lara


LA Junta rechaza la conveniencia de construir una autovía desde Badajoz hasta Cáceres y lo hace enarbolando una razón técnica contundente: no urge.

Si la considerase imprescindible, la Junta haría esa autovía, lo mismo que está haciendo otras. Es más, cuando llegue al convencimiento de que se necesita, la hará. Tiempo al tiempo. El burocardio de la Administración tiene razones que se le escapan a la razón de los administrados.

Frente al supremo fundamento ibarriano de que la Junta administra y la oposición desgobierna, los argumentos que el grupo parlamentario socialista maneja en contra de la autovía interprovinciana son simples maniobras de distracción.

Dice el PSOE en la Asamblea que la intensidad del tráfico no justifica su construcción. Y es verdad. Es más, si la carretera actual pudiera ser enrollada en el carrete del debate parlamentario como si fuera hilo de pescar, ni siquiera habría tráfico suficiente que justificase la existencia de una vereda de cabras.

Añade el PSOE que la construcción de una autovía entre Badajoz y Cáceres tendría un fuerte impacto ambiental. Desde luego que sí. La carretera actual también conlleva impactos y ahí están las 'curvas de la chatarra' para comprobarlo. Resulta inquietante que la salud del medio ambiente solo empiece a preocupar cuando ya no queda ni la cuarta parte. Si la carretera Madrid-Badajoz pudo ser convertida en Autovía de Extremadura a pesar de que pellizca el área del parque natural de Monfragüe, muy mal deben de estar la Sierra de San Pedro, la rivera del Ayuela y los llanos cacereños para desaconsejar la mejora de la carretera actual.

Afirma el PSOE que hacer una autovía resulta caro. Es cierto. Una autovía y un AVE y una línea aérea cuestan un ojo del presupuesto. Los medios de comunicación son costosos. Incluso los que no precisan estudios de impacto ambiental, sino estudios a secas, como la televisión, cuestan lo suyo. Como el dinero no es de chicle corresponde al gobernante, en este caso a la Junta, decidir a qué lo dedica.

Todos los argumentos del PSOE en contra de la construcción de la carretera intercapitalina se cierran en uno: con un poco de suerte Zapatero nos hace esa autovía.

Esta sí es una razón de verdadero peso. Madrid sí puede gastarse dinero en lo que, por exceso de curvas y falta de tráfico, a Extremadura no le urge. Se intuye, además, que el Gobierno lo haría sin que sufra el ecosistema. Presupuesto que viene de lejos, alcaraván que no siente.

Frente a estos argumentos, los del PP viven en un sinvivir presentado aquí y allá mociones que reclaman la construcción de la autovía. Lo que la derecha no cosió cuando tuvo poder quiere que lo zurza ahora la izquierda. Al PP le duele esta Extremadura todavía mal articulada, hija de una casta dominante que se empeñó en abrirla en canal tirando de Cáceres hacia Salamanca y de Badajoz hacia Sevilla. A buenas horas mangas verdes, pero algún avance hay.

Por ejemplo, el PSOE municipal cacereño se ha sumado a una proposición del PP a favor de la autovía. Lo hace seguramente con la sana intención de averiar el popular motocarro, pero al menos se sube al carromato. Algo es algo. Como los socialistas se empeñen el empuje social a favor de la autovía Badajoz-Cáceres resultará imparable. Ya hasta hay conflictos de orden público. La Policía detuvo hace unos días a una iguana que se manifestaba en plena Gran Vía de Cáceres.

Nadie se explica cómo es posible que una iguana salte desde los documentales de La 2 a las calles cacereñas. Un misterio. National Geographic ha desplazado un equipo de filmación a Cáceres. No es por el bicho, pues iguanas tiene de sobra. Lo que le atrae a National Geographic es el rechazo visceral del cacereño Víctor Casco, coordinador regional de IU, y de su gente a «despilfarrar» dinero en una autovía de Cáceres a Badajoz. Desde que Breznev llegó al Kremlim no se veía semejante alergia al alquitrán.

(Publicado en mi columna de opinión El Rincón)



martes, 20 de abril de 2004


Prohibido poner anuncios 

José Joaquín Rodríguez Lara


LAS tormentas de ideas tienen estas cosas: lo mismo se descubre la pólvora que se acuerda colocarle la mecha y el cebo para probarla en carnes propias.

