sábado, 7 de mayo de 2016

La lluvia desluce cualquier espectáculo, 
salvo el de la primavera.

Nómadas


José Joaquín Rodrígue Lara


Mongoles deshaciendo su casa.

Cuando la hierba escasea, los mongoles de Mogolia cargan la yurta y demás enseres en sus resistentes caballos, carean sus rebaños y viajan decenas y decenas de kilómetros hasta encontrar nuevos pastos para su ganado. Les mueve la búsqueda de comida. Los mongoles son nómadas de toda la vida.


Traslado de una casa en USA.

Si un norteamericano de los Estados Unidos de Norteamérica se queda sin empleo, desenchufa su casa, con las camas hechas y los demás muebles en su sitio, la monta en un camión y viaja durante centenares de kilómetros, con la vivienda a cuestas, cruzando ciudades, condados y estados, hasta llegar a un nuevo empleo que le asegure el sustento. Los norteamericanos son nómadas desde que, buscando comida, invadieron las grandes llanuras indias del Oeste a bordo de sus carromatos.


Huevos cocidos, elemento básico en el equipaje del nómada español.

Mientras un español de España trabaja, en España, se pasa las horas y los días calculando el tiempo que le falta para montarse en el coche -con los huevos duros, la tortilla de papas y las croquetas empaquetadas en la nevera de plástico, azul-, dispuesto a viajar durante el tiempo que sea necesario hasta llegar a la playa, a una casa rural, a la vivienda de los abuelos en el pueblo, al chalé de las afueras o a cualquier otro lugar al que sea necesario llevar comida para subsistir. Los españoles somos nómadas desde que se inventaron las fiambreras y los fines de semana.



miércoles, 4 de mayo de 2016

La trocha de la vergüenza


José Joaquín Rodríguez Lara


Un hombre ha muerto y otro ha resultado herido, debido a la colisión frontal entre un furgón y una furgoneta, en la trocha que separa a Badajoz de Cáceres y a Cáceres de Badajoz. Lo vi in situ y llamé a la radio para contarlo, pero el mundo del periodismo no da muchos más datos. Se conforma con lo que le cuenta el 112, la Administración, el poder, los políticos profesionales de la profesión política.


Al 112 y a la gente del periodismo le parece mucho más importante reflejar qué recoge-cadáveres -guardias civiles, sanitarios, bomberos...- hicieron lo que están obligados a hacer por mandato laboral y, por lo tanto no tendría que ser noticia, y se desplazaron hasta el lugar del accidente. Contar que en el lugar de los hechos se personó la Guardia Civil, desde el sur, en moto, y los sanitarios, desde el norte, en ambulancia, y los bomberos, también desde el norte, en camión, le parece más interesante al 112 y a los periodistas, mucho más aleccionador y seguramente hasta más reconfortante que tratar de explicarle a la ciudadanía usuaria, aunque sólo sea potencial, de esa vía las causas que han dado lugar al siniestro.

 

¡Joder con la tropa!


Saber que los civiles, los sanitarios y los bomberos acuden, a toque de sirena, a un punto de la carretera me indica que se ha debido de producir un accidente en ese lugar, pero no me informa de las precauciones adicionales que debo tomar para no sufrir yo otro siniestro mientras me acerco a ese punto que acaba de evidenciar su peligrosidad.


¿Había algún objeto extraño en la carretera, más allá de que esa carretera en sí misma es un extraño objeto? ¿Llovía, había niebla, estaba helado el asfalto? ¿Cómo se produjo la colisión? ¿Quienes son las víctimas del accidente? Los transeúntes que estuvimos que permanecer parados, una hora o más, mientras retiraron el cuerpo y barrieron la chatarra, las personas que llegaron tarde a sus destinos o que tuvieron que darse la vuelta, abandonando la columna de vehículos detenidos junto a la cuneta, ¿no tenemos derecho a una explicación? ¿Para qué sirven los comunicados oficiales que no dan explicaciones? ¿Para quiénes se publican? ¿Quién los colecciona y al final del ejercicio los presenta como una prueba de su competencia y dedicación profesional?


