miércoles, 28 de enero de 2009

Homenaje

José Joaquín Rodríguez Lara


Vino al mundo en Shrewshury (Inglaterra) el 12 de febrero del 1809 y el 24 de noviembre de 1859 se publicó su obra maestra, 'El origen de las especies', por lo que, gozosa y doblemente, estamos en el año de Charles Darwin. Los británicos se disponen a celebrar por todo lo alto el 200 aniversario del nacimiento de una de sus mayores glorias científicas y el 150 del libro que puso patas arriba a la Biblia y convulsionó los cimientos de la ciencia.
 
Hacen muy bien, pero en esto, como en tantas cosas, España se adelantó a los súbditos de su Graciosa Majestad. Aquí homenajeamos sin parar a Darwin, día por día, desde el siglo XIX. A veces nos damos unos homenajes a su costa que tiembla el Misterio. Y sin perrunillas, ni le cuento.

Darwin descubrió el mecanismo que selecciona las especies pero, al contrario de lo que se suele afirmar, jamás dijo que el hombre venga del mono. Y no lo dijo, porque no es verdad. El mono y el hombre comparten antepasados, esa es su única relación familiar. Sí es cierto que Charles Darwin viene con el Anís del Mono. Y viene desde antiguo. No todos los madrugadores lo saben, y la inmensa mayoría de los británicos lo ignoran, pero Darwin está en las alegrías y en la adversidad de los españoles desde 1872 -sólo 13 años después de que saliera de la imprenta 'El origen de las especies'-, cuando el industrial badalonés Vicente Bosch -al que le trajeron un mono en barco y lo soltó en su destilería de anisados, que pasó a ser conocida como 'La destilería del mono'- decidió etiquetar el licor que elaboraba con una caricatura del padre de la evolución. El bicho sostiene en una mano una botella, que no es la tradicional 'botella de anís', creada y firmada por el propio Bosch, y un pergamino con toda una declaración de intenciones: «Es el mejor, la ciencia lo dijo y yo no miento».

Dicen que Vicente Bosch fue una persona liberal y metió a Darwin en el negocio del anís como reconocimiento a la valía del científico inglés, pero tampoco faltan los que aseguran que en realidad lo hizo para reírse de sus teorías. Es posible que no fuera ni lo uno ni lo otro. Hay que ser muy poco catalán para jugarse los cuartos predicando a Darwin en la parroquia, aunque se enmascare con licor; y muy estúpido para poner a quien se aborrece en puesto tan principal.

No hay que fiarse. Más de uno empezó pidiéndole una copa de anís al tabernero y terminó cantando el himno de Asturias a dúo. Con el mono de la etiqueta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario