viernes, 27 de enero de 2017

La peor minusvalía


José Joaquín Rodríguez Lara


La protección a las personas más débiles es uno de los rasgos característicos de las sociedades organizadas. Es una práctica ancestral; incluso anterior al nacimiento de la humanidad.


Esa protección adopta formas muy diversas. Una de las más evidentes es la que se da en el acceso al empleo. Las administraciones no sólo reservan plazas para personas con minusvalías físicas, psíquicas o sensoriales; también protegen a una parte de la ciudadanía cuya debilidad no es física, ni psíquica ni tampoco sensorial. Es una debilidad externa, social. Una debilidad que se intenta corregir facilitando el acceso de las personas que la sufren a ámbitos que, sin la protección oficial, les estarían vedados. Es lo que ocurre con las mujeres, para las que las administraciones habilitan vías de acceso al empleo, a los consejos de administración y a los cargos de representación.


No ocurre lo mismo con otras personas que carecen de minusvalías físicas, psíquicas o sensoriales, pero sí reciben un rechazo radical en el acceso al trabajo. Son, somos, los varones mayores de 50 años que carecemos de empleo. Hasta cumplir esa edad, o un poco menos, eramos trabajadores expertos, veteranos que dominábamos los secretos de nuestro oficio, maestros y formadores de la juventud que se iba incorporando a la empresa.


Pero cumplimos los 50, o los 47 o los 56 años, nos expulsaron del empleo y en un minuto pasamos de estar considerados como veteranos expertos a que se nos tenga por viejos inútiles. El mundo del trabajo no nos quiere y la Administración no nos jubila. Estamos entre la espada y la pared, perdidos y abandonados en tierra de nadie, estirando el cuello para no ahogarnos antes de alcanzar la orilla de la pensión que, por la forma de cálculo, se hace más pequeña a medida que nos acercamos a ella.


Queremos trabajar. No nos dejan. Aceptaríamos jubilarnos con una pensión digna. No nos lo permiten. ¿Qué esperan? Que nos muramos sin llegar a cobrar la pensión por la que hemos cotizado durante la mayor parte de nuestra vida.


Ser un experto/veterano/viejo/inútil es una debilidad enorme, pero no está protegida por el Estado ni por la sociedad. Desde el punto de vista laboral, no hay minusvalía mayor que haber cumplido los 50 años. Tienes criterio y experiencia, conservas las habilidades y los conocimientos imprescindibles para el ejercicio de tu oficio, pero la sociedad te desprecia. No le vales. Y el Estado no te protege, porque no cojeas, ni eres ciego, ni sordo ni tampoco eres mujer. Tu minusvalía como veterano inútil es enorme, pero nadie la contempla.


Con lo sencillo y fácil que sería reservar plazas para las personas con 'minusvalía de edad' en las convocatorias públicas de empleo. Con lo justo que resultaría obligar a las empresas a mantener en plantilla un porcentaje adecuado de veteranos.


La crisis, o lo que sea este infierno, nos ha puesto en la calle a centenares de miles de trabajadores expertos; los aledaños del sistema público de pensiones están rodeados de veteranos que queremos seguir trabajando y cotizando a la Seguridad Social.


Si en las instituciones o en los organismos públicos hay alguien que no comprenda o que rechace los anhelos de los cuarentones, de los cincuentones y de los sesentones que queremos trabajar y no nos dejan, espero que ese político o ese alto cago no llegue a viejo. Y no es que yo le desee la muerte. Es que no quiero que sufra.



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