domingo, 12 de julio de 2015

Cuentino, algo escatológico,
que me contó mi padre
un día que venía a cuento


La tierra buena


José Joaquín Rodríguez Lara


Dos hortelanos barcarroteños iban cada semana a Higuera de Vargas, a vender sus higos de tiberia, sus calabacines, tomates, pimientos, cebollas, garrapatos y demás hortalizas.


Salían de Barcarrota sobre las tres de la madrugada, cada uno con su burra, cada burra con sus canastos y cada canasto lleno a rebosar de fruta y verduras frescas, bañadas todavía por los aromas de las huertas recién regadas. 


Uno de los hortelanos estaba a punto de casarse y el otro ya era abuelo, pero hacían buena collera y siempre realizaban el viaje juntos.


El más joven era algo durero y cada vez que necesitaba parar, para hacer de vientre, perdía mucho tiempo. Hasta el punto de que, a veces, se quedaba sólo, pues el abuelo mantenía la marcha camino de Higuera y la burra seguía a su compañera y tampoco aflojaba el paso para esperar a su amo.


Ocurrió que más de un día, el joven hortelano llegaba sólo y descompuesto al mercado, cuando su paisano ya llevaba bastante tiempo vendiendo las hortalizas. Mientras esperaba a su dueño, la burra no veía el momento de que la despojasen de la carga, que parece pesar más cuando se llega al destino y nadie descarga los canastos.


Tan habitual se hizo la desagradable situación originada por el estreñimiento, que el hortelano se decidió al fin a ponerle remedio pidiéndole ayuda a su compañero de caminatas.


- Tío Senen, ¿por qué tardo tanto en hacer de vientre si almuerzo lo mismo que usted y, sin embargo, usted se alivia en un santiamén?
- Porque no eliges la tierra buena.
- ¿Y cual es la tierra buena?
- Depende. Hay que saber buscarla, muchacho. La próxima vez me avisas y yo te diré si la tierra es buena o no.


A la semana siguiente caminaban ambos hortelanos hacia el mercado de Higuera cuando el joven sintió la necesidad de pararse.


- Tío Senén, ¿es buena esta tierra?
- No, esta no lo es. Está demasiado cerca de Barcarrota.

Dos o tres kilómetros después, el hortelano volvió a preguntar.

- ¿Es buena esta tierra, tío Senen?
- Esta es tierra floja. Tampoco vale.


El hortelano se sujetó la barriga y, como pudo, siguió caminando.


- No dirá usted que esta tampoco es buena tierra, tío Senén, pues, sin ir más lejos, recuerdo que hace dos semanas se paró usted aquí mismo a echar la firma.
- Sí, es verdad. Pero fíjate que esta noche viene el aire del charco y ya no es lo mismo. No es buena tierra, créeme.
- ¿Y entonces, ¿dónde está la tierra buena?
- Más adelante seguro que la hay.
- Pues usted me dirá, porque estoy a punto de estrumpir y alto y no sea que se espanten las burras, tiren los canastos y tengamos una desgracia.
- No será para tanto, muchacho. Pero mira, ¿ves aquel cabezo, allá al fondo?
- No lo he de ver, si lo subo cada semana.
- Pues ahí, a la caída del cabezo según se va para la Higuera, seguro que hay buena tierra para hacer de vientre.


Acuciado por la necesidad, el hortelano no sólo no volvió a preguntar, sino que arreó su burra, coronó el cabezo y cuando el tío Senén lo alcanzó, él ya se había abrochado el cinto y se estaba acomodando la faja.


- ¿Qué, muchacho, es buena esta tierra?
- Buenísima, tío Senén. Mano de santo. ¡Cuánta razón tenía usted! Para hacer de vientre a gusto, no hay mejor cosa que encontrar buena tierra.


Desde ese día, los dos hombres llegaban juntos al mercado, pues el tío Senén siempre sabía cual era la tierra mejor para hacer de vientre.


Pero, como los años no pasan en balde, el viejo hortelano enfermó y dejó de ir a Higuera. Su compañero tuvo que hacer el camino solo y enseguida volvió a las andadas. Hubo días en los que hasta se le perdió la burra.


Para ponerle remedio a tanta calamidad, a la vista de que el tío Senén llevaba meses sin salir de la cama, el joven hortelano se acercó hasta el lecho del doliente y, tan pronto como los dejaron a solas, le pidió ayuda.


- Tío Senén, si usted me hiciera el favor...
- Dime, muchacho, ¿qué se te ofrece?
- Que no encuentro tierra buena y la burra ya no me respeta. En cuanto me paro, la bestia se me pierde. Si usted me hiciera el favor, si usted quisiera...
- Si yo quisiera, ¿qué?
- Enseñarme, enseñarme a distinguir la tierra buena para que yo pueda hacer de vientre en un santiamén. 
- Ah, sólo es eso.
- Sí, eso sólo, tío Senén. ¿Cómo se distingue la tierra buena? ¿Dónde está el secreto, tío Senén, dónde?
- En las ganas, muchacho, en las ganas.
- ¡En las ganas!
- Mismamente. ¿En dónde va a estar si no el secreto para jiñar en un periquete? En aguantarse y hacer ganas. ¡Natural!

No hay comentarios:

Publicar un comentario