Acaba de ocurrirle al PP extremeño, dispuesto a conseguir que sus afiliados no se anuncien en aquellos medios informativos que tratan de forma «denigrante» a los populares. Como ocurrencia no está mal en un partido de honda vocación liberal y somera predisposición a la disciplina interna, pero como declaración pública de intenciones hay que mejorarla, pues se queda corta. 

¿Qué tal si, además de no sembrar publicidad entre las espinas, los del PP se tapasen los oídos y los ojos cuando pasan cerca de una televisión hostil o de una radio enemiga, por no hablar de un diario desafecto? Es más, y si los militantes del PP se negaran a comprar en establecimientos que pongan publicidad a las huestes informativas del contrario. 

Llegado el momento, el PP podría solicitarle a sus militantes hasta que se resistan a leer las pintadas que la mala gente de IU abandona por esos muros de Dios, pues la abundancia de lectores propicia la llegada de publicidad a los medios, incluidos a los paredones medianeros. Sobre todo de aquellos lectores a los que se les supone capacidad adquisitiva, como suele ocurrir con los del PP. 

Estas medidas, y otras que por falta de espacio no se exponen aquí, harían mucho daño a los medios denigradores del PP, pero lo definitivo sería huir, abandonar inmediatamente aquellas localidades en las que florezcan informadores hostigantes. Ahí es nada, todos los militantes del PP con la maleta en la mano y los directores de los medios y los alcaldes y los encargados de los censos municipales llorando por las esquinas y suplicándole a los populares que no les abandonen. Usted ríase, pero el asunto no tiene la menor gracia. Un reventón en el padrón son palabras mayores. En Extremadura hay alcaldes capaces de dar un mitin y hasta dos con tal de que no se les vaya un vecino. Aunque sea un vecino del PP, que lo mismo puede ser reciclado y se le aprovecha para algo.

A los populares no les gusta el reparto que hace la Junta con la publicidad institucional y no les faltan motivos. Pero Ibarra no gobierna a su antojo por el reparto que hace de la publicidad, sino que distribuye los dineros como se le antoja debido a que gobierna. Parece que los populares extremeños harían lo mismo.
El PP tiene derecho a defenderse de quienes le denigren, pero debería elegir con muchísimo cuidado sus armas para no cargarse de un aletazo de gaviota la saludable iniciativa privada. Además, si las inmobiliarias y los vendedores de automóviles y los ultramarinos dirigidos por militantes populares dejaran de anunciarse en los empresas informativas que el PP considera hostiles, cualquier otra que tuviese la desgracia de recibir esa publicidad podría pasar a ser considerada un medio complaciente con el Partido Popular. Menudo favor.
¿No le bastará al PP con las llagas de San Urdaci mártir? 

(Publicado en mi columna de opinión El Rincón)




jueves, 1 de abril de 2004


Ibarra se queda solo 

José Joaquín Rodríguez Lara 


LA inminente llegada de José Bono al primer gabinete de Zapatero hará que Juan Carlos Rodríguez Ibarra se quede solo al frente de los presidentes autonómicos más veteranos. Ibarra, que lleva años en el liderazgo, desde ahora será aún más líder.

Juan Carlos Rodríguez Ibarra salió reelegido presidente para una sexta legislatura de las urnas que se abrieron en mayo del año 2003. En esa misma jornada electoral, Bono también se ganó la continuidad por sexto mandato consecutivo en Castilla-La Mancha. Las últimas elecciones generales y la renuncia de Ibarra a ser ministro de Rodríguez Zapatero ha roto la pareja de baile de los barones autonómicos y el extremeño se queda solo en la pista. Incluso Fraga, que viaja en coche oficial desde que gastaba chupete, lleva menos legislaturas regionales que el presidente de la Junta de Extremadura.

Si Rodríguez Ibarra es como le retrata su imagen pública, llegará hasta el final de su mandato actual y su longevidad presidencial superará a la de Pujol, que estuvo en el cargo durante 23 años. ¿Dejará paso a otra persona algún día? Dios no le ha llamado por el camino de la renuncia y de la mortificación, pero o se va al final de esta legislatura -con un compañero en Moncloa, una ministra en Vivienda y un Fernández Vara en casa- o no se irá nunca.

Alguien podría interpretar esta afirmación como un deseo expreso de que Ibarra se vaya de una vez. Craso error. Ibarra suele hacer casi siempre todo lo contrario a lo que se opina en los periódicos, así que si el presentido sucesor se impacienta, que le pida consejo a príncipe.

Al de Gales, naturalmente.