En las gacetillas periodísticas ni siquiera se menciona que las fuerzas del orden, de la salud y del fuego se enteraron del accidente porque alguien, seguramente un ciudadano sin uniforme, les avisó, desde ese punto exacto de la carretera, nada más producirse la tragedia.


Y, por supuesto, las notas informativas tampoco explican que el choque tuvo lugar en una curva con cambio de rasante, en una carretera que es una vergüenza, además de un peligro para la vida de las personas. En una vía que separa a las dos capitales 
extremeñas de provincia. En una calzada conocida por sus 'curvas de la chatarra', lo que ya indica su peligrosidad. En una senda por la que circulan muchos vehículos portugueses y que atraviesa el valioso enclave medioambiental de la Sierra de San Pedro, criadero de ciervos, de jabalíes y de otros animales, tanto de caza como aún más domésticos, que acceden al asfalto y multiplican el riesgo mortal que conlleva transitar por esa trocha. 


Adentrarse en ese camino ínter provincial, plagado de camiones y de otros vehículos lentos, en el que no hay ni un solo metro de carril para vehículos lentos, conlleva un peligro adicional al mero riesgo de viajar. 


Porque, aunque usted no se lo pueda creer, no hay ni un solo metro de carril lento en 90 kilómetros de asfalto. Ni un metro en una vereda que atraviesa dos pueblos, La Roca de la Sierra y Puebla de Obando, con extensos tramos de limitaciones de velocidad a 80, a 70, a 60, a 50 kilómetros por hora. Con trechos en los que las señales de tráfico -no los semáforos, las simples señales de prohibición- son luminosas e intermitentes, como si en vez de circular por una carretera general se estuviese atravesando un paraje devastado por un terremoto u otra catástrofe.


En esa trocha, la Ex-100, denominación actual de la antigua Nacional 523, en ese sendero retorcido que aleja a Badajoz de Cáceres, incluso hay señales que limitan la velocidad a 30 kilómetros, a 30 kilómetros, por hora. A pesar de lo cual, la gente se sigue matando. En las curvas, en las rectas y a la sombra de las encinas y de los alcornoques. ¿Por correr demasiado? No, por transitar por una calzada obsoleta, indigna de unir a las dos ciudades más importantes de Extremadura. La gente se muere en esa carretera, porque esa carretera está hecha para matar personas. 


Y se matan a una velocidad que en cualquier autovía resultaría muy peligrosa, por ser demasiado baja para una autovía, para una carretera a la que se pueda llamar carretera sin ofender a las carreteras.


Abochorna que para ir de Cáceres a Badajoz haya que circular por un camino de cabras, impropio de ser la vía directa de comunicación entre dos capitales española de provincia. Avergüenza que no exista una autovía que comunique directamente a Badajoz con Cáceres y a Cáceres con Badajoz. Una carretera que haga prácticamente imposible los choques frontales, que suelen ser mortales de necesidad, y que permita adelantar a los camiones y a otros vehículos lentos.


Indigna que se lleve años hablando de la necesidad de comunicar a Cáceres y a Badajoz por una autovía, como ocurre en el 98% de las capitales españolas de provincia, y el proyecto no se ponga en marcha porque, entro otros obstáculos, en Extremadura hay políticos, con nombres y apellidos, y fuerzas políticas, con siglas y parlamentarios, que están en contra de que se construya esa autovía.


Y por esa razón y por otras que sería prolijo enumerar, la Guardia Civil y los sanitarios y los bomberos y demás recoge-cadáveres siguen acudiendo, como es su obligación, a las curvas y a las rectas de la trocha de la vergüenza en la que se mata la gente por un simple cambio de rasante en una curva que no debería existir.


