miércoles, 15 de julio de 2015

La 'Medea' de Aitana


José Joaquín Rodríguez Lara


La segunda 'Medea' del 61 Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida ha sido un éxito. El público ha aplaudido durante varios minutos a Aitana Sánchez-Gijón, subrayando que la representación le había complacido. No hay mejor termómetro para medir el éxito de un espectáculo que el público, pues como afirma Jesús Cimarro, director del Festival, el teatro se hace para el público. No para la crítica ni para las instituciones: para el público.


Aitana Sánchez-Gijón protagoniza un montaje teatral que en su origen no está concebido para el Festival de Mérida o, mejor dicho, para el Teatro Romano emeritense. Y se nota. Se nota mucho. Es como un pantalón que se queda corto y se le saca la bastilla para tapar el trozo de pierna que ha dejado al descubierto el estirón de la escena. Esta 'Medea', que llega de Madrid, se ha diseñado para espacios mucho más pequeños.


El espectáculo se basa en la 'Medea' de Séneca, sobre la que Andrés Lima, autor de la versión, director del espectáculo, narrador, intérprete de Jasón y de Creonte y hombre para todo sobre el escenario, ha construido un proyecto que seguramente funciona mejor en un espacio escénico reducido que sobre la enorme pasarela del Teatro Romano de Mérida.


Medea, sus dos hijos de atrezo, la nodriza y, detrás, el coro. (Imagen de Jero Morales).


En el reparto de la obra sólo figuran cuatro personas; Aitana, que encarna a Medea; Andrés Lima, que como se ha dicho representa a Jasón y a Creonte, y que se comporta durante toda la obra más como un director que como un actor; Laura Galán, en el papel de la nodriza, y Joana Gomila que canta, con una bonita voz, por cierto, y toca el contrabajo. Y no hay más. Hasta los hijos de Medea y de Jasón son de atrezo, sendos muñecos de cartón, de plástico o de algo parecido, que ni se mueven ni pestañean a pesar de la que se les viene encima. Y advertidas debían de estar las criaturas, pues les faltan las manos y parte de los brazos. Gajes del oficio.


Tan sólo con cuatro personas es muy difícil llenar el escenario del Teatro Romano, salvo que se tenga una dimensión artística descomunal. En este caso, a la parquedad de medios de una 'Medea' concebida para espacios reducidos se le añade, como extensiones circunstanciales, un coro gigantesco para una obra de teatro: el Coro de Jóvenes de Madrid, que tiene unos 80 integrantes. No es un coro de teatro clásico, es un coro musical. No cuenta ni explica la acción, la subraya con música vocal, durante una noche y en el teatro Romano de Mérida.


La presencia de la 'Medea' de 
Aitana Sánchez-Gijón en el Festival es un visto y no visto, una única noche. La adaptación circunstancial, por lo breve, a la arena emeritense deja al descubierto desajustes y lagunas inevitables en el sonido, en la ocupación de espacios, en los movimientos... Seguramente es muy difícil pasar, para tan poco tiempo, del formato café teatro, dicho sea con todos los respetos y sólo con fines descriptivos, al del Festival de Mérida. Y esta dificultad juega en contra del montaje.


En la 'Medea' de Aitana Sánchez-Gijón hay muchos gritos, auténticos alaridos, y bastante menos de ese estado de ánimo que habitualmente se denomina emoción. La emoción se diluye debido a varios factores. El principal de todos es la ausencia de modulación. La obra comienza con una lectura acelerada e intensa sobre la mitología, a cargo del recitador-director-Jasón-Creonte, sigue con los alaridos y continúa con un nivel de intensidad dramático-vocal altísimo, pero monótono. Incluso a pesar del coro. Las canciones que interpreta Joana Gomila son un oasis de paz entre tanto decibelio y tanta desmesura gutural.


Más que emocionar, esta 'Medea' asusta. Los alaridos dan miedo, causan espanto, que sin duda es una forma de emoción, pero no una emoción que aproxime a lo que se ofrece desde el escenario. La invocación a Hécate y a todos los demonios del inframundo para envenenar los regalos que Medea le hará a Creusa, la nueva esposa de su marido Jasón, antes que a un conjuro recuerda a un aquelarre. El coro, distribuido en semicírculo en torno a la protagonista, resalta este efecto. Medea no parece una mujer abandonada y despechada a la que consumen los celos y el odio. Tampoco parece una hechicera solitaria. Parece una bruja come niños -una bruja con un tipo estupendo, desde luego, pero una bruja- y, como tal, termina embadurnada, si no en pez sí en otra sustancia igualmente pegajosa, y rebozada en plumón.


Tampoco resulta especialmente emotivo que Medea mate a sus hijos de cartón estrellándolos varias veces contra el suelo, hasta que a uno de ellos se le arranca la cabeza. Siempre queda ridículo empeñarse en matar algo que ya está muerto, pero tener que lanzar una y otra vez contra el suelo a dos muñecos para destrozarlos, más que ira, transmite impericia.


El numeroso público -unas 2.500 personas, el mejor debut en lo que va de Festival- asistente a la representación vio todo esto y, en general, le gustó. Aplaudió con ganas tras poco más de una hora de espectáculo. Después del estreno no faltaron comparaciones entre la 'Medea' de Ana Belén (dos horas de representación), que abrió este 61 Festival de Mérida, y la 'Medea' de Aitana Sánchez-Gijón, que sacaba ventaja en las preferencias. Tras la representación, Aitana parecía muy satisfecha, feliz y relajada. Buena señal.


Entre el público estaba el expresidente socialista Juan Carlos Rodríguez Ibarra que, aunque acostumbra a ir al Festival no suele asistir a los estrenos. Esta vez, al ser representación única, no quiso perdérsela. Estuvo también el alcalde emeritense, espectador habitual, ejerciendo de anfitrión.


Subrayo la presencia de estos dos dirigentes socialistas -uno con cargo y otro sin él- porque, hasta ahora, salvo error u omisión, las nuevas autoridades regionales no se están dejando ver en los estrenos del Festival. Hay que suponer que se debe a la tarea extra que conlleva subirse en marcha al gobierno autonómico, y no a un problema de incompatibilidad con los horarios -las representaciones comienzan cerca de las once de la noche- o con la programación, decidida y cerrada durante el mandato del popular José Antonio Monago. 


El presidente Guillermo Fernández Vara estuvo anoche en Badajoz, en el estreno de la película 'El país del miedo', que ha abierto el Festival Ibérico de Cine. La película se basa en una novela de Isaac Rosa, hijo del exconsejero y exdirigente sindical Antonio Rosa, y está dirigida por Francisco Espada.



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