miércoles, 21 de enero de 2009

Animales


José Joaquín Rodríguez Lara


NI el agua, ni el fuego ni el aire, ni las fotos de Soraya Sáenz de Santamaría, ni la tierra, ni los bosques, ni el horizonte, ni tampoco las estrellas; nada en la Naturaleza iguala a la relación que el ser humano mantiene con los animales. De ellos viene. Por las proteínas que le aportaron bajó de los árboles y evolucionó; sobrevivió a sus fauces y para ser como ellos se vistió con pieles y se adornó con garras, con plumas, con cuernos y colmillos. Los teme, los admira, los adora, los retrata, los caza, los doméstica, los selecciona, los transforma y hasta los duplica mediante la clonación.

Cuando en el verano de 1879, la niña María Sáez de Santuola miró al techo de Altamira y gritó «¿Papá, bueyes!», le descubrió al mundo las raíces milenarias de una relación que seguía viva en lienzos, en frescos, en vasijas y joyas con la mayor naturalidad. La relación continúa en vigor.

Todavía hay pueblos que divinizan a los animales. En las sociedades industrializadas se suele llamar indígenas y aborígenes, cuando no salvajes, a las personas que rinden culto a un tótem. No se cae en la cuenta de que todos somos indígenas y aborígenes de algún lugar y que los 'pueblos civilizados' también representan a la divinidad con figuras de animales. Ocurre entre los católicos con el 'Agnus Dei' y con el 'Espíritu Santo'.

La relación de la Humanidad con los animales es tan intensa que hasta nos identificamos con sus nombres -Paloma, Filomena, León, Urraca...- , los llevamos en nuestros apellidos -Cordero, Sardiña, Garza, Vaca, Toro, Caballo, Conejo, Cuervo...- y les damos nuestra identidad. ¿Verdad Berta?

El actual -y seguramente no el último-, capítulo de esta historia es la conversión de los animales en 'personas' físicas; con cielo propio y tantos o más derechos que los seres humanos. Pero no las especies, como realidad genética, sino los animales tomados de uno en uno, independientemente de su utilidad, de que estén en peligro de extinción o formen parte de una plaga. No sólo hay comida para aminales a los que se les atribuyen dotes de gourmet, sino vestidos y desfiles de moda y armarios para guardar la moda de perros, gatos y otros compañeros de viaje.

Hay quien detrás de la humanización de los animales ve el embudo de la televisión y los dibujos animados. ¿Cómo no pasmarse ante un pato que habla o un ratón que canta? ¿Cómo no temer a un animal con apariencia de persona?

Incluso aunque no conduzca.

No hay comentarios:

Publicar un comentario