domingo, 31 de diciembre de 2017

Cosas de ricos


José Joaquín Rodríguez Lara


Dicen que el poder corrompe, y parece que es verdad. Pero antes de corromper y de abrasar a quien se abraza a él como si fuese tabla de náufrago, lo primero que hace el poder es emborrachar.


El mundo está lleno de personajes borrachos de poder, de gente que ha superado ya todas las fases conocidas de la borrachera de poder.


Facilidad de palabra (mitin); exaltación de la amistad (reparto de carguillos); cantos regionales (discursos y ruedas de prensa); se le pierde el respeto a la autoridad civil (no se critica al adversario, se le insulta); se le pierde el respeto a la autoridad militar (fuego graneado de desaires); se le pierde el respeto a la autoridad religiosa (menosprecios en procesión); delirium tremens (el dinero público no es de nadie); y, finalmente, se le pierde el respeto al pueblo, al contribuyente, al votante (cachondeo general a costa del infeliz respetable).


Lógicamente, esto sólo es teoría. Estas cosas no pasan en la vida real. No son producto de observaciones sobre el terreno.


Nadie que tenga poder, aunque sea un poder minúsculo, hace lo que se le antoja. Jamás. En ningún caso. Aunque se le ocurra. Antes que hacer lo que se le antoja, piensa en los demás y se contiene. Quienes tienen poder anteponen siempre las necesidades de la gente a sus caprichos.


Por eso, la secta del poder no gasta pólvora del rey en fuegos de artificio, pues la gente poderosa sabe que la ciudadanía no se divierte si tiene la barriga vacía, si no puede calzar y vestir adecuadamente a sus hijos, si no puede pagar la luz, si no tiene dinero para arreglar el coche y que pase la ITV, si no…


Por muy borracho de poder que se esté, todo el mundo sabe, desde el tiempo de los romanos, que la fórmula correcta es ‘panem et circenses’; o sea, pan y diversión. No diversión a secas, sin comida.


Y como todo el mundo lo sabe, nadie en su sano juicio, por muy borracho de poder que esté, emplea el dinero público, la dedicación del funcionariado público y el cuidado de su cargo público en cambiar letreros cuando hay tantas personas sin empleo, sin esperanza y sin futuro que necesitan ese dinero, esa dedicación y ese cuidado con urgencia. Personas muy necesitadas, lo sé muy bien, aunque no mendiguen por las esquinas.

Si los letreros no dan de comer, y parece que no dan, salvo a quienes los cambian, cambiarlos porque lo dice una ley, olvidando lo que otra ley, llamada Constitución, dice sobre el derecho a la vivienda, al trabajo y a otras necesidades perentorias, es un antojo de ricos. De nuevos ricos que alardean de su poder, lo que en sí mismo es el alarde más hortera que se puede hacer.



No hay comentarios:

Publicar un comentario