(Publicado en mi columna de opinión El Rincón)



viernes, 3 de octubre de 2003


La marca de San Miguel

José Joaquín Rodríguez Lara


LO cierto es que San Miguel haría bien en cambiar de representante, pues no alcanza la cuota de mercado que se merece. No le faltan devotos, pero debería tener muchos más. Seguramente le pierde el nombre. En este mundo de apariencias, la marca es casi siempre más importante que el contenido. San Miguel no suena a santo, ni mucho menos a arcángel trillizo. Suena a cerveza.

Lástima que a un hito del santoral se le trate como a un santo sin peana. Podría ser el patrón de las España y se ha quedado en una fiesta local muy localizada. El día de San Miguel cae a fin de mes y eso le pierde. Al 29 de septiembre le falta gancho comercial. Y sin embargo, el año no comienza el día 1 de enero, sino por San Miguel, semana arriba o semana abajo. No sólo el año agrario, con los últimos mostos, los primeros barbechos, la Feria de Zafra, el desvieje y la renovación de arriendos, también empieza el año en general.

Por San Miguel vuelven los estudiantes a la universidad, las hojas al suelo, la lluvia a los campos, la vacuna a la gripe y las carnes al brasero. Zamboas (vulgo membrillos) siempre hay. Con San Miguel entra el otoño, la única estación meteorológica que se nota cuando llega, pues el invierno son cuatro días de frío entre el otoño y la primavera, que dura una semana y se pierde inmediatamente en el agobio interminable del verano.

Llegado San Miguel empiezan a otoñarse las tierras extremeñas y el aire toma tintes lujuriosos de bellota temprana, amarillos y ocres de castaños en muda y áureos vellocinos de musgos amamantándose. Nadie pintará mejor el otoño que lo pintan las sierras y los valles de las Villuercas.

Extremadura le debe al otoño, con sus bellotas, sus castañas y sus turistas, más que a cualquier otra estación. Turismo importante, pues además del turista de puente, que le salva el año a los hoteles, está el de escopeta, del que se habla menos. Como no pide folletos turísticos, es discreto, le gusta pernoctar en cortijos situados en el mar de los jarales y no se agolpa en Semana Santa, sino que diluye su presencia en la temporada de caza, pasa desapercibido. Pero esos turistas también existen y no son de los que dejan menos dinero en Extremadura. Se pone en marcha el otoño y ellos van detrás con sus todoterreno y sus vuelos chárter.

Y todo por San Miguel. ¿A qué altares no habría llegado el Migue si trabajase en El Corte Inglés, como San Valentín?

(Publicado en mi columna de opinión El Rincón)


martes, 16 de septiembre de 2003


Cosas que aún compartimos


José Joaquín Rodríguez Lara


Los españoles suelen despertarse cada día con la versión ampliada del conflicto nacionalistas que, por puro aburrimiento, les había conducido hasta el sueño durante la víspera. Desde luego, en todas partes cuecen habas, pero en España hay tantas habichuelas propensas a hervir en su propio caldo que la ebullición es muy ruidosa y se teme por la integridad del puchero.

A Dios gracias, los conflictos acercan, pues para discutir de verdad hay que arrimarse al contendiente. Por eso a veces se tiene la impresión de que España es mero fruto de sus divergencias. No es así. Afortunadamente, nadie nos impone ya su «destino en lo universal» y convivimos en la trabazón de algunas razones poderosas.

Tenemos una lengua todavía en buen uso, para dolor de los que la desprecian. Compartimos una Constitución que resiste las intentonas de partirla en mil pedazos. Nos une una forma de Estado, a pesar de que hay republicanos juancarlistas, y monárquicos de alcurnia que abrazarían la república antes que ver casado al Príncipe con una plebeya. A los políticos, que suelen pelearse en el Congreso, les ata el hemiciclo parlamentario. Es normal. El campo de batalla deja más cicatrices que las propias balas; por eso regresan a él, incluso cuando ya no recuerdan el porqué se mataban. La Albuera y Normandía son ejemplos palpables.

Además, los españoles comparten gustos y entretenimientos. Aunque la infidelidad origina separaciones y es causa de aflicción, la afición a los toros está muy generalizada y congrega a multitudes. Nadie puede negar lo que acerca el amor al fútbol, por más que la pasión por los colores de los respectivos equipos genere tanto odio entre algunas aficiones.