Descanse en paz, pero descanse de una puñetera vez, la Ex-100, esa vereda infame a la que hay gente que aún se obstina en llamar carretera.


- La verdad no es la realidad, 

sino el ángulo desde el que se contempla.


viernes, 29 de abril de 2016

viernes, 22 de abril de 2016

Un abrazo a 80 por hora


José Joaquín Rodríguez Lara


Recorrer Extremadura siempre es una delicia, pero especialmente ahora que la primavera está rabiosa.

A pie, en bestia, en bicicleta, en moto, sobre quad, en autobús, en todoterreno, en barco -que sí se puede-, en tren -bueno, en tren no, que no hay tal; en tartana ferroviaria-, en ala delta, en parapente, en ultraligero, en avioneta, en avión... ¿En avión tampoco? Vaaale, es un avionino, pero a veces, hasta vuela.

Extremadura, que está llena de momentos increíbles, aprovecha la primavera para sacar a relucir sus mejores galas. Se abrocha con el oro de los ranúnculos y se viste de encinas en flor, de campos pintados por el azul profundo de las vivoreras, por el amarillo y el blanco de las magarzas, por el rojo de las amapolas, por el rosa de los jaguarzos, por el verde rabioso de la hierba, por la magia transformista de las orquídeas, por el perfume aceitado de las jaras y por la cordialidad inmarchitable de sus gentes. De la buena gente extremeña.

Extremadura tiene mucho de jardín bravío y algo de muchacha descalza que juega al escondite en las aguas de los arroyos, viendo como suben hacia el norte las caravanas de caravanas cargadas de campistas caravaneros, y como bajan hacia el sur las procesiones de moteros cofrades, que no gastan cera, pero queman mucha goma, camino del santuario motociclista de Jerez.

Y en mitad de esta explosión de los sentidos, entre el verde de los alcornoques, el blanco de la flor de la jara y el negro del misterio, en una antigua curva de 'Las Curvas de la Chatarra', en la carreterilla de la vergüenza que todavía separa a Badajoz de Cáceres a través de la Sierra de San Pedro, los ojos se sorprenden con dos personas -una mujer madura y otra que pudiera serlo también, pero que igualmente podría ser un hombre, pues está de espaldas y no se le ve la cara-, de pie junto a un automóvil parado. Las dos están fundidas en un abrazo. Literalmente fundidas. No se mueven, no gesticulan. Sólo se abrazan entre los labios florecidos de ambas cunetas. Se abrazan con una fuerza que da pocas respuestas y hace muchas preguntas.

En la carretera que separa a Cáceres de Badajoz, entre el verde del ramaje, el blanco de los pétalos y el negro del olvido, hay una vieja curva, habilitada como zona de descanso, hay un turismo de tipo berlina, posiblemente de la marca Mercedes, de color burdeos y dos personas que se abrazan. ¿Qué emociones sellan con ese abrazo?

Ahí, entre los alcornoques y las jaras, no hay una estación, ni un muelle ni tampoco un aeropuerto. No es un lugar de despedidas ni de bienvenidas. Es un rincón para detenerse, para estirar las piernas, para respirar el perfume de las jaras y para llenar el aire de interrogantes. Muchas preguntas; pocas, muy pocas, respuestas.

Sólo hay un vehículo. Estacionado. Dos personas viajan en él. ¿Qué les une? ¿Qué les separó mientras circulaban para necesitar un abrazo tan profundo, tan de enredaderas dándose mutuo sustento? ¿Por qué han salido del vehículo para abrazarse? Para darse un abrazo, tan auténtico, que parece haber sido esculpido en mármol por las manos de Bernini como regalo para los ojos del asombro. Para miradas que pasan a 80 kilómetros por hora. Unos ojos que latirían a 120 kilómetros por hora, si Badajoz y Cáceres tuviesen una autovía para poder fundirse en un abrazo de carretera.