martes, 9 de diciembre de 2008

Sancocho

José Joaquín Rodríguez Lara


POLLO, gallina, res, cerdo, yuca, mazorca de maíz, cilantro, orégano o perejil -según se tercie-, papas, a veces ñame y casi siempre plátano macho. Estos son algunos de los ingredientes del sancocho, un plato muy popular en Colombia, Venezuela, en República Dominicana y otras américas.

El sancocho está en las páginas del diccionario, pero no figura en las cartas de los restaurantes españoles. Sancochar es dejar los alimentos a medio cocer y sin sazonar, según la Real Academia Española de la Lengua, lo que demuestra que los académicos aprueban las palabras sin llevárselas a la boca. En Canarias se cocina un sancocho de pescado, y en toda España muchos inmigrantes alimentan el recuerdo con su sancochito. Parece que para los demás el sancocho no existe.

La gastronomía es una trinchera, cuando no una muralla. En la calle se comparte la música y otros alicientes, pero la cocina está en territorio tabú. Entrar hasta la cocina equivale a invadir la intimidad, a desarmarla. A los restaurantes exóticos se va en pelotón turístico, como de incursión militar, con la firme intención de volver lo antes posible a los sabores propios, al refugio.

Desde luego que dos no se integran si uno no quiere, aunque lleven siglos comiendo juntos. Y es verdad que la convivencia tiene muchas veredas. Tan cierto como que aquí mismo hay personas que comparten vocabulario, trabajo, creencias, sueños, uniforme y hasta la mitad de los genes pero viven mirándose de reojo en vez de asumir lo mejor de la otra parte, sin renunciar a la esencia propia.

¿Será que la integración no vivifica ni aporta un vigor híbrido, que fortalece tanto a la raza como a la razón, o tendrá la culpa el sancocho?


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