También nos une el culto al buen vino, pues sabemos que pocos ungüentos son más disolutos que 'la mala bebía'. El paladar, en general, es un amigable vínculo de unión. Por ejemplo el aprecio a la paella nos iguala, aunque el precio del marisco suela colocar a cada uno en su sitio. ¿Y qué decir del filósofo Sus Scrofa, el gran meditabundo del encinar? En aras de la confraternización con nuestros vecinos galos todos los españoles se han puesto de acuerdo en llamar jamón a lo que hasta la Edad Media siempre llamaron pernil. 

Claro que un país no surge de las coincidencias, sino del deseo y, más aún, de la necesidad. El hartazgo mata muchas alianzas nacidas en torno al puchero, por lo que no se debe andar jugando con el estómago. Allí donde falta el hambre hay que hacer ganas de comer. Aunque sea jamón.

(Publicado en mi columna de opinión El Rincón)





sábado, 6 de septiembre de 2003


Mutis

José Joaquín Rodríguez Lara


Los problemas y los camiones menguan según se alejan por la carretera, pero los políticos no, los políticos crecen.

La renuncia a las glorias parlamentarias que acaba de hacer Manuel Cañada, diputado en la Asamblea y coordinador regional de Izquierda Unida, sin duda agranda su figura pública, orlándola con un aura de dignidad y de honradez que generalmente no se le reconoce a los políticos en activo. No es el primer caso que registran los anales.

Gerardo Iglesias, ex dirigente del PCE, ascendió en la estimación popular al mismo tiempo que bajaba desde la silla gestatoria de Carrillo a la mina asturiana de la que salió. Demetrio Madrid, ex presidente de Castilla-León, dimitió por un delito que, más tarde, se demostró que no había cometido y se le recuerda mucho más por haberse ido de la Presidencia castellanoleonesa que por haber estado en ella. La renuncia de Adolfo Suárez, cuando velaba los restos mortales del Gobierno de la UCD, perfiló su estela de duque abandonado. Aznar, seguramente pesaroso por la contundencia y eficacia de su ¡«Váyase, señor González»!, dijo que a los ocho años él lo dejaría, y ya tiene las maletas en la mano.

Cañada también se va. Dice que para facilitar la renovación de IU y de la política. Su mutis por el foro es de agradecer. Aunque la renuncia no le hace mejor persona, sí le aporta un halo de autenticidad, de ciudadano común. Además, no se marcha por fascículos como otros, sino de golpe, sin amagos ni esos anuncios de consultas a las bases, a las alturas y a los medianeros que suenan a dimisión a rastras.

La renuncia no sólo honra a Cañada, sino que le sitúa definitivamente en la historia de su circunscripción electoral. Los políticos, como cualquier hijo de vecino, se pasan los años intentando abrirse un hueco en lo suyo y la mayoría sólo lo consigue cuando deja vacío el asiento.

Cañada dice adiós y además de irse, se marcha entre felicitaciones y hasta muestras de resignación. Normal. En este país, la dimisión de cualquiera sorprende mucho. 

Como toda santidad tiene algo de desvarío, aquí lo habitual es sacrificarse por el prójimo aunque te queme el convento para que lo dejes en paz. Cañada no, Cañada renuncia al púlpito parlamentario y parece que se encamina hacia el movimiento antiglobalización, nueva tierra de misiones.
Suerte y al toro, que se llama Bush.

(Publicado en mi columna de opinión El Rincón)




lunes, 1 de noviembre de 1999


El libro del futuro

José Joaquín Rodríguez Lara

El futuro del libro es una de las interrogantes que con cierta frecuencia suele plantearse el mundo de la cultura, sin que por ahora se consiga una respuesta capaz de satisfacer a todas las facciones que intervienen en el debate. Mientras algunos intelectuales opinan que el libro como formato y continente creativo tiene los días contados, pues no podrá seguir compitiendo con el cine, la televisión o los soportes informáticos, otros sospechan que el pentagrama de las palabras seguirá en vigor, ya que una de las características del formato libresco es su capacidad de adaptación a todo tipo de materiales: papel, cuero, metal, plástico...

Hay tantas diferencias entre los libros actuales -interactivos, con aroma, parlantes...- y aquellos primeros volúmenes monocromos en los que las letras, más que impresas, parecían haber sido talladas a golpe de gubia, que resulta difícil identificarlos como individuos del mismo género.

El abanico de los renglones es un superviviente a la evolución cultural. Más que preocuparse por el futuro del libro, habría que hacerlo por el libro del futuro.