sábado, 6 de marzo de 2010

El arma del futuro


José Joaquín Rodríguez Lara


VA para 35 años del final de la dictadura franquista y el sistema democrático no parece atravesar su mejor momento. Ojalá fuese una crisis de crecimiento, preludio del estirón, pero los síntomas apuntan más bien hacia el desencanto. En las virtudes cívicas y democráticas de la política ya no creen ni los políticos, como demuestra el hecho de que insistan en desacreditar la argumentación de los adversarios acusándoles de 'politizar' la discrepancia. «Haga usted como yo, no se meta en política», cuentan que aconsejaba a sus acólitos el Generalísimo Franco. Los políticos actuales no se atreven a decir lo mismo, pero los hay que cierran filas en torno a las prebendas del cargo como búfalos que defendiesen su última gota de agua. Y no están solos en su encornada lucha: sus beneficiados les secundan.

La inconsistencia de muchos, los escándalos de algunos, la corrupción de tantos y la estulticia de demasiados ha socavado de tal modo la imagen privada y pública de los políticos españoles -en general y con honradísimas excepciones-, que ya no se les mira con desconfianza, sino directamente con animadversión, como si en vez de representar al pueblo y de administrarlo, estuviesen arbitrándolo.

Trabajan poco, ganan mucho y además, como las antiguas criadas, abundan los que sisan, cuando no roban, todo lo que pueden. Como la falta de decencia se prolongue, no bastará con reducir las vacaciones parlamentarias y la panoplia de altos cargos, sino que hasta será necesario que, además de inauguraciones y declaraciones, los que conserven el empleo -especialmente si están en la oposición- se pongan a trabajar.

Es lo que hay y no hay nada mejor. La democracia es un bien que debemos defender con uñas y dientes. Costó tanto trabajo, tantas lágrimas y tanta sangre vivir en un régimen democrático que, además de triste, resultaría vergonzoso verlo languidecer. En Cuba y otros países regidos de forma dictatorial hay personas dispuestas a dejarse morir por la libertad. En España hubo muchísima gente que apostó su vida por la democracia y hasta quien la perdió por gestos tan 'peligrosamente criminales' como enarbolar una bandera autonómica. Esa misma bandera con la que ahora hasta se rizan las banderillas de las corridas de toros y a la que deben mostrar reglamentaria pleitesía las mismas fuerzas del orden que disparaban contra ella en las calles. Tanto hemos cambiado que, de todo aquello, sólo quedan recortes de prensa y algún que otro 'gilitoledo' sin memoria ni corazón.

Si los políticos procediesen de una casta especial, como a veces se afirma, bastaría con un descaste para ponerle solución al problema. Pero no es así. Proceden del pueblo, son gente común; con galones, pero común. A veces, demasiado común. Así que la regeneración debería comenzar por la base, convenciéndonos a nosotros mismos de que somos la democracia y de que la cuota parte de soberanía que hay en cada voto, es un 'arma cargada de futuro' que resulta esencial para marcar nuestro destino y para conservar nuestra libertad.


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