viernes, 7 de marzo de 2014

Boda creciente y matrimonio menguante


José Joaquín Rodríguez Lara


De las muchas locuras que se suelen hacer por amor, la mayor de todas es casarse. No sólo por lo que cuesta y por las resultas que acarrea, la peor de las cuales es el divorcio, sino también porque la gente suele casarse cuando ya casi ha superado el trastorno del enamoramiento, con sus correspondientes disfunciones psicosomáticas, y la ceniza de lo que fue una hoguera de pasión, de complicidad, de sueños compartidos, empieza a escapársele entre los dedos.

Casarse no es una decisión sensata, es una temeridad. Sobre todo en los tiempos que corren. A las relaciones sexuales sin visos de estabilidad se les llama 'aventuras', pero lo verdaderamente aventurado es estabilizar la relación, casarse. Nunca se sabe como se va a estar en el nuevo estado. El humorista, dibujante y comediógrafo Antonio Lara de Gavilán, más conocido como Tono, (Jaén 1896 - Madrid 1978) decía del matrimonio que es una cruz tan pesada que hay que llevarla entre tres.

El matrimonio ha perdido mucha de su singularidad; ha dejado de ser un destino compartido hasta la eternidad y ya no está de moda. Seguramente porque ha desaparecido la invencible presión familiar, la social y hasta la administrativa, al tiempo que la religiosa ha perdido fuerza, poderosas sinrazones que, hace años, empujaban irremediablemente hacia el casamiento. Ahora, no; ahora, hasta los padres más recalcitrantes admiten que su hija, casi una adolescente, pero toda una mujer mayor de edad, se vaya a vivir con su pareja sin antes contraer nupcias. Incluso se lo aconsejan.

Barbie, que es una chica muy moderna,
 se ha casado varias veces. Siempre con vestido nuevo
 y, eso sí, siempre con su amado Ken.
(Imagen publicada por vintagedarko.blogspot.com.es)
Pues aunque el prestigio social del matrimonio se encuentre en franco retroceso, las bodas continúan de plena actualidad. Y cada día son más rumbosas y largas. Da la impresión de que más que el matrimonio, lo que a la gente le gusta es casarse, el jolgorio del enlace. Esta puede ser una de las razones por las que, cada día, el personal se casa más veces y los matrimonios duran menos. Una vez que se le ha perdido el miedo al trampolín, lo divertido es tirarse de cabeza una y otra vez.

Y es que una boda y un matrimonio tienen muy pocas cosas en común. Entre una boda y su consiguiente resulta matrimonial hay más diferencias que entre la portada de un libro y su contenido y que entre la carátula de un disco y la música que contiene.

Para los católicos, el matrimonio es un sacramento y la Iglesia asegura que le da a los esposos una protección y una fuerza especiales hasta que la muerte los separa. La fe lo aguanta todo, pero a pesar de la protección y de la fuerza que aporta el santo sacramento del matrimonio, los católicos de clase baja y media también se divorcian, y los de clase alta o pudientes, si se empeñan, consiguen que la Iglesia les anule el matrimonio. Es decir, no se divorcian, pero se descasan y aquí no ha pasado nada.

Para muchas parejas que conviven maritalmente, el matrimonio, tanto el civil como el religioso, sólo es 'un papeleo', un trámite administrativo al que algunas personas se someten cuando tienen hijos en común o comparten alguna otra razón de peso. Esas parejas buscan en el matrimonio la poca protección y seguridad administrativa que todavía tiene en exclusiva el trámite casamentero, ya que para  los jueces, tanto monta, monta tanto un papel como un concubinato. Pues a pesar de que se trata de un simple 'papeleo', de un contrato con cláusula de caducidad, son pocos los contrayentes que renuncian a la celebración nupcial, con ceremonia, vestidos, flores, lectura poética más o menos cursi, lagrimita, banquete, baile y viaje de recién casados.

Un dineral, pues una boda, por muy modesta que sea, se pone en un pico. El coste medio de un enlace nupcial en Extremadura es de 17.537 euros, según un estudio realizado por la Unión de Consumidores. Cualquier boda se podría hacer con menos dinero, y de hecho se hacen, pero la gente no está por la labor de ahorrar en según qué cosas. Los diseñadores de moda nupcial lo saben y siguen tuneando el viejo vestido, blanco y radiante, de la novia, una prenda que, sin ser de alta costura, puede llegar a costar más de 4.000 euros y ¡sólo se utiliza durante unas pocas horas! 

Seda, gasas, tules, organdí, lamé, encajes, chantilly..., el mayor de los dispendios nupciales no sobrevive a la noche de bodas, pero qué se puede hacer cuando a la novia le hace tanta ilusión casarse con ese precioso vestido de brocado. Como en sus tres bodas anteriores. Eso sí, vuelve a estar guapísima. Se ve que ya le tiene muy cogida la medida al personaje. De hecho, no hay una mujer que esté fea el día de su boda. Ni tampoco tres bodas después